Capítulo 4
La cansina espera era ya habitual para esos pescadores, la noche de Alaska les dictaminaba que era hora de volver a casa, sin embargo, en todo el día no lograron conseguir ni un pez. Aprovechando que poseían una linterna, la apuntaron al agua para atraer alguna presa, no podían darse el lujo de volver a sus hogares, y extenderles a sus familias unas manos vacías, el hambre movía a las montañas.
Los dos pescadores permanecían sentados a la orilla de aquél pequeño riachuelo, con los árboles de un pequeño y oscuro bosque por detrás. Uno de ellos, se relajaba fumando un cigarro, por fortuna, el aire no era tan fuerte el día de hoy, por otra parte, el frío le había obligado a volver a probar el tabaco tras unos orgullosos y ahora inútiles seis meses de abstinencia.
—¿No tienes otro de esos cigarrillos? —preguntó su joven compañero con la nariz roja.
–No le— contestó de forma seca el más grande, le daban ganas de bromear diciéndole al novato que él se lo había buscado por embarazar tan pronto a su novia, pero luego recordó que él había hecho exactamente lo mismo. El matrimonio precoz era algo común en su comunidad, después de todo, sin educación, sin oportunidades, sólo les quedaba hacer perdurar la especie en la zona olvidada de Estados Unidos.
–Gracias –dijo el adolescente rascándose la cabeza–. ¿No cree que deberíamos irnos?
–¿Por qué? –el adulto miraba la red con fe, también quería irse. Sería capaz de sacar su rifle y darle un balazo al agua por la ira, pero sólo tenía dos balas, y una mala precisión.
–Porque tal vez es peligroso –el casi niño miró a su alrededor, como temeroso de que algún lobo apareciera y lo devorara, imaginaba todos los posibles depredadores nocturnos acechándole.
–Peligroso es que llegues con tu mujer preñada sin siquiera un maldito camarón.
–Creo que deberíamos ir a Canadá –siguió diciendo el principiante decepcionado, miró al cielo imaginando la frontera, se volvió a su compañero–, pero no contamos ni con el capital ni con el permiso de sus padres. Eso es lo más triste...
–¿Sus padres? –El mayor miró al joven, y en él se vio a si mismo.
–No –replicó el chico moviendo un poco su caña de pescar–, vivir observando la frontera, imaginando las oportunidades, una buena vida, tan cerca de nosotros, y tan lejos a la vez.
El muchacho suspiró, acarició la vieja superficie plástica de su instrumento de pesca. Inesperadamente, el viejo le tocó el hombro, y le extendió el cigarrillo con algo parecido a una sonrisa.
–Gracias –el adolescente fumó por primera vez ahí, en la noche a mitad de la nada, con su casa a poco menos de una hora, y sin nada que comer.
Milagrosamente, su caña de pescar comenzó a sacudirse. La suerte acababa de premiarle. Su compañero le miró atónito, y luego, la suya también atrapó algo, un pequeño cardumen nocturno. Por un momento, el adulto se extrañó, porque eso sólo sucedía en el deshielo de la montaña más cercana, pero no le importó, y sacó al enorme animal que aún se retorcía. Luego le ayudó al chico a sostener a su presa, que por lo visto era más grande.
De vuelta a sus respectivos hogares, caminaban alegres por el pequeño bosque de pinos nevados, sorprendidos y agradecidos a la vez, llevaban dos cubos llenos de alimento. Platicaban.
–Silencio –susurró repentinamente el mayor, acababa de escuchar algo, seguramente un lobo.
El joven agudizó su oído, miraba a todas partes, en busca de algo. Luego también lo escuchó. Lento, bajo, pero perceptible. Una respiración. Siempre supo que los cazadores del reino animal –lobos, zorros, osos– disfrutaban de la noche, pero nunca había estado así de asustado.
Su acompañante sacó su viejo rifle, se le veía en alerta. Hasta que volteó hacia arriba. El chico se preocupó, ¿Qué había? No quería perder de vista el suelo en busca de algo, pero a la vez deseaba saber qué miraba el otro, que cargó su arma.
Entonces otro sonido se escuchó, similar a un chasquido, venía de los árboles. El mayor apuntó su pistola. Lentamente, el chico fue levantando su cabeza. Había algo anormal en uno de los pinos, justo el que veía su camarada. Distorsionado.
–Vete –le susurró sin descuidar su arma.
Temblando, el muchacho fue dando pasos hacia atrás.
–Vete –dijo una voz distorsionada. Desde el árbol.
No necesitaba más, el viejo pescador jaló el gatillo con fuerza, líquido fluorescente le salpicó. Fuera lo que fuera, había saltado del árbol, pero no logrado escapar de la bala. Las ramas de otro pino se movieron. El hombre disparó otra vez.
No sirvió de nada.
El novato volvió para ayudar a su amigo, pero sólo pudo ver como tres puntos rojos se marcaban en el pecho de su amigo. Un destello azul se formó a toda velocidad, y una ráfaga del mismo color salió disparada hacia él. El "disparo" le atravesó con violencia lanzándolo contra el tronco de un pino. La madera crujió por la fuerza.
Horrorizado, el adolescente pudo ver cómo esta vez los puntos rojos se posicionaban en su frente.
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