03. Adiós, Jimin.
(...)
"Sigo diciéndote adiós sin poder despedirme"
El roce áspero de los viejos jeans contra mi piel fue el primer aviso de que salía de mi letargo. Una camisa negra, demasiado grande, y el abrigo desgastado me envolvían en un abrazo silencioso, un consuelo mínimo ante la tormenta interior. Respiré hondo, el aire frío de la mañana entrando en mis pulmones como un puñal. El sol apenas asomaba, pintando el cielo con tonos grises y apagados, reflejando el estado de mi alma.
Mis primeros pasos fueron torpes, como si mis piernas hubieran olvidado cómo moverse. Días de encierro, días de llanto silencioso, habían dejado mi cuerpo entumecido, la mente nublada. Cada paso era un esfuerzo, un recordatorio físico del vacío que me carcomía. Pero al avanzar, la rigidez fue cediendo, el movimiento volviendo a mis miembros con lentitud, como si la vida misma se resistiera a fluir de nuevo.
Las calles estaban desiertas, el silencio matutino roto solo por el lejano chirrido de un neumático o el canto distante de un pájaro. Las casas, con sus ventanas oscuras y sus puertas cerradas, parecían reflejar mi propio aislamiento, mi soledad. Cada esquina transitada era un paso más hacia el lugar que me esperaba, un lugar que me atraía y me repelía a la vez. El camino me parecía interminable, una metáfora de la búsqueda interminable de justicia que me aguardaba. Las sombras alargadas de la mañana temprana se estiran como dedos espectrales, alcanzándome, recordándome la oscuridad que me acompañaba.
Finalmente, los imponentes portones de hierro forjado del cementerio se alzaron ante mí, imponentes y sombríos. El viento susurraba entre los cipreses, sus ramas desnudas dibujando arabescos contra el cielo gris. Unos cuantos pájaros, sobresaltados por mi presencia, se alzaron en vuelo, sus siluetas negras destacando contra la pálida luz del amanecer. Las hojas caían lentamente, como lágrimas silenciosas, cubriendo el suelo con un manto de un verde apagado.
En ese instante, el pensamiento me golpeó con la fuerza de un puñetazo: Quisiera ser un pájaro. Volando lejos, muy lejos de todo este dolor. Pero sabía que no podía escapar. Tenía que enfrentarlo. Tenía que ser fuerte, no por mí, sino por Jimin.
Este sería el primer día sin él. Aunque habían pasado varios días, la realidad seguía golpeándome como olas incesantes. Las noches eran un tormento, un mar de lágrimas que me ahogaba hasta quedarme dormido. Rezaba para despertar de esta pesadilla, pero al abrir los ojos, la cruda realidad me golpeaba con más fuerza.
Hoy ya había llorado dos veces. Pero me lo había prometido: no más lágrimas hasta encontrar al culpable. Ese día, sí, lloraría. Pero serían lágrimas de alivio, de justicia, de felicidad.
Caminé entre las tumbas, cada una marcada con una cruz de oro reluciente bajo la luz tenue. Las inscripciones, grabadas en la fría piedra, parecían susurrar historias de vidas pasadas, de amores perdidos, de sueños rotos. Pero ninguna de esas historias me interesaba ahora. Solo buscaba una. La de mi amigo.
Una lápida, en particular, llamó mi atención. Su cruz de oro relucía con inusual brillo, y la inscripción, grabada con una caligrafía elegante, parecía susurrar una historia de dolor y pérdida: "Descansa en paz, hija mía. Que Dios te reciba en el cielo con sus brazos abiertos".
Una amarga risa se escapó de mis labios. Dios. ¿Dios? La ironía me estrujaba el alma. ¿Aún podían creer en un ser invisible, omnipotente, que jamás se había manifestado? ¿En un ser que no había hecho nada para evitar la tragedia que nos había golpeado? Si Dios existiera, si ese ser supremo fuera real, Jimin estaría aquí, a mi lado, riendo, bromeando, llenando mi vida con su luz. Si Dios existiera, lo habría salvado.
En ese instante, la fe, el tenue hilo que me había unido a la idea de una divinidad, se rompió por completo. La muerte de Jimin había destruido mi creencia, dejando tras de sí un vacío aún mayor que el de su ausencia. Tal vez era egoísmo, una reacción natural ante la pérdida, pero en ese momento, no podía evitar sentir una profunda rabia hacia cualquier poder superior que hubiera permitido que esto sucediera. Cualquier persona que ha perdido a un ser querido, en el dolor, siente lo mismo.
Seguí el camino de piedra, cada ladrillo tenía una memoria grabada a fuego en mi mente. Conocía este lugar como la palma de mi mano. Sabía exactamente dónde estaba su morada, su tumba.
La hierba, recién cortada, perfumaba el aire con un aroma fresco y limpio. Me detuve frente a una lápida grande, imponente, de mármol blanco. Sobre ella, la hierba estaba recién cortada, y un delicado perfume a lavanda flotaba en el aire, haciéndome sonreír con tristeza. Sus flores favoritas.
— Hola, Jimin. — susurré, mi voz apenas era audible. Me arrodillé, acariciando la fría piedra, un gesto inútil, un intento desesperado de conectar con él. Por lo general, era él quien iniciaba las conversaciones, su voz estaba llena de energía y alegría. Ahora, solo había silencio.
Suspiré, intentando encontrar las palabras adecuadas. Era difícil hablar con una lápida, con un trozo de piedra que albergaba su recuerdo. No era mi Jimin.
Levanté la vista para leer las palabras grabadas en oro: "Park Jimin 1995 - 20245 Siempre amado y extrañado. Descansa en paz".
Tenía razón. Siempre sería amado y extrañado. Su bondad, su dulzura, su sonrisa, había tocado la vida de tantas personas. Incluso aquellos que no lo conocían sabían quién era Jimin.
Un suspiro escapó de mis labios, profundo y doloroso. Mis ojos ardían, las lágrimas amenazando con romper la presa. Tenía que ser fuerte. No podía llorar. No todavía.
— Te echo de menos, ¿lo sabes? — dije con un hilo de voz, mi garganta constreñida por la emoción.
Me sentía un idiota, hablándole a una simple lápida, pero moví mis dedos sobre la fría piedra, imaginando su rostro, sus ojos marrones, su sonrisa tierna. Quería recordarlo feliz, su cabello rubio flotando en el aire.
La mezcla de sentimientos me abrumaba. El dolor, la rabia, la soledad, me asfixiaba. Pero una suave voz interior, la voz de Jimin, me recordaba que tenía que ser fuerte, que tenía que resistir. Sabía que el dolor, con el tiempo, disminuiría, que llegaría el día en que recordarlo no me haría llorar.
Apoyé mi codo en mi rodilla, sosteniendo mi rostro con ambas manos. No sabía qué más hacer. No podía seguir hablando con una roca.
Decidí distraerme, recogiendo la hierba fresca y contando las flores que crecían alrededor de la tumba. Observé los ositos de peluche, las cartas, las rosas, todos los pequeños tributos de amor y recuerdo.
Mi mirada se dirigió hacia el bosque, al fondo, un lugar sombrío y misterioso. El lugar donde había ocurrido... No quería recordar los detalles, pero Hobi me los había contado unos días después. Insistí en conocer la verdad, necesitaba saber qué le habían hecho a mi amigo.
Una pequeña lágrima escapó, traicionando mi determinación.
Me limpié la cara, diciéndome a mí mismo que era un adulto, que tenía que ser fuerte. — Todo el mundo te extraña mucho — solté, mi voz quebrada. — En especial yo. — añadí, mordiendo mi labio inferior para contener las lágrimas. Mi cabello castaño caía sobre mi cara mientras inclinaba la cabeza.
Mi teléfono vibró, interrumpiendo el silencio sepulcral que me rodeaba. Era Hoseok.
—Tae...— dijo su voz, llena de una preocupación que traspasaba la línea telefónica. El tono, normalmente alegre y despreocupado, estaba teñido de angustia.
— ¿Qué sucede? — pregunté con calma, aunque mi voz temblaba ligeramente. Intenté mantener la compostura, pero la preocupación en la voz de Hoseok era palpable.
— ¿Dónde te encuentras? — preguntó, su nerviosismo evidente en la urgencia de su pregunta.
— Con Jimin... — susurré, soltando un leve suspiro al pronunciar el nombre de mi amigo. El peso de la palabra, la carga emocional que contenía, era demasiado para mi garganta. — ¿Por qué preguntas?
Un silencio, corto pero tenso, se extendió entre nosotros. Podía escuchar su respiración entrecortada, su agitación.
— ¡¿Qué demonios estás haciendo en el cementerio por tu cuenta?!" — explotó Hoseok, su voz cargada de reproche, pero también de un miedo profundo. Su amabilidad habitual se había desvanecido, reemplazada por la preocupación de un amigo que sabía lo vulnerable que me encontraba. Conocía a Hoseok, sabía que su enojo era solo una máscara de su miedo.
— Solo quería verlo, eso es todo. — dije, casi en un susurro, mi voz quebrada por la emoción. Intenté justificarme, pero las palabras sonaban huecas, incluso para mí.
Un largo silencio, cargado de tensión, se apoderó de la línea. Podía sentir la preocupación de Hoseok a través del teléfono, una preocupación que se mezclaba con su habitual amabilidad, creando una mezcla compleja de emociones. Su silencio era un testimonio de su comprensión, de su capacidad de sentir el dolor ajeno.
Finalmente, Hoseok habló, su voz más suave, más controlada, pero la frialdad seguía presente. — Iré para allá. — dijo, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.
— ¿Qué?, ¿Por qué? — pregunté, mi confusión evidente en mi voz. No entendía la necesidad de venir hasta aquí.
— Jimin fue asesinado a centímetros de ese lugar, no puedes ir solo Tae, es peligroso. — contestó, su voz un poco más alta, pero aún controlada. Su preocupación era genuina, su tono revelaba su conocimiento de los peligros que me acechaban. Conocía el lugar, sabía lo que había sucedido allí.
— Lo sé... — susurré con un nudo en la garganta, la realidad de sus palabras golpeándome con fuerza. — Pero... eso no me importa. Un largo suspiro escapó de mis labios, un suspiro que Hoseok pudo escuchar al otro lado de la línea.
— ¿Qué pasa, si alguien te mata Tae?, ¿o te hace algo malo mientras estás solo? — preguntó Hoseok, su voz entrecortada por la emoción. Su preocupación era palpable, su angustia evidente.
— No me importaría morir. — contesté, sin pensarlo, las palabras saliendo de mis labios con una sinceridad brutal. El dolor era tan profundo que la muerte parecía una opción aceptable.
Un largo silencio se apoderó de la línea. Hoseok procesaba mis palabras, el impacto de mi desesperación. Su silencio era un testimonio de su comprensión, de su impotencia.
— Estaré ahí en 10 minutos. — dijo finalmente, su voz firme, decidida. Colgó.
Sabía que le habían dolido mis palabras, pero él también estaba al tanto de mis sentimientos en este momento. Su comprensión, su preocupación, su amistad, eran un bálsamo en mi dolor.
Me levanté del suelo, sacudiendo la hierba adherida a mis pantalones. Di una última mirada a la tumba de Jimin, a la fría piedra que ahora lo albergaba. El aroma a lavanda, aún presente en el aire, era un eco de su presencia, un recuerdo agridulce que me estrujaba el corazón. "Adiós, Jimin", susurré, mi voz apenas audible, más un suspiro que una despedida. Le dediqué una sonrisa, triste y forzada, un intento desesperado de transmitirle la paz que yo mismo no sentía. Era una sonrisa de despedida, pero también una promesa.
Salí del cementerio, la imagen de su rostro grabada en mi mente. El peso de la tristeza seguía presente, pero una chispa de esperanza, pequeña pero tenaz, comenzaba a encenderse en mi interior. Sabía que la próxima vez que lo visitara, la experiencia sería menos dolorosa. La herida seguiría abierta, pero la cicatriz comenzaría a formarse. Esperaba, con una fe renovada, que llegaría el día en que pudiera visitarlo con alegría, contarle mis logros, mis alegrías, mis triunfos; el día en que pudiera reír en su tumba, en lugar de llorar; el día en que su recuerdo no me provocará más dolor, sino una sonrisa nostálgica y un profundo sentimiento de amor y gratitud por haberlo conocido.
Me senté en un banco fuera del cementerio, esperando la llegada de Hoseok. Hoy comienza mi búsqueda de justicia. Haría todo lo posible, movería cielo y tierra, para encontrar al culpable y que pagara por lo que le había hecho a mi amigo. No descansaría hasta entonces.
¡Hola Traitors! ¿Cómo se encuentran estos días? Mi corazón de pollo sufre con Tae 🥹 ¿Ustedes alguna vez perdieron a alguien importante? Si lo hicieron, creo que realmente podrán empatizar con sus sentimientos y lograr entenderlo. Por otro lado, ¿Tienen curiosidad sobre Jimin?, ¿qué sucedió realmente con él?, ¿quién lo mató?, ya falta poco para saberlo 😱
¿Tienen alguna teoría sobre quién podría ser el culpable? ¿Creen que Hoseok podrá ayudar a Tae? ¿Qué les pareció el final del capítulo?
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!
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