Capítulo 11
Burns se había arrastrado para que las chispas no quemaran su cuerpo. El plan de Schaefer había dado resultado, la criatura era completamente visible ahora. Soltó su casco rápidamente en la nieve, mostrando dos pares de mandíbulas húmedas que terminaban en largos colmillos blancos. El monstruo y Schaefer exclamaron un grito al mismo tiempo.
El detective no tardó en disparar a quemarropa.
El asesino corrió directo a la máquina y saltó encima de ella como si fuera un atleta olímpico. Cayó frente a Schaefer.
La nieve se manchaba de sangre verde, la bestia le arrebató el arma y la lanzó a un lado. Abrió nuevamente sus mandíbulas dejando salir saliva de su pequeña boca con unos escasos 6 incisivos. De su muñequera se extendieron un par de navajas alargadas.
La teniente Rodríguez disparó por detrás, la bala dio justo en la espalda media del asesino, que se giró para ver a su atacante a traición.
–Vamos –susurró la mujer, pero algo le distrajo, una pequeña libélula estaba volando estática, Phillips los vigilaba. Rodríguez disparó nuevamente, dio en el blanco.
La latina observó como su atacante se desplomaba derrotado. Cayó de forma lenta, su peso levantó nieve al chocar con el suelo.
Rodríguez suspiró. La "cosa" movía su diafragma. Respiraba.
Con lentitud, se acercó, curiosamente, el monstruo no liberaba algún olor desagradable. El líquido verde manaba de sus múltiples heridas, las mandíbulas estaban completamente abiertas. Era realmente fornido, pero no parecía estar completamente desarrollado por lo poco marcado de los músculos de su abdomen, que aparentaban poder ejercitarse como los de un humano, una malla cubría su piel donde la escasa armadura no llegaba a tapar.
Sin bajar la guardia, se puso frente al rostro del caído. Los tubos capilares que le llagaban al hombro se encontraban extendidos en la nieve. Ella sacó una pequeña pistola de su uniforme militar negro y la colocó en la frente amarillenta dispuesta a vengar a su equipo, quitó el seguro contemplando la cara del asesino.
Abrió los ojos. Con una velocidad endemoniada, el cazador llevó su brazo hasta el de la mujer, apretó y alejó el arma de su cara, lanzó un puñetazo al estomago de la chica, y la dejó caer en la nieve. Se irguió con facilidad. Miró a su presa adolorida. Acarició el pecho de la soldado con sus dos navajas de muñeca, indicándole cuál era su destino. Pero el asesino no perdería tiempo, aún tenía un objetivo pendiente, el responsable de su estado actual.
El piso de la cabaña susurraba crujidos casa vez que Richard daba un paso en él, afortunadamente estaba adentro, y, suponía, que no se lograba escuchar hasta afuera. Esperaba. La última vez que se había enfrentado a un enemigo como el de hoy ocurrió hace mucho, tanto que casi lo olvidaba. Mentira, él no olvidaba nada. Ni aquella noche, en Central Park. En la que la señora Schaefer pereció frente a sus ojos.
La recamara era pequeña, con un par de camas individuales. El cuerpo del otro soldado al que buscaban estaba tirado en el suelo, con una hendidura en la espalda. Su columna reposaba a su lado, junto a una granada.
Algo detuvo al detective, ¿era la cabaña? Tantos recuerdos tenía por una simple casa de madera a mitad de la nada. Por un momento, creyó que sus abuelos abrirían la puerta y lo descubrirían jugando con la serpiente disecada junto a su hermano, Dutch.
Pero el sonido que escuchó no era producto de sus abuelos, ni de alguien humano. Por la puerta entró alguien, y sus pasos sonaban acompañados de una respiración fuerte. El cazador había vuelto, pero ésta vez, la presa le esperaba con paciencia.
Richard se ocultó debajo de la cama, se deslizó hasta quedar pegado a la pared de madera.
El asesino caminaba lentamente, se le escuchaba ronronear, la madera crujía como si estuviera apunto de romperse. Sus dos enormes pies pisaron la recámara. Avanzaron hasta quedar al lado de la cama, debajo de la cual estaba en detective, que casi aguantaba la respiración para no delatar su ubicación, aunque dudaba que eso fuera útil.
Gotas del líquido fluorescente caían a su lado, estaba muy herido como para permitir que el responsable huyera sin pagar. El cazador no se movió, se quedó ahí, quieto como si supiera que su presa se encontraba ahí, tal vez para causarle pánico.
Una ligera oleada de frío masajeó la espalda del rubio, giró su cabeza y miró una pequeña rendija en la madera, pudo ver el exterior; seguramente, las ratas entraban y salían por ese hueco como en las caricaturas. Richard comenzó a sentir cómo de le erizaban los vellos de los brazos, el ronronear de su rival era suave, el leve eco de una gota de sangre chocando contra el suelo llenó el cuarto.
Por un instante, todo se mantuvo en silencio, ni respiraciones, ni pasos, Schaefer casi intentaba apretar sus pulmones, una sola exhalación se deslizó de entre sus labios quebrantados por el frío. Con paso desconfiado, el cazador caminó hacia atrás, directo a la puerta, haciendo crujir el débil piso, los enormes y reptilianos pies del susodicho apenas y se separaban de la madera. Bufó cansado y finalmente salió.
Richard Schaefer esperó un par de segundos sin mover un solo músculo, no era la primera ocasión en que se ocultaba de un enemigo, ni las peores circunstancias en las que había tenido que hacerlo, aunque tal vez era de las que competían con el primer lugar.
El detective se giró con rapidez, el hueco de la pared lucía frágil, la madera poseía un aspecto demacrado, por lo que la oportunidad era clara. Colocó sus manos en lados opuestos del agujero, dispuesto a fabricar una salida de emergencia, frunció el ceño, y empezó a contar. 3, 2,...
Dos poderosas manos entraron por debajo del colchón, y le tomaron desprevenido por la espalda, no le arrastraron, no, con fuerza endemoniada, ambos brazos presionaron los costados y levantaron el cuerpo de Schaefer, haciéndolo chocar contra la cama que se rompió en mil pedazos. Chocó contra el techo de la cabaña y luego cayó con violencia al otro lado de la recámara junto a la columna vertebral del soldado caído.
La bestia guardó silencio un instante, parecía disfrutar ese breve instante en que su presa lucía derrotada, al borde de la muerte, sin esperanza; pero el detective no daría poca lucha, estiró su espalda provocando que sus huesos tronaran, e irguió la cabeza, un hilo de sangre escurría de su boca, se lo limpió.
–¿Es todo? –dijo el rubio aún tirado, sopesaba sus casi nulas alternativas, extendió sus brazos para tener un punto de apoyo con que levantarse, sus manos estaban adoloridas, pero fue la derecha la que palpó su salvación, helada, dura.
El monstruo ronroneó satisfecho, mostró el afilado par de navajas que llevaba en la muñequera metálica, cerró el puño haciendo que estas se extendieran aún más, hasta compararse con la longitud de su brazo, estaban manchadas de seca sangre purpúrea.
Actuó rápido.
Richard se levantó sujetando la granada del difunto militar entre sus manos. Le quitó el seguro con facilidad, la lanzó con la agilidad de un jugador de fútbol americano directo a la creatura que se aproximaba lista para atravesarlo.
El detective se lanzó directo a la puerta como un clavadista.
La granada estalló, llenando la recamara de luz, el estruendo fue breve y grave. Pequeños fragmentos metálicos saltaron y se enterraron en el cuerpo del cazador, que se impactó contra la madera. La chamuscada pared se rompió y el humanoide cayó al porche dejando un enorme agujero humeante.
Schaefer se puso de pie, recargándose en el marco de la puerta, la recamara contaba con un nuevo acceso ahora, un muy grande e irregular. A través de él, se veía el derrotado asesino, enmarcado por la perdición. Detrás, el precipicio. La mente del policía le sugería que aquél barranco era un buen lugar para deshacerse de su enemigo.
Burns se materializó afuera, miraba al vencido con asombro, y luego miró al vencedor, no se resistió a abrir la boca, anonadado. Entró corriendo a la recámara por la puerta recién hecha, y sujetó al detective como si fuera un discapacitado.
–Estoy bien, Burns –dijo Schaefer negando la ayuda, dio un paso delante.
–Dudo que él lo esté –manifestó Burns intentando ocultar una sonrisa, mirando al enemigo masacrado.
–¿Es todo? –espetó la diabólica voz de nuevo.
Como si de un demonio se tratase, y ningún arma le afectara, el cazador levantó su trémulo ser, la nieve cayó de su cuerpo, fueron esta vez los óseos de la bestia los que sonaron. Inclinó su cabeza a la derecha.
Richard estalló en cólera, olvidando su dolor, tomó entre sus manos un trozo de madera chamuscado, y corrió directo al asesino sin importarle nada.
Sin piedad alguna, el detective golpeó con todas sus fuerzas a su rival, rompiendo la madera por el golpe. El humanoide intentó agarrar a su presa para lanzarla al precipicio que tenían detrás, pero el susodicho, como si no fuera suficiente, enterró la mitad de tabla que quedó en sus manos en el pecho amarillento del tipo cara de cangrejo.
Recordando dónde estaban, el detective empujó al asesino directo a su muerte.
Su caída fue veloz, el grito que recién había comenzado a lanzar, se silenció cuando el impacto con la superficie tomó protagonismo. El peso del monstruo fue tal, que su cuerpo llegó a tocar el piso sólido. Nadie, humano o no, sobreviviría a esa caída de casi treinta metros con tremenda masa corporal.
Se hiperventilaba, sí, el policía neoyorkino no controlaba su eufórica respiración, desconocía si esa extraña sensación provenía del placer por matar, o por hacer justicia, supuso que por ambas. Recordó aquella frase que su padre recitó a él y a Dutch tras una tarde de cacería en el bosque: "Existe un mundo de diferencia entre matar por diversión, y matar porque es necesario".
Lo irónico, era que la cacería era un deporte, no necesario, pero tampoco divertido en sí, sólo servía para liberar los demonios internos de las personas; matar, era el más claro acto de liberación del estrés, y a su vez, de la locura.
–¡¿Lo mataste?! –Exclamó una voz femenina por detrás.
Era la teniente Rodríguez, con una sonrisa de oreja a oreja, sujetada por Calder Jones; cuándo se había recuperado de aquél choque con la pared, y cómo, era un misterio; cosa que asustó al detective, tal vez el tipo del pasamontañas era más máquina de matar que hombre, que humano.
Calder clavó su mirada felina en la nieve, manchada de sangre verde, era evidente el destino que había tenido el enemigo. Jones acomodó su intercomunicador en su oído, comenzó a recibir señal. La libélula robótica F-22 se integraba a la escena.
–Tenemos que volver a la base –dijo Burns saliendo de la cabaña–, Phillips debe saber esto.
"Ya lo sabe" pensó Jones sin soltar a la teniente, su única compañera viva estaba herida. Mientras Schaefer y Burns caminaban de vuelta al bosque, el Delta-Force de ojos verdes escuchó la débil voz de Phillips en su intercomunicador. Gritaba.
Era tanta la fuerza con la que gritó Phillips, que Rodríguez abrió los ojos como platos al escuchar las palabras.
–El objetivo principal se ha frustrado, agente Jones, el detective hizo más de lo que debía. ¡Deshágase de Schaefer!
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