12
Después de un par de horas de sueño, se despertaron con los primeros rayos de sol que se colaban por las cortinas. Liam gimió con suavidad y se estiró junto al pelinegro. Zayn apretó los dientes para contener la reacción instantánea de su cuerpo. Pero, según comprendió un momento después, era una batalla perdida. Liam solo tenía que tomar aire para que estuviera ansioso por unirse a él otra vez, por sentir su calor en torno a él, dentro de su hermoso cuerpo, donde no estaba solo. Donde, por increíble que pareciera, después de tantos años de soledad, había hallado la paz.
Pero era una satisfacción temporal y lo sabía. Como para no olvidar aquel hecho, plantó los pies en el suelo y se levantó.
—¿A dónde vas? —murmuró Liam, con voz todavía ronca, aunque Zayn no sabía si era por el sueño, o por la pasión reavivada.
—A darme una ducha —repuso con brusquedad—. Tengo que ir a trabajar.
Liam se incorporó y la sábana resbaló hasta su regazo. Al instante, Zayn bajó la vista deseando tener más de esa hermosa piel a la vista. Inspiró profundamente y se dio la orden de mantener el control. Liam se pasó una mano por el pelo revuelto, apartándoselo del rostro con pereza y gracia. Esbozó una sonrisa, bostezó y dijo:
—Será mejor que yo también me ponga en marcha. Iré a hablar con Marie Talbot sobre ese trabajo.
Zayn asintió, pero no pudo evitar preguntarse si Liam le diría a la señora Talbot que su estancia en la base solo era temporal. ¿O lo mantendría en secreto, prolongando, de aquella forma, la farsa que era su matrimonio?
Un matrimonio que, al menos durante la noche pasada, había parecido perfectamente real. Los recuerdos pasaron veloces por su mente, como una fuerte ráfaga de brisa marina. Imágenes de Liam, entregado y confiado, extendiéndole los brazos, pronunciando su nombre... Zayn se preguntó cómo podría seguir viviendo sin él.
Liam se frotó distraídamente el estómago, que protestaba de hambre.
—Creo que se me ha abierto el apetito —dijo, y se sentó con cuidado en el borde de la cama.
—¿Te duele? —preguntó Zayn, pese a conocer la respuesta. Liam le dirigió una mirada traviesa.
—Ha merecido la pena.
Como si le hubiera caído un rayo encima, Zayn se quedó paralizado cuando comprendió las consecuencias de la noche anterior. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?, se preguntó con frenesí. El deseo no era una excusa, tampoco la pasión. Solo podía esperar que Liam hubiese sido más inteligente que él.
—¿Liam? —le preguntó con cautela.
—¿Sí? —repuso, el castaño con voz somnolienta. Se levantó de la cama y se quedó de pie ante él, desnudo y sereno.
—Me da vergüenza tener que reconocerlo, pero acabo de acordarme de una cosa.
—¿De qué? —preguntó Liam, y dio un paso hacia él, como si quisiera consolarlo.
—Anoche... —le dijo, y levantó una mano para detenerlo y así poder pensar con claridad—. Por favor, dime que estás protegido.
Liam profirió una carcajada y Zayn se sintió momentáneamente aliviado.
—Por supuesto que estoy protegido —le dijo—. Esa es una de las ventajas de ser virgen, Zayn. Estoy libre de enfermedades de transmisión sexual —entonces, palideció y lo miró—. Tú no...
—No es eso—lo tranquilizó enseguida—. Estoy sano. No estoy hablando de enfermedades, Liam. Lo que quiero saber es si estás tomando algún anticonceptivo,— añadió trás recordar al castaño diciéndole que era de los hombres que tenía la posibilidad de quedar embarazado.
Liam volvió a reír. Increíble. —¿Por qué iba a estar tomando anticonceptivos si era virgen? —le dijo mientras sonreía y movía la cabeza.
Al parecer, la angustia que Zayn experimentó en el estómago fue contagiosa. Vio cómo Liam palidecía y, cuando cayó desplomado sobre la cama, ni siquiera le sorprendió ver su expresión de sorpresa.
—Dios mío —susurró Liam.
—Puedes volverlo a decir —murmuró Zayn, al darse cuenta de que su matrimonio temporal empezaba a adquirir un carácter más permanente.
[...]
Liam pasó el día intentando desechar las preocupaciones de su mente. Después de todo, se dijo, no le serviría de nada ponerse histérico. O estaba embarazado o no lo estaba. Ya era demasiado tarde para prevenir.
Así que, se concentró en su nuevo trabajo. Marie Talbot, una mujer madura de pelo gris y ojos verdes centelleantes, lo había contratado en el acto y lo había puesto a trabajar enseguida. Sólo había un niño en el colegio de la base con deficiencia auditiva. Dylan, de nueve años, ya había dado clases sobre el lenguaje de los signos, pero sus conocimientos se habían debilitado porque no tenía a nadie con quien continuar las lecciones. La primera vez que Liam le habló con las manos, sus ojos se iluminaron de alegría.
Y, a medida que transcurría la mañana, Liam se alegró al ver que algunos de sus compañeros de clase, intrigados por los movimientos de sus manos y las risitas de Dylan, empezaban a acercarse y a expresar su interés por aprender.
En cuestión de una hora, Dylan pasó de ser un niño tímido y solitario a un pequeño alegre, ansioso por hacer amigos y por enseñarles cómo podían hablar con él.
Se le pasó el día volando, y Liam dio gracias por ello. Hasta que no subió al coche para regresar a su casa, no tuvo tiempo para pensar en las posibles repercusiones de una noche tórrida.
Con el volante firmemente sujeto con las manos, dejó que su mente recorriera todas las posibilidades. Pasara lo que pasara, decidió con firmeza, no lamentaría ni un solo instante de lo que Zayn y él habían compartido. Las horas que había pasado con él en la oscuridad ya habían adquirido una cualidad nebulosa, como si solo hubiese sido un sueño, demasiado perfecto para ser real.
Debería haber imaginado que lo bueno no podía durar demasiado. ¿Y por qué no?, se preguntó, al tiempo que detenía el coche delante de un semáforo en rojo. Pasó una fila de coches ante sus ojos, pero Liam no los miraba. Estaba sumido en sus pensamientos.
De acuerdo, siempre se equivocaba al juzgar a la gente. Podía aceptarlo. Pero él no había escogido a Zayn, había sido el destino. Eso debía de significar algo. Al mismo tiempo, sabiendo que su criterio no era válido, ¿era bueno que amara a Zayn?
El hecho de que su padre creyera en Zayn lo tranquilizaba. El coronel nunca había tragado a Kyle. Aun así, Liam tenía que reconocer que Zayn no había dado ninguna señal de querer seguir casado.
Le dolía la cabeza. Las punzadas se concentraban en un punto detrás de los ojos y Liam se inclinó hacia adelante para apoyar la cabeza en el volante fresco y negro de la camioneta, que Zayn había insistido en que se llevara. ¿Por qué su vida siempre era tan complicada? ¿Por qué no podía hacer nada como una persona normal? ¿Enamorarse, casarse y tener un hijo?
No, Liam Payne de Malik tenía que casarse, concebir un hijo y, luego, enamorarse.
Se llevó una mano al vientre al pensar en ello. ¿Acaso ya había un hijo creciendo en su interior? Inspiró profundamente y se dijo que solo tardaría un par de semanas en averiguarlo. Por lo general las pruebas de embarazo parecían ser precisas a partir de ese tiempo, o eso decían.
Experimentó una oleada de calor y afecto al pensar en el bebé de Zayn. El bebé de los dos. Con el pelo negro de Zayn y los ojos castaños de Liam, o al revés. Sonrió para sus adentros y apretó los ojos con fuerza para construir una imagen del posible bebé.
Y aquella imagen fue, repentinamente, tan fuerte, que casi podía sentir a su hijo en los brazos, ver el brillo de orgullo en los ojos de Zayn y saborear sus besos mientras admiraba a su hija.
Sí, pensó. Sería una niña. Una niña que se metería a su papá en el bolsillo... y en el corazón. Liam interrumpió su fantasía cuando se sorprendió imaginando tres niños más, una bonita casa y un jardín lleno de flores. Aquello era absurdo. Ni siquiera sabía si Zayn lo amaba. Pensaba que sí, pero solo Dios sabía que ya se había equivocado antes.
Se oyó el pitido de un claxon y Liam se sobresaltó. Miró por el espejo retrovisor y vio la expresión airada del hombre que lo apremiaba a avanzar; entonces, se dio cuenta de que el semáforo se había puesto en verde. Obedientemente, pisó el acelerador.
[...]
—Como sigas dándome órdenes —dijo Tom Haley con rigidez—, me subiré a un tanque y te dejaré reducido a una mota de polvo.
Zayn lanzó una mirada furibunda a su viejo amigo justo cuando este salía del despacho que compartían dando un portazo. No podía echarle la culpa. Diablos, de haber estado en su lugar, ya habrían llegado a las manos.
La frustración lo había estado amargando todo el día y Tom había sido la persona idónea para descargarse.
Zayn se llevó las manos a la cabeza y apretó, como si de esa forma pudiera librarse de sus pensamientos y del terrible dolor de cabeza que los acompañaba. Pero no sirvió de nada. Su mente seguía conjurando imágenes de Liam, impidiéndole trabajar, ser amable... todo.
¿Y si estaba embarazado? ¿Qué pasaría entonces?
La idea de tener un hijo con Liam lo llenaba de emociones conflictivas. Placer, por encima de todo, seguido a corta distancia por el miedo y la desesperación. Y, como marine profesional que era, le costaba reconocerlo.
Pero no podía negarlo. Se frotó los ojos con la mano y se recostó en la silla. Fijó la vista en el techo y reconoció que la tensión que se había enroscado en su vientre solo podía ser miedo. Miedo a que, cuando Liam acabara abandonándolo, y no tenía ninguna duda de que así sería, no pudiera seguir viviendo sin él.
Durante la mayor parte de su vida, el cuerpo de marines lo había sido todo para él. Un padre, una madre, una pareja, un amante. Habían pulido y moldeado su sentido del deber como el más afilado de los cuchillos. El honor era una parte más de él, como el color del pelo o de los ojos.
Pero ¿cómo podía obrar con honor y ser fiel a la promesa de poner fin en poco tiempo a su matrimonio si su alma se resistía con todas sus fuerzas a dejarlo marchar?
—¿Zayn?
Se enderezó y se puso en pie al oír aquella voz familiar.
—¿Sí, mi coronel? —contestó, y mantuvo la mirada apartada de los ojos de su suegro.
—¿Cómo va todo?
—Bien, mi coronel —contestó Zayn, con los rasgos tensos como una máscara, como correspondía a la posición de firme.
—Descanse, sargento primero —le dijo el coronel.
Zayn obedeció la orden. Siempre obedecía las órdenes. Finalmente, incapaz de posponerlo por más tiempo, miró al hombre que estaba en el umbral. Durante años, había respetado y admirado al coronel Payne. Le había gustado trabajar con él, hablar con él de hombre a hombre.
En aquellos momentos, solo deseaba que el coronel se marchara. Que lo dejara a solas con sus miserias.
—Quería pasarme para asegurarme de que Liam y tú vendríais a cenar a casa el día de acción de gracias.
¿Acción de gracias? ¿Solo habían pasado unas semanas desde la primera vez que había visto a Liam? Imposible. Era como si lo conociera desde siempre.
—¿Zayn? —lo apremió el coronel.
Zayn hizo un esfuerzo por centrarse en el aquí y ahora. Como no tenía ninguna excusa sólida para rehuir la invitación, finalmente declaró:
—Sí, señor. Gracias, señor.
Tom Payne entornó ligeramente los ojos y Zayn dio gracias en silencio porque el coronel no supiera leer el pensamiento.
—Si crees que no es asunto mío —dijo finalmente el coronel—, ten la libertad de decirlo. Ahora mismo no somos un oficial y un sargento primero, sino un suegro y un yerno — Zayn hizo acopio de valor—. ¿Va todo bien entre Liam y tú?
—¿Señor?
—¿Serviría de algo si los invitara a cenar? Podríamos pasar un rato juntos los tres —hizo una pausa deliberada—. Y hablar.
Zayn lo negó con la cabeza. —No lo creo, señor. Gracias, de todas formas.
—Zayn —prosiguió el coronel—, creo que si...
Zayn lo interrumpió, confiando en que el coronel hubiese dicho en serio que los rangos quedaban al margen.
—Perdone, señor, pero esto es entre Liam y yo. Sería mejor que se mantuviera al margen.
Tom Payne elevó las cejas y lanzó un suave silbido. —¿Tan mal están las cosas?
Zayn se encogió de hombros.
—Está bien, Zayn —claramente reacio a dejar el tema, el coronel asintió—. Arregladlo entre los dos.
—No hay nada que arreglar, señor. Esto era la solución temporal a un problema, nada más —las palabras le parecían falsas incluso a él.
El coronel Payne lo miró con expresión tensa.
—Me quedaré al margen, por ahora. Pero no hagas ninguna estupidez, Zayn. Ni hagas ni digas nada que los dos podáis lamentar más tarde.
—Señor —ni una afirmación ni una negativa.
El coronel movió la cabeza con cansancio.
—Me iré para que puedas volver al trabajo —le dijo, y se dio la vuelta en el umbral.
Zayn no contestó. No hacía falta, el coronel ya se había ido.
Aquella noche, el tenso silencio que los había envuelto durante la cena estalló de repente. Zayn había andado con pies de plomo, convencido de que una palabra mal dicha espantaría a Liam hasta el aeropuerto, ansioso como estaba por poner fin a aquella farsa.
Pero, maldición, al mismo tiempo, se había estado torturando pensando en lo que podría haber sido. No sabía si lo amaba... en el pasado, nunca se había acercado demasiado al amor para saber identificarlo, y mucho menos, para experimentarlo de primera mano. Pero sabía que, últimamente, esperaba ansioso a que terminara su jornada. Salía de su escritorio con prisas por volver a casa y encontrar a Liam allí. Le gustaba abrirse paso entre sus calcetines, que ponía a secar en la barra de la cortina, para darse una ducha. Le gustaba el olor de su loción, que parecía impregnar todos los rincones de la casa. Y hacer el amor con él había llenado todos los rincones vacíos y solitarios de su alma.
A pesar de la terrible tensión existente entre ellos, no quería estar en ninguna otra parte. Y le gustaba cómo canturreaba en sueños. Pero no podía vivir al límite. Esperar a que Liam lo dejara sería una muerte lenta. Sería mejor acabar con una explosión y poner fin a todo de una vez.
—En cuanto a la cena de acción de gracias con tu padre...
—¿Qué pasa?
Liam mantenía la vista fija en el plato. El guiso estaba bueno, pero no tanto. Simplemente, no podía mirarlo a la cara, pensó Zayn.
—No sé si es una buena idea —continuó.
—¿En serio? —Liam tomó el plato, que no había tocado, y lo llevó hasta la pila.
El tono gélido de la voz del castaño se clavó como agujas de hielo en su corazón. Se acorazó instintivamente para protegerse del dolor. Volvió la cabeza hacia la encimera y lo vio, de espaldas, tenso, detrás de la pila.
Qué extraño que le resultara tan difícil, cuando lo había estado esperando. Siempre había sabido que no era digno de amor. Desde el primer día de aquél supuesto matrimonio, había sabido que acabaría pronto. Y no le habría importado, si hubiese sabido poner freno a sus sentimientos.
—¿Qué te desagrada, la festividad en sí o la idea de celebrarla juntos? —preguntó Liam.
Zayn sintió cómo la furia ardía en su estómago, pero no estaba molesto con Liam, sino consigo mismo. Era culpa suya. No debería haberse acostado con él. No debería haberse acostumbrado a tenerlo cerca, a oír su voz, a inspirar su aroma. No debería haber albergado esperanzas que nunca había tenido.
Zayn inspiró profundamente y dijo: —¿Por qué no dejamos de engañarnos?
—¿De engañarnos?
Todavía no se había dado la vuelta. Tal vez fuese mejor así. Si contemplaba aquellos ojos castaños, flaquearía. Se apartaría de la única conclusión posible.
—Lo que pasó anoche entre nosotros fue...
—¿El qué? —Lo retó Liam, aferrándose al borde de la encimera—. ¿Un error?
Zayn exhaló el aire que no había sido consciente de contener. Ya estaba. Liam lo había dicho. Sin embargo, era sorprendente lo mucho que le dolía que el castaño, también, considerara que aquellas pocas horas mágicas habían sido una equivocación.
—Liam —intentó mantener la voz serena, para que no supiera el trabajo que le estaba costando decírselo—. No tenemos por qué fingir que lo de anoche fue algo más que el resultado de una fuerte atracción física. Los dos somos adultos. El sexo.
—No lo digas —le espetó Liam, y se dio la vuelta de repente, para mirarlo con unos ojos castaños llameantes de indignación.
—¿Que no diga qué? —su furia lo tomó por sorpresa. Instintivamente, se enderezó para encararse a él.
—«El sexo no es importante, Liam» —dijo el castaño con voz falsa. Seguramente, estaba imitando a alguien que, en una ocasión, le había dicho lo mismo—. «No tiene nada que ver con el amor. No seas tan ingenuo».
—Yo no he dicho eso.
Liam asintió con fuerza. —No hacía falta —elevó las manos en el aire y las dejó caer a los costados—. Es increíble. ¿Cómo es posible que solo atraiga a cretinos? ¿Acaso soy una especie de imán?
Liam salió dando zancadas de la habitación, y Zayn lo siguió a corta distancia. Maldición, estaba haciendo lo que debía, lo que lo estaba matando. No iba a consentir que lo comparara con un idiota sin darle una explicación.
Lo tomó del brazo y lo obligó a darse la vuelta.
—¿De qué diablos estás hablando?
—Lo sabes perfectamente —le saltaban chispas de furia de los ojos. Se soltó y se encaró a él, con la barbilla elevada en actitud de desafío. Quienquiera que fuera aquel idiota, le había hecho mucho daño. Era evidente que su actitud nacía de una vieja herida.
—Cuéntamelo —le dijo Zayn con rotundidad.
—Hace cuatro años, estuve a punto de casarme —Zayn asintió. Recordaba algún comentario suyo sobre una boda malograda—. Nos estábamos reservando para el matrimonio —prosiguió, y profirió una carcajada sarcástica por su propia estupidez—. Queríamos que la primera vez que hiciéramos el amor fuese algo... especial.
Zayn no pudo evitar una punzada de decepción. Liam había estado dispuesto a esperar por otro hombre. Con él, había cedido a sus deseos. ¿Cómo debía tomarlo?
—Pero dos días antes de la boda —prosiguió, con voz tensa por la humillación que evocaba—, lo sorprendí con mi dama de honor.
La ira se desató en el interior de Zayn. Ira por el dolor que Liam había sufrido y porque no había estado allí para darle una paliza a aquel hombre. Liam movió la cabeza, como si todavía le costara creerlo.
—Cuando los encontré, tuvo el valor de decirme que estaba exagerando. Que el sexo no era importante y que no tenía nada que ver con lo que sentía por mí.
—Hijo de perra.
—Gracias —dijo Liam distraídamente, y siguió adelante con su relato—. Averigüé que había sido «reservado» con toda la ciudad —echó a andar con paso frenético de un lado a otro de la pequeña habitación—. Así que, anulé la boda, hice el más absoluto de los ridículos con el asistente de mi padre y salí corriendo.
¿Cómo? ¿Qué había sido la última parte?, se preguntó Zayn. Luego, se encogió de hombros. No era importante en aquel momento. Además, Liam no paraba de hablar, y si perdía el hilo de lo que decía, estaría perdido.
—Estuve fuera cuatro años —estaba diciendo—. Y el día que vuelvo, meto la pata otra vez. Solo que en esta ocasión, el hombre ya se ha casado conmigo antes de decirme que el sexo no significa nada —elevó los ojos al techo, y al cielo que estaba más allá—. ¿Es una especie de broma cósmica? —inquirió—. Porque si lo es, no la entiendo.
—Liam —lo interrumpió Zayn, decidido, al menos, a impedir que lo metiera en el mismo saco que a su patético ex prometido.
—No, Zayn, no quiero escucharlo —le lanzó una mirada que lo habría dejado tieso en el acto. Pero los marines estaban hechos de una materia más recia.
—No soy ese hijo de perra que te engañó y te hizo daño —gritó Zayn mientras Liam se alejaba en dirección al dormitorio.
Liam se detuvo en el umbral y volvió la cabeza para mirarlo. El hielo de su mirada provocó en Zayn un escalofrío. Y cuando el castaño habló, supo que todo había acabado.
—No, Zayn. Eres el hombre que se ha casado conmigo por mi bien, para, luego, hacerme daño.
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