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13

Durante el par de semanas siguientes, se movieron como extraños por la pequeña casa. No, no como extraños, pensó Liam. Los extraños intercambiaban saludos educados y miradas de desinterés. Zayn y él eran como fantasmas. Ni siquiera se veían. Las noches eran peor. Tumbados en la misma cama, la distancia que los separaba se medía como la escala de un mapa: los centímetros equivalían a kilómetros.

Desde su asiento en el sofá, Liam contempló por la ventana las masas de nubes grises que se agolpaban en el cielo con la amenaza de la lluvia... Noviembre había llegado sin avisar, como solía ocurrir en California. Los días frescos y soleados se habían transformado en nieblas matutinas y en ráfagas de viento frío y húmedo.

Liam suspiró y desvió la mirada al cronómetro de cocina que estaba puesto sobre la mesita de centro. Un minuto más, y lo sabría con certeza. Un minuto más, y su mundo se alteraría de manera drástica. Era un manojo de nervios, y respiró hondo varias veces en un vano intento por relajarse.

Cuando el cronómetro saltó con un graznido histérico, Liam se apresuró a apagarlo. El silencio lo envolvió. Oyó los latidos de su corazón, que resonaban en los oídos, y creyó oír otros latidos más débiles acompasados con los suyos.
Lentamente, dejó el cronómetro sobre la mesa y tomó la tira blanca de plástico que encerraba las respuestas de su futuro inmediato. Vaciló ligeramente y contempló el resultado del test.

Un signo más.

Liam inspiró hondo y sostuvo con fuerza la varilla de plástico. Sintió cómo las lágrimas afloraban a sus ojos y volvió la cabeza para mirar por la ventana. Cómo no, había empezado a llover y los cristales estaban salpicados de gotas.

Liam se secó una lágrima de la mejilla y parpadeó para reprimir el resto. No iba a llorar, no podía permitírselo. Tenía que ser fuerte. Se llevó la mano al vientre, donde su hijo ya estaba creciendo, confiando en que él lo mantuviera a salvo. Y lo amara.

Sabía lo que tenía que hacer. Todavía con la varita del test en la mano, se puso en pie y, al compás del golpeteo de la lluvia, caminó hasta el dormitorio y empezó a hacer las maletas.

[...]

—No puedes irte así —le dijo su padre—, sin ni siquiera decirle adiós.

—No puedo decirle adiós a Zayn —replicó Liam, y lanzó una mirada a la puerta cerrada del despacho de su padre antes de volver a mirarlo. Sabía perfectamente que, si intentaba despedirse de él, nunca se iría. Y tenía que irse. Por el bien de todos.

—Liam —dijo su padre, levantándose del sillón. Rodeó la mesa hasta colocarse frente al castaño y tomó sus manos—. No lo has pensado bien.

—Claro que sí —replicó, y se soltó. Si cedía a la necesidad de recibir consuelo, sucumbiría al llanto y a la histeria.

—¿Y qué me dices de los tres meses que acordaron pasar juntos? —replicó.

—Las cosas han cambiado —por decir algo.

—¿Qué cosas?

Liam movió la cabeza y parpadeó con furia, decidido a mantener a raya las lágrimas, que nunca andaban muy lejos.

—Lo amas, Liam —dijo su padre en voz baja, con convicción—. Hasta yo puedo verlo.

El dolor volvió a desgarrarle las entrañas.
—Eso no importa.

—Te equivocas —dijo el coronel, y dio el paso que lo separaba de su hijo. Le puso las manos sobre los hombros y estrechó su cuerpo rígido—. Es lo único que importa.

Envuelto en aquel abrazo y con la nariz enterrada en la camisa de su uniforme, Liam cedió brevemente a la necesidad de ser reconfortado. Durante casi toda su vida, su padre había estado con él cuando lo necesitaba. Dispuesto a entrar en batalla en su nombre y a enderezar todos los entuertos de los que había sido víctima. Liam deseó que también pudiera enderezar aquél. Pero no podía.

Nadie podía.

—Papá —susurró—. No lo entiendes.

—Entiendo que los dos están siendo obstinados. Y estúpidos.

Liam se sorbió las lágrimas y le confesó su secreto. Tenía que decírselo a alguien.

—Estoy embarazado.

Thomas Payne lo apartó y, sujetándolo por los hombros, lo miró con expresión de sorpresa en el rostro.

—¿Estás seguro?

Liam asintió y maldijo en silencio la lágrima solitaria que se había atrevido a deslizarse por su mejilla.

—¿Y Zayn lo sabe?

—No —contestó con aspereza, y se apartó del cálido abrazo de su padre—. Y no va a saberlo. Durante un tiempo, al menos.

—No puedes ocultárselo, Liam —dijo con fervor—. Un hombre tiene derecho a saber que va a ser padre.

Liam ya lo sabía, y pensaba decírselo. Tal vez pasados unos meses, o cuando el bebé ya hubiera nacido, pero todavía no. De momento, los dos necesitaban tiempo y distancia para recuperarse de la farsa que había sido su matrimonio antes de intentar ser unos buenos padres solteros.

—Pienso decírselo —replicó Liam—. Dentro de no mucho. Un mes o dos, tal vez. Ahora, no.

—¿Por qué no, si puede saberse? —la voz de Tom Payne se elevó, llena de indignación. Se quedó mirándolo como si no lo hubiera visto nunca—. No solo rompes el acuerdo al que los dos habían llegado, sino que le ocultas que es padre. ¿Qué mosca te ha picado, Liam?

—¿Que qué mosca me ha picado? —repitió, mirando a su padre directamente a los ojos—. La del orgullo.

El coronel bufó, como si desechara aquél factor como carente de importancia.

—Y ya era hora, maldita sea —prosiguió, encendido—. Después de que Kyle me dejara en ridículo, no me quedó mucho orgullo —el coronel intentó interrumpirlo, pero Liam no se lo permitió—. Luego, después de conseguir que tu asistente saliera corriendo hasta Groenlandia, todavía me vine más abajo. Caramba, he tardado cuatro años en reunir el valor de volver a verte, y sabía que me querías.

—Liam...

—Entonces, vuelvo a meter la pata y Zayn viene en mi auxilio —elevó las manos en el aire y movió la cabeza—. No quiere estar casado, papá. Solo quería proteger tu reputación. Intentaba hacer lo correcto. Demonios, lo único que le faltaba era la lanza y la brillante armadura.

—Liam, Zayn sabía lo que hacía, nadie lo forzó a casarse contigo.

—Tienes razón —Liam asintió y se dio la vuelta para acercarse a la ventana. La lluvia empezaba a caer sobre Camp Pendleton. Los marines, protegidos con impermeables, desfilaban en formación y realizaban las tareas diarias a pesar del mal tiempo. Porque era su deber. El honor lo exigía, y el orgullo. Prosiguió hablando sin desviar la mirada de la lluvia, pero en tono menos estridente—. Lo que obligó a Zayn a casarse conmigo fue su propio sentido del honor.

—¿Y tan terrible es? —preguntó su padre.

El coronel no lo comprendía, y Liam no sabía si podría explicarlo con la claridad con la que él lo entendía. Pero, diablos, sabía que estaba en lo cierto.

—Por supuesto que no —contestó, y puso la mano en uno de los cristales fríos y salpicados de lluvia de la ventana—. Su honor forma parte de él. Lo lleva tan dentro, que ni siquiera lo cuestiona, y no podría funcionar sin él.

—No sé a dónde quieres llegar —protestó su padre con un suspiro. Liam se volvió para mirarlo.

—¿No lo entiendes, papá? Si Zayn supiera que estoy embarazado, insistiría en que siguiéramos casados, en que prosiguiéramos con esta farsa que solo nos causa dolor a los dos.

Tom Payne contrajo los músculos de la cara.

—Es mejor así —lo tranquilizó Liam, e intentó no parecer tan desgraciado como se sentía—. No quiero tener un marido al que lo único que lo una a mí sea el honor.

Liam esperó durante lo que le pareció una eternidad, aunque seguramente no fuesen más que unos segundos interminables. Finalmente, su padre asintió con resignación.

—¿A dónde te irás?

Liam no sabía si alegrarse o entristecerse porque su padre hubiese aceptado el hecho de que debía marcharse. Forzó una sonrisa y dijo:

—De momento, regreso a Maryland. Podré vivir con mi antiguo compañero de piso durante un tiempo. Y seguro que puedo recuperar mi antiguo trabajo si me humillo lo bastante.

El coronel le brindó una débil sonrisa, pero asintió.—¿Cuándo te irás?

—Ahora.

—¿Ahora?

—Tengo un taxi esperándome fuera —le dijo—. El avión para San Diego sale dentro de dos horas. Esperaré en el aeropuerto.

Lo cierto era que no soportaba quedarse ni un minuto más en la pequeña casa en la que había conocido tanta felicidad y dolor. Prefería el vestíbulo estéril e impersonal de un aeropuerto.

—Tan pronto —dijo el coronel, y abrió los brazos—. Me parece que solo llevaras aquí unos minutos.

Liam fue a su encuentro y se permitió el lujo de disfrutar de su gran abrazo durante varios minutos.

—Siento perderme la cena de acción de gracias contigo, pero es mejor así.

—Lo sé, pequeño —dijo el coronel, mientras le pasaba la mano por el pelo—. Solo desearía que no te fueras.

—Estaré bien, papá, no te preocupes —Liam se apartó y levantó la barbilla. El coronel rió con ironía.

—Créeme, me preocuparé. Y no solo por ti, sino por mi nieto —movió la cabeza, como si no pudiera creerlo—. Dios mío, ya soy abuelo.

Liam le dio una palmadita en el brazo.

—Tengo fe en ti. Serás un abuelo genial.

—Estarás lejos —protestó.

—Papá...

El coronel levantó las manos a modo de rendición. Liam tomó su bolso de viaje, que había dejado sobre el escritorio, y caminó hacia la puerta.

—Te llamaré nada más llegar.

—Está bien.

—Ah... y, papá —dijo con voz severa—. No le digas ni una palabra a Zayn sobre el bebé.

El coronel pareció ofendido. —Permíteme que te recuerde, jovencito, que soy coronel del cuerpo de marines de los Estados Unidos. Estoy entrenado para guardar secretos.

Liam no estaba convencido.

—Lo digo en serio.

—Liam, decirle lo del bebé es cosa tuya. Pero, como hombre y padre que soy, te pediría que no esperaras demasiado.

Liam asintió con rigidez y abrió la puerta. Un momento después, desapareció.



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