Un tatuaje gratis
Desperté martes en la mañana en Scielo1. Tal como me había acostado la última vez ahí. Me alisté para el trabajo casi dormida. No iba a tener más tiempo que para tomar un café instantáneo, de ser posible en un vaso desechable y lo iría acabando de camino a la estación de trenes.
Salí hacia la sala que compartía espacio con la cocina y me sorprendí al ver a mi papá cocinando.
—Buenos días, anoche debiste despertarme —me dijo volcando huevos revueltos a un plato. Mi café ya estaba servido en mi taza de gatitos preferida.
—Estabas muy cansado. ¿Cómo amaneciste?
—Como puedes ver, de maravilla. —Sonrió, siempre que le preguntaba decía lo mismo, y casi nunca era verdad.
—¿Tomaste el medicamento esta mañana?
—Sí —se sirvió también y se sentó frente a mí en la pequeña mesa que teníamos contra la pared, donde solo cabían dos sillas.
—Te llamaré al medio día para recordarte que debes tomar una dosis extra hoy.
—Sophie... —me dirigió su mirada paternal y ya sabía qué me quería decir.
—Sí ya sé, tú eres el padre.
—Puedo cuidarme, cuídate tú, no trabajes demasiado.
—Trabajo lo que debo. Respondí atiborrándome los huevos, si no salía ya, perdería el tren de las siete, debería esperar al de las siete y quince y con eso llegaría tarde.
—Te amo princesa. —Se levantó en cuanto yo pasé a su lado para dejar el plato en el fregadero y me dio un beso.
—Yo también te amo papá, por favor descansa y evitar salir.
No esperé su respuesta, salí del apartamento y como era la rutina diaria corrí para tomar uno de los últimos asientos libres del tren. Casi me agarré a empujones con un tipo, pero lo conseguí. Me puse el auricular y abrí mi libro.
Iba tan distraída que me percaté de que llegamos a la estación cincuenta y ocho cuando lo escuché por el altavoz. Algunos pasajeros abandonaron el tren y pocos subieron, no era una estación muy concurrida.
Tal como había pasado el día anterior, él subió.
Mi corazón latió con fuerza. Una parte de mi esperaba notar diferencias con Aaron y darme cuenta que me había equivocado, otra esperaba que él me notara, se diera cuenta del parecido con Maya y me realizara todas las peguntas que por años yo había pensado que le formularía a alguien como yo.
Ni siquiera levantó la vista. Se acomodó contra la puerta, depositó su mochila entre sus piernas y se puso a garabatear en un cuaderno.
¿Qué debía hacer? ¿Le llamaba la atención de alguna manera?, ¿le gritaba algo, le decía algo? ¿Qué tal si lo llamaba Aaron? ¿Respondería? De nuevo cometí la indiscreción de mirarlo fijamente y él por fin se dio cuenta.
No reacción, levantó los ojos de su cuaderno y no pareció reconocerme.
Pensé que me estaba creando ilusiones. Aaron y ese chico eran idénticos, la única diferencia que notaba era el cabello, el chico al frente de mi lo tenía un poco más largo y amarrado con una liga, y como esta vez no llevaba la chaqueta de la anterior vez, sino una de jean de mangas más amplias, descubrí lo que parecía ser un tatuaje envolviendo todo su antebrazo.
De pronto otra mirada. Luego bajó la vista al cuaderno, segundos después, una vez más. No me dirigía la atención como si me reconociera, más bien parecía que me observaba con disimulo para dibujar después.
—¿Me estás dibujando?—le pregunté de frente.
El chico frunció la cara y me miró con algo de desagrado.
—No —fue su corta respuesta. Volvió a lo que hacía.
—Pues parece que lo hicieras. —Para ese momento ya había atraído la atención de algunos pasajeros del tren, quienes esperaban escuchar alguna pelea, para grabarla con sus celulares, y no intervenir en ella.
—¿Tú qué crees?—el chico volteó su cuaderno develándome su dibujo.... De un perro. Sí, un perro pastor alemán con pose tierna.
Me sentí estúpida, y los otros pasajeros del tren seguro pensaron que era estúpida también.
—No te la tengas tan creído niña, no todos los hombres andan al pendiente de ti por ser bonita.— Agarró su mochila y se fue abriendo paso hacia el fondo del vagón, lejos de mí. Al irse dejó caer un papel.
Esperé a que la gente que me observaba fijamente y se reía se olvidaran de mí y mi patético momento, estiré el pie hasta la hoja, la pisé hasta llegar a mi estación y justo antes de bajar del tren me agaché para recogerla.
Esa vez no era otro perro. Esta vez era yo. Sí, ese idiota sí me estaba dibujando... o eso pensé en primera instancia hasta que caí en cuenta de las diferencias. En ese dibujo llevaba el cabello largo y el uniforme de colegio de Almarzanera.
Rápido corrí de regreso a la entrada del tren, la gente que salía me empujaba y no llegué a tiempo, las puertas se me cerraron en las narices.
Frustrada, tuve que abandonar la estación hacia el trabajo. No podía hacer nada. Sin embargo, ya estaba segura, ese chico era Aaron y por algún motivo se hacía a el loco. Por supuesto que me había reconocido, no podía ser tan despistado. Si no era en ese mundo, al menos en Almarzanera sabía dónde encontrarlo. No iba a escapar de mí.
Estuve muy distraída y pendiente del reloj toda la jornada. Claudia lo notó y se acercó a mi en los minutos de descanso, mientras yo bebía un café y observaba el dibujo. Estaba sucio por el suelo del tren y en la parte de atrás tenía mi huella de zapato. El dibujo a lápiz era muy bueno, tan realista que era imposible negar que se trataba de Maya, sentada en el banco del jardín frente a la mesa, tal como el día anterior.
—¿Qué hermoso dibujo, quién te lo hizo?—Claudia miró por encima de mi hombro, llevando su café también en la mano. Se acomodó conmigo en el barandal del segundo piso del centro comercial y se subió las gafas para mirar mejor el papel que traía en las manos.
—Un vago en el tren te dibuja si le das algo de comer —inventé
— Te verías muy bien con el cabello así de largo.
— Intenta mantenerlo así de sedoso con este clima—respondí.
—En eso tienes razón e imagina lo caro que saldría el shampoo.
Le sonreí de regreso. Hasta ella había notado que era yo.
***
Lo que pareció ser un día eterno por fin acabó. Salimos como cada noche, me subí al tren y como esperaba, el chico estaba ahí. Esta vez él no me esquivó, sostuvo su mirada en la mía. Yo lo retaba, él parecía que se me hacía la burla. Sin desprenderle la atención tomé el dibujo y se lo señalé. Esperaba que se sorprendiera al verse descubierto, pero solo amplió su sonrisa y negó con la cabeza. Justo el tren se detuvo y como estaba sentado junto a la puerta salió rápido. Esta vez no lo iba a dejar escapar, corrí tras él.
Me abría paso a la fuerza, no sé como lo hacía, él se deslizaba entre la multitud con las manos en los bolsillos y la mochila colgada de un hombro. Cuando salí de la estación miré en todas direcciones. Lo localicé casi a media cuadra y corrí. Yo lo perseguía frenéticamente, él caminaba con calma. A solo unos pasos de distancia se metió en lo que parecía ser una galería y alguien me detuvo jalándome hacia atrás.
Me aferré a mi mochila por instinto y la voz de Evan me tranquilizó.
—¿Qué haces aquí? van a asaltarte.
Solté el aire. Venía acompañado de dos amigos de la banda: Cristina y Alan.
—Tenía comprar algo —mentí, me fijé en el interior de la galería, parecía ser un estudio de tatuajes, uno grande. Y si tenía suerte y no había una puerta posterior, el chico del tren seguro estaba ahí adentro.
—¿Vas a entrar? —Me preguntó Alan—. Vinimos a hacernos un tatuaje. Cristian dice que hay un nuevo tatuador y es increíble.
—Sí, mira lo que es esto, una locura. —Me mostró su antebrazo, tenía un tatuaje nuevo muy grande, era el rostro de una mujer, mitad calavera, con rosas marchitas a su alrededor. Sí estaba increíble, pero en ese momento no me importaba, necesitaba confrontar a alguien.
Entramos juntos al estudio de tatuajes. Lucía muy limpio, no como los lugares sucios que había cerca de mi casa, donde te contagiabas de hepatitis solo con poner un pie dentro. Este era un estudio de los caros.
Miré alrededor y ahí estaba, su altura y el cabello lo delataban. Junto a una silla de tatuar se colocaba unos guantes de látex. Así que trabajaba ahí. Con mis amigos presentes se acababa el plan de confrontación.
—Él es mi amigo Ian—Cristian lo saludó con el puño—. Es un artista increíble. Te traje clientes así que más te vale una rebaja.
De nuevo cruzamos miradas.
—Aprovecha de hacerte uno Sophie. —Alan me golpeó la espalda de manera torpe.
—No, claro que no —me negué
–¿Por qué no? Siempre dijiste que querías uno— añadió Evan.
—Sí, pero no ahora, es decir...—les señalé un letrero de advertencia en la pared—. Está prohibido a menores de dieciocho.
—¿De qué hablas? cumples dieciocho en el domingo. Da igual, ¿verdad Ian?
—Por supuesto —sonrió el chico, que ahora sabía que se llamaba Ian en Scielo1—. Es más, lo hago gratis para la cumpleañera.
—¡No!— reaccione. Ese chico no me iba a tocar ni con el viento.
—Vamos Sophie, aprovecha, no puedes acobardarte —Evan insistió, seguro era su venganza por lo que le había dicho sobre descargar porno el día anterior.
—Oferta solo por hoy —Ian dijo con tono de sarcasmo. No lo conocía y ya lo estaba empezando a odiar.
No sé de cómo ya estaba en la silla con un cuaderno de diseños en las manos.
—Que sea en un lugar que no se vea —exigí.
—Tengo el lugar perfecto —dijo Ian y me arrebató los diseños de las manos—. Te haré algo especial.
—¡No me harás algo a ciegas!
—Tranquila Sophie, es un artista, te aseguro que te hará algo fabuloso y nosotros vigilaremos que no te dibuje un emoji de caca o algo así. —En su intento de ser gracioso, Cristian no me calmó para nada.
Ian me agarró de la cabeza, me retiró el cabello del lado izquierdo y le pidió a Evan que le ayudara a sujetarlo.
—Acá lo podrás cubrir con tu cabello. Le haré algo bonito a la niña bonita. —Solo yo sentí la maldad en sus palabras.
Cómo era posible que dejara que eso sucediera.
Dolió, dolió mucho, más que golpearme el dedo chiquito dos veces, e intenté aguantar solo por mi orgullo, porque en realidad quería gritar. Si me movía podría acabar con un rayón. Sentía el aliento de Ian muy cerca, rozando mi mejilla y por un momento le escuché murmurar algo como: Sophie es un bonito nombre.
La tortura fue corta. No tenía idea de qué me habían dibujado, pero de seguro no era muy grande.
Ian me pasó un espejo y mis amigos me rodearon. Detrás de mi oreja izquierda, justo donde iniciaba el cabello tenía una especie de rama delgada, con algunas flores y una mariposa de alas naranjas. Era... precioso. Jamás se me hubiese ocurrido tatuarme algo similar, pero no estaba nada mal. Obvio no lo iba a admitir.
—Está muy bien —exclamó Alan.
—Sí, supongo.
Un asistente del estudio me llamó para darme las explicaciones sobre el cuidado del tatuaje y lo cubrió con una venda transparente. Alan tomó mi lugar en la silla de tatuajes e Ian empezó a trabajar con él.
—Te acompaño a al tren —dijo Evan.
Caminé con él hasta la estación y regresó al estudio de tatuajes.
Hubiera preferido que me acompañase un poco más de tiempo. La hora pico ya había pasado y no había casi nadie. Rogaba que el tren llegara rápido. Era escalofriante, y lo fue más cuando de soslayo vi una sombra a mi lado. Volteé y retrocedí, mas no vi nada y de golpe otra vez la sensación de tener una presencia cerca de mí; me giré, busqué por todos lados, no había nadie, pero podía sentirlo.
El sonido del tren llegando y frenando fue mi salvación. Me metí corriendo y respiré tranquila cuando me pude tumbar en un asiento. No sabía qué había sido eso. Tal vez solo estaba cansada y adolorida. De haber despertado esa mañana como cualquier otro día, lo había acabado con un tatuaje gratis y demasiadas preguntas a un individuo que en cuanto despertara en Almarzanera, me las iba a pagar.
***
Recuerden que les pongo en instagram un sticker de preguntas para que comenten o hagan preguntas sobre el capítulo. me hallan como Hittofictions
Bueno... Nada le sale bien a Sophie ni en esta vida ni en las otras XD mañana regresamos a Almanzanera! ojalá les esté gustando, ya viene lo emocionante. Un besote y lean mis otros libros porfa.
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