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Capítulo 19


La estatura es un elemento indispensable para intentar ser parte de un cuerpo tan exclusivo como los Delta-Force. Calder no tenía problema con ello, se puso el pasamontañas y contempló su mastodóntica figura con dos metros de alto por el retrovisor de la moto adaptada para ambientes nevados y sinuosos. Alaska no era la Antártica, pero en aquella zona definitivamente el clima helado era característico. El zumbido del poderoso motor de ocho cilindros zumbaba cual avispa debajo de Jones. Aceleró y se perdió en la penumbra de la madrugada contemplando el firmamento.

Las últimas dos horas fueron de lo más erráticas.

Schaefer estaba vivo, Calder había fallado, y ahora su obligación era solucionar aquello. Phillips ya lo había autorizado, incluso le sugirió que fuera acompañado a interceptarlo, pero el Delta-Force optó por ir sólo. Aquello era personal.

—Somos un equipo de élite diseñado para no fallar —solía decir el difunto Tim Simpson, su líder—. Confío en ustedes, aunque debamos abstenernos de muestras de afecto.

Calder veía a Simpson como un modelo a seguir. El pelo rojo de Tim era de lo más atractivo. Una tarde, en Moscú, Simpsom y Jones compartieron un momento juntos después de infiltrarse en el Kremlin. Rodríguez lo sabía, Calder era de lo más callado y eficiente en su trabajo por una clara razón: Temía revelar demasiado su lado humano. Y es que como Delta-Force, la vida y la muerte se vuelven parte del trabajo. Mataban sin compasión y sin dolor, eran capaces de dormir tranquilamente después de destripar a alguien. Y sin embargo, Calder Jones era el único que consideraba la posibilidad de tener una familia.

—Felicitaciones Delta-Force —les dijo el agente especial Burns, vocero de Michelle Truman—. Pueden celebrar en Moscú hasta mañana. Han concluido exitosamente su misión. Descansen.

—Sí, señor —replicó el capitán Simpson, pelirrojo y decidido.

Estaban sólo ellos dos, de incógnitos en el Hotel Malcovich. Ambos sabían que cuando terminaban una misión se convertían en seres humanos capaces de reír, amar y sentir ternura en contadas ocasiones, muy pocas a decir verdad.

Después de que Burns los liberó temporalmente de sus resposabilidades, tomaron una ducha juntos como las que tomaban siempre. Incluso Rodríguez se bañaba con ellos en las duchas colectivas y nunca se presentó un incidente. Hasta esa noche, cuando Calder Jones no pudo resistirse más, se dio media vuelta y miró a Tim Simpson a los ojos, resbaladizo y desnudo, tocó su piel brillante y una erección creció en ambos hasta que ambos miembros chocaron uno con el otro.

Calder Jones, conduciendo la moto en Alaska, pudo sentir todavía las manos de Simpson recorriendo su pecho y bajando hasta su entrepierna, lo recordaba siempre así. Aunque sólo lo hiciera una vez, había sido suficiente.

Aceleró la motocicleta, reprimió las lágrimas como siempre. Phillips no les había informado sobre la misión lo suficiente, pero no estaba entrenado pata cuestionar. El líder siempre tiene la razón. El líder siempre tiene la razón. La muerte de Simpson era parte del trabajo y no debía afectarle. Su mirada, él mismo, ni se inmutó.

«Matar a Schaefer —se dijo—. No fallar».

Scharfer sería su costal.

                                     ***

Es una realidad bien conocida que, los asesinatos cometidos en temporadas calurosas son los más brutales y erráticos; en contraste con los de invierno, las épocas frías, cuando la matanza es metódica y planeada. Aún así, el verano siempre es la época más cargada de trabajo en el escuadrón de homicidios de la Ciudad de Nueva York.

Richard se preguntó si aquella regla también aplicaba con los alienígenas con cara de cangrejo. El primero que vio fue en las últimas semanas de verano. Tal vez con el frío no eran iguales. 

—Detective —dijo Rodriguez mientras caminaban en la oscuridad.

No le respondió.

—Parece que tenía razón en cuanto a las criaturas, dijo que habían más porque el que vimos no llevaba un arma y los pescadores muertos tenían marcas de disparos. Estaba en lo correcto.

—Atacaron —adivinó Schaefer.

—Mataron a todos los hombres de una base militar, y masacraron los cadáveres que quedaban del combate.

—¿Esos son lentes de visión nocturna? —preguntó Jack, que caminaba delante de ambos.

Rodríguez negó.

—De visión térmica.

—Cielos...

—¿Los colgaron? —preguntó Schaefer recordando la fotografía que le mostraron en Nueva York.

—Yo no estuve allí, pero me informaron que algunos sí fueron colgados, sin embargo, el soldado que dio el informe, Andrew Garneth, asegura que los mataron rápido y que había cadáveres con marcas de mordeduras.

—Lo hicieron en venganza por la muerte de su amigo —dijo Jack, su perra Lucy volteó a ver a Rodríguez.

—Colgarlos boca-abajo es clara evidencia de sadismo —soltó Richard mirando al suelo—, así la sangre se mantiene en el cerebro permitiéndole a la víctima estar consciente durante la tortura. Eso produce placer en el asesino.

—¿Por qué cree que lo hagan, detective?

—Por deporte. Para mantener viva a la bestia.

—¿Qué dices, Ricky? 

—Ellos aman el calor, deben sentirse frustrados en el frío. Sin embargo, tal vez buscaban algo más, dudo que hayan venido a cazar aquí.

—¿Duda?

—Si hay varios cazando, ¿Por qué dejar a uno sólo como un guardia?

—Entiendo. Están aquí por accidente —dedujo Rodríguez—. Eso es lo más probable. Debieron dejar a un guardia porque sabían que podríamos ir a buscarlos y no quieren interferencia. 

Probablemente están incapacitados militarmente.

Lucy comenzó a ladrar a su derecha con violencia.

—Diablos... —Jack refunfuñó—. El terreno de la derecha era mío, todavía está cercado. No les importó nada venir a plantar sus antenas gigantes. Luego vinieron a echarme diciendo que estar cerca de la antena provoca enfermedades.

Richard Schaefer pudo ver el enorme titán metálico erguido con una silueta similar a la de Mazinger Z a la que el perro seguía ladrando.

—¿Siempre tuvo eso? —señaló Rodríguez extendiendo como espada el índice derecho.

Jack casi se tambaleó y su perra se lanzó en una carrera hasta allá ignorando los gritos de su dueño.

Cuando estuvieron cerca, Schaefer también la pudo ver...
—¿Recuerdas que mencioné a mis dos amigos pescadores desaparecidos? —preguntó Jack con la mirada clavada.

—Sí. Dijiste que la esposa de uno vino a buscarte para saber si estaban contigo y así fue como me encontraste.

—Pues era ella.

Como suele hacerse con las pieles de ciertos animales, las cuales se pegan extendidas en una superficie como banderas, ahora había una figura extendida pegada en la antena de treita metros de alto. Los ojos de la difunta mujer estaban amarillos y bien abiertos, de su boca salía un hilo de sangre y tenía un corte vertical de treinta centímetros desde el ombligo hasta la boca del estómago, que era visible desde la enorme chamarra rota por el mismo corte. En el suelo bajo ella, la nieve había absorbido la sangre, a pocos metros de un machete roto.

—Le abrieron el vientre y los intestinos cayeron al suelo —dijo Richard antes de darse media vuelta y volver al camino—, algún animal debió comerse ya las tripas.

Rodríguez tenía puestas las gafas, se las acababa de poner.

—Ya no hay calor en el cuerpo.

—Y aunque fuera reciente no lo sabríamos, la temperatura es demasiado baja.

La mujer y el rubio cargaron sus armas y se pusieron alerta. Desconociendo si había algún objetivo cerca. La camioneta se hallaba a sólo veinte metros de allí, tapizada por la humedad y con una pequeña larva arrastrándose sobre el parabrisas.

—¿Vamos a dejarla aquí? —preguntó Jack sobre los ya discontinuos ladridos de Lucy. Pero las miradas de sus acompañantes ya le recitaban la respuesta, se persignó y siguió a Richard con paso largo—. Esas cosas están dejando muertos a su paso. Te juro que les voy a dar un tiro en el culo cuando los vea.

—No debiste venir.

—Ricky, por Dios, ¿Acaso querías que me quedara encerrado en la cabaña bebiendo más?

—De hecho sí.

—Maldición, Ricky, tú eres mi amigo —dicen que el alcohol vuelve a los hombres o de lo más empáticos o de lo más violentos— ¿Sabes? Estoy harto de estar encerrado en esa puta cabaña, tengo que salir a cazar liebres para cocinarlas y a veces para vender cerca de la frontera, estoy ahorrando para una puta camiometa y largarme a Canadá para trabajar de lo que sea... Pero aquí ya no. Y esta es tal vez la mejor noche que he tenido desde la última vez que me follé a mi exesposa.

—¿Qué fue de ella? —terminó preguntando Rodríguez. Richard y Lucy la voltearon a ver.

—¿Lucy? La encontré en misionero con un arrugado pescador, sobre mi propia colchoneta.

—¿Misionero? —preguntó Rodríguez en voz baja.

Una vez sobre el vehículo, Schaefer recargó la cabeza en el asiento mientras  Rodríguez encendía el motor, que ronroneaba y ronroneaba. El neoyorkino inspiró hondo y miró a través de la ventana al exterior, donde las sombras reinaban abrazando todo a su paso, volvió sus ojos al frente donde los faros delanteros ya estaban encendidos y formaban interesantes y etéreos conos de luz sobre la blancura. Alguien golpeó el cristal con los nudillos al lado del detective quien giró la cabeza y vio a Dutch parado ahí, serio y firme como siempre lo imaginaba, le sonrió y clavó sus ojos azules en Richard conforme él podía sentir algo impidiendo el paso del aire por la garganta y el agua subía llegándole hasta las rodillas, llenándolo de moretones idénticos a los del colegio, Ducth seguía allá afuera sin ayudarle. Richard llevó sus manos hacia la puerta e intentó abrir, jaló y jaló, la puerta no cedía. Sus manos transpiraban.

—Ricky, Ricky, Ricky —escuchó—. ¡Ricky, por Dios! —repitió Jack tomándolo del brazo para volverlo hacia a él.

Richard Schaefer sintió cómo sus manos se enfriaban al dejar de cosquillear y sudar, una ráfaga de aire entró a sus pulmones y las pupilas se le dilataron. Ducth ya no estaba afuera.

—Detective —dijo Rodríguez—, le romendaría quitar el seguro antes de intentar abrir la puerta.
Richard estuvo apunto de formular un «lo siento», pero se abstuvo de hacerlo.


                                   ***


Taun'dcha era por mucho el más joven de los yautja en Alaska, y a decir verdad, no tenía problema con ello. Caminó a paso corto a través del pasillo de techo curvo en dirección a la sala de trofeos comunes con aquella asquerosa rata entre sus manos reptilianas, dispuso del animal y sus instrumentos sobre la mesa de operaciones donde yacían restos de presas, chasqueó con la boca mientras se dirigía a la pequeña cápsula que contenía el líquido negro...

La forma de conseguirlo había sido de lo más sangrienta, Taun'dcha recordaba a la perfección a sus hermanos yautja abalanzándose como bestias sobre los pasajeros de la otra nave sin un mínimo intento de razonar e investigarlos, la anatomía de aquellos era idéntica a la de los humanos exceptuando factores como la estatura y las armaduras orgánicas de las que disponían. El casco era atractivo, con un tubo respiratorio saliendo al frente cual trompa y recordando el aspecto exoesquelético de las «serpientes». Desafortunadamente, los titanes se habían inmolado antes de que Taun'dcha lograra recuperar muestras de las vasijas con líquido negro.

Para su buena suerte, lograron localizar otra de aquellas naves, y siguiendo su ubicación habían llegado al planeta, aunque la nave sufrió daños al ingresar a la órbita destruyendo las comunicaciones y el sistema de navegación. En otras palabras, mudos y a ciegas.

La rata emitía molestos sonidos cuando Taun'dcha le acercó la aguja y le inyectó una sola gota del líquido negro. 

Ocurría, otra vez.

El animal se retorció sobre la mesa como una serpiente agonizando, podía verse algo moviéndose en su interior, varias puntas intentando romper su piel de adentro hacia afuera, y los ojos tornándose blancos y cambiando de posición. El chillido de volvió un siseo y las espinas estallaron salpicando de sangre todos los instrumentos quirúrgicos. Dos patas extra, una boca más desarrollada, y la cola repleta de espinas al igual que toda la espalda.

El acelerador genético era efectivo en todo ser viviente.

Y Taun'dcha apenas contaba con esos pocos mililítros, más pequeños que un trago de agua.
Tomó la navaja y cortó a la rata por la mitad antes de depositarla en un prisma triangular aparentemente metálico. Giró uno de los vértices y disfrutó de la incineración cada segundo.
Esperaba encontrar la nave enterrada en alguna parte de ese primitivo planeta y reestablecer comunicaciones para hacerse con el descubrimiento.

Aunque para eso, sus compañeros debían darse prisa y dejar de lado la venganza de su novato caído. Entonces también se preguntó qué había pasado con el cadáver.

                                ***


La motocicleta Zuzuki adaptada para terrenos peligrosos vibró antes de que Calder Jones redujera la velocidad de 120 a 80 en pocos segundos. Activó el rastreador que le permitía ubicar a Rodríguez en cualquier parte del mundo y descubrió que todavía lo llevaba (era contra las reglas deshacerse de él) y mejor aún, que se acercaba justo hacia él a una velocidad constante de 100 kilómetros por hora, sin duda haciendo uso de una de las camionetas de la masacre.

Calder frenó por completo al deducir la trayectoria en dirección a la base Hopkins y aparcó la moto a medio camino. Desmontó el rifle Borgi-AK400, un prototipo de Borgia Internacional, con balas en forma de prismas triangulares hechas a base de lo que sea, bastaba con colocar el tubo inferior del arma en una superficie como arena o nieve para aspirarlo y que el mecanismo se encargara de formar las municiones. En esta ocasión, Calder llevaba las balas oficiales de titanio, una variante diseñada en colaboración con Colt. 

Armar el rifle era más complicado que dispararlo, esperó que el diseño final no tuviera tantas piezas desmontables. Tardó cuarenta segundos en tenerlo encendido. Sin mira láser. Ligero a decir verdad, y con termo-camuflaje. Perfecto para las misiones contra enemigos equipados con visores térmicos.

«Richard Schaefer viene con ella», pensó.

La baja de Schaefer era la única necesaria, luego volvería con Rodríguez. Era obvio que ambos estaban juntos, ¿Cómo lo sabía? Simplemente confiaba en su instinto.

Pudo escuchar el lejano ronroneo de un motor acercándose. Los conos de luz también aparecieron, y luego la camioneta.

Inhaló, exhaló. Inhaló, exhaló.

Richard Schaefer frunció el ceño cuando las llantas tronaron acompañadas de un silbido silencioso. Le recordó a la lejana época en que la camioneta de los abuelos se detenía gracias a la vieja bomba. Jack y Richard bajaron y caminaron hacia atrás, a la tomar uno de los repuestos, mientras Rodríguez se dirigía al frente murmurando cosas inaudibles para la polilla que volaba frente al faro delantero izquierdo.

—No me gustan las camionetas —dijo Jack sujetando la rueda, que le apretaba chocando contra su viejo revólver sobre el cinturón—, a decir verdad nunca he tenido una.

—Yo sólo tengo un Tsuru —replicó el rubio—, y técnicamente lo comparto con mi compañero del escuadrón de homicidios.

—Al menos no debes caminar a todas partes, Ricky.

«Sólo Dutch me decía Ricky —pensó—, sólo él».

Jack apretó los párpados y sostuvo firmemente la llanta y señaló la otra con la barbilla, Schaefer asintió y la tomó, cayendo en la cuenta de que nunca se creyó capaz de lograr hacer ese esfuerzo en su adolescencia.

Aunque le costaba admitirlo, Jack quería formar un amigo en Ricky, uno que no fuera un can, como Lucy, quien no había subido a la camioneta y seguramente estaba de vuelta en la cabaña, afuera sin duda, acurrucada en el cajón de sábanas viejas que él dejaba siempre que la castigaba. Lucy era su única compañía real, y ahora el destino le traía al detective Richard Schaefer. Volteó a verlo otra vez... Pero vio algo que no le permitió sonreír, una nariz apareció en la oscuridad y avanzó hasta convertirse en Calder Jones apuntando el rifle, pero no hacia el detective.

Jack sólo pudo sentir el calor invadiendo su hombro cuando el omóplato quedó irreparable, la rueda cayó al suelo al tiempo en que Schaefer se daba vuelta con la otra llanta pegada al pecho y miraba el ya familiar pasamontañas de Jones, esta vez con el Borgi-AK400 apuntándole al centro del pectoral izquierdo.

—Calder, baja el arma —Rodríguez apareció al lado del rubio apuntándole a Calder.

Ninguno de los dos estaba entrenado para acatar órdenes de alguien con su mismo rango.
Calder seguía apuntando a Richard, saboreando cada instante e imaginándose en él a Tim Simpson, quien se había acostado con él sólo una vez y luego ignorando el hecho, actuando como si nunca hubiera ocurrido. Debajo del pasamontañas se formó una sonrisa. Cargó otra vez pero fue tarde, Jack apretó el gatillo de su viejo revólver y el disparo impactó contra la sien de Calder, que disparó contra Schaefer fallando.

Rodríguez se apresuró a balear la Borgi-AK400.

En eso, un rugido monstruoso resonó a su alrededor y la invisibilidad de un yautja se vio desactivada. Su visión infrarroja captó a Richard Schaefer, y supo que era el momento indicado. Sopló en el silbato y escuchó a sus mascotas gruñir entre los árboles. 


Los tres enormes monstruos cuadrúpedos llenos de huesos puntiagudos en la espalda corrieron como jabalíes apuntando sus colmillos todavía ensangrentados por su festín en la base Jefferson.  

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