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Tras el velo

...God knows the only mistake that a man can make
Is trying to make a woman change and trade her violets for roses

Se conocieron en la universidad. Haerin iba por los veinte y Minji recién cumplía los veintitrés.

Fue interés instantáneo, intenso y poderoso. Minji recuerda haberla visto por primer vez en las mesas de la biblioteca, frunciendo el ceño tras un libro titulado: Crítica a la filosofía del derecho de Hegel.

Le sorprendió ver a una chiquilla como ella leyendo un autor tan polémico en la sociedad. No sabía mucho acerca del tema, pues Historia jamás había sido su fuerte en la escuela, pero le pareció adorable el cómo la niña arrugaba la nariz bajo una mirada analítica.

Traía puesto unos lentes de marco azul marino, que lucían hermosos en ella. Parecía tan inteligente y sabia pasando cada página en un movimiento elegante que sus ojos permanecieron unos minutos más posados en la joven de cabello castaño.

Quizá fue mucha la potencia de su mirada, y terminó avergonzándose cuando fue descubierta por la dueña del libro.

Ese pequeño gesto, el sentir sus mejillas calentarse mínimamente, fueron suficientes para Minji para saber que algo sería especial.

Kim Minji jamás se avergonzaba, mucho menos cuando le atraía una chiquilla.

Sin embargo, el sonrojo pasó a segundo plano y sus labios se curvaron hacia arriba cuando la muchacha fue quien enrojeció.

La tenía.

No necesitó de las siguientes interacciones para confirmar que tenía a Haerin entre sus manos.

Esa misma tarde se acercó a ella con una sonrisa coqueta, su chaqueta de cuero abierta y sus pupilas sin despegarse del rostro de quien sería su futura todo.

Minji era rápida, ágil, sabía jugar. Haerin parecía ser lo contrario, tímida, introvertida y siempre sonrojándose.

Se complementaban de manera que el mundo jamás comprendería.

Minji era rojo; pasión, intensidad, locura. Haerin azul; melancolía y tranquilidad, una especia de nube que lloraba con facilidad, cada lágrima cayendo como lluvia y regando los céspedes más secos de la ciudad.

Y juntas, su mezcla, era el morado. Morado como las violetas, las flores favoritas de Haerin que siempre sonreía en grande cuando la mayor le compraba un ramo y se las dejaba escondidas en su bolso, con cartas de amor tan dulces que nadie sería capaz de creer el alma poeta que Minji poseía.

Siempre en su bolso, jamás en sus manos. Porque su amor floreció eternamente en un jardín escondido tras la maleza marrón que tejía una barrera entre ellas y el mundo. Una que no les permitía confesar su verdadero amor: una relación romántica, platónica, mucho más que eso... Una danza etérea, un abrazo en exceso, susurros que pintan un lienzo de pasión entre dos almas que se unen cada día para formar una sola cosa: violetas.

Ni en sus más perfectos sueños Haerin podía imaginarse gritándole al mundo cuánto amaba a Minji, porque eso no solo destruiría a su familia, la destruiría a ella. Sus padres, de ningún modo, aceptarían que su hija saliera con otra mujer, porque en la sociedad que vivían, aquello era uno de los peores pecados que se podía cometer.

Tacharla de cobarde, como muchas veces Minji se empeñó en llamarle entre discusiones, no sería del todo justo con la niña. A ella la criaron para obedecer a sus mayores, a quienes le dieron la vida. Los señores Kang eran adinerados y muy bien acomodos, y se encargaron con total éxito de crear a una hija perfecta. Una que no reclamaba y aceptaba, una que no discutía cuando algo no le parecía y se limitaba a agachar la cabeza, una esclava, una marioneta. Una muñequita de porcelana, frágil e indefensa.

Nunca tuvo la oportunidad, ni la intención de revelarse, por más que su pecho doliera cada mañana y sintiera espinas filosas arañando su garganta.

Fue por ello que estudió Derecho, porque así su padre lo deseaba, sin importar sus sueños de adentrase al mundo de Pedagogía en Educación Parvularia. Fue por eso que no pudo negarse cuando su madre insistió con que conociera al guapísimo hijo de su amiga, el hombre ideal, según ella. Fue por eso que cada que le preguntaban por Kim Minji, Haerin decía ser su mejor y más fiel amiga.

—No puedo con esto, Haerin. Ya no —en el departamento de la menor, Minji frotaba su frente con desesperación.

—¿A q-qué te refieres? —sus ojos amenazaron con libertar nueva lluvia, tanta que sería capaz de formar un nuevo mar en la tierra.

—A que sigas ocultándonos, a que... a que comiences a tener citas con él.

Un socio de su padre, que compartían amistad junto a sus esposas, se pasaba en casa ese último tiempo, trayendo a su muchacho de vez en cuando, un apuesto y alto pelinegro de personalidad agradable. Una tarde, su madre le habló de que ellos querían que se conocerían, y Haerin creyó que era por algún trato de dinero y de negocios entre las familias, pero fue mucho peor: era una cuestión social nada más, porque nadie en esa ciudad, según sus progenitores, era tan importante como los Kang y los Park. Si Haerin se casaba con alguien más, mancharía el apellido, y si Sunghoon conseguía otra chica, pasaría lo mismo.

No era por dinero, era porque el egocentrismo de su familia, ese ego que por suerte apenas y heredó, no podía ser dañado.

—Minji... —en ese momento ya tenía lágrimas desplazándose sobre la curva de su cuello. Se acercó hasta tomarla de su chaqueta, áspera y oscura—, por favor, yo tampoco lo quiero, p-pero papá...

—¡Ese es el problema, Haerin! ¡Siempre pones a tus padres por delante, a toda tu familia! —le quitó las manos que la niña había apoyado en su pecho y apretó los labios, casi haciéndoselos trizas.

—¡M-Minji!

—¡No, Haerin! ¡Llevo años con esto! ¡¿No crees que ya es suficiente?! —la menor tapó su boca, ahogando sus sollozos.

Tenía miedo, terror.

Si Minji la abandonaba, Haerin se quedaba sin sus flores favoritos.

Las rosas por fin tomarían victoria y las violetas arderían en llamas agresivas.

—¡Le diré a mamá que no me gusta, que no es lo que quiero! —volvió a acercarse, rogando con el corazón en las manos, aunque en el fondo sabía lo mal que lo pasaban ambas por su culpa—. Pero, por favor, no me dejes...

Minji lloró a su lado, molesta con Haerin, con su turbia familia, y con ella misma, porque su amor era tan grande que se veía incapaz de alejarse.

La discusión pasó a mediados de otoño, cuando las hojas caían y caían. Aún quedaban unas cuantas, que se veían frágiles y apunto de desaparecer con el fuerte soplar del viento.

Tal cual su relación.

Minji y Haerin comenzaban a tener grietas tras grietas, cada vez más profundas y grandes, listas para para derrumbar todo a su alrededor.

La mayor aguantó unos meses, su malhumor aumentado cada que Haerin se iba a una cena con Park. Una cita, básicamente. La niña no había cumplido su promesa, se vio incapaz de enfrentarse a sus progenitores y gritarles todos sus sentimientos, así que así seguían.

¿Tanto la amaba? ¿En serio, por todo eso pasaría para poder tener a Haerin unas cuantas horas en sus brazos?

Se decía que sí, que por ella lo daría todo, pero cuando Haerin apareció con nuevas lágrimas en sus ojos, su rímel corrido y sus mejillas rojas, comunicándole de lo que iba a suceder, Kim Minji se perdió.

—Quieren que me case con él.

Quieren que me case con él, quieren que me case con él, quieren que...

No pudo, no aguantó ese sufrimiento, por más que su corazón solo le pertenecía a Haerin.

—¿C-cómo? Pero... pero... —intentó tragarse el nudo de la garganta, mas le fue imposible—. ¿Cómo casarse, Haerin? Ni siquiera son novios, ¡ni siquiera se han besado alguna vez! ¡¿Cómo dejas que controlen así tu vida?!

Era cierto, su relación con Sunghoon, aunque el chico fuese caballeroso y amable, jamás había dado un paso hacia adelante. ¿Y es que, cómo podría? Si ella estaba enamorada de otra persona.

Pero eso no era tema para sus familias, ellos podían conocerse y enamorarse en la luna de miel, como decía el señor Kang.

Entre antes se casaran, mejor sería, porque Haerin ya estaba por cumplir los veintidós, y en ese mundo estructurado, era la edad perfecta para hacer la gran unión.

—Haerin, escúchame, no puedes hacerlo, es tu vida. No te arruines así —la sostuvo de las manos con brusquedad, costándole respirar.

—Minji, ellos...

—Ellos nada, no eres su sirviente —le miró con los ojos rotos y rojos, ambas llorando, desconsoladas, arruinadas—. P-por favor, Haerin... Si realmente me amas, n-no lo hagas...

Esa tarde, el invierno había iniciado, y cuando Haerin no pudo decirle palabra alguna, tanto sus corazones como todo el resto de hojas, cayeron a frío y duro piso, quedando solo ramas vacías y almas rotas.

Kim Minji tomó sus llaves, su billetera y salió del departamento para no volver a pisarlo nunca más.

Fue en la noche, cuando Haerin y ella apenas compartieron palabras por el tenso ambiente.

Fue cruel su manera de alejarse, pero sabía que si lo hacía al día siguiente, si se sentaba a platicar con Haerin, sería incapaz de irse. Miraría esos ojitos llenos de lágrimas, sus hermosos y perfectos labios, y aceptaría el suicidio que era estar junto al amor de su vida en secreto, bajo maleza asfixiante.

Dejó una carta, la más desgarradora que escribió alguna vez. No le importó dejar su ropa y todas sus pertenencias, hasta las más valiosas, porque necesitaba salir de ahí lo antes posible.

Se subió al auto, manejó a una gasolinera y compró una cajetilla de cigarros. Hace años, gracias a las súplicas de Haerin, lo había dejado. Pero si ya no la tenía, ¿cuál sería su motivo para no fumar? La salud no le importaba ya.

Una vez iba a pagar, su garganta se cerró, notando la foto que tenía en su billetera de ellas besándose con un jardín lleno de violetas detrás.

Pasó el dinero rápido y sacó los cigarrillos, no esperando ni la boleta ni el vuelto.

Se sentó y apoyó su frente en el manubrio, gritó fuerte y agobiante, teniendo la fotografía entre sus dedos.

Esa noche había arrancado de raíz la violeta más hermosa y brillante de su vida. Dejó de regar su jardín y vio las flores marchitándose, sin poder hacer nada al respecto.

Porque si volvía a regar, a cuidar su bello jardín, entonces el resto de las plantas del planeta se marchitarían y el oxígeno se acabaría.

Siempre fue: cuidar del mundo, o cuidar de su violeta.

Al día siguiente Haerin despertó sola, sus huesos dolían y su cuerpo pesaba. Cuando no vio a Minji a su lado, supo que las cosas no iban bien, y cuando notó la carta sobre su mesa, pudo confirmarlo.

"Para mí querida violeta.

Eres lo más magnífico que el universo me pudo dar, y eso es lo que siempre me asustó desde un inicio.

Me dieron a alguien tan perfecta, a mí, una chica ordinaria y común. Por supuesto que había algo detrás.

Nadie te regala cien millones de weones esperando un simple "gracias" a cambio. Todo en la vida parece ser un trato.

Te tengo, pero me pierdo. Eso es lo que pedían de mí.

Me pierdo porque me vuelvo irracional junto a ti, era capaz de dar la vida, mi felicidad y cualquier cosa por tenerte a mi lado.

Haerin, mi amada violeta, siempre fuiste la flor más hermosa en mi jardín secreto. Lamentablemente, conforme las estaciones cambiaron, nuestras raíces se enredaron en un nudo de tortura y sacrificios.

Las violetas, delicadas y vibrantes, danzaban al viento en su propio ritmo, pero yo intenté sujetarlas con manos temblorosas, tratando de forzar su belleza en un mundo que no estaba listo para verlas florecer.

Me sumergí en el azul de tu alma como quien se adentra en un cielo estrellado, pero las lágrimas que vertimos no eran constelaciones, sino la lluvia que ahogó nuestras promesas y marchitó nuestras almas.

Nuestro amor era tan fuerte como la pasión del rojo y tan sereno como la tranquilidad del azul, mas la realidad se coló en nuestras vidas como un gris sombrío, pintando de tristeza nuestras violetas.

Cada pétalo caído representaban los sacrificios que hacíamos, y aunque intenté regar nuestras flores con lágrimas de amor, la tierra de nuestro jardín se volvía árida con cada paso que dábamos hacia el abismo.

Sabía que quedarme a tu lado significaría ahogarme en un mar de desdicha, un océano donde nuestras lágrimas no podrían encontrar la orilla de la felicidad. La elección se volvió clara como el cielo despejado, aunque el dolor que conllevaba era más oscuro que la noche sin estrellas.

Por eso, Haerin, te libero de mis brazos como quien rompe las cadenas que atan su corazón. No es un adiós por falta de amor, sino un adiós necesario para permitirnos crecer en direcciones opuestas, como las raíces que necesitan espacio para expandirse y encontrar su propio camino.

Debo confesarte que al escribir estas palabras, siento que mi corazón se quiebra en mil pedazos, y la respiración se hace ausente, pero también sé que es el único camino hacia la luz que tanto necesitamos. Cada palabra que plasmo en este papel es una lágrima que cae por el profundo amor que aún albergo en mi ser.

La verdad, Haerin, es que me veo obligada a soltarte por mi bien. Mi alma estaba atrapada en las sombras de nuestra relación secreta, y la llegada de Sunghoon solo aumentó el filo de las espinas que me atravesaban.

Si continuábamos por este oscuro camino, sabía que mi vida se convertiría en un túnel sin fin, sin la posibilidad de ver la luz al final. Amo cada rincón de tu ser, pero no puedo permitir que nuestra historia se convierta en una tragedia interminable.

Lamento ser débil y no aguantar más, lamento dejarte ir. Pero es que te adoro. Te adoro tanto, tanto, que sé que si te veo casarte con otra persona que no sea yo, simplemente moriré. Así de sencillo.

Una parte de mí se muere ahora mismo, acá, marchándome de tu vida, pero tengo una pequeña parte, una pequeña raíz, que si cuido con mucho esfuerzo, quizá, algún día, crezca otra vida.

Tal vez no una violeta, tal vez no una flor, porque eres irremplazable, mi amor, pero quizá sí una plantita, un cactus, una mínima cosa que pueda darme oxígeno.

Así que, con la honestidad más grande que algún ser humano pueda llegar a experimentar, te digo un lo siento una última vez, porque soy egoísta y no estoy dispuesta a morir más de lo que ya estoy, no esta noche.

Espero encuentres la felicidad, mi amor. Ojalá te liberes de la maleza que te rodea y seas sincera con tus padres, o quién sabe, tal vez te termines enamorando de él y todo esto no habrá de ser tan doloroso para ti.

No lo sé, no lo sé y jamás lo haré, pero encuentra tu felicidad, plántala y riégala, llórale y abrázala. Dile verdades y muéstrale tu corazón tal cual es, como una brillante y preciosa violeta.

Hazlo por mí.

Con todo el rojo de mi existencia, y todo mi amor eterno,
tu Min."

Haerin sintió la presión baja, su cuerpo temblar y su corazón romperse.

Lloró y lloró, se lamentó y lloró más. Días, semanas, Minji nunca volvió a aparecer.

Y Haerin, con el dolor de su vida, tampoco la buscó.

No la buscó porque Minji tenía razón, la estaría amarrando a una vida infeliz y secreta, a una que el amor de su vida no se merecía.

Ella tampoco en realidad, ella no merecía tener que casarse con un muchacho que no amaba solo porque no era capaz de decepcionar a sus padres.

Pero Haerin era débil y dócil, una violeta sensible y sin fuerzas.

Y ahí estaba, meses después de la partida de su verdadero amor, ahí estaba Haerin, con tres mujeres a su alrededor, todas nerviosas y preocupadas por el vestido de novia que traía.

Que no se arrugara, que no se manchara.

Haerin no les oía. Ya nunca lo hacía, con nadie. Solo asentía en silencio y lento.

Sus ojos se notaban rotos, distintos, y nadie se dio el tiempo de analizarlos, de entenderlos. La joven de ahora veintitrés, parecía no tener alma, solo un cuerpo frío y vacío.

Kang Haerin ya no era Kang Haerin. Se perdió en invierno, sin Minji y sin hojas en los árboles. Dejó de ser ella y a ningún familiar le pareció importar.

Se iba a casar y eso era lo importante.

—¡Un minuto para que la novia salga! —avisó un tío suyo, abriendo la puerta de la habitación donde la preparaban, pero con sus ojos cerrados.

—¡Haerin! —gritó su madre emocionada, besándole las manos—. ¡Es el momento, te casarás, mi hermosa bebé!

La mujer estaba envuelta en felicidad, no solo porque vería a la joven que crió contraer matrimonio, sino que con el hombre que ella quería. El yerno perfecto.

Haerin sonrió con esfuerzo, intentando colocar la mente en blanco para no romperse a llorar. Siempre hacía eso, trataba de no sentir y evitar que Sunghoon la viera caerse a pedazos, porque el chico, que parecía igual de entusiasmado como su madre, no llegaría a comprenderle.

Sunghoon era lindo y dulce con ella. Se había enamorado poco a poco de Haerin, aunque esta creía que solo de manera superficial, porque jamás se ha mostrado como realmente es, como era con Minji.

Él, en una cita en el restaurante más prestigioso y caro del país, se lo había confesado.

—No nos conocimos porque nos llamamos la atención en una cafetería, en un viaje por Paris o sencillamente en la universidad. Fue algo que nos impusieron nuestras familias, pero... pero, Haerin, realmente me gustas. Quizá no fue el plan perfecto, pero tal vez sí el destino. Quizá, si no fuera por nuestros padres, nos hubiéramos encontrado igual —y la besó.

La besó con ganas, y Haerin no pudo alejarse, porque eso sería estar decepcionando a los Kang.

No le dijo que le gustaba de igual manera, no le miraba embobada, mas Sunghoon no parecía darse cuenta. O si lo hacía, no parecía interesarle.

Tampoco podía ser mal agradecía, se decía en noches donde las raíces intentaban luchar contra la maleza. Sunghoon no era malo y al menos no la habían emparejado con un hombre agresivo.

—¿Lista? —cuestionó su mamá una vez terminó de acomodar el velo en su cabello.

¿Lista? Por supuesto que no. ¡No! ¡No estaba lista y nunca lo estaría porque ese no era el futuro que quería!

¡No, mamá, no estoy lista! ¡No lo amo, y mucho menos deseo esto! ¡Estoy enamorada de una chica, de Kim Minji!

—Lista —repitió y sujetó con fuerza los bordes blancos de su vestido, aguantando la lluvia.

Sabía que, luego en la noche, cuando Sunghoon se durmiera, ella lloraría hasta el cansancio.

¿Cómo era que alguien podía llorar el día de su boda?

Sale de la habitación, dirigiéndose hacia donde todos la esperaban, y las violetas tras sus ojos afilados parecen marchitar con cada paso que da hacia el altar, afirmada del brazo de su padre.

Esa tarde, las violetas se volvieron rosas espinosas y el grito atascado en su garganta permanece en su lugar.

Tembló, llegando a un lado de Sunghoon. Mirándose, él sonriéndole emocionado y ella forzando en no parecer infeliz.

—Queridos amigos aquí presentes, nos hemos reunido hoy para unir a este hombre y a esta mujer en sagrado matrimonio.

Haerin comenzaba a ver puntos negros, mareada. Los latidos de su corazón fueron más lentos y temió que se detuvieran. Que muriese allí, en el altar.

—Park Sunghoon, ¿recibe usted a esta mujer para ser su esposa, para vivir juntos en sagrado matrimonio, para amarla, honrarla, consolarla y cuidarla, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad durante el tiempo que duren sus vidas?

Intentó tranquilizarse, decirse que no era el fin del mundo, aunque parecía serlo; uno macabro y crudo.

La mente en blanco ya no funcionó y tuvo que recurrir a algo más.

Minji.

Minji era quien estaba parada frente a ella, con traje o con un vestido igual al suyo, daba igual. Minji le sonreiría y dejaba a la vista aquellas hermosas encías rosadas, le miraba embobada, esperanzada por el futuro a su lado.

—Sí quiero.

—Kang Haerin, ¿recibe usted a este hombre para ser su esposo, para vivir juntos en sagrado matrimonio, para amarlo, honrarlo, consolarlo y cuidarlo, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad durante el tiempo que duren sus vidas?

—Sí quiero.

Si quiero. Deseo recibir a esta mujer para que sea mi esposa, para vivir juntas en sagrado matrimonio, para amarla, honrarla, consolarla y cuidarla, en salud y en enfermedad...

Unas palabras más del notario, que Haerin no escuchó, permitiéndose fantasear.

—Puede besar a la novia.

Sunghoon la besó, y al sentir esos labios distintos a los que siempre amó besar, sintiéndose ajena al tacto, cayó en cuenta que su vida ya nunca sería igual.

Una pequeña lágrima bajó por su mejilla y el resto comenzó a soltar halagos de lo adorables que eran. Sunghoon la estrechó en sus brazos, pensado que su, ahora esposa, era una frágil mujer que se emocionaba con facilidad.

—No llores, mi amor, que me harás llorar a mí.

Mi amor. Mi azul. Mi violeta.

Caminaron hacia la salida, escuchando los gritos de sus familiares y amigos, celebrando la gran unión. Felices por ellos.

A mitad de camino, cuando le quedaban tan solo unos pasos para salir de la iglesia y marcharse en un auto hermoso hacia su luna de miel, una presencia le llamó la atención. Giró el rostro con delicadeza, su sonrisa falsa desvaneciéndose al verla.

Minji la observaba desde el público, en silencio. Llevaba una chaqueta negra, una muy parecida a la que usó el día que se conocieron.

Fueron segundo que se sintieron eternos. La piel de Haerin se erizó exageradamente, y luego de meses pareciendo un fantasma, sin vida, el brillo de sus pupilas iluminó toda la iglesia.

Un brillo de melancolía, por supuesto.

¿Qué hacía Minji allí?

La recorrió de pies a cabeza, pareciendo confirmar que era ella, y cuando vio la petaca en su mano, se asustó.

Minji se veía distinta, más delgada y con unas ojeras moradas, igual a las suyas, esas que una hora antes su madre ocultó con maquillaje.

Mi violeta, logró leer sus labios pálidos y partidos.

¿Por qué les hacía eso? ¿Por qué se presentaba a su matrimonio? ¿Por qué no fue capaz de permanecer fuerte y no visitarla ese día?

Si Haerin fue egoísta durante su relación, Minji lo estaba haciendo ahora.

Haerin tropezó con su vestido por lo desorientada que se sentía, y tuvo que abandonar los ojos oscuros de la chica para evitar caer. Sunghoon la sujetó, preguntándole si estaba bien. Ella asintió a penas, ya en la entrada de la iglesia.

Un auto a unos metros de ellos tocaba la bocina, esperándolos.

Minji caminó entre los invitados, llegando a empujar a dos tipos que no se movían. Nada le importó más que ver a Haerin una última vez.

—¡Haerin! —gritó, viéndola subir a ese auto negro y precioso. Su cabeza dolía gracias a la cantidad de alcohol que ingirió en aquel bar antes de plantarse en la boda de, irónicamente, el amor de su vida—. ¡Haerin!

Algunos la miraron extrañadas, Sunghoon se vio confundido de igual manera, pero Haerin susurró algo a su oído y él asintió.

La castaña volteó a ella, mordiéndose los labios.

Violetas por rosas.

Tal cual Haerin lo había hecho segundos atrás, Minji leyó sus labios con claridad.

Las violetas fueron asesinadas cruelmente por las espinas de las rosas, y Minji debía aceptarlo. Ambas tenían qué.

El auto tocó una par de veces la bocina y el conductor aceleró, dejando atrás a una Minji destruida y a un jardín lleno de violetas.

Era el fin.

Era su fin.

[ ... ]

"Cuando quitó el velo para besarme, me sentí desnuda y vulnerable.

El velo cubría y protegía las violetas de mis ojos, el morado de nuestro amor.

Él simplemente estiró sus manos, arrancando las raíces de mi jardín, y plantó un beso con sus labios espinosos, atravesándome la piel.

Sangré y sangré, y pensé que alguien se daría cuenta. Interrumpiría el matrimonio y gritaría horrorizado, preocupado por mis labios, pero cuando alcé la mirada, pude notar que cada presente allí sangraba, por las paredes escurría aquel líquido rojizo y la gente se volvía parte de ella.

Todo el mundo estaba tan jodido como mis violetas.

Tras el velo no podía apreciarlo.

Tras el velo todo era más lindo, porque allí, escondida delante de mí, estaba Minji.

Mi rojo, pero no mi sangre.

La única felicidad real que alguna vez experimenté.

Me arrepiento de no haberme lanzado hacia ella, me arrepentí de no ser capaz de arrancar la maleza, y mucho más me arrepentí de no haber parado aquella unión tan simbólica para mis padres antes de que me amarran de las muñecas.

Me arrepiento cada mañana al despertar, me arrepiento cada que él me besa, pero ya no puedo salir de aquí.

Espero que mi rojo viva feliz en algún lugar, pintando cada cosa a su alrededor con la pasión que solo su corazón puede entregar.

Con el azul más nostálgico y todo mi amor eterno,
tu Haerin".

__

¡no es el fin! falta la segunda parte (esa léanla hasta llegar al máximo final).

escribí y finalicé este two-shot hace muuuuchos meses, pero nunca me terminó de convencer/gustar, y sigue sin hacerlo, de hecho dudo que alguien lo haya leído sin saltarse partes (omg, sueno como mi mamá, así cmo complejo de víctima, JAJSJK, pero les juro que no, es lo q opino de heart), y me parece q está medio-bastante aburrido con tanta "poesía" al peo (les juro q puedo escribir poesía más bonita si es personal , esto no lo cuenten 😢).

entonces, si vale tanta 💩, ¿por q lo subo? les diré la mera verdad: de puro aburrimiento, ÑELXJSJJ, probablemente lo borre o lo termine subiendo a un libro de one-shots q tengo en otro perfil.

bueno, y si quieren darme su opinión acerca del fic, sea buena, mala, neutra, da igual, se los agradecería caleta. me sirve mucho para mejorar (aunq en este fic no le puse verdadero esfuerzo).

PERDÓN, MIS NOTAS SON TAN LARGAS SIEMPRE, CHAO 😭😭

p.d. (ñejaje): nunca subo algo sin corregir la ortografía antes, pero ahora me da mucha paja (perdón si hay mucho error), algún día lo haré 🙏

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