Podría empezar a contar esta historia de la manera más cliché: me desperté, tomé mi desayuno, me puse lo primero que encontré y salí al colegio...Y no sería tan cliché, porque nunca despierto en el lugar donde me acosté.

Pero eso no tiene nada de especial para mí, porque así ha sido desde que puedo acordarme.

Tal vez podría contar mi historia desde el día en que el chico que me venía acosando en el tren dejó caer algo al bajar: Un dibujo... uno mío, pero no de mi yo en esta vida, sino un dibujo de Maya, mi otra versión.

Tratar de explicar por qué tengo dos versiones es difícil, tanto, que desde mis cinco años que prefiero mantenerlo en secreto, y es que a esa edad, tras visitar a varios psicólogos, asustar a mis padres (los tres de ellos) y ser tratada como una mentirosa por mis maestros, entré en conciencia de que yo era el único ser humano con dos vidas.

Creo, que explicar ese detalle sería un buen punto de partida.

Sí... tengo dos vidas, y con eso no me refiero a que tengo dos personalidades, a que me muestro como una santa con mis padres mientras fumo cigarrillos a escondidas o tengo una vida sexual increíblemente activa mientras ellos juran que soy virgen; tampoco a que tengo un trabajo secreto o soy una espía. No, yo tengo, de manera literal y con todo el peso que conlleva esa afirmación, dos vidas, dos familias, dos cuerpos, dos casas y dos nombres: Sophie Jensen y Maya Dumas.