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xvii. el destino de pocos


MEMORIAS PERDIDAS,
capitulo diecisiete: el destino de pocos!



          LA EUFORIA DE UNA BUENA BATALLA ERA BUENA HASTA QUE UNO QUEBRABA SUS CIMIENTOS, hasta que uno se perdía en ella, dejándose llevar por el sentimiento alojado en el corazón de uno, el cual guiaba parte de la batalla como también lo hacía la razón y uno debía aprender a controlar esas dos cosas estando en situaciones de sumo estrés como la que tenía el equipo en esos momentos: enfrentándose al mismo monstruo que estaba en la iglesia donde encontraron a la que resultaba ser la hija de Javier Hidalgo. El arma bio-orgánica era gigante, con tentáculos largos y finos, una cabeza que lucía una mandíbula que era larga y filosa. Sus ojos vibraban de un color azul que parecía mezclarse con un blanco y se paró en dos patas sobre una de las plataformas, con gesto claramente amenazante a los cuatro intrusos.

          —¿Dónde dejaste a Manuela?—le preguntó Dalton a Charlotte.

          —Tranquilo, está recostada en la camilla de esa enfermería casera—respondió Harmon apuntándole al monstruo con su pistola—. Ella está débil, pero no se moverá de allí si quiere salir de aquí con vida.

          —¡Concéntrense!—bramó Krauser disparando—. ¡Tenemos que matar a esta cosa si nosotros queremos salir de aquí con vida!

          El equipo se hizo a un lado, esquivando una gran caja que les lanzó el monstruo y buscaron rápidamente una manera de poder estar al mismo nivel que el enemigo. Leon Kennedy gritó por encima de los disparos que podrían subir a través de unas cajas metálicas hacia la plataforma, así que se movieron tan rápido que el monstruo casi les deja sin medio para poder subir. Concentraron su fuego en la gigante figura, logrando que esta cayese al suelo de manera seca, levantándose con pesadez. Krauser soltó un grito de guerra antes de montarse en la bestia — enterrando su cuchillo en el tejido blando que tenía en la parte superior de la carcasa. Charlotte maldijo en voz baja la imprudencia que tuvo el soldado, pero no debía descartar que estaban matando lentamente aquel monstruo.

          —Este hombre está loco—dijo Dalton a punto de bajarse de la plataforma.

          —Y que lo digas—admitió Leon antes de bajar de un salto.

          Krauser salió disparado a un lado, chocando contra la pared de un contenedor. Dalton y Leon abrieron fuego al monstruo, el cual detuvo su trayecto que estaba fijado en el soldado de cabellos rubios. Charlotte tomó impulso para saltar hacia otra de las plataformas y aterrizó de costado en una que estaba más alejada, lo cual le sacó un gemido de dolor a la pelirroja. Se levantó pesadamente ante los aullidos de dolor que emitía el monstruo y disparó en dirección al tejido blando que estaba expuesto. Dalton ayudó a Krauser a poner de pie y los dos esquivaron el latigazo que lanzó el monstruo con su tentáculo. Leon observó a Lottie disparar desde una plataforma más arriba y lanzó una granada hacia el monstruo haciéndola explotar en los pies del mismo.

          —¡No me gusta esa idea, Charlotte!—exclamó el rubio.

          Charlotte recargó su pistola—¡Si ni siquiera tengo una, idiota!

          Dalton y Krauser dispararon al monstruo, hasta que este les disparó como si fuesen lanzas hechas con puro hueso, Charlotte esquivó una que se dirigió hacia la plataforma donde ella estaba y se incrustó a centímetros de su rostro — haciendo que ella soltase un respingo. Krauser soltó un aullido de dolor al recibir una que se incrustó en su brazo y eso le puso los pelos de punta a la pelirroja, quien se incorporó ni bien escuchó el ruido.

          —¡Krauser!—gritaron los tres.

          —¡MATEN A ESA COSA!—exclamó el soldado arrastrándose.

          Y como si fuese repentino, una voz melodiosa empezó a sonar en el gran pabellón, revelando a la figura de Manuela Hidalgo en la entrada, mirando fijamente a la bestia. Esta caminó débilmente hacia ella y la miró fijamente. Charlotte sabía que esa era la oportunidad para poder terminar con esto de una vez por todas. Silenciosamente tomó la lanza hecha de hueso, siseando en dirección a Leon, quien le miró y vio lo que su compañera tenía en brazos. No tardó en asentir ante la idea de su amiga, haciéndole una seña para que se acercase lentamente y que pronto le indicaría cuando debía saltar. La melodiosa voz de Hidalgo provocó que la bestia eventualmente se detuviera, sin intenciones de atacar a la muchacha de quince años y cuando Leon gritó, Charlotte saltó para incrustarle esa lanza en el tejido blanco, haciendo que su piel se tornase roja y que el arma bio-orgánica cayese rendida en el suelo.

          Charlotte se bajó del monstruo, buscando a sus compañeros con la mirada.

          Dalton le extendió la mano a Krauser, quien la tomó con dificultad, su brazo vendado ágilmente por el agente del gobierno.

          —¿Estás bien?—le preguntó Charlotte.

          —No es nada—gruñó el soldado de cabellos rubios.

          —Es una herida bastante seria, Jack—espetó Bauer con cautela—. Tendremos que tratarla ni bien nos subamos al helicóptero de extracción.

          Manuela Hidalgo se acercó a la figura moribunda del monstruo, el cual extendía un tentáculo hacia la muchacha de manera tan delicada, pasando a través de su mano y llegando hasta el mentón de Manuela. Parecía un contacto muchísimo más íntimo que antes, algo casi conocido para Charlotte y ver cómo los ojos de la rubia se abrían con sorpresa, estática en su lugar, el equipo observó con desconcierto la escena.

          —¿Mamá...?—preguntó Manuela con voz temblorosa.

          Oh, Dios santo, pensó Lottie.

          Acababan de matar a la mujer de Javier Hidalgo, acababan de matar a la madre de Manuela.

          —¿Acaso...?—murmuró la pelirroja—. ¿Acaso Javier infectó a su propia mujer?

          —Ese idiota sí que está loco—gruñó Krauser.

          Finalmente, los ojos del monstruo se cerraron, dejando el rastro de una mísera lágrima en ellos y su cuerpo se quedó inmóvil, un gran charco de sangre estaba a su paso. Y ellos se quedaron en silencio, profundo, abrumador silencio; hasta que Manuela empezó a llorar de la pena y de la angustia que sentía al ver que aquel monstruo fue su madre durante todo ese tiempo — una esclava más de Javier. La muchacha cayó de rodillas al suelo y lloró más fuerte, apoyando ambas manos en el charco de sangre que dejaba el cuerpo sin vida de su madre. A Charlotte se le quebró el corazón con la imagen de la muchacha dejando todo tipo de pena y amor en aquellas lágrimas incesantes.

          Esa muchacha lo había perdido todo.

          Ni siquiera su padre podría salvarse del destino que le depararía.

          Aquella muchacha era muy desafortunada.

          Eventualmente, muchos pasan por esos eventos desafortunados.

          Lottie miró apenada a Leon, quien bajó la mirada al escuchar el llanto incontrolable de Manuela. La pelirroja levantó su mirada y caminó con decisión hacia ella, colocándose a su lado para poner una mano en su hombro — provocando que la muchacha ladeara un poco su cabeza en dirección a Harmon y ella le sonrió con tristeza, antes de tomarla en brazos, rodeando su cintura con ellos y estrechándola contra ella en un cálido abrazo. Manuela no tardó en corresponder el abrazo, con la misma fuerza y con la misma cantidad de emociones que emanaban de sus lágrimas; sujetada a la pelirroja como si su vida dependiese de eso.

          Con Javier fuera de su alcance, ¿qué seguía?

          Leon y los dos hombres se acercaron a las dos mujeres que estaban arrodilladas en el suelo.

          —Javier se escapó—dijo Krauser—. Debemos encontrarlo ya mismo.

          —Pediré un plan de extracción para que saques a Manuela de aquí—declaró Dalton sacando su PDA—. Así pondremos a salvo a la niña.

          —¿Y qué diablos van a hacer ustedes?—inquirió la pelirroja mirándolos desde el suelo— . ¿Enfrentarse al padre de esta chica por su cuenta?

          —Ese sería el plan ideal.

          —¿Es en serio?—Harmon alzó una ceja y señaló a los tres hombres—. ¿Ustedes tres, un agente idiota que parece un muñeco Ken y al parecer tiene un título en medicina, un soldado idiota que casi le quitan el brazo y un idiota que solo fue policía por un día como yo, contra un terrorista que tendrá algo gigante guardado bajo su manga? No me jodas, Dalton.

          Los tres hombres se la quedaron mirando en completo silencio.

          Como había dicho el informante sobre Charlotte la noche anterior: "Que Dios bendiga a las mujeres".

          A pesar de que lo intentasen, Charlotte Harmon era una miembro más del equipo y permanecería con ellos hasta que el final de su vida llegase — el equipo se mantenía junto. Dalton miró a Krauser y este simplemente se encogió de hombros antes de rodar los ojos. La pelirroja levantó cuidadosamente a la rubia, quien estaba parando de llorar poco a poco, todavía agarrada a la joven agente.

          —De acuerdo, llamaré al apoyo aéreo y el plan de extracción para el equipo—declaró finalmente el capitán Bauer.

          —¿Detendrán a mi padre?—preguntó Manuela súbitamente.

          Todos la miraron, separándose un poco de los brazos de Harmon, su expresión era afligida — pero ya no veían solo tristeza, si no enojo y pura desdicha juntada con odio. Manuela tenía todo el derecho de sentirse de esa forma, pero ninguno de ellos debía permitir que la muchacha se dejase consumir por esos sentimientos tan negativos. Ni siquiera ellos tenían permitido dejarse llevar por tales sentimientos, los cuales nublarían su juicio y actuarían gracias a impulsos que llegarían a generar daños colaterales en el asunto. El equipo de agentes federales tenía una simple misión: eliminar todo rastro del virus y si eso implicaba enviar a Javier Hidalgo a los confines de la muerte — ellos lo harían.

          —Tu padre ya se resistió a nosotros en las oportunidades que tuvimos para arrestarlo—declaró Leon con profesionalismo—. Y llegamos a un punto en el que él no cederá, Manuela. Si vamos a hacerlo, debemos hacerlo permanentemente.

          Manuela sabía exactamente de lo que Leon hablaba.

          Ellos matarían a Javier, ellos matarían a su padre.

          —Tu padre ya no nos deja otra opción, niña—declaró Krauser enfadado y señaló el cadáver de la madre de Manuela—. Mira lo que le ha hecho a tu madre, no quiero imaginarme lo que tendrá listo para el resto. Debemos terminar con él de una vez por todas.

          —Entonces tienen mi apoyo—sentenció la muchacha con decisión—. Estoy cansada de vivir a expensas de otros. Mi padre hizo mucho daño, daño que yo no le pedí que hiciera para vivir. Si detenerlo significa matarlo, entonces podré vivir con eso. Ese hombre ya no es mi padre.

          Y así fue como Manuela decidió desligarse completamente de Javier.

          Cortando algo tan de raíz como un árbol familiar.

          Si ella lo había perdido todo, él también lo haría.

          —Así que, ¿qué es lo que sigue a partir de ahora?—preguntó Charlotte aun agarrando a Manuela—. ¿A dónde podrá haber ido?

          Dalton se encogió de hombros—Esta mansión es enorme, podría haber ido a cualquier lado.

          —Eso no me reconforta en nada—murmuró Leon algo dudoso.

          Repentinamente, un estruendo hizo sacudir la habitación en la que estaban y Manuela se aferró de nuevo a la pelirroja, provocando que las cosas que estaban colgadas alrededor se moviesen violentamente. Eso logró que el pulso de todos se acelerase, tensando a los cinco integrantes con confusión y posible miedo.

          —¡¿Pero qué...?!

          —¿Qué diablos fue eso?—preguntó Leon.

          Charlotte miró en dirección a Leon—¿Acaso piensas que sé la respuesta?

          El techo de concreto empezó a romperse, creando grietas que soltaban polvo y se esparcía por el espacio de manera descontrolada. Charlotte soltó un gruñido mientras se tapaba la cara y otro estruendo hizo que más polvo cayese sobre ellos. Repentinamente, una gran pata atravesó el techo y el equipo se hizo a un lado cuando cayeron escombros. Krauser soltó un gruñido cuando cayó en su brazo lastimado, mientras que el polvo se disipaba.

          —Esto debe ser una broma—bramó Leon.

          —Me encantaría escuchar eso, rubio teñido—dijo Charlotte poniéndose de pie—. Pero debemos salir de aquí, dudo que nuestras armas puedan hacerle algún tipo de daño a esa cosa.

          —Que comience el show—dijo Krauser señalando la puerta.

          Y los cinco abandonaron aquel deposito, lleno de sangre derramada.




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          Manuela sabía que su padre siempre ocultaba algo.

          Cuando era pequeña, tal vez parecían ser mentiras que son piadosas y donde se busca evadir el tema de manera considerable, así logrando aminorar la curiosidad de un niño y hacer que mire a otro lado cuando las cosas se ponen tensas. Manuela recordaba una época en la que ella estaba tan feliz con su familia, parecía lejana, pero no lo era tanto — si ella rebuscaba bien en los cimientos de su mente, podía ver que era algo tangible, algo que podía llegar a abrazar con sus largo brazos. Un recuerdo lindo, un recuerdo que podría llegar a ser genuino en su integridad.

          Era algo tan bello.

          Pero que ella no pensó que podría durar tan poco.

          Su madre, Hilda, una de las mujeres más hermosas que Manuela había conocido jamás — era una mujer muy dulce, muy cariñosa; que no solo traía bondad que acarreaba con sus palabras, si no que traía calidez a la gran morada de los Hidalgo. Ella se consideró una mujer afortunada cuando conoció a Javier y más cuando él le dio la oportunidad de tener un legado, una dulce bebé llamada Manuela. La muchacha recordó con añoranza cuando su madre le contó sobre la estatua que había esculpida en el invernadero: una figura que resemblaba la imagen más joven de la mujer, de una virgen que sostenía a un bebé — con rasgos delicados, con amor tan contenido y la figura de una niña que irradiaba inocencia entre las manos de aquella virgen. Ninguna de las dos estaba cubierta de sangre sacrificada por un pecado impagable como lo estaba su padre, quien no estaba en esa estatua tallada maravillosamente por las manos más habilidosas que Javier pudo encontrar.

          Mientras ella crecía, ella miraba esa estatua todos los días.

          Reflejaba el amor, el cariño y la inocencia que irradiaba de ambas personas.

          Hasta que, eventualmente, ella descubrió finalmente de quienes se trataban.

          Eran su madre y ella.

          ¿Entonces por qué diablos le hicieron ver que se trataba de dos personas completamente diferentes?

          Y luego, llegó el día donde le diagnosticaron la fatídica enfermedad a Hilda. Manuela apenas tenía 7 años de edad, en un entorno que desconocía completamente; en el cual solo podían ser milagros lo que pasasen en su vida y recurrió más seguido a aquella estatua que se alzaba en el hermoso invernadero donde pasaba la mayoría de su tiempo admirando y cuidando las flores que crecían entre esos páramos. Recurrió para rezar, para rogar que su madre se recuperase de lo que parecía ser inevitable: una muerte dura y desoladora, quitándole a Manuela una de sus figuras más importantes. Javier siempre se encargó de asegurarle de que su madre se recuperaría y que volvería a jugar con ella, hasta que esas palabras reconfortantes desaparecieron cuando la desesperación de Hidalgo se hacía más y más evidente.

          Todo padre podría perder sus estribos.

          Y Hilda moría lentamente.

          Javier le dijo a su hija que se llevarían a su madre a un centro médico para poder tratarla y finalmente eso fue lo que cortó el cordón entre Hilda y su hija — su máxima separación y su más grande pena. El hombre de la familia no solo lo hizo por el bien de la familia, si no por el bien de su pequeña, para protegerla de los horrores que solo pasaban a través de sus ojos. Cuando Manuela cumplió los doce años, ella miró con desprecio aquella estatua y lo hizo hasta el día de hoy, porque sentía que su madre realmente la había abandonado; no solo en la vida real, sino que también en esa estatua. Allí se dio cuenta también que su padre le ocultaba muchas cosas y se negaba a hablar de ello o evadía con otras preguntas, pero había algo claro: Manuela ya no era una niña.

          Ella dejó de serlo cuando perdió a su madre.

          Y dejó de ser la hija de Javier cuando decidió escapar de aquella mansión en busca de su libertad.

          Pero se convertiría en su peor pesadilla de ser necesario.

          Ella estaba tan condenada como él, pero haría valer cada segundo simplemente para poder llegar al cielo donde estaría su madre esperándola.

          Haría valer cada minuto hasta matarlo.

          Así que, Manuela los condujo a la armería que se encontraba en la mansión.

          El aire seguía siendo cálido, el sol creando sombras duras en los pasillos por los que pasaban caminando muy lentamente. La cantidad de cuerpos que se encontraban esparcidos en suelo hacía ver la escena como una tragedia griega a sus anchas, solamente que la sangre adornaba el entorno tan estrepitosamente y lo hacía ver más bello todavía — Javier Hidalgo sabía cómo hacer que sus invitados se sientan en casa. Manuela permaneció en silencio durante un buen tiempo, sus pensamientos absolutamente absortos a todo el entorno y lo único que se llegaba a escuchar fue su respiración. Charlotte mantuvo su arma en alto, vigilando el camino lleno de cadáveres, sintiendo que su frente sudaba más y más.

          —Krauser, ¿cómo la llevas?—preguntó el capitán Bauer al otro lado de Manuela.

          El rubio frunció el ceño—¿Quieres mi sincera opinión?

          —Agradecería la honestidad, soldado, y lo digo en serio.

          —De puta madre, entonces.

          Charlotte gruñó en voz alta—Jack, te recuerdo que tenemos a una menor de edad aquí. Cuida tu lenguaje.

          —No te esfuerces—murmuró Manuela mirando a Charlotte—. Al menos aprenderé algo de los norteamericanos.

          —Huh, dudo que haya algo bueno que aprender—declaró Leon antes de hacer una mueca—. Nuestra nación no sería un gran ejemplo.

          —Su nación es potencia mundial—señaló la muchacha de cabellos rubios ceniza—. ¡Siempre hay algo bueno que aprender!

          —¿Y qué nos dices de tu país?—le preguntó la pelirroja al caminar—. Cuéntanos algo bello de él.

          —Cuando era pequeña mi madre me contaba historias sobre un alma que divagaba en un palacio, muy alejado de aquí y que era una niña como yo lo fui una vez—declaró la muchacha—. Mamá decía que era un castillo gigante, pintado con colores cálidos como el sol, recubierto con pequeños detalles de oro y mármol en sus pisos, con cortinas oscuras y una cúpula que reflejaba la luz de la luna en espejos. Esa alma vagaba por sus pasillos toda la noche, esperando a alguien que la sacase de allí y la única manera era escapando a través de la luz de la luna, pero esa niña tenía mucho miedo—ella se relamió los labios, recordando con añoranza la canción que cantaba su madre—. Mi madre pensaba que era la chica más solitaria del palacio y yo le dije que iría a buscarla algún día, cuando pudiésemos viajar.

          —¿Aún quieres ir a buscarla?—le preguntó Leon.

          —Es un cuento para niños, Leon—le respondió Hidalgo rodando los ojos—. Dudo que esa niña exista realmente.

          —Un cuento algo terrorífico a mi parecer—masculló Krauser y los tres agentes le fulminaron con la mirada—. ¿Qué?

          Charlotte le masculló algo en voz muy baja.

          Cállate.

          Krauser le miró de manera muy malhumorada y negó con la cabeza.

          Manuela giró hacia un pasillo desierto, donde había una luz roja alumbrando encima de una puerta que se encontraba asegurada por otra puerta de rejas y había un tablero que ponía números. La muchacha Hidalgo se llevó un dedo a los labios, como gesto distraído mientras leía la frase que se encontraba tallada en una superficie metálica — albergando un mensaje que era casi delicado entre sus líneas.

          Mi más grande amor y orgullo.

          Y Manuela colocó cuatro números.

          1986.

          La puerta se desbloqueó.

          —¿Acaso sabías el código todo este tiempo?—le preguntó Dalton con curiosidad.

          —Cuando tenía trece lo vi poner los números y cuando leí el mensaje tallado sabía a qué se refería con "su más grande amor y orgullo"—respondió la muchacha de forma solemne—. Se refería a , que yo era su más grande amor y orgullo. Los números son el año de mi nacimiento.

           La pelirroja procedió a abrir la puerta, entrando a la armería iluminada con luces blancas y cargada hasta los dientes con armas. Manuela se sentó a un lado, volviendo a permanecer en silencio mientras que el resto del equipo empezaba a inspeccionar la habitación. Javier tenía de todo, desde pistolas hasta un maldito lanzacohetes, munición de todo tipo y granadas que podrían servirles para sacarlos de un aprieto. Charlotte se encontró con balas para su magnum, la cual había utilizado bastante que su pistola convencional y le agradó contar con suministros para poder reabastecerse. Decidió tomar un rifle de asalto junto con una escopeta, ya que Javier parecía tener varias. Dalton optó por llevar un lanzagranadas, algo que podría llegar a ayudarles en el momento indicado — teniendo en cuenta que debían enfrentarse posiblemente a un monstruo más grande que ellos.

          Leon tomó un rifle de asalto, combinándolo con unas granadas colgadas a su cinturón y un par de cuchillos, teniéndole algunos a Charlotte.

          —Así que, verdaderamente vamos a hacer esto—declaró Krauser rompiendo el silencio del grupo.

          Charlotte le alzó una ceja al rubio—Pensé que eso ya había quedado claro luego de que una pierna gigante casi nos aplasta en el camino.

          —¿Acaso tenemos idea de a qué nos enfrentaremos?—inquirió el capitán de cabellos castaños.

          —No, no lo sabemos—acotó Leon mirando seriamente a los dos soldados—. Nadie tiene idea a qué diablos nos enfrentaremos, pero sabemos que el mundo correrá peligro si no lo detenemos. Las intenciones de Javier no son buenas y es muy posible que nos encontremos frente a frente con la muerte en cuanto salgamos.

          —Tenemos una misión, chicos—dijo Harmon asintiendo junto a su mejor amigo—. Y es erradicar este virus de la faz de la tierra, ya sé que no creían que iban a escuchar esto en sus vidas, pero este es el destino de pocos y formamos parte de él. Cumpliremos con esta misión, moriremos por ella si es necesario—miró en dirección a Manuela, quien le miraba con un brillo de admiración en los ojos—. Si quieren irse, es el momento, llévense a Manuela con ustedes y busquen una alternativa para curarla y mantenerla a salvo. Yo me quedaré a destruir lo que sea que esté allá afuera.

          Leon dio un paso al frente—Yo también me quedaré.

          Jack y Dalton miraron con completa sorpresa y una pizca de admiración a la agente de cabellos pelirrojos — atónitos por su discurso.

          (Charlotte solía provocar ese efecto en muchas personas.)

          —Estamos con ustedes, chicos—dijo Krauser convencido—. Después de todo, somos un equipo.

          Dalton asintió junto con Jack—Y estaremos con ustedes hasta el final.

          —Entonces hagamos polvo a ese idiota—añadió Leon.

          El equipo gritó un "¡Hurra!" bien alto, el cual hizo soltar una carcajada a la muchacha, quien también gritó con ellos, tan extasiada por la posible victoria y la esperanza que podría tener en su vida tan oscura — como si su túnel tuviese un recoveco que podría hacer entrar la luz que se encontraba en el final del mismo. Ella miró con admiración a los dos agentes más jóvenes, quienes continuaban recargándose con más balas y más armas, trazando un posible plan, pero confiando profundamente en sus habilidades como sobrevivientes. Manuela realmente los admiraba y allí se dio cuenta lo que era la confianza, y posiblemente la traición.

          La ambición suele hacer traidores, Manuela, le dijo ella antes.

          En ese momento, lo comprendió.

          ¿Tú consideras a tu padre como un traidor?

          (Manuela sabía que su padre siempre ocultaba algo.)

          Y esa llegó a hacer la cosa que produjo la traición de su padre a ella.

          Para cuando terminaron de armarse, Krauser le dijo a Manuela que los llevase a un espacio más abierto y ella sugirió el patio trasero, donde ella misma los conduciría. Krauser fue seguido por Kennedy, quien creía que su mejor amiga iba justo detrás de él — pero no fue así. Charlotte sintió que alguien le tironeaba el brazo y cuando se giró se encontró con la mirada de Dalton Bauer, tan abrasadora y clara para ella. Él la apartó un poco, haciéndola entrar de nuevo en la habitación.

          —Puede que no vivamos lo suficiente—espetó el capitán.

          Charlotte chasqueó su lengua—Qué romántico eres, Dalton, de verdad.

          Dalton soltó una carcajada alegre y divertida, cosa que la pelirroja nunca escuchó.

          Ni siquiera una vez.

          Pero eso le llenó el corazón de mucha calidez.

          —A lo que me refiero, haremos lo que podamos para poder matar lo que Javier nos tire encima—sentenció este tomando las manos de la pelirroja—. Pero si no lo conseguimos, no quiero que me recuerdes como un hombre todo desfigurado y lleno de sangre. Me gustaría que recordásemos este momento, solo nosotros dos y nadie más.

          Charlotte sonrió de lado y asintió—De acuerdo.

          —Y si salimos vivos de esto—espetó él en una voz más grave, dando un paso más cercano a ella, casi juntando sus frentes—. Prometo solemnemente llevarte a una cita.

          —Espero que así sea.

          —Y créeme, lo será.

          —¿Puedes probarlo?—murmuró ella.

          Dalton no necesitaba, en realidad, pero decidió unir sus labios en un lento beso que ella correspondió al instante. Dulce, ardiente y tan lleno de sentimientos que no hacían falta decir en ese momento. Al separarse, ella asintió, lo suficientemente convencida de esa prueba.

          Y a lo lejos, Leon Kennedy había entendido todo.




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