xxi. el servicio secreto
NOSTALGIA OSCURA,
capitulo veintiuno: el servicio secreto!
Washington D.C, Estados Unidos — Año 2004, 2 años después.
LAS CORTINAS QUE OSCURECÍAN LA HABITACIÓN DE CHARLOTTE HARMON DEJABAN ENTRAR UN POCO DE LA LUZ MATUTINA QUE SE ALZABA EN WASHINGTON. La muchacha de cabellos pelirrojos se removió en su cama, acomodándose en una mejor posición por debajo de su edredón, para mantener así su rostro hundido en la almohada. Ella sabía perfectamente que en diez minutos exactos tendría que levantarse, abandonar la comodidad de su cama, dirigirse al baño y asearse para luego ponerse unos pantalones ajustados de vestir junto con una camisa y una corbata, terminando por ponerse una chaqueta a juego con el pantalón y atar su cabello en un rodete impoluto para poder finalizar con unos tacones para poder completar todo su atuendo el cual era digno de una agente federal de su propio rango — una agente del maldito Servicio Secreto estadounidense. Cuando le contó a su madre, Mare Harmon, sobre la posibilidad de calificar para probarse en el Servicio Secreto, ella estaba extasiada, demasiado emocionada por el nuevo ascenso que su única hija y más grande orgullo podía tomar en su carrera.
(Además de tener miedo al mismo tiempo por eso, por los riesgos que conllevaba unirse a tal acto.)
Charlotte no podía olvidar su grande sonrisa aquel día que fue a visitarla.
Parecía que podía enmarcarla en un cuadro y colgarla en la pared de su apartamento.
Sin embargo, las sonrisas siempre fueron efímeras. Van y vienen constantemente, como también lo hacen millones de emociones, a pesar de que algunas persisten en la mente y en el corazón de uno. Charlotte partió a Baltimore luego de que Adam Benford les dijese que podían tomarse una semana libre debido al accidente que les quitó la vida a dos de sus compañeros de equipo: Jack Krauser y Dalton Bauer. El funeral que dio lugar al día siguiente en el Cementerio Nacional de Arlington, donde dos cajones vacíos fueron enterrados con las distintivas placas de los dos soldados caídos en acción, fueron acompañados por una banda militar y varios cadetes junto a soldados rasos que conocían al dúo por igual o por separado. Ella no se presentó, ella ni siquiera se inmutó en ir, dadas las circunstancias. Luego de la herida que había dejado el capitán de cabellos castaños en su corazón, ella estaba buscando las piezas que le quedaban para volver a armarlo y esta vez hacerlo más fuerte que antes.
Ella no podía ver la lápida de Dalton Bauer.
Primero, debía enfrentar su traición.
Después, lo pensaría con un juicio menos nublado.
Lottie había asumido que Leon vendría con ella a Baltimore, pero él tenía cuentas pendientes con ciertos rumores de una mujer asiática metiéndose en terreno terrorista que él debía impedir, así que ella fue quien condujo todo el camino desde Arlington a Baltimore. La pelirroja nunca mencionó qué tipo de relación mantuvo con Dalton, pero sí recordó mencionar que perdió a un compañero y que se sentía desanimada por ello — eso fue todo, una mentira disfrazada con una máscara bien hecha. Mare Harmon se tragó aquella mentira, a pesar de lo mala que es su hija mintiendo, ella creyó el cuento y eso fue suficiente para Charlotte. Luego, lo que siguió después de eso, fue la mísera caída de la Corporación Umbrella; finalmente había caído, después de años produciendo caos y armas de destrucción masiva que seguían alimentando a la Guerra del Terror como si fuese un bebé caprichoso.
Era inevitable no recordar aquel fatídico 29 de Septiembre.
Su primer y único día como oficial de policía junto con su mejor amigo.
Los asesinatos en las Montañas Arklay, el incidente que el jefe Irons tapó con la unidad STARS, la desaparición del capitán Albert Wesker.
Todo se encontraba albergado en un espiral que no tenía fondo.
¿Y su destrucción?
Aquella había sido la gota que colmó el vaso.
Ahora todo eso se había vuelto público, generando caos alrededor de Washington y los alrededores, justo durante el entrenamiento en el cual se sometieron Harmon y Kennedy para ser agentes del Servicio Secreto — para trabajar bajo el mando del presidente de turno. Charlotte podía ver cómo la ciudad se sumía al caos luego de que el incidente de Raccoon City se hiciese público y recordó que Sherry, la muchacha de rostro angelical con padres que trabajaban para dicha corporación, ya con diecisiete años, le estaba diciendo que la moverían a un lugar a las afueras de Washington con su mentor: Derek C. Simmons. La primera vez que Adam les mencionó sobre el hombre, parecía tener un perfil muy cauto y profesional — además de tener pinta que tenía una familia muy grande para acoger a Birkin y mantenerla a salvo; Benford les aseguró a los dos agentes (que en ese momento poseían la custodia de Sherry) que el trabajo que haría Simmons sería óptimo, así que ellos cedieron. Charlotte no dudaba que Sherry realmente estuviese en peligro durante esos momentos, ya que se protegería su identidad debido a la implicación de sus padres en el asunto, pero agradeció mentalmente a su mentor por llevársela lejos.
Después de eso, vino la calma.
O lo que parecía ser la calma en su momento.
Charlotte y Leon continuaron con su entrenamiento como agentes del Servicio Secreto, siendo los mejores en su clase, debido a su profesionalismo y a su habilidad en el campo para neutralizar armas bio-orgánicas. El entrenamiento fue igual de duro e intenso como lo fue bajo la firme mano de Dalton en la unidad USSTRATCOM en plena formación como agente federal del gobierno estadounidense. Adam fue quien estuvo presente el día de su graduación para la calificación exitosa al Servicio Secreto, el cual fue un evento muy discreto, donde el antiguo presidente les entregó medallas y dónde la cosa se puso demasiado seria para el parecer de Charlotte. Ahora, estaban a punto de ser admitidos como miembros oficiales para poder enfrentarse a una nueva misión como agentes. La alarma sonó ruidosamente y Charlotte soltó un gruñido que ni siquiera se podía escuchar desde la puerta.
¿Acaso ya habían pasado los diez minutos ya?
La pelirroja se destapó y se levantó de la cama dando trompicones para abrir la puerta, parpadeando un par de veces ante la luz que entraba por las cortinas claras que había en la sala de estar conectada con el comedor y la cocina. Lottie se restregó sus ojos, pasando por la puerta que donde se encontraba la habitación contigua a la de ella, la puerta entreabierta mostrando aquella misma oscuridad que inundaba la de Lottie en su momento. Al llegar al baño, ella decidió empezar lanzándose agua fría en la cara, así lavándosela para ella. Buscó su desodorante para llevárselo a su habitación junto con su cepillo, al mismo tiempo que un rubio de cabellos cortos pasaba por detrás de ella soltando un bostezo.
Charlotte miró a Leon Kennedy a través del espejo.
Su torso desnudo y vistiendo un pantalón de color azul marino como pijama.
El muchacho de veintisiete años en su más grande gloria.
(Harmon se sonrojó por ello e indudablemente buscó concentrarse en otra cosa.)
—Buen día, niña flama—saludó su mejor amigo besando su sien y ella gruñó ante el sobrenombre.
—Buen día para ti, rubio teñido.
Charlotte le dejó privacidad al rubio mientras se dirigía hacia su habitación, encontrándose a un pequeño intruso peludo desparramado en su edredón como si fuese su propia cama. Ella bufó en voz alta antes de rodar los ojos, dispuesta a cepillar su cabello con rapidez, pasando al lado del gato de cabellos negros y una mezcla de heterocromía con azul y marrón. Encontrar a Munchkin fue pura casualidad luego de una noche tormentosa cuando fueron trasladados a Washington en un apartamento que compartirían los dos como agentes para permanecer entre misiones y servicio en la Casa Blanca.
¿Qué tan mala era la presencia de un minino cachorro en aquel espacio gris?
¿Qué?¿Un gato? No soy un tipo de gatos, si no de perros. Son adorables.
Charlotte no podía creer que Leon Kennedy se dejó vencer por un gatito empapado y herido, aquello marcaría la historia por millones de siglos. Munchkin demostró ser una presencia apacible, además de buscar caricias y alguien quien lo mime como es debido. Había noches en las que el gato dormía con Charlotte y otras con Leon, siendo el ronroneo la única cosa que tranquilizaba a ambos. Así que, ambos finalmente habían sellado el trato: Munchkin formaría parte de la manada.
(En ese momento Lottie comprendió por qué su madre le decía: "Algún día tendrás que mantener a alguien".)
La pelirroja se puso los pantalones de vestir negros y la camisa por dentro de los mismos, abotonándosela con suavidad y habilidad para no arrugarla, tomando la corbata para pasársela por el cuello; armándola como es debida. Se sentó en la cama para colocarse los tacones a juego con el tuxedo que llevaba y se ató el cabello en una trenza que terminaría en un rodete ajustado. Tomó su chaqueta y le chasqueó la lengua a Munchkin para que la siguiese, ambos abandonando la habitación. En la cocina, ella preparó el café y dos tazas para ambos agentes, antes de darle al gato el desayuno. Leon apareció ajustándose la chaqueta de su traje, el cual era azul marino con la camisa abierta y zapatos de vestir negros. Lottie tuvo que hacer mucha fuerza para evitar mirar a su mejor amigo de más: debía admitir que se encontraba absolutamente atractivo en aquellos pantalones ajustados.
Lottie se mordió el labio antes de darse la vuelta.
Ya no eres una adolescente hormonada, Harmon, se reprendió a sí misma.
—Hey, Munch—saludó el rubio al felino dándole una suave caricia—. Tu sí que has dormido bien anoche.
—Duerme mejor conmigo—le dijo Lottie a modo de provocación.
Kennedy rodó los ojos, desviando su atención al gato—Lottie es muy ruidosa para ti, colega, ella ronca como un taladro.
Lottie tironeó de un mechón rubio, logrando que Leon soltase un gruñido antes de erguirse frente a la pelirroja, quien le entregó una taza con café. El rubio sonrió de lado antes de tomar asiento en la mesa junto a ella. Ambos observando como Munch terminaba su comida, dejando aquel silencio cómodo que había entre ellos. Charlotte se preguntó cuanto duraría aquella paz antes de una nueva tormenta.
—Hoy es el día—espetó Leon.
Charlotte bajó su taza—Eso fue lo que dijiste cuando empezamos la academia de policías en Baltimore.
—Sí, sí, ya sé—añadió el rubio ladeando la cabeza a un lado—. Pero esto es diferente.
—Cuidaremos a la nueva familia presidencial—dijo la pelirroja alzando su taza llena de café—. Concretamente a la hija de nuestro querido señor presidente. Espero que no sea una mocosa engreída.
—Es una estudiante universitaria, es madura.
—Y espero que te comportes, casanova—le señaló ella a modo de advertencia—. Lo digo en serio.
—No es mi culpa que muchas mujeres piensen que soy atractivo.
Y no están equivocadas, pensó ella mirándolo.
—Aun así, señor atractivo, nada de movimientos con la hija del presidente—insistió la pelirroja dejando su taza vacía en la mesa—. Es una niña para ti. Eres viejo para ella.
—¿Acaso tengo que recordarte que tenemos la misma edad?—declaró Leon señalándola a ella y a él al mismo tiempo.
—Solo es poner barreras y límites, Leon—respondió Charlotte de manera inexpresiva—. Una vez que la conozcamos mejor, ahí veremos.
Leon simplemente asintió, mientras que Munch se le subió de un salto al regazo del rubio, buscando una caricia de su dueño. Harmon observó el intercambio entre ambos, donde Leon terminaba su café y acariciaba la cabeza de Munchkin sacándole un ronroneo de puro gusto ante la atención. La pelirroja procedió a buscar su arma reglamentaria y su placa, colocándosela en su cinturón como era de costumbre. Su mejor amigo la siguió luego, haciendo exactamente lo mismo que ella. Ambos agarrando sus abrigos para abandonar el apartamento y emprender viaje hacia la Casa Blanca.
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Charlotte debía admitir que la Casa Blanca era enorme.
Parecía un monasterio tallado con sangre, sudor y lágrimas esparcidas por todas las guerras que pasaron a través del tiempo, marcándolo como un lugar sagrado y donde todo tipo de mierdas ocurrían al mismo tiempo. Charlotte recordó haber ido a una excursión a la Casa Blanca junto con Leon debido a la escuela a la que concurrían, pero se trataba de una simple excursión con historia de cómo fue conformado el gran edificio y cosas que ella ya sabía con absoluta certeza. La segunda vez que ella volvió a ir, se trataba de investigar que más ocultaba la punta del iceberg, se trataba de analizar cuantas entradas y salidas tenía, cuantas ventanas podían usarse como forma de escape para sacar al presidente en caso de ser necesario, donde se encontraban los depósitos con armas a disposición para el Servicio Secreto, donde estaban ubicados los autos más cercanos, cuáles eran los puntos ciegos para protección, hasta donde podía ser el acceso más rápido y seguro para dirigir al presidente hacia el búnker. Charlotte y Leon se aprendieron cada recoveco de aquel lugar.
De norte a sur.
Al menos, podrían controlar su entorno según los protocolos.
Luego, vendría el juicio de los demás compañeros de equipo que pertenecían a la misma organización. Todos allí tenían un objetivo, el cual variaba entre la cantidad de personas que trabajaban en ese entorno, pero el Servicio Secreto solamente debía proteger a la Casa Blanca y a su gobernante. La pelirroja observó de manera analista la gran estructura de color blanco, siendo cerrada por un perímetro bastante amplio en el centro de Washington, cubierto por barrotes negros con arbustos bien cortados y un césped completamente cuidado, verde y fresco. Parecía como si fuese una postal para enviarle a su madre de vez en cuando, así evitándole algún tipo de angustia al no tener información del paradero de su hija.
Leon dobló en una cuadra y se dirigió hacia la entrada cubierta de la Casa Blanca, Charlotte le entregó las identificaciones de ambos para que les permitan el acceso y al ser ingresados al sistema, las barreras se levantaron y lograron pasar. Harmon respiró hondo al ver que Leon avanzaba con el vehículo, sus puños se abrieron y cerraron al mismo tiempo, buscando aliviar aquel sentimiento de nerviosismo cuando una misión nueva aparecía. Él estacionó en una sección donde estaban los empleados de la mismísima Casa Blanca y ambos se bajaron al mismo tiempo, bloqueando las puertas del vehículo para proceder a la entrada rápidamente. Al cruzar el umbral, se escuchaba un gran silencio sepulcral por parte de varios guardias que había desplegados en los corredores, al menos hasta que llegaron a los detectores de metal. Dejaron sus armas y pasaron, para luego ser palpados por dos guardias de seguridad.
Todo era increíblemente profesional y hecho a medida.
No había ningún detalle que se podía escapar de la Casa Blanca.
Ninguno.
Leon y Charlotte procedieron a acercarse al Jefe de Gabinete, Ryan, un hombre de al menos un metro setenta, algo obeso y con cabello muy corto. Este los esperaba de manera impaciente, a pesar de que habían llegado unos cinco minutos antes y los dos agentes del gobierno se detuvieron frente a él, asintiendo a modo de saludo — ambas manos por detrás de ellos. Ryan los miró, con una mezcla de impaciencia y con otra cosa que ellos estaban intentando descifrar.
—Me sorprende que hayan llegado temprano—estipuló el hombre alternando su mirada entre Lottie y Leon.
—No nos agrada llegar tarde, señor—dijo Lottie a modo de respuesta, con un respeto absoluto entre sus palabras.
Ryan chasqueó su lengua—Me sorprendes, agente Harmon, espero que esto continúe de esa misma forma.
—¿La señorita Graham está aquí?—inquirió Leon con sumo respeto.
El Jefe de Gabinete apretó los labios en una fina línea, esta vez delatando su verdadero estado: uno nauseabundo, mezclado con nerviosismo y miedo, entre otras cosas desagradables. Él tragó saliva ante aquello, buscando aliviar y concentrarse en lo que debería estar haciendo en ese momento, señaló el ascensor en silencio.
—El señor presidente quiere verlos, es urgente—dijo sin más y se marchó.
Los dos mejores amigos se miraron entre ellos y no dudaron en seguir a Ryan, entrando en el ascensor junto a él.
La trayectoria fue silenciosa.
Muy silenciosa.
Y ellos fueron literalmente la sombra del Jefe de Gabinete hasta que dieron con la puerta que les daba acceso al Despacho Oval. Ryan hizo un movimiento distraído a uno de los agentes que custodiaba la puerta, diciéndole silenciosamente que entraría acompañado y este asintió, permitiéndoles pasar. El Despacho Oval era el punto central donde debían mantenerse muy alerta, conocerlo hasta su último centímetro, dejando en claro donde se encontraban las armas escondidas o qué tipo de armas se podían usar en contra de la vida del presidente de turno. Charlotte y Leon se pararon justo detrás de Ryan, quien miraba fijamente a las dos personas que había en la habitación: la primera, un hombre de cabellos algo canosos mezclado con rubio y un hombre de estatura más pequeña con cabellos canosos completos.
Se trataba del Presidente Graham y el Secretario de Defensa, Wilson.
—Señor, ya están aquí—anunció Ryan.
Graham se giró, encontrándose con los dos agentes vestidos de traje, parados de la misma forma que un agente ejemplar. Su mirada no era demandante, si no que en cierto modo era suave, mezclada con miedo y nerviosismo. Sin embargo, él estaba poniendo una máscara frente a todo eso y su intento era bueno. Graham caminó hacia ellos, tendiéndole la mano a Leon para darle un firme apretón y luego a Charlotte, quien sintió manos callosas ante el contacto.
—Agente Kennedy, agente Harmon—saludó este sintiendo un poco de alivio—. Realmente agradezco que hayan venido tan rápido.
—Nos habían encomendado el cuidado de su hija, señor presidente—dijo Leon asintiendo al hombre de cabellos rubios con canas.
—Y lamento que deban cambiar los planes tan drásticamente, pero...
Harmon alzó una ceja—¿Hay algún problema, señor?
—Mi hija Ashley fue secuestrada hace 35 horas.
Así fue cómo el presidente soltó una bomba a medio país.
Leon y Charlotte se miraron entre ellos, de manera sorpresiva y confundida por las palabras del gobernante de su país — quien, hacía poco, había sido reelecto por su pueblo para continuar con la presidencia. Cuando lo volvieron a mirar, la mirada del presidente se veía igual de desconcertada como la que tenían ellos en ese preciso momento y les hizo una seña para que se sentasen en los sillones frente a él. El Secretario de Defensa, Wilson, se mantuvo al lado del sillón del presidente, de pie, mientras que Ryan tomaba asiento al lado de Graham.
—¿Qué fue lo que ocurrió exactamente, señor?—preguntó Charlotte a modo de entender mejor la situación.
—Ashley había terminado su semestre en Massachusetts y se suponía que un equipo del Servicio Secreto iba a buscarla para escoltarla a la Casa Blanca, pero...—Graham se pasó una mano por el rostro, intentando de ocultar su nerviosismo y preocupación—. Alguien atacó al equipo y la raptaron.
Charlotte podía reconocer a un padre preocupado hasta la muerte cuando lo veía.
—¿Ella llevaba rastreadores?—inquirió Leon mirando fijamente a Graham.
—No, iban a ser colocados cuando volviese de la universidad—respondió el presidente—. Pero nuestros informantes encontraron algo hace una hora.
Harmon se relamió los labios—¿Posible ubicación?
Wilson fue más rápido—Nuestros informantes dicen que lograron identificarla siendo llevada por un grupo desconocido a una parte rural de España, en Europa. Por eso los llamamos aquí.
—Lo que el secretario Wilson quiere decirles es que su primera misión como escoltas de la señorita Graham es ir a buscarla a España—espetó el Jefe de Gabinete—. En una misión de rescate.
Eso sí que no se lo esperaban.
¿Desde cuando el gobierno hacía misiones de rescate?
—Les brindaremos apoyo con una operante en el FOS—añadió Wilson de brazos cruzados—. Se les otorgará el armamento necesario en España, ustedes solo busquen un atuendo más conforme para la misión y se les extraerá de aquí para llevarlos a Europa. Tienen una hora.
—¿Tienen alguna foto para identificarla?—dijo Charlotte.
Graham sacó su billetera del bolsillo, abriéndola para sacar una foto doblada en dos, la cual se la entregó a la pelirroja con un ligero temblor. La pelirroja la abrió, encontrándose con una muchacha de cabello rubio corto, su frente algo escondida por un flequillo. Su sonrisa era apacible, mostrando lo que parecía ser un rostro casi angelical en un paisaje de otoño. Ashley parecía tener al menos unos veinte o veintiún años de edad, entonces era toda una adulta. Charlotte permaneció analizando la foto mientras que Wilson y Ryan se excusaban para poder seguir con sus labores, dejando al trío solo en el Despacho Oval.
—¿Cuántos años tiene su hija, señor?—inquirió la pelirroja antes de mirarlo.
—Cumplió veintiuno hace un mes—respondió el presidente recostándose contra el respaldo del sillón—. Es la única hija que tengo, es mi niña. Ella es inocente, no debería de estar pasando por esto.
Leon miró la foto y dijo—El grupo de desconocidos, señor, ¿han hecho alguna demanda?
—No por ahora, pero estaremos atentos.
—¿Algo distintivo con lo que podamos identificarla de manera exacta?
—Llevaba su suéter colgado en los hombros, algo típico de ella.
—Colegiala común universitaria: suéter, falda y botas—sentenció la pelirroja mirándolo—. Típico de películas. Si me lo permite, señor, pasaré por la habitación de su hija para buscarle una muda de ropa más apropiada.
—Haga lo crea conveniente, agente Harmon—añadió el presidente—. Solo...encuéntrenla, por favor.
Charlotte tomó la mano del gobernante, en un toque suave, casi a forma de calmar aquella preocupación y nervios de un padre dejando ir a su hija a andar en bicicleta sola por primera vez. Ella le dio un firme apretón, el cual pareció calmar un poco el semblante preocupado del presidente, quien asintió.
—Todo irá bien, señor—espetó ella sonriendo de lado—. La encontraremos y la traeremos de nuevo a casa, sea como sea. ¿Verdad, Leon?
—Ella estará en buenas manos, señor, no lo dude.
Graham asintió, sintiéndose más convencido—Confío en ustedes, agentes, la vida de mi hija está en sus manos.
—Entonces esa es nuestra señal para empezar con esta misión—declaró Lottie sonriente, poniéndose de pie.
—La habitación de Ashley está en el segundo piso de la Residencia Ejecutiva—dijo Graham al mismo tiempo que se ponía de pie—. Allí habrá algo de ropa para que elija lo que parezca prudente.
Charlotte y Leon asintieron al mismo tiempo, despidiéndose del presidente en silencio antes de salir en dirección hacia la Residencia Ejecutiva, dentro de la mismísima Casa Blanca. Allí se encontraban las habitaciones donde habitaba la familia presidencial y había numerosas salas con eventos, entonces ellos caminaron en dirección hacia la habitación asignada para la hija del presidente, donde un guardia les permitió el paso. La habitación de Ashley Graham parecía ser sencilla, a pesar de que su padre era uno de los gobernantes de la potencia más poderosa del mundo, y su ropa más abrigada se encontraba recluida en un vestidor gigante. Leon examinó la habitación con una mirada inquisitiva, mientras que Lottie se dirigió al vestidor.
—De acuerdo, considerando que ya estamos en otoño...—dijo Lottie revisando entre la ropa—. Allí en España hará frío y si nuestra chica está con una falda, lo único que nos falta es que tenga un maldito resfriado.
—Nos dieron una hora para prepararnos, Lottie.
—Sí, eso implica llevarle ropa a una muchacha de veintiún años que está en un país desconocido con un grupo que podría tener hombres con segundas intenciones con ella—replicó la pelirroja agarrando un pantalón gris con una remera negra a juego, junto con una chaqueta de cuero color caoba y botas—. Ashley estará confundida y asustada, entonces esta extracción con este atuendo al menos distraerá a quien sea que la esté buscando cuando nosotros la rescatemos. Tráeme una mochila.
Leon rodó los ojos antes de rebuscar entre las cosas que había en la habitación y se encontró con una mochila de color crema algo vieja, tomándola en sus manos para llevársela a Charlotte. Ella guardó la ropa seleccionada dentro y cerró la mochila de un tirón, procediendo a colgársela en la espalda.
—¿Lista?—preguntó él.
—Absolutamente lista.
Leon sonrió de lado, antes de abrirle la puerta a ella y los dos abandonaron la habitación de Ashley Graham, dispuestos a salir a campo abierto para salvarla.
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