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1. El vacío que dejaste.

Las lágrimas nublaban mi vista mientras el oscuro ataúd, era llevado por Hoseok, Namjoon, Jin y Jungkook —vestidos de rigurosos trajes negro— En sus rostros, la tristeza, la frustración y la confusión se entrelazaban.

La escena carecía de claridad, no solo por mi llanto; la injusticia era palpable, una herida abierta que se negaba a cicatrizar. Él no debería estar ahí. Sentía que una parte de mí se había ido con él.

El dolor me desgarraba, un vacío inmenso que se extendía más allá del simple sufrimiento. No era el dolor de una caída, ni el de una herida superficial; era la profunda laceración de la pérdida, una herida abierta que se negaba a cicatrizar. La ausencia de Jimin, su sonrisa, su voz, su presencia... era como si una parte vital de mí se hubiera esfumado con él, dejándome roto y desolado. Nunca más escucharía su risa, nunca más compartiría mis alegrías y mis penas con él. Su muerte, una injusticia brutal, había arrebatado no solo su futuro, sino también una parte esencial del mío.

El ataúd negro, elegantemente decorado con remolinos dorados, descendía a la tierra. A mi alrededor, un mar de sollozos estallaba; abrazos y consuelos se entrelazan entre la multitud. Inmóvil, lloraba en silencio, reviviendo nuestros recuerdos compartidos. Era innegable: Jimin se había ido. Cientos de personas —familiares, amigos y vecinos— se habían congregado para despedirlo. Echaremos de menos su coquetería, su sonrisa radiante que iluminaba cualquier habitación, sus bromas que, aunque a veces fueran un poco tontas, siempre provocan risas. Jimin era amable con todos, incondicionalmente incluso, aceptando a cada persona con la calidez de un verdadero amigo.

Seokjin me abrazó con fuerza; sus ojos, rojos e hinchados, reflejaban su propio dolor. Secó mis lágrimas con el pulgar, atrayéndome a un abrazo reconfortante donde pude llorar libremente en su hombro mientras él me acariciaba la espalda con suavidad. Su pecho se agitaba con cada sollozo. "¿Por qué es todo tan difícil?", me pregunté. "¿Por qué se fue? ¿Por qué me dejó solo? ¿No se dan cuenta de que lo necesitaba? Lo necesitaba a mi lado."

Desde el hombro de Seokjin, divisé el pequeño cementerio, un lugar silencioso bajo la sombra de los árboles. Una atmósfera de melancolía y quietud lo envolvía; la penumbra de los cipreses y el silencio de las tumbas acentuaban la tristeza del momento. La sensación de ser observado me invadió; un movimiento entre los arbustos espinosos captó mi atención, aunque la imagen se desvaneció tan rápido como apareció. Atribui la visión a mi dolor, a la posibilidad de una alucinación.

Seokjin, con una mano en la mía, me sostenía con firmeza mientras nos acercábamos a la tumba abierta. Su presencia era un ancla en medio de la tormenta de emociones que me azotaba. A nuestro alrededor, los sollozos de mis amigos resonaban, un lamento silencioso que se mezclaba con el susurro del viento entre las hojas. Sus rostros, bañados en lágrimas, reflejaban el dolor compartido.

Con los ojos cerrados, susurré: "Adiós, Jimin" Su sonrisa, un recuerdo vívido que permanecería en mi mente.

Me despedí de Jin y los demás, y luego, dándole la espalda a la tumba de mi mejor amigo, abandoné el cementerio. No asistí a la cena posterior; celebrar su partida, tras la trágica pérdida de su vida, me parecía profundamente egoísta. La policía aún no había encontrado al culpable de semejante atrocidad, pero el día que lo hicieran, juré que pagaría por ello, lenta y dolorosamente, como lo habían hecho con mi amigo.

Jimin era excepcional, la persona más bondadosa que había conocido. Aún no podía creer que alguien le hubiera arrebatado la vida; los detalles eran demasiado horribles como para siquiera contemplarlos.

Llegué a casa con los ojos rojos e hinchados. Subí a mi habitación, mirando al suelo, en silencio. Con rabia, me quité la corbata y la tiré al suelo.

Me puse una camisa vieja a la carrera, sin fijarme en que era de Jimin. Su aroma me inundó; me imaginé sus brazos alrededor mío, su abrazo reconfortante. El pensamiento, sin embargo, me causó un dolor insoportable.

Caí sobre la cama, aferrándome a la almohada con fuerza. Pensé en él, en el dolor y el miedo que debió sentir. Sus emociones, sus sentimientos, se habían derramado en mí, inundándome por completo.

Los sollozos me sacudieron, incontrolables. El estómago me dolía, los ojos ardían, todo mi cuerpo se retorcía de dolor. Quería parar, pero no podía.

Si Jimin estuviera aquí, me abrazaría. Si estuviera aquí, no estaría llorando. Estaríamos riendo, bromeando como siempre, o viendo una vieja película, nuestras favoritas. Mi vida ahora es monótona, gris, como si una nube oscura hubiera devorado el sol. Se fue, y me dejó solo.

Suspiré profundamente. De pronto, la temperatura de la habitación descendió, pero un calor reconfortante, inusual, llenó el espacio. Algo en mi interior me susurraba que no estaba solo.

— ¿Estás aquí?, pregunté, recorriendo la habitación con la mirada. La luz del atardecer, tenue y anaranjada, se filtraba a través de la ventana, proyectando largas sombras sobre el suelo. No vi nada fuera de lo común, solo los objetos familiares: la silla desvencijada junto al escritorio, los libros amontonados en una esquina, la mancha en forma de corazón de color amarillo en la pared, un testimonio silencioso de una tarde de pintura fallida con Jimin. El silencio era pesado, opresivo, roto solo por el latido irregular de mi propio corazón, un tamborileo constante de dolor. La oscuridad se cernía, amenazante, y solo mi imaginación, burlándose de mí, haciéndome sentir un tonto.

Cerré los ojos con fuerza, la presión en las cuencas orbitarias un alivio momentáneo. Necesitaba una ducha. Mi cara estaba hinchada, los ojos ardientes y rojos, el pelo un nido de paja revuelto. Pero ¿a quién le importaba? Nada importaba ya; ni siquiera mi aspecto. El espejo reflejaría sólo un aspecto demacrado, una cáscara vacía.

De repente, una oleada de rabia me inundó. El dolor se transformó en un volcán a punto de erupcionar. — ¡Te odio!, grité con todas mis fuerzas, lanzando la almohada contra la pared. El impacto sordo resonó en la habitación, un eco de mi desesperación. — ¿Por qué no vuelves?. Las palabras, crueles y llenas de dolor, colgaban en el aire, un grito desesperado a un vacío inmenso.

La ira, sin embargo, era solo una máscara. Debajo, se anidaba la profunda tristeza, un vacío insondable. En realidad, no lo odiaba. Odiaba su ausencia, la imposibilidad de volver a verlo, de sentir su presencia, el calor de su risa. Mis párpados se sentían pesados, el cuerpo entumecido, un peso muerto que se hundía en la cama. Pero no quería dormir. Tenía miedo de las pesadillas, de las imágenes aterradoras de Jimin, de la oscuridad que amenazaba con tragarme entero. Pero mi cuerpo me ignoró, cediendo al agotamiento y poco a poco perdí el conocimiento.

Me desperté aturdido, como si acabara de cerrar los ojos, como si no hubiera dormido nada en absoluto. La habitación estaba sumida en una penumbra silenciosa, solo la tenue luz del amanecer se filtraba por la ventana. Miré el reloj en mi mesita de noche: las 9:00 a.m., brillaban en números verdes. El tiempo, un enemigo implacable, seguía su curso, indiferente a mi dolor.

Me quejé y di unas vueltas en la cama, apartando los mechones rebeldes que cubrían mi rostro. La sábana, arrugada y húmeda por mis lágrimas, se pegaba a mi piel. Levanté la vista hacia el techo, blanco y desolado. Era extraño cuántos recuerdos había en esa habitación.

El verano pasado... Las lágrimas empezaron a brotar silenciosamente por mi rostro. Había obligado a Jimin a pintar mi habitación, a cubrir ese amarillo chillón que tanto detestaba. Él, con su terquedad y su sonrisa traviesa, había dejado un pequeño corazón amarillo, su color favorito. Y casi lo arruina todo ese día, cuando quiso encender una vela aromática y quemó su dedo, entrando en pánico y arrojando el objeto por el aire, dejando pequeñas manchas de color marrón cerca del corazón. Una imagen vívida, llena de caos y risas.

Me reí en voz baja, un sonido agrio y entrecortado. Mi cara se sentía adolorida debido a las lágrimas secas de la noche anterior. Decidí levantarme. Jimin me hubiera golpeado si seguía llorando en mi cama.

El baño estaba frío y silencioso, a diferencia del torbellino de emociones que me había consumido. El agotamiento me pesaba como un manto de plomo. Me arrastré hasta la bañera, tenía la visión borrosa. Llené el grifo con agua caliente, el vapor fue un tenue consuelo en la fría realidad. El espejo me devolvió la imagen de un espectro: ojeras profundas, ojos hinchados e inyectados en sangre, la piel tirante y pálida como la cera. Me desvestí con movimientos lentos, mecánicos, y me sumergí en el agua. El calor me envolvió como un abrazo, pero la tensión en mis músculos, la pesadez en mi cabeza, permanecían. Las lágrimas amenazaban con brotar, un torrente contenido a duras penas. Mi cuerpo seguía entumecido, pero en el fondo, una chispa de determinación luchaba por encenderse. Algún día, tenía que superar esto. Algún día, tendría que aceptar que Jimin no volvería.

Sentí que la tensión en mis hombros se disipaba lentamente. Tomé una profunda bocanada de aire, conteniendo el hipo que amenazaba con escapar, y sumergí la cabeza bajo el agua. El calor me envolvió, un abrazo tibio y silencioso que me acunaba en su seno. El agua, suave y pesada, me rodeaba, amortiguando el dolor, al menos por un instante. Dejé que mi pelo castaño se remojara, liberando la tensión acumulada en mi cuero cabelludo. Fue un momento de paz efímera, un breve respiro en medio de la tormenta.

Cuando saqué la cabeza, el vapor me envolvió como un velo. Estiré la mano para alcanzar el bote de champú, un gesto automático, mecánico. Pero antes de que mis dedos lo tocaran, el bote se desplomó del estante, cayendo con un golpe sordo en la porcelana de la bañera. El agua salpicó, fría y repentina, sobre mi piel. Di un pequeño salto, más por el susto que por el impacto del agua. Llevé mis manos al pecho, sintiendo el latido frenético de mi corazón. Mi respiración se aceleró, entrecortada y superficial. ¿Por qué me había asustado tanto? Solo se había caído. Nadie estaba allí para empujarlo. Nadie.

La pregunta resonó en la quietud del baño, una acusación silenciosa a la soledad que me rodeaba. Encogí los hombros, intentando justificar mi reacción. Tal vez estaba en el borde, desequilibrado. Tal vez era solo mi nerviosismo, mi mente hiperactiva buscando culpables donde no los había. Terminé de ducharme lo más rápido que pude, el agua caliente ya no me reconfortaba, sino que me recordaba la fragilidad de mi propia calma. Al salir de la bañera, recogí el bote vacío, el aroma a menta llenando el aire. Un aroma que me transportaba al pasado, a conversaciones banales, a risas compartidas. Recuerdo que Jimin había comentado, en aquel entonces, que no le gustaba el olor a menta. Yo le había gritado que se callara, que seguiría usándolo de todos modos. Ahora, el aroma era un tormento, un recordatorio constante de su ausencia. ¡Maldita sea! ¿Por qué todo me recuerda a ti?

(...)

¡Hola Traitor's! Y bienvenidos a esta nueva historia. Pero antes de comenzar, me voy a tomar un momento para advertirles algunas cosas:

Esta historia no es un cliché romántico ni un cuento de hadas. Si buscas una trama centrada en el amor, este no es el libro para ti. Sí, hay momentos románticos, pero no son el eje de la historia. Tampoco encontrarás escenas 'spicy'. Aquí hay emociones crudas, giros inesperados y quizá un poco de sufrimiento. Advertidos están.

Para quienes deseen continuar, preparen sus corazones. Con esta advertencia en mente, les invito a leer con atención, a tomarse su tiempo para entender y empatizar con los personajes. Esta historia aborda temas complejos y sensibles, por lo que se recomienda discreción. Todo lo que leerán es ficción, producto de mi imaginación, y no tiene la intención de reflejar la realidad ni causar daño alguno.

Lo más importante: espero que logren encontrar al traidor. ¿Están listos para comenzar?

Si desean visualizar a los personajes y los escenarios, pueden visitar mi perfil, donde encontrarán un enlace a un tablero de Pinterest con imágenes de inspiración para la historia y una playlist en Spotify.

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!

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