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Gente indeseable

A mis abuelos paternos los veía con suerte una vez al año. Ellos vivían en Valermo, la ciudad más próxima a nuestro pueblo. Verlos una vez al año era suficiente, de hecho, era demasiado. No se trataba de los típicos abuelos cariñosos que uno espera ver con ansias cada fin de semana. Para tener dos vidas y cuatro padres, tenía la mala suerte de solo contar con dos abuelos vivos y que fueran justo ellos.

—¡Oh mi muchacho! Tan grande y fuerte como los hombres de la familia—. Mi hermano y yo llegamos casi al mismo tiempo y fue mi abuelo quien lo recibió primero. Permanecí al lado de mi madre mientras mi abuela hacía turno para abrazarlo también.

—Mi niño especial, ya es un hombre. —Mi abuela cumplió su anhelo de abrazarlo y ambos le entregaron un regalo. Tiago no tardó en abrirlo.

—Wow, es un... reloj. —Fingió entusiasmo.

—Un reloj de oro de la mejor calidad, nada demuestra el estatus de un caballero, como un elegante reloj. —Mi abuelo, que sin duda era una versión mayor de mi padre, hablaba siempre con la cabeza en alto, como intentando ver a todos desde arriba, claro que con Tiago eso no funcionaba porque le sacaba una cabeza.

—Maya también está aquí. —Mi madre me empujó hacia ellos, queriendo hacer notar mi presencia.

—Oh, claro, Maya, cariño. Un año y sigues igual. —Mi abuela me apretó el brazo con fuerza, sintiendo mi hueso. No oculté mi gesto de dolor—. ¿Estás alimentando bien a esta chica? —le preguntó a mi madre—. Está muy flaca.

—Sí Raquel, por supuesto que sí—. Mi madre respondió entre dientes.

—No parece, si ella no come bien, mis otros nietos deben estar muriendo de hambre. Me quedaré a hablar con tu servidumbre respecto a sus menús.

Mi madre se aguantaba tan bien la rabia que sinceramente no sabía si reír o sentir pena. Al menos mi madre y yo sí teníamos algo en común; un enemigo en común.

—Coral, felicidades. —Mi abuelo por fin dejó de prestarle atención a Tiago y me extendió un regalo.

—Soy Maya —lo corregí.

—Oh, verdad. Coral es rubia, tu eres la pequeña. ¿Por qué no eres rubia?

Mi madre y yo intercambiamos miradas.

—Es rubia, mi mamá le tiñe el cabello desde bebé para no confundirla con Coral —dijo Tiago. Mi madre estaba que lo quería matar. Mis abuelos lo miraban confundidos.

De pronto, rieron. Claro, cualquier tontería que su nieto dijera, les fascinaba.

— Mejor vamos a buscar a André. —Mi madre optó por alejarlos de nosotros. Los tres se fueron en búsqueda de mi padre. Yo abrí mi regalo. Era una caja de bombones. Genial.

—¿Crees que valga algo? —Tiago acercó su nuevo reloj de oro a mi cara.

—Es de oro, imagino que sí, ¿quieres venderlo?

—Claro, ¿quién usa un reloj? Para eso tengo mi celular.

—Pobrecito, le dieron un reloj de oro. No como a mí, que afortunadamente recibí una elegante caja de chocolates que venden el supermercado —le dije con sarcasmo.

—Con gusto te lo cambio. —Me arrebató la caja de las manos y en su lugar me dejó el reloj. Lo miré un rato, estaba segura que sí era un objeto valioso, que en Almarzanera no me servía para nada, pero en Scielo1... eso equivaldría posiblemente a la renta de un año.

Agarré el cuaderno de nuevo y anoté antes de olvidarme: ¿se pueden llevar objetos de una dimensión a otra?

Una hora más tarde el resto de invitados comenzó a llegar, sobre todo mis amigos del colegio. No era una fiesta en especial divertida, ninguna de esas fiestas de Almarzanera lo era. Los adultos aprovechaban de reunirse, mientras los jóvenes fingían que disfrutaban de conversar y comer. Por supuesto en cualquier momento nos escabulliríamos con algunos al patio trasero, donde mi hermano y yo ya teníamos escondidas algunas botellas de ron y refresco.

Intentaba pasar unos minutos con cada grupo de gente, ir mesa por mesa, tal como mi madre me había ensañado y me hacía cumplir. Me obligó a conversar un momento con el padre Vincenti, quien dirigía el Círculo, y con algunas señoras miembros de ese grupo también, al cual pertenecían la mayor parte de madre de mis compañeros. Mi hermano estaba con Aaron y el resto de integrantes del equipo de básquet del colegio. Al final Aaron había logrado entrar.

El equipo estaba formado por algunos alumnos de mi curso y varios de quinto. La mayoría unos trogloditas emputantes. Erick era de los más decentes ahí y eso era decir mucho. Tiago lo sabía, y pese a querer cierta amistad con ellos, los mantenía alejados de mí, porque sabía que no los soportaba. Por algún motivo creían que ser jugador de básquet les daba una posición social más elevada en el colegio; y que la mayor parte de las chicas les prestasen atención por ello, no ayudaba.

Mis amigas conversaban a mi alrededor, no les prestaba mucha atención, porque a cada momento buscaba a Steve con la mirada. Mis hermanas tenían una fiesta aparte, habían invitado a sus propios amigos, y tanto ellas como mi padre, parecían pelear por la atención de Steve. Mi padre lo llevaba de un lado al otro, haciéndolo conversar con otros médicos, entre ellos el padre de Grecia, un cardiólogo muy amigo de mi padre. Si él estaba ahí, supuse que Grecia también. Me daba curiosidad saber qué iba a darle de regalo a mi hermano.

Como esperaba, ahí estaba ella, con un vestido plateado, con corsé arriba y una falda de tul muy mullida y su cabello platinado recogido en una trenza. Se veía tan linda que solo esperaba que mi hermano se arrepintiera de lo que se perdía.

Caminó hacia él con la alegría desbordante de siempre. Con seguridad, saltó a abrazarlo del cuello y él casi se atraganta. Le recibió el regalo con cortesía y Grecia se apartó de él, seguro buscando a compañeras de su curso. Le quise dar alcance, pero dos chicos se me adelantaron.

Ambos de quinto y del equipo de básquet. Uno de ellos era Paul, el insoportable hermano de Erick, el que andaba corriendo rumores malintencionados de Grecia, todo porque ella no le hacía caso.

Me apresuré hacia ellos cuando Paul la tomó del brazo y Grecia lo separó con rudeza.

—¡Oye qué te pasa! —lo increpé.

—Nada. ¿Qué te pasa a ti? —Rubén, el otro chico me contestó.

—¿Te están molestando? —le pregunté a Grecia.

—¡No le hicimos nada! No andes de metiche. —Paul me empujó a un lado y como si hubiera sido invocado, Tiago apareció junto a nosotros.

—¿Se puede saber qué pasa?

—No pasa nada. —Paul recalcó—. Saludamos a Grecia y tu hermana vino a joder diciendo que la estábamos molestando, cuando ni la tocamos.

—Claro que la agarraste. —Me defendí, para ese punto, hasta Aaron y mis amigas nos rodeaban.

—Maya, tranquila. —Grecia me habló con voz calmada—. No importa, no quiero causar problemas en tu fiesta. Ya me voy.

—¡No! tú no tienes por qué irte ellos sí. Fuera. —Los eché.

Ambos miraron a mi hermano esperando que los defendiera.

—Váyanse —dijo al fin.

—Son unos idiotas. —Escupió Paul y ambos caminaron hacia la salida. Unos metros más allá, Rubén se dio la vuelta para enseñarnos los dedos del medio y continuó su camino. La gente comenzó a dispersarse.

—Maya, gracias, en serio debo irme. Alexa no pudo venir y Liam no fue invitado, así que me siento un poco fuera de lugar. Solo quería darles mis regalos. Feliz cumpleaños. —Se dirigió a ambos y no me dio tiempo a detenerla, siguió el mismo camino que los chicos.

—¡¿Qué rayos esperas?! ¡ve! —le grité a mi hermano.

—Si ella quiere irse...

—¡Te dije que vayas! —repetí.

Tiago resopló y corrió tras ella, la tuvo que perseguir hasta la calle.

—Vaya, la niña bonita sí que es mandona cuando quiere. —Me dijo Aaron.

—Ay, tú cállate —le respondí.

Afortunadamente los mayores no se dieron cuenta del pequeño percance.

La música estaba bien, la comida era muy buena, y por un par de horas conversando con mis amigas y sintiéndome el centro de atención, logré olvidarme de mi padre en Scielo1. Ya calmada, la migraña se me había ido por completo. Solo deseaba que de una vez hicieran el brindis, porque después de eso, tendríamos la verdadera fiesta en el jardín trasero. Y más tarde, no pensaba irme a dormir sin abrir esa montaña de regalos puestos en la entrada a la casa.

—¿Te estás divirtiendo? —mi padre se acercó a mí en uno de los pocos momentos en que estuve sola mientras me servía ponche.

—Sí, papá, gracias por la fiesta, está increíble.

—Espero que sea lo que deseabas y más. Esta va a ser la mejor, o más bien la segunda mejor fiesta de tu vida. —Me apretó por los hombros y no entendí a qué se refería—. En cinco minutos hacemos el brindis y daré la sorpresa especial. Ve buscando a tu hermano.

Asentí confundida. Mi papá tenía una sorpresa esperando. "Un auto", consideré de inmediato. ¡Por supuesto que sí! seguro papá nos daría a Tiago y a mi nuestro propio auto. Solo esperaba que fuesen dos y no uno para compartir entre ambos, porque ya podría asegurar que Tiago lo acapararía y lo usaría como motel ambulante.

Al no encontrarlo por el patio ingresé a la casa llamando su nombre. Salió de su habitación cuando escuchó mi voz.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté.

—Guardaba algunas cosas. Qué fue.

—Papá dice que vayamos, ya hará el brindis. ¿Qué pasó con Grecia?

—¿Grecia? Nada. Le dije que no se fuera, me dijo que lo pensaría y no sé. Debe estar por ahí.

—¡No la vi! Seguro se fue, ¿por qué eres tan idiota?

—¿Por qué siempre me molestas con lo mismo?

—Porque es la verdad. Solo acepta que quieres a Grecia y deja de lado tu orgullo.

—¿Por qué crees que la quiero? —contratacaba mis preguntas con más preguntas.

—Simple, ¿Por qué no invitaste a Liam?

—¿Por qué tendría que invitarlo?

—Invitaste a su hermano.

—Porque Aaron es mi amigo, Liam no.

—Invitaste a todo quinto.

—Sí, porque los conozco, no a Liam, es nuevo.

—¿Es eso? ¿o son celos?

—No digas tonterías.

Nuestra discusión finalizó porque llegamos al jardín. Salimos de la casa y ya todos estaban esperándonos. Ni bien atravesamos la puerta, dos meseros nos acercaron el enorme pastel con dieciocho velas y fuegos artificiales. Entre el sonido del fuego chispeando, escuché a los invitados cantando el feliz cumpleaños. Tras soplar las velas, mi padre me apretó contra su pecho. Luego me acomodó a su lado derecho, junto a Steve. Lo que más lamentaba de mi fiesta, era no haber podido pasar el tiempo con él. Entre que mi padre lo hacía participe de sus aburridas conversaciones, y mis hermanas se lo llevaban con sus amigos, no había ninguna excusa que pudiéramos dar para estar juntos. Por suerte, todo eso acabaría el lunes.

Como estábamos lado a lado, rozamos los dedos de nuestras manos con disimulo.

Mi madre empezó agradeciendo a todos por asistir, típico discurso que esperaba durara poco, luego le pasó el micrófono a mi padre, y de verdad esperaba que eso terminara con él y no se les ocurriera dejar a hablar a mis abuelos. Quería ver mi auto de una vez.

—Mis dos hijos más jóvenes, mi único hijo varón y mi princesa más pequeña, hoy dan un pequeño paso hacia la adultez —comenzó mi padre —. Tiago seguirá mis pasos y los de cinco generaciones en la familia, y mi pequeña Maya también; ella no solo ha tomado el camino de ser una mujer profesional, también recibí hoy la inesperada, pero bien recibida noticia de que gracias a ella, una persona que sin ser de mi sangre se ha ganado un lugar como uno de mis hijos, será legalmente parte de mi familia.

Me puse pálida. Lo miré, todos lo miramos. Volteé hacia Steve, se veía tan nervioso como yo. Por un segundo pensé en muchas cosas, y una de ellas era que mi padre no estuviese por decir lo que imaginaba que iba a decir: que ya sabía de lo mío con Steve, pero fue mucho peor.

—Steve, ven aquí. —Lo llamó. Mi novio se puso a su lado—. Mi mejor estudiante, Steve, me ha pedido la mano de mi preciosa Maya, y por supuesto no dudé en darles mi bendición. Así que hoy no solo celebramos el cumpleaños número dieciocho de mis hijos menores, sino el compromiso de mi hija más pequeña.

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Maya: Y mi auto?

Jeje, bueno, espero que les haya gustado!!! Ya en el siguiente aparecerá más Aaron

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