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02. El día que Jimin dejó este mundo


"Hay amistades que ni la muerte las separa ¿la nuestra fue de esas?"

El tic-tac del reloj de pared, un árbol de madera tallado con intrincadas ramas, me impacientaba. Eran las nueve y veinte, y la casa, normalmente llena de vida, estaba inusualmente silenciosa. El viernes por la noche se extendió ante mí, pesado y denso como el silencio. Esperaba a Jimin. Mi familia había salido esa mañana a visitar a un familiar, y aunque me dejaron solo, la condición era que mi amigo pasara la noche conmigo.

Un estruendo anunció que las palomitas estaban listas. Me levanté y fui a la cocina.

Era noche de películas de Disney, y me tocaba elegir. Habíamos visto casi todas, así que dudé un poco antes de decidirme por "Clouds", un drama musical muy comentado.

El reloj de pared, marcaba las nueve y cuarenta. Su lento tic-tac, normalmente un acompañamiento relajante en la quietud de mi casa, ahora me impacientaba. Jimin siempre era puntual, casi obsesivamente puntual.

Me hundí más profundamente en el amplio sillón, el suave cuero cediendo bajo mi peso. Aparté el tazón de palomitas, mi debilidad culpable. Sabía que si probaba siquiera una, no podría parar. El aroma a mantequilla y maíz tostado, eran mi debilidad.

Mis dedos comenzaron a golpear mis piernas, un tic nervioso que solo aparecía cuando estaba aburrido o, como ahora, profundamente inquieto. Encendí el televisor, la luz azul de la pantalla hacía un breve resplandor en la penumbra de la sala. Navegué por los canales, la oferta televisiva una sucesión interminable de imágenes vacías que no lograban distraerme de mi preocupación.

Veinte minutos se esfumaron en un torbellino de canales sin interés. La impaciencia se había convertido en una ansiedad palpable. Miré de nuevo el reloj. La inquietud en mi estómago se había intensificado, un nudo apretado que me impedía relajarme. Me levanté, el movimiento brusco, un reflejo de mi creciente nerviosismo, y busqué mi teléfono, perdido entre los cojines del sillón y tirado en el suelo. Necesitaba llamarlo.

Marqué su número; cayó directamente al buzón de voz. Eso me extrañó, siempre contestaba.

Si no venía, la mañana siguiente sería muy difícil. Él sabía que odiaba los viernes solo; eran sagrados para nosotros.

Acomodé la almohada en el sofá y me tumbé mirando el techo. El cansancio me invadía, a pesar de la tranquilidad del día. Un chillido, seguido de un golpe seco, anunció la llegada de Jimin. Intenté levantarme, pero una extraña pesadez me paralizaba. ¿Qué estaba pasando?

Vi una figura acercarse. Un escalofrío me recorrió al sentir unos dedos fríos en mi mejilla. Abrí los ojos. Jimin estaba en cuclillas, mirándome con una ternura inusual, casi forzada. Sus ojos, normalmente brillantes, estaban apagados, con un brillo triste y distante que me heló el corazón. Un olor a tierra húmeda, rico y profundo, se deslizó en el aire, un aroma extraño e inquietante.

—Hola, Tae — susurró, su voz más suave de lo normal, casi un susurro apenas audible.

—Jimin... — respondí, mi voz ronca y débil — ¿Por qué tan tarde? Íbamos a...

Su dedo índice, pálido y frío, calló mi protesta. Noté un ligero temblor en su mano.

—No puedo quedarme mucho — dijo, y el olor a tierra se intensificó, llenando mis sentidos con una sensación extraña. La tristeza en sus ojos era abrumadora.

—Tienes que quedarte — rogué, con voz apenas audible.

—No puedo, debo irme... — respondió. Mis párpados se sentían cada vez más pesados, un velo oscuro se extendía sobre mi visión.

—Por favor, quédate — supliqué. Una sensación de frío intenso, que no provenía del exterior, me recorría.

—Tae, no puedo. Volveré pronto, te lo prometo — dijo, entrelazando nuestros meñiques. Sus dedos estaban helados.

—¿Lo prometes? — pregunté, observando cómo su cabello rubio ocultaba sus ojos.

—Lo prometo — susurró, apretando nuestros dedos. Me besó la frente, un beso frío y húmedo, y una sonrisa triste se dibujó en sus labios. Luego se levantó y se fue, dejando tras de sí el intenso aroma a tierra húmeda.

Un profundo cansancio me invadió. ¿Había sido un sueño?

No recuerdo cuándo me quedé dormido, solo sé que mis ojos se cerraron demasiado rápido. El repiqueteo de mi teléfono me despertó sobresaltado. Un sueño extraño, pensé mientras tomaba el aparato. El nombre de mi madre en la pantalla me desconcertó. Habíamos hablado hace horas.

Algo me hizo dudar en contestar, pero mis dedos se movieron solos. El rostro de mi madre apareció, los ojos y las mejillas rojos e hinchados por el llanto. El temor me heló. ¿Qué había pasado durante su viaje?

—Mamá... — dije, intentando captar su atención. Su expresión era desolada. — ¿Qué ha pasado?

—Hijo... — suspiró, su voz quebrada. Sentí un escalofrío. Sabía que algo terrible había ocurrido. — Necesito que te calmes...

Respiré hondo, intentando controlar el pánico. Mi madre inhaló profundamente, y entonces pronunció las palabras que destrozaron mi mundo:

—Jimin... — ¿Jimin? ¿Qué le ocurría a mi amigo? La vi romper a llorar, comprendiendo la terrible verdad. Mil escenarios, todos horribles, desfilaron por mi mente.

—Lo siento mucho, cariño — dijo, su voz entrecortada. — Sun Hee... Sun Hee me acaba de llamar.

—¿Qué ha pasado, mamá? Dímelo de una vez — rogué, la desesperación apoderándose de mí. La idea de que algo malo le hubiera sucedido a Jimin o a su familia era insoportable.

—Jimin... ha fallecido, cariño — dijo, la voz rota por el llanto, sus ojos buscando los míos en la pantalla.

El mundo empezó a girar. Náuseas, mareos, un golpe en el estómago que me dejó sin aliento.

—¿Qué? — pregunté, la voz temblorosa, el cuerpo helado de terror.

—Encontraron... su cuerpo en el bosque hace una hora — dijo, entre sollozos.

—No... no puede ser... — susurré, negándome a aceptar la realidad. Su voz se alejaba, aunque la oía llamar mi nombre. Mis oídos se negaban a aceptar lo que me decía.

—Tae... — dijo mi madre, intentando alcanzarme a través de la pantalla. — Lo siento tanto, cariño... Perdóname por no estar ahí... — Sus dedos temblorosos rozaron la pantalla del teléfono.

La ira me invadió, un fuego que crecía en mi interior. Recuerdo decirle a mi madre que la llamaría luego, antes de desplomarme en el frío suelo.

Un grito desgarrador, un torrente de lágrimas. No, no podía ser verdad. Jimin no podía estar muerto. Frustración, rabia, soledad... todo me inundaba.

"Lo encontraron en el bosque..." Las palabras de mi madre resonaban en mi cabeza. Había caminado por ese bosque para llegar a casa... ¡Era mi culpa! ¿Asesinato? ¿Accidente? ¡Dios, no!

No podía aceptarlo. Él había estado aquí, conmigo, ¡vivo!

Agarré mi chaqueta, me puse las zapatillas y salí. El frío me golpeó como una bofetada, dejándome aturdido por un instante. Un frío que calaba hasta los huesos. Corrí, con todas mis fuerzas.

Crucé la calle sin mirar, ignorando la furia de los conductores que me pitaban. Todo se movía en cámara lenta mientras me adentraba en el bosque. No era mucho, pero se sentía como una eternidad.

Llegué al borde, a la oscuridad del bosque. Era aterrador, pero el miedo era insignificante comparado con la rabia y la negación que me consumían.

Desde esa distancia, vi las luces de las camionetas policiales, las cintas amarillas de la escena del crimen delimitando el perímetro. El corazón me martilleaba el pecho. Me acercaba, el suelo bajo mis pies parecía flotar, cuando unos brazos fuertes me sujetaron por la cintura, tirándome contra un cuerpo sólido.

—¡Tae! — la voz de Hoseok resonó, firme, entre el silencio y el dolor que ya sentía en el aire.

Golpeé su pecho con los puños. —¡Suéltame!

Me obligó a mirarlo, limpiando mis lágrimas con un pulgar. Sus ojos estaban hinchados y rojos, el rostro desfigurado por el llanto contenido, una máscara de dolor seco. Sus labios estaban ligeramente cortados, una fina línea de sangre oscura se asomaba en la comisura.

—Hobi... — susurré, mis lágrimas mojando su pijama gris. Él me abrazaba con fuerza, su cuerpo tembloroso, conteniendo un sollozo que apenas podía reprimir.

—Ji... Jimin... — dije, la voz apenas un susurro. — ¿Está... muerto?

Su rostro se contorsionó en una mueca de dolor agónico, sus labios apretados con furia contenida. Dos nuevas gotas de sangre brotaron de su labio inferior. Alzó la mirada al cielo, las lágrimas acumulándose en sus ojos marrones, llenos de una culpa desgarradora que me heló el corazón.

Suspiré profundamente cuando bajó la mirada, sus ojos, ahora inundados de lágrimas, se encontraron con los míos.

—Sí — susurró, su voz apenas audible, quebrada por el dolor. Mis piernas cedieron; Hoseok me sostenía, impidiendo que cayera. Esto no podía ser real. No, no, no.

Me guió hacia el resto de mis amigos. Namjoon estaba sentado en el suelo, la cabeza apoyada en las rodillas, su cuerpo temblando incontrolablemente. Sus hombros se sacudían con sollozos silenciosos, mientras sus manos apretaban fuertemente un pañuelo empapado en lágrimas. Jin estaba de pie a su lado, con la mano en el hombro de Namjoon, sus dedos acariciando suavemente su cabello. Jin parecía petrificado, su rostro inexpresivo, pero sus ojos reflejaban una profunda tristeza, una mezcla de dolor y resignación. Sus mandíbulas estaban tensas, como si estuviera conteniendo una tormenta interior.

Jungkook, en cambio, era un torbellino de energía frenética, contenida con dificultad. Se mordía las uñas hasta sangrar, sus dedos blancos y tensos. Temblaba sin cesar, secándose las lágrimas con los puños de su suéter, pequeñas sacudidas irregulares que mostraban su agitación interna. Sus ojos estaban rojos y llorosos, pero su mirada se mantenía fija en el oficial de policía. La imagen de su desesperación era casi palpable.

Los tres estaban concentrados en lo que decía el oficial, sus rostros pálidos y bañados en lágrimas. Pero para mí, todo era un sueño, una pesadilla de la que no podía despertar. No quería que fuera real.

Miré a Hoseok, sintiendo cómo mi mirada se deslizaba hacia él antes de volver a posar en el oficial.

—Hobi, ¿y si no está muerto? — pregunté, aferrándome a la negación, una última esperanza desesperada.

—Tae... — Hoseok comenzó a girar hacia mí, su cuerpo temblando aún más, la voz apenas un susurro, la negación y el dolor luchando por escapar de sus labios. — No...

Quería gritar, golpear algo, a alguien. Las lágrimas me nublaban la vista. Rompí el abrazo de Hoseok, apartándome bruscamente de él, sin una palabra, sin una mirada. Corrí, sin rumbo, solo huyendo del dolor, de la realidad, de la muerte de Jimin.

Llegué a nuestra piedra, junto al lago. Nuestro lugar. El mismo bosque donde habíamos compartido tantas risas, tantas confidencias, tantos sueños... ahora, un lugar maldito, impregnado de la muerte de Jimin. Tres años de recuerdos, ahora manchados con la sangre fría de la tragedia.

—¡Taehyung! — el grito de Jin, desgarrado, me alcanzó, pero lo ignoré.

El viento azotaba mi rostro, un susurro cruel que repetía la escena en mi mente, el bosque que conocía tan bien, ahora un laberinto siniestro de sombras y recuerdos. Este bosque, con sus árboles retorcidos y su suelo húmedo, testigo mudo de nuestras travesuras infantiles, ahora guardaba el secreto de su muerte. El aire mismo parecía contener el eco de su último aliento, un susurro que me perseguía con cada paso.

Negué con la cabeza, apretando los ojos contra la furia del viento y la tormenta interior que me destrozaba. Corrí hasta que un dolor agudo, un golpe sordo contra la tierra, me derribó.

Jin se arrodilló a mi lado, su rostro lleno de compasión.

—¿Dónde está Jimin? — la pregunta escapó de mis labios, un grito silencioso de desesperación.

—Tae... Jimin se ha ido — su voz, suave pero firme, rompió el torbellino de mi mente. Me atrajo hacia él, su abrazo cálido, un refugio efímero contra el frío que me helaba hasta los huesos.

Un vacío inmenso se abrió en mi pecho, un agujero que se negaba a cerrarse. El peso de mi culpa me aplastaba. Nunca le había dicho cuánto significaba para mí. Su silencio, su generosidad, sus risas, ahora solo eran ecos en mi memoria.

Después de un rato, Jin me ayudó a levantarme. Mi rodilla sangraba, una herida menor comparada con la herida abierta en mi alma.

Llegamos donde estaban los demás. Namjoon estaba encogido, un ovillo de dolor silencioso sobre el hombro de Jungkook, quien lo abrazaba con fuerza, su cuerpo temblando. Hoseok, pálido como un fantasma, se aferraba a un árbol cercano, sus nudillos blancos por la tensión, los ojos fijos en el suelo, como si intentara evitar la realidad. El aire estaba cargado de una tristeza palpable, un silencio denso que solo era interrumpido por los sollozos contenidos de Namjoon.

Entonces los vimos. La madre y la hermana de Jimin estaban allí, sentadas juntas en un banco, abrazadas, sus rostros pálidos y desfigurados por el dolor. No las había visto llegar, pero estaban allí, destrozadas, muertas en vida. Sus hombros se sacudían con sollozos silenciosos, sus cuerpos temblando, como si el frío del bosque se hubiera filtrado hasta sus huesos. La hermana de Jimin, tenía la cabeza apoyada en el hombro de su madre, sus dedos aferrados a la mano de ésta con una fuerza desesperada. Eran dos figuras rotas, consumidas por un dolor que parecía devorarlas.

El oficial, un hombre alto y delgado con la expresión inexpresiva de quien ha visto demasiado dolor, se acercó. Su voz, aunque baja y controlada, tenía un tono metálico, frío, que contrastaba con la fragilidad de la escena. No ofreció condolencias ni consuelo, sólo un informe crudo, directo, que desgarraba el velo de la incredulidad.

"El cuerpo... presentaba múltiples fracturas. Las piernas estaban... destrozadas. Varias costillas rotas... Se encontraron rastros de tierra y hojas en la ropa... La causa de la muerte... aparentemente, un traumatismo severo, pero... las marcas en el cuello... sugieren... estrangulamiento." El oficial hizo una pausa, su mirada recorriendo los rostros devastados de nuestros amigos y la familia de Jimin. No añadió nada más. No hacía falta. Sus palabras, sencillas y directas, pintaban una imagen brutal, una escena de horror que nos congeló en el instante. La sutil diferencia en su descripción, la mención de las marcas en el cuello, era suficiente para que la verdad se impusiera en nuestros corazones.

La realidad, cruda e implacable, golpeó con toda su fuerza. Jungkook, con un jadeo ahogado, apretó con más fuerza a Namjoon, quien ahora lloraba abiertamente, sus sollozos desgarradores rompían el silencio. Jin cerró los puños con fuerza, sus nudillos blanqueándose, mientras una lágrima solitaria caía por su mejilla, traicionando su férrea contención. Hoseok se tambaleó, como si el golpe lo hubiera dejado sin aliento, sus manos cubriendo su boca. La madre de Jimin emitió un grito ahogado, un sonido desgarrador de dolor puro, mientras su hija se aferraba a ella con más fuerza. Un silencio sepulcral cayó sobre nosotros, un vacío que resonaba con el eco de las palabras del oficial. La imagen de Jimin, destrozado, se grabó a fuego en nuestras mentes. Era obvio que no había sido un accidente. Jimin había sido asesinado.

(...)


¡Hola Traitors! Debo confesar que este capítulo fue realmente difícil de escribir.  Me sumergí profundamente en el dolor de Tae, intentando transmitir su rabia, su incredulidad, su soledad abrumadora...  Espero haberlo logrado, haberles hecho sentir, aunque sea un poco, la intensidad de sus emociones.

Me encantaría saber cómo se sintieron ustedes al leerlo. ¿Logré transmitirle su dolor?  Sus comentarios son muy importantes para mí, así que no duden en dejarlos.

Espero que sigan acompañándome en esta historia, que juntos podamos descubrir la verdad y encontrar al culpable.  ¡Sus teorías son bienvenidas!  No duden en compartirlas, ¡me muero por leerlas!

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!  ¡Prepárense!

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