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3


—Sí, quiero —dijo Liam, y presentó el dedo anular izquierdo a su marido. La delgada alianza de oro era más pesada de lo que parecía. Una boda relámpago, pensó, aturdida. Matrimonios en cadena, sin esperas. El sacerdote siguió hablando, aunque, para Liam sus palabras quedaban reducidas a un leve zumbido. No podía creer lo que estaba haciendo. Tal vez no lo estuviera haciendo, pensó con desesperación, y aquello solo era una pesadilla.

—Sí, quiero —dijo Zayn, de pie, a su lado.
Liam sintió un cosquilleo por la espalda al oír su voz y supo que no estaba soñando.

El reverendo Thistle, un hombre de pelo blanco, largo y descuidado, y cuerpo delgado y tieso como una vara, cerró la gastada Biblia de cuero y dijo.
—Yo os declaro esposos —sonrió con benevolencia al sargento primero Malik—. Puedes besar al novio.

Liam contempló los ojos fríos e inexpresivos de Zayn y no se sorprendió lo más mínimo cuando le oyó decir. —Paso, gracias.

Después de forzar una sonrisa para el perplejo reverendo, Liam se dio la vuelta y recorrió el pasillo central de la capilla en dirección a la luz del sol. «Camina hacia la luz», pensó lúgubremente. Salvo que, en su caso, cuando alcanzara aquella luz brillante, ya no tendría salvación. Solo un cortó trayecto en coche de regreso al hotel de Laughlin, donde los esperaba su padre.

Bajó la vista al anillo que llevaba en el dedo. No habían tenido tiempo de buscar una joyería. Aquella sencilla alianza de oro pertenecía a la colección que el reverendo Thistle tenía preparada para las parejas poco previsoras. Veinticinco dólares de metal bañado en oro, un ramo de flores de seda y, como únicos testigos de su boda, la siguiente pareja de la cola. Las lágrimas afloraron a sus ojos, pero parpadeó con fuerza para reprimirlas. Ni siquiera había ido al altar del brazo de su padre. El labio inferior empezó a temblarle y se lo mordió. El coronel ya había hecho planes para jugar al golf con el general. De haber roto el compromiso, habría tenido que dar alguna explicación. Y eso era, precisamente, lo que intentaban evitar: las explicaciones.

Liam salió al intenso sol de Las Vegas y, al instante, se protegió los ojos con la mano. Incluso en noviembre, el desierto reflejaba la luz del sol como en ninguna otra parte. Hurgó con una sola mano entre sus cosas e intentó rescatar las gafas de sol, mientras esperaba a que Zayn saliera de la capilla. Cuando las encontró, se las puso y dio gracias por los cristales oscuros. Se dio la vuelta y contempló la fachada de la Capilla del Desierto. Palmeras, ladrillos falsos y una ventana de cristales ahumados por encima de la puerta principal. Todo lo contrario a la boda que tan meticulosamente había planeado hacía cuatro años...

En aquella ocasión, había reservado la iglesia con meses de antelación. Tenía seis damas de honor, dos niñas con flores y un paje encargado de llevar los anillos. Por no hablar de un novio que había profesado amarlo con locura. Aquél pensamiento le hizo fruncir el ceño ligeramente. De acuerdo, no había sido tan perfecto.

—¿Estás bien? —preguntó Zayn al salir de la capilla y reunirse con él en la acera.

—Como una rosa —contestó Liam, con una mueca.

—Sí —dijo Zayn, desviando la mirada para contemplar el tropel de aficionados al juego que ya deambulaban por las aceras en busca de dinero fácil—. Está siendo un día completo, ¿eh?

Zayn todavía llevaba el polo de color verde claro y los vaqueros desgastados que se había puesto un par de horas antes. Difícilmente un traje formal. Pero claro, el pantalón azul de algodón y el jersey de mangas cortas a juego que Liam llevaba tampoco aparecería en las portadas de una revista de trajes para boda. Zayn se sacó las gafas del sol del bolsillo del polo y lo miró con la protección de los cristales oscuros.

—¿Listo para volver?

—¿Cómo? —Preguntó, incapaz de contener el torrente de sarcasmo que salía por su boca—. ¿No hay recepción?

Zayn esbozó una sonrisa, pero enseguida recuperó el semblante serio.—Sí, claro que habrá recepción —le dijo—. Aunque no sé de qué clase. —El final perfecto para la boda perfecta, pensó Liam, y contempló cómo Zayn caminaba hacia el coche.

A la sombra de una mesa con sombrilla, en el muelle con vistas al río Colorado, Zayn estudiaba atentamente a su esposo. Esposo. Apenas consiguió disimular un escalofrío. Aunque había sido idea suya, todavía le costaba mucho asimilar el hecho de que estaba casado. Y con el hijo del coronel, nada menos.

Claro que aquél enlace tampoco lo llevaría a ninguna parte en su profesión. El cuerpo de marines de los Estados Unidos debía de ser el último bastión del antinepotismo que quedaba en Occidente. Seguramente, sería el hazmerreír de todos sus amigos. Aún así, lo hecho, hecho estaba, y tendría que vivir con ello. Al menos, durante un tiempo. Y de eso, precisamente, quería hablarle a su «esposo».

—No tiene por qué ser un problema —dijo con firmeza, y vio que hacía una mueca.

Liam se frotó la frente con las yemas de los dedos y le preguntó.—¿No puedes hablar un poco más bajo?

—¿Todavía bajo los efectos de la resaca? —dijo innecesariamente. Dios, nunca había visto a un tipo menos apto para la bebida. Apostaría cualquier cosa. A que había personas en sus lechos de muerte que se sentían mejor que Liam en aquellos momentos.

—Sí —murmuró—. ¿Queda algo de café?

Zayn levantó la jarra de color beige que estaba en el centro de la mesa y la bamboleó. Nada. —Te lo has bebido todo.

—Pide más —dijo con desesperación—. Por favor.

—Claro —Zayn buscó a la camarera con la mirada, captó su atención y levantó la jarra con la mano. La camarera asintió—. Ya viene —dijo Zayn, mientras volvía la cabeza a su esposo.

—Menos mal —Liam apartó a un lado el almuerzo, que permanecía intacto, apoyó los codos sobre el cristal que protegía la mesa y se tapó la cara con las manos.

Zayn movió la cabeza, se recostó en el asiento y estiró las piernas, para cruzarlas a la altura de los tobillos. —No sabes beber —comentó con ironía.

Liam levantó la cabeza el tiempo justo para lanzarle una mirada furibunda.
—Seguramente, solo necesito práctica.

—¿No lo haces a menudo? —le dijo. Tal vez fuese una pregunta personal, pero estaban casados y quería saber si había cargado con un alcohólico.

Con voz ahogada, por las palmas de las manos, Liam dijo. —¿Acaso hay a quien le gusta hacer esto a menudo?

Aquél también había sido siempre su punto de vista. Pero había muchos tipos más que dispuestos a padecer las consecuencias de una borrachera a cambio de varias horas de aturdimiento placentero. —Yo tampoco lo entiendo —le dijo Zayn, manteniendo la voz baja para no molestarlo—. Pero hay muchas personas a las que les gusta. Lo que quiero saber es si tú eres una de ellas.

La camarera se acercó, tomó la jarra vacía y dejó una llena en su lugar. Liam se incorporó y se sirvió lo que debía de ser su décima taza de café. Tomó la taza entre las manos, inspiró el intenso aroma del líquido y dijo con rotundidad.

—No, sargento primero. No bebo —tomó un sorbo, se estremeció y matizó su respuesta—. Normalmente.

—Me alegro —le dijo—. No tienes talento para la bebida.

—Eso es decir poco.

Zayn se contuvo antes de desplegar una sonrisa. Maldición, no quería sentir simpatía hacia él. No quería sentir nada por él.

—Creo que debemos aclarar unas cuantas cosas —le dijo.

—Dispara —murmuró Liam—. Por favor.

Zayn reprimió otra sonrisa automática.
—Verás, no tenía planeado casarme contigo.

—No me digas —bufó Liam. Zayn lo estudió durante un largo minuto.

—¿Siempre eres tan sarcástico?

—Siempre —dijo después de tomar otro sorbo—. Pero resulta mucho más patético cuando estoy sufriendo.

—Lo tendré en cuenta.

—Así estarás a salvo.

Zayn movió la cabeza con admiración. Maldición, tendría que entablar una ardua batalla consigo mismo para que Liam no le llegara a gustar. La brisa del río agitaba su cabello castaño. Se había quitado las gafas de sol, así que podía ver claramente aquellos ojos castaños que tanto le habían llamado la atención la noche anterior. Incluso turbios por el alcohol, le habían parecido fascinantes. En aquellos momentos, realzados por el blanco enrojecido de sus ojos, el chocolate líquido que rodeaba sus pupilas brillaba con una profundidad que ni siquiera se atrevía a considerar. Sus cejas, se arqueaban sobre su frente, y los labios, llenos y sensuales, estaban apretados a causa del dolor. Maldición, estaba de buen ver.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó, de repente.

Una de sus cejas se elevó con claridad.
—¿No te parece una pregunta muy personal, para ser nuestra primera cita?

—Como nuestra primera cita también ha sido nuestra boda, no, creo que no.

—Mm —le dijo—. Tú ganas. Tengo veinticinco.

Zayn pensó con celeridad.—Pero el coronel solo tiene cuarenta y dos.

Liam sonrió y le hizo un guiño, que pronto se transformó en una mueca. —Así es. Claro que él prefiere que la gente no haga la resta.

—Pero, entonces, solo tenía...

—Diecisiete cuando yo nací.

Zayn lanzó un silbido largo y grave.

—Antes de que me lo preguntes —prosiguió Liam con voz tensa—, te diré que mamá tenía dieciséis. Aunque, a medida que yo me hacía mayor, ella parecía más joven.

—Debió de ser duro para los dos —repuso Zayn, todavía perplejo.

—No lo dudo —le dijo Liam—. Pero, si soy egoísta, no puedo decir que lo lamente, ¿no?

—Supongo que no.

—Bueno —dijo Liam con un profundo suspiro—. Has dicho que querías hablarme de algo. Supongo que no será sobre mis padres y su vergonzoso pasado.

—No, claro que no — Zayn ladeó la cabeza y lo miró con cautela—. ¿Crees que estás en condiciones de oírlo?

—Seguramente, no —reconoció—. Pero no voy a estar mejor en varias horas.

—Está bien... —vaciló, repentinamente inseguro de cómo expresar su idea—. Nos hemos casado para salvaguardar la reputación de tu padre, ¿no?

—¿Tenemos que hablar de eso otra vez?

—No. Quiero que hablemos del futuro, no de lo que ya ha pasado.

—¿Qué futuro?

—El nuestro —le dijo—. El de este matrimonio.

—Bueno —dijo Liam, mientras se recostaba con cuidado en la silla—. Creo que ya te has ocupado de eso en la capilla.

—¿Qué?

—«Puedes besar al novio» —entonó Liam, imitando con bastante precisión al reverendo Thistle—. «Paso, gracias» —repitió en tono de burla.

En aquel momento, fue el turno de Zayn de hacer una mueca. Diablos, había sido una respuesta intrascendente. ¿Qué sentido habría tenido que lo besara para sellar un matrimonio que, como bien sabían los dos, era un fraude?

—¿Qué esperabas? —preguntó.

—Flores de azahar, música de órgano, montones de personas, a mi padre —dijo Liam, y se sorbió las lágrimas.

Zayn se puso tenso. Estaba a punto de echarse a llorar... ¡y pensar que le había parecido simpático!

—No hagamos de esto lo que no es —replicó enseguida, y sintió un profundo alivio al ver que Liam parpadeaba para reprimir las lágrimas.

—No te preocupes, sargento Ma...

—Sargento pri...

—Lo sé —lo interrumpió—. Oye, yo tampoco he querido esto, ¿de acuerdo? Estás a salvo. No voy a convertirme en tu chico ni a seguirte por la base como un perrillo faldero.

—De eso quería hablarte —le dijo Zayn—. De lo que los dos esperamos de este matrimonio. Liam levantó una mano para frotarse la sien. Al ver que no decía nada, Zayn continuó. —Estamos casados —le dijo, y se incorporó para inclinarse hacia Liam—. Pero no tiene por qué ser para siempre.

Liam dejó caer la mano sobre el regazo y lo miró pensativamente. —Sigue —lo apremió.

—Si interpretamos el papel de recién casados durante un par de meses y, luego, nos separamos sin armar jaleo, nadie dirá nada al respecto.

—¿Nos separamos? —repitió.

—Claro. Luego, dos meses más tarde, podremos divorciarnos. Y seremos libres para hacer lo que queramos.

—Divorciarnos —Liam consiguió reprimir un escalofrío. Para Zayn, todo era muy sencillo, para él, no. Liam siempre había creído que una vez casado, seguiría casado. Pero claro, también había soñado que se casaría por amor.

—¿Te parece mal?

—Puedes pensar que soy raro—dijo Liam, y se encogió de hombros para disimular la desolación que lo dominaba—. El divorcio de mis padres fue como una pesadilla. Solo tenía dos años, pero crecí oyendo cómo mi madre se quejaba de mi padre. Ni siquiera llegué a conocerlo hasta que no cumplí los trece.

—Eso es diferente —dijo Zayn. Lamentaba conocer los detalles de la vida familiar del coronel, pero eso no tenía por qué afectarlos a Liam y a él. A decir verdad, él tampoco era un defensor de los divorcios fáciles y los matrimonios rotos, pero el suyo no era un matrimonio de verdad—. No tendremos hijos a los que traumatizar.

—En tres meses, imposible —le aseguró Liam—. Debes saber que en mi esa posibilidad no es imposible, pero hasta un super hombre cómo yo necesitaría al menos nueve meses para dar a luz.

Zayn dejó de lado la sorpresa y suspiró pesadamente.—Quería decir, que no dormiremos juntos, así que no habrá complicaciones de ningún tipo.

—Ah —dijo Liam, y asintió como si su cabeza estuviera a punto de caérsele—. Una relación platónica.

—Por supuesto —dijo Zayn. Se cruzó de brazos y lo miró como si estuviera esperando a que Liam aplaudiera.

Vaya, ¿no era un desenlace maravilloso?, pensó Liam. El chico virgen más viejo del mundo acababa de convertirse en el esposo virgen más viejo del mundo.






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