Capítulo 20
«Conque así voy a morir —la voz de Jack sonaba más suave en su mente—, mejor de lo que esperaba, a decir verdad».
Bajó la mano trémula una vez que Rodríguez embistió a Calder Jones y Schaefer propinó un golpe al soldado. Jack no pudo evitar sonreí, «Yo no estás solo», se dijo apuntando otra vez el revólver en dirección a su atacante.
—Y no pienso volver a estarlo.
Jaló el gatillo y la bala dio en el muslo derecho del soldado, un chorro de sangre salió al frente indicando que el disparo no impactó contra el hueso.
Calder Jones sujetó del brazo a Rodríguez y le giró la muñeca provocando un sonoro tronido. La mujer apretó los dientes y pateó a Jones en la entrepierna mientras Schaefer le rodeaba el cuello desde atrás, intentando colapsarle la tráquea, no necesitaba más de veinte kilogramos de presión, pero el Delta Force aferró sus dedos como garras al brazo de Richard obligándole a ceder lentamente.
El mastodonte cerró los ojos y el pasamontañas le cubrió el párpado un instante antes de permitirle ver a Rodríguez apuntándole a una zona no letal del costado como vulgar intimidación.
—Habla, soldado —dijo el detective apretando lo bastante fuerte como para impedirle respiración normal pero sin asfixiarle—. Mencionaste a Dutch.
Calder permaneció un instante en silencio sopesando sus alternativas mientras Rodríguez daba pasos hacia atrás en dirección al herido Jack Yaeger.
—Habla o te mataré aquí mismo —rugió Richard apretándole todavía más.
«Para eso estoy entrenado, detective», se dijo el Delta cuando terminó de hacer cálculos.
Vio la llanta de refacción tendida frente a él, la cajuela abierta hacia arriba y una escopeta en el asiento del copiloto. Comenzó a apoyar su peso hacia el frente ahogándose, tal como planeaba, el detective le sostuvo.
«Si no puedes ir al norte.»
—Mata a Schaefer —ordenó Calder finalmente.
«Ve al este.»
Inclinó todo su peso a la derecha y pataleó con la pierna izquierda para lograr inclinarse, su codo golpeó el hígado del detective que perdió el aire mientras ambos perdían equilibrio.
La mano de Calder sujetó la nuca del neoyorkino y le propinó un golpe con el dorso de la mano quedando ambos como Hércules y Diomedes.
Rodríguez apuntó nuevamente a Jones pero fue tarde, como un fantasma, Calder saltö sobre la llanta de repuesto y cayó de bruces en el interior de la camioneta, cerró la puerta de la cajuela y se lanzó hasta la escopeta del frente, la cargó en un par de segundos tras esquivar un disparo de su propia compañera, quedó montado enmedio de ambos asientos sobre la palanca y disparó.
Rodríguez y Shaefer se tumbaron al suelo esquivando las potentes cargas que hicieron volar la luna trasera de la camioneta, los vidrios saltaron en todas direcciones.
—Mierda —Jack se lanzó a la nieve alejándose del vehículo, algo le quemaba la garganta y supuso que era su propia sangre. Le ardía todo el hombro y el brazo. Su mejilla se raspó con el suelo y entonces lo escuchó—. ¿Qué diablos?
Un ente cuadrúpedo con la textura de un rinoceronte corría en dirección a él abriendo sus fauces como las puertas del infierno y sacando su larga lengua como una serpiente apresurándose a engullirlo. El animal hizo un sonido como el de un caimán y aceleró golpeando los árboles cercanos.
Jack se apresuró a vaciar las balas de su revólver en la caveza de su adversario apenas provocándole salpicaduras de sangre a los costados de los ojos. Profirió un grito listo para morir y en ese instante dejó caer el arma.
—Al diablo —murmuró extendiendo ambos brazos.
—Toma esto —dijo la inconfundible voz de Richard apuntando el arma de Rodríguez y vaciando el cartucho en una amarillenta lluvia de balas que abolló el cráneo del animal y le obligó a retroceder dos pasos, Rodríguez apareció a su lado con la Borgi-AK400 de Calder en mano.
—A las patas —exclamó la mujer comenzando las descargas.
Schaefer se colocó frente a Jack sirviéndole de escudo, mientras otras dos bestias hambrientas aparecieron con sus pequeños ojos brillantes, similares a dos gotas de agua clavadas en Calder Jones. Los dos animales embistieron la camioneta impactándola contra los árboles resistiendo las balas de la escopeta que el Delta disparaba desde adentro reventando los vidrios.
El techo del auto se abolló como si fuera un molde para pan al chocar contra un tronco, mientras las puertas cedían al ataque de las bestias.
Se lanzó cual delfín a la parte de atrás de la camioneta recordando que —antes de la masacre en que Schaefer derrotó a la criatura— los soldados habían vaciado todo el arsenal de las camionetas. Buscó con la esperanza de encontrar algo.
Y por lo visto estaba de suerte.
—¡Jack! —gritó Rodríguez viendo como una de las dos criaturas que acosaban a Calder Jones se daba vuelta lentamente mirándola— ¡Jack!
En eso, las tres bestias parecieron comunicarse entre sí y se alejaron entre las sombras, cada una en dirección diferente.
El cazador estadounidense parecía perplejo hasta que oyó su nombre por segunda vez.
—Tengo un cartucho rojo con dardos en mi bolsillo de atrás, sáquelo.
—¿Cree que se hayan ido? —preguntó Jack mientras se acercaba al prominente trasero de la mujer.
—Negativo. Cambiarán de estrategia.
—Nos emboscarán —dedujo Schaefer.
Una granada salió volando del interior de la camioneta y cayó a un metro de donde estaba Jack, intentando decidir de entre la docena de bolsillos que Rodríguez tenía atrás.
—¡Abajo! —gritó Richard tomando a Yaeger como un peluche y dando un salto al tiempo en que la granada estallaba y trozos de metal se enterraron en una de las piernas del Jack, las llamas también alcanzaron a lamerle los pies.
—Jones —dijo Rodríguez también tendida en el suelo cuando la explosión cedió como una manzana pudriéndose y perdiendo tamaño— ¡Phillips debió ordenarte que nos mataras! Pero he hablado con Truman, la orden de la jefa de asuntos internos de la NSA es llevar al detective a la base ¡Acate una orden soldado! —mencionó el cargo de Truman para recordarle a su compañero que ella tenía un rango superior al de el general.
«Pero ella ha sido destituida por los altos mandos —se dijo Calder sin inmutarse sosteniendo el resto de las granadas—, ella no tiene la misión.»
Jones no reparó en la cabeza que se irguió detrás de la camioneta, las fuaces del cuadrúpedo atravesaron el vidrio y la puerta cayó en segundos, estuvo apunto de arrancarle la pierna pero el militar ya había hecho lo suyo, lanzó la otra granada al exterior y ésta fue a parar sobre la lengua del animal.
Jones apenas pudo huir de la explosión y menos de los trozos de carne que llovieron saltando del auto nuevente, su tobillo chocó con la llanta todavía tirada y vio su motocicleta adaptada a pocos metros, ahí tenía otra arma.
Jack perdía el equilibrio al sacar el cartucho rojo con los dardos, el sonido de la explosión en la camioneta reventó sus tímpanos y un zumbido invadió su cabeza dejándolo incapaz de oír sus pensamientos y sobre todo, los disparos que Schaefer y Rodríguez ahora dedicaban a otra de las bestias que volvió de entre la oscuridad en reemplazo de la que ya habían herido.
La luz de la camioneta estallando había sido visible desde lo lejos, donde el yautja temía que sus tres criaturas hubieran caído.
Amplificó su rango de visión, pero sólo veía los residuos térmicos de la explosión. Su compañero apareció invisible detrás, y ambos se miraron un instante antes de que el nuevo le señalara al domador un punto, el cual ambos enfocaron y reconocieron a Richard Schaefer y otras dos personas combatiendo a una de las bestias.
Lo reconocían por una simple razón.
Después de la masacre, volvieron al punto donde el novato vigilaba sólo para encontrar el rastro de muerte, y un casco en mal estado tirando entre los cadáveres.
Al ponérselo, vieron todo lo acontecido e identificaron a Schaefer atacando a su nuevo elemento. Los dos yautjas —y su científico también— no tardaron en descubrir que el cadáver de su elemento caído estaba desaparecido.
Ambos caminaron lentamente para observar de cerca.
Richard Schaefer y Rodríguez apuntaron a los pies de la bestia que cambiaba de posición seguido como un perro ladrando y seguido se lanzaba a ellos dispuesta a morderles.
Jack extendió el cartucho rojo hasta la mujer y ella lo sostuvo mientras daban pasos hacia atrás.
Recordó la voz de Tim Simpson hablando sobre el ruido del helicóptero.
—Veneno, una vez que lo disparen, tendrán dos minutos para hacer hablar a su objetivo; les recomiendo que sea rápido, pues empezará a perder los sentidos.
Calder Jones llegó a su motocicleta y pudo ver a los ojos al tercer cuadrúpedo a dos metros de él, cuya cabeza sangraba y pintaba de rojo sus dientes afilados. Ambos respiraban con dificultad, él se preparó para lanzar otra granada y luego desmontar su rifle con mira láser de la Zuzuki.
Cuando sonó el silbato, se puso alerta.
El animal comenzó a retroceder tambaleándose y Calder no pudo resistirse, demontó el rifle y apuntó la mira láser hacia la oscuridad en que desaparecía la cola del animal. Jaló el gatillo del arma —un híbrido entre ametralladora y rifle de largo alcande diseñado por Industrias Borgia— y una ráfaga de quince balas cruzó las patas del animal que cayó al suelo rugiendo agotado. Calder se acercó y continuó hasta que líquidos amerillentos y hediendos manaron del cráneo.
Rodríguez hizo lo mismo, disparó el dardo y éste se clavó en la espalda del animal que retrocedía.
—Un silbato —Jack se estremeció tirado en el suelo, mientras Schaefer se dedicaba a presionarle la herida en el omóplato—. Ya tuvieron bastante con vernos... Vendrá su mismo dueño...
—Calma, Jack, no hables —Richard le miró a los ojos.
—Ricky... Gracias p-por salvarme —tosió—. Creo que estamos a mano.
—No lo hice por estar a mano, amigo.
—Dejen el romance, señores —dijo Rodríguez con el cartucho rojo en la cintura—. Jack tiene razón, algo se mueve en los árboles.
—¿Qué son esos dardos? —inquirió Richard.
—Veneno, ya no debemos preocuparnos por la cosa esa.
—¿Y crees que haya sido suficiente?
—Tarda veinte minutos en matar a un tiburón, tú dime.
—Debes decirme donde los venden —sopló Jack riéndose.
—Retrocedan —Rodríguez comenzó a apuntar su arma en varias direcciones, recorriendo 180 grados—. Ya sabemos que son sádicos y pacientes. Richard, sujeta a Jack y aléjalo.
—Perdimos la camioneta.
—Jones debe tener un vehículo —Schaefer tomó a Jack y le ayudó a ponerse en pie—. Eso es un problema —le susurró señalando sus quemaduras rojizas en la pierna.
—Créeme, esto no me va a matar, amigo.
«Yo sí.» Calder Jones no se daría por vencido.
Tenía las granadas colgadas de la cintura.
Cargó su arma larga y disparó dándole un tiro a Schaefer, justo en el costado.
La sangre manchó las prendas del detective que se dio media vuelta y pudo ver a su enemigo, y a su vez, a un delgado yautja desactivando su camuflaje entre los árboles.
—¡Corran! —Rodríguez disparó y falló al darle a varias ramas cuando el yautja saltó por los aires en dirección a ella.
Calder aprovechó el momento y le disparó al alienígena salpicando de verde a su alrededor, un alarido más parecido a un rugido y el monstruo cayó en el suelo de pie no sin tres dardos clavados en la zona descubierta del pecho.
Otros dos, y otros dos.
Cayó de bruces en diez segundos y su compañero apareció rugiendo detrás. Rodríguez pasó corriendo a su lado y chocaron hombros un segundo antes de que Calder de pertacara de la presencia del otro alienígena, se llevó las manos a la cintura, pero no encontró las granadas restantes.
«Mierda», las hojas y las ramas le golpearon los hombros, las raíces y las piedras le chocaron contra las plantas de los pies, bajo la suela de las botas.
Las granadas se sacudieron en su mano.
Rodríguez sintió como si flotara cuando saltó y se mantuvo en el aire casi diez segundos desde una rama hasta un desnivel, sostuvo su arma con ambas manos y aminoró la velocidad antes de dirigirse hacia un grueso tronco de árbol.
—Schaefer —dijo pensando el lío en que estaba—. Truman —confusión—. Calder —intrusión en la misión.
Se recargó del tronco lista para disparar antes de ubicar a Richard.
Calder Jones pudo ver cómo tres puntos rojos aparecían en su arma.
Apenas pudo soltarla.
La explosión lo lanzó tres metros hacia atrás, las manos se le quemaron en primer grado y una patada lo propulsó hasta impactar contra la nieve y resbalar con un silbido descendiendo cinco metros en diagonal a los árboles.
El yautja sujetó cuidadosamente a su compañero —todavía drogado—, le quitó los dardos y lo dejó ahí, respirando lentamente antes de erguirse y encaminar sus pasos en dirección a la mujer.
La silenciosa noche engullió a Jack, siendo ayudado por Schaefer para avanzar a través del misterioso bosque relleno de sonidos salvajes y el murmurar de las alimañas.
Sintió una aguja clavándose en la mitad de su cintura y un tirón en el cabello de la nuca que le hizo gemir.
Le ardía la pierna chamuscada por la granada. El aire se le metía gélido por la garganta y se le atrapaba espumoso a medio cuello, como queriendo asfixiarle. Miró de reojo a Richard, fuerte a pesar de la sangre que salía de él, resistiendo, pero vulnerable en la mirada, definitivamente disfrazada de valentía.
Aunque lento, cual tortuga marina arrastrando huevos sin nacer en dirección al mar, relentizado por él, por Jack. «Me llamó amigo —pensó— ¡Amigo! Oh, perra madre, me dijo amigo.»
—Ricky, tu herida sangra.
—Lo dices como si fuera importante —replicó él silenciosamente.
La bota de Jack resonó al golpearse con un tronco, el cazador perdió el equilibrio y cayó sobre su brazo izquierdo. Su pistola permanecía en su poder y cayó a su lado, con una bala nada más.
—Debo parar, Ricky.
Lo ignoró.
—Ricky.
Silencio flagelante y trémulo.
—Schaefer, no seguiré.
Richard pareció recibir una oleada de viento en los pulmones y erguirse, apretó los ojos un segundo y miró a Yaeger firmemente, con aquellos ojos de niño.
—Peso muerto —Jack señaló sus heridas rojizas, asintió.
Los ojos del cazador descendieron y volvió a escucharse dentro de su cabeza, «conque así voy a morir, mejor de lo que esperaba».
—Tiene razón —Rodríguez estaba detrás de ambos—, sólo nos retrasará.
Richard pareció palidecer.
Si fue por la herida o por la situación de Jack, no era posible saberlo. Miró al cazador, sosteniendo su revólver como si éste le sostuviera a él.
—Calder atacó al alien, tenemos poco tiempo, detective.
Schaefer no respondió, Ducth le susurraba algo inaudible al oído.
—Y yo les ganaré más —Jack se puso de pie recargándose incómodamente de la mujer, le sostuvo desde la cintura hasta agarrarse de sus hombros y dejarse llevar por sus pasos tambaleantes al tronco de un árbol.
Un rugido bestial llenó cada rincón del bosque.
—Eres buen hombre —fue lo último que le dijo el neoyorkino.
—Detective —insistió ella acercándose por última vez a Yaeger y escrutándole—. Gracias —le murmuró al oído en tono inmisericorde y pétreo, le dejó algo entre las manos y se fue.
«No lo soy —Jack los vio alejarse dejándolo solo—, no un buen hombre».
La noche era tan negra como ésta, pero distinta, repleta de un aire pegajoso como el sudor bajo la ropa. Jack Yaeger volvía alegremente y sin una gota de alcohol en el cuerpo a su cabaña, más temprano que de costumbre dada su buena fortuna de que las corrientes fría y caliente se mezclaban en el río dándole oportunidad de atrapar peces fáciles.
Silbaba y su afeitada barbilla estaba ligeramente levantada. Esperaba sorprender a su mujer y tal vez hacerle el amor toda la noche como anhelaba desde hace tiempo. Canturreó una melosa canción de amor antes de abrir la puerta y ver el horror que cambiaría su vida.
La traición había llegado tan de repente como él a la cabaña, inesperada y bruta.
Después de dispararle a Lucy a su amante, enterró los cadáveres con la pala que guardaba en su almacén y sacó una cerveza por primera vez en años, estupefacto en mente y cuerpo. Dejó caer la lata sobre la montañita que cubría la frialdad de su alguna vez amada.
***
Ahora ya no importa nada de eso.
Jack Yaeger está solo, de nuevo.
De acuerdo con la creencia popular, el preámbulo de la defunción es una vertiginosa amalgama de la experiencias propias de principio a fin, una montaña rusa a la velocidad del vacío donde los momentos resucitan y la vida se vuelve a vivir en segundos antes de que ya nada pueda hacerse, un último deleite amargamente satisfactorio, tan aterrador como orgásmico.
Jack Yeager lo reconsidera una vez que sus volátiles instintos de cazador se encienden y le presagian su propio final acechándole.
Respira más tranquilo agudizando el oído y buscando un punto preciso con los ojos, mezclando ambos sentidos mientras el tacto se hace cargo de empuñar el revólver, el mismo con el que —tiempo atrás— liquidó a su mujer tras engañarlo.
El yautja hace aparecer su casco cromado entre las sombras, a seis metros de donde Jack, refleja la joya nocturna y los ojos del cazador inyectados en determinación.
Jack se sorprende menos de lo que esperaba, aquella criatura parece salida de una película de horror; lleva un collar con pequeños y blanquecinos huesos en el cuello.
Él quita el seguro de su arma, mira al alienígena acercarse lentamente, resonando a cada paso mastodónticamente, aumentando su tamaño y mostrándose imponente.
—El caminar de un depredador —murmura Yaeger mirándolo fijamente—, el máximo de todos.
Llena los pulmones de aire y aprieta los dientes listo, pero el yautja lo ignora completamente y apenas lo voltea a ver diseccionando sus heridas con la visión de su casco, pasa de largo dejando al humano tendido e inservible.
—Un depredador selectivo —deduce Jack, gira sobre ambos talones y apunta trémulo a la espalda de la bestia.
La sangre verde brotó por el frente y el yautja se vuelve rabioso y abriendo ambos brazos para captar impacto visual, ruge y embiste a su atacante en un segundo, la aprieta el cuello con brutal fuerza desmedida mientras Jack mueve los brazos, lo levanta raspándole la espalda contra el tronco y entonces lo comprende.
Jack quita el seguro de las granadas que ha colgado del collar y sonríe.
—Hasta la vista, bastardo.
***
Un helicóptero Apache sobrevuela la zona de la reciente explosión. Los restos únicamente son biológicos, pues el arma de plasma ha acrecentado el poder de las granadas.
Tate Wilkins pasa su lengua por el colmillo de plata que lleva en la sonrisa. Sus hombres bajan del aparato y suben al Delta-Force Calder Jones, cuya mirada conserva la misma intensidad bajo el pasamontañas.
Le descubren en busca de heridas
—Menuda treta la suya —escupió Tate Wilkins pasándole las manos por todo el musculado pecho y luego por los testículos, le aprieta el pene un segundo y sus hombres sueltan una carcajada sobre el sonido de las hélices—. Phillips lo necesita vivo, sería una lástima perder a cuatro tipazos de su logia.
Calder no pensaba responder, y no lo hizo.
—En fin —Wilkins indicó al piloto que diera vuelta—. Hay cosas más importantes qué hacer.
Jones exhaló y miró el cielo nocturno, repleto de estrellas brillantes, tan brillantes como la desnuda piel mojada de Tim Simpson.
«Otro Schaefer a la lista —pensó, pero luego dudó y maldijo—. No lo vi morir, entonces no está muerto.»
A pesar de su falacia, su instinto la gritaba que necesitaba el cadáver de Richard, lo necesitaba frente a él.
Volvió al detective el culpable, y en parte lo era; sí, era mejor.
Calder Jones divisó la base Hopkins con los ojos, pero en su imaginación siniestras imágenes danzaban frente a él.
Más tarde, Phillips le dejó frente a los restos de sus dos fallecidos compañeros de la Delta Force.
—Los trajimos para que les dieran el entierro que merecen —dijo el general—. Eran Delta-Force, y eso ya es un honor.
Jones asintió, ya no llevaba el pasamontañas, ignoró a su amigo de la pierna cercenada y clavó sus ojos en los párpados blancos y cerrados de Tim Simpson, cuya cabeza era lo único afuera de la bolsa negra.
El pequeño cuarto usado de morgue era frío, la mesa bastante resistente.
A cualquier otro le hubiera resultado ofensivo que sólo se hayan tomado la molestia de reconstruir y cerrar las heridas de dos muertos entre todos los de la base Jefferson.
—Lo dejaré unos minutos aquí, el sargento Tate Wilkins y su teniente Garneth descubrieron una pista que podría llevarnos a los asesinos.
—No los matarán.
—No, soldado; esas no son las órdenes. Lo dejaré unos minutos, se lo merece. Al amanecer todo habrá terminado.
Dicho esto, Phillips salió.
Calder se apresuró a bloquear la puerta con una de las mesas rodantes para cadáveres, de repente se preguntó por qué tenían de esas allí, luego recordó que las normatividades estadounidenses eran claras con el ejército.
Con extremo cuidado, abrió el cierre de la bolsa para descubrir el rostro de Tim Simpson.
Lo tomó entre sus brazos y besó sus fríos labios en silencio.
Los ojos de Jones se humedecieron al sentir el gélido tacto del cadáver.
Cuando salió, lo hizo cabizbajo y con el único deseo de ponerse el pasamontañas y luego buscar a Richard Schaefer, vivo o muerto.
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