Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Traidor 25

—Voy a estar un tiempo fuera, calculo que un mes... —siseó Voldemort.

Los Malfoy y los Lestrange reunidos en el salón asintieron, todos con alivio mal disimulado (excepto Bellatrix).

—Nagini se queda por aquí, aunque ya sabéis que no requiere ningún cuidado, probablemente se marche a otros lugares.

Ahí volvieron a asentir, aunque menos convencidos. Hasta Bellatrix temía a la serpiente gigante... Aunque era verdad que no solía molestar, hacía su vida y rara vez la veían.

—En mi ausencia no quiero ser molestado. Si no tenéis a Potter, no me invoquéis.

—De acuerdo, Señor —respondió Bellatrix. —¿Algo que hacer en su ausencia?

—No... —respondió Voldemort que a veces seguía sorprendiéndose de la predisposición de su lugarteniente. —Seguid con vuestras misiones habituales.

Todos mostraron su aquiescencia y el Señor Oscuro se marchó.

Pese a lo dicho, las semanas siguientes Bellatrix no dedicó mucho tiempo a su tarea habitual de conquistar aliados y torturar enemigos. Ahora tenía otra prioridad: fastidiar a Rodolphus.

Un día le quemó la habitación, al siguiente practicó duelo con él y le provocó varios cortes y heridas, le pidió a Kreacher que le echara poción de incontinencia en la sopa... Pese a no tener pruebas, Rodolphus estaba seguro que de al menos la mitad de las afrentas eran responsabilidad de su mujer. Pero acababa sin fuerzas tras cada nuevo percance, así que no osó vengarse; tampoco le pareció sabio hacerlo: él se negó a divorciarse y sabía que habría consecuencias. Solo quedaba asumirlas.

Cuando se cansó de ataques directos, Bellatrix se personó en Gringotts. A los duendes les daba igual que fuese una expresidiaria, solo atendían al dinero. Por supuesto tenía acceso a la cámara de los Lestrange, pero se aseguró de que su marido no pudiese entrar a la suya, la de los Black que heredó al ser la mayor.

—Al menos en eso estuve bien —murmuró mientras llenaba su bolso de galeones de los Lestrange.

Desde entonces se dedicó a gastarlo. Especialmente en ropa interior, le hacía gracia comprar con el dinero de su marido algo que su amante destrozaría.

—No es buena idea retener contra su voluntad a alguien como Bellatrix...

La bruja abrió los ojos con curiosidad cuando escuchó a Rabastan hablando con su hermano de ella. Estaban tomando el té en uno de los salones. Ella se acercó, pero no entró, solo quería espiar.

—Se está tirando a otro, estoy seguro —respondió Rodolphus irascible.

—¿Y te sorprende? Bellatrix siempre ha hecho lo que le ha dado la gana.

—Pues yo también. Y no me da la gana de divorciarme. Está completamente loca, pero está buena, queda bien en las fotos de los eventos y es una Black, no voy a encontrar a otra así.

De forma irónica, Bellatrix lo tomó como un cumplido. Rabastan intentó razonar que aquello no podía terminar bien, que se lo planteara al menos cuando terminara la guerra. Pero Rodolphus se cerró en banda y le espetó:

—No eres tú quién para darme consejos matrimoniales.

—Solo me preocupaba por mi hermano pequeño, aunque nunca lo haya merecido.

Con esa frase pronunciada de forma fría, Rabastan se levantó y abandonó el salón. No se cruzó a Bellatrix, que ya se había ocultado. Pero esa conversación aumentó su rabia e impotencia al ver que no había forma de que Rodolphus cambiara de opinión.

Así que siguió gastando. Volvía una tarde a la mansión después de haber pasado la mañana comprándose joyas cuando notó algo extraño. En cuanto apareció ante las verjas lo percibió. Era una fuente de magia oscura muy poderosa, debía de ser Voldemort. Había transcurrido ya más de un mes de su partida. Al avanzar por el camino de piedra comprendió que no era él. El poder era muy semejante —en forma e intensidad—, pero a la vez radicalmente diferente.

Se internó en los jardines, con la varita en la mano aunque en apariencia relajada, y siguió el rastro. Le extrañó ver a un anciano de espaldas a ella. Se giró en cuanto se percató de su presencia.

—Buenas tardes —la saludó con un gesto cortés de cabeza.

Era alto, buen porte, pelo corto blanco níveo, piel muy pálida y heterocromía: un ojo azul y otro castaño. Parecía albino y pese a la edad, aún quedaba vigor en su mirada. Llevaba un traje de terciopelo oscuro con pañuelo a juego y botas negras que le sentaba muy elegante.

Bellatrix se lo quedó mirando con la boca a medio abrir y los ojos definitivamente muy abiertos. Lo reconoció, lo había reconocido incluso de espaldas. En su adolescencia sufrió gran obsesión con ese mago, leyó todo lo publicado e incluso en su habitación colgó un poster suyo. Se quedó tan impresionada y paralizada que fue él quien volvió a hablar:

—Sabe quién soy.

No era una pregunta, era una constatación. Tuvo la paciencia de esperar varios minutos a que Bellatrix lograse articular una frase:

—El mundo entero lo sabe.

El mago profirió una risa sarcástica que terminó en un carraspeo. Se notaba que llevaba tiempo sin hablar.

—No crea, madame. Me he cruzado con un individuo que me ha pedido que no camine cerca del lago porque su pavo real se estresa con los desconocidos y no le viene bien ahora que anda suelto de estómago.

El rostro de Bellatrix enrojeció de la vergüenza: «Maldito Lucius... De esta lo mato. ¡Siempre encuentra nuevas formas de abochornarnos!». Se apresuró a responder que no era familia suya. El hombre sonrió. Se acercó a ella, extendió una mano y se presentó:

—Gellert Grindelwald. Disculpe mis modales, hace... décadas que no trato con gente.

A lo máximo que llegó Bellatrix en su estupor fue a estrecharle la mano. El hombre tenía fuerza y un apretón firme.

—Usted es Bellatrix Lestrange, ¿me equivoco?

Ante la idea de que su ídolo supiera su nombre, la bruja estuvo a punto de desmayarse. Él le explicó que pese a que solo hacía un par de días que había salido de su encierro, había oído hablar de ella. Desarrolló algo más, pero Bellatrix, completamente superada, apenas logró escucharle. Ni siquiera se preguntó qué hacía ese hombre en su jardín, dedicó todo su esfuerzo a calmarse.

—Bonito collar —sonrió Grindelwald contemplando la deslumbrante joya de diamantes y esmeraldas.

—Gra-gracias. Me lo a-acabo de regalar —balbuceó ella.

—No dudo que lo merezca.

—No, no lo dude, no... Si conociera a mi marido le parecería poco por aguantarlo.

El mago sonrió y respondió que las relaciones humanas tampoco fueron nunca de su agrado. Bellatrix asintió. Por lo que vio en la prensa, siempre tuvo la sensación de que Grindelwald y Dumbledore estuvieron liados, pero dedujo que no era un tema apropiado para charlar con alguien a quien acababa de conocer. Él le dio su espacio, alejándose unos metros para que pudiera calmarse.

Cuando lo consiguió —en la medida de lo posible— Bellatrix observó como Grindelwald colocaba sus manos sobre los macizos de rosas blancas de Narcissa y estas se volvían negras. Con un chasquido de sus dedos, los duendecillos de Cornualles caían desmayados. Las artes oscuras vibraban poderosas en su sangre.

—Mi magia está un poco... aletargada —confesó Grindelwald con voz suave y pausada—. Confío en que se recupere cuando logre hacerme con una varita.

Tras unos segundos, Bellatrix murmuró:

—Tengo una que creo que podría servirle.

Grindelwald la miró con curiosidad. La bruja rebuscó en su bolso la varita de repuesto que ahora llevaba siempre consigo. Se la tendió a Grindelwald y comentó:

—Se la quité a un mago que maté hace poco.

La mirada del mago oscuro cambió radicalmente. Miró la varita y después a ella, sin saber qué pensar. Su mano —hasta entonces firme y segura— tembló al aceptarla. La acarició y la hizo rodar entre sus dedos, sintiendo como la magia brotaba salvaje. Cuando la empuñó minutos después, miró a Bellatrix a los ojos con descarnada intensidad. De nuevo, sentenció en lugar de preguntar:

—Sabes lo que me estás dando.

—Lo sé —sonrió Bellatrix.

Claro que lo sabía. Desde el momento en que recogió la varita del parterre del apartamento de Sirius, notó en ella una magia ancestral muy inusual. Su núcleo irradiaba el poder de los cientos de vidas que había cercenado, los actos abominables que había cometido. Le costó pocos días de investigación comprender qué era.

—¿Por qué? —quiso saber Grindelwald, con inmensa curiosidad y algo de desconfianza.

—No me interesa, yo jamás me separaría de la mía. La tengo desde los cinco años, es parte de mí (la mejor parte) —aseguró Bellatrix con emoción—. Además, le pertenece a usted, Dumbledore se la quitó.

Sintió ligera vergüenza al demostrar que conocía ese detalle, que observó tantas fotos de Grindelwald en su juventud que memorizo la intrincada trama de su varita de sauco. También por vergüenza (y por respeto) se ahorró el tercer motivo: pese a ser la varita de la leyenda, invencible no era porque Dumbledore la derrotó. No valía tanto.

Grindelwald asintió, aceptaba sus motivos. Pero tenía otra duda:

—¿Por qué a mí y no a tu maestro?

Bellatrix sonrió de medio lado y respondió:

—Prefiero que se la quede alguien que no la use para torturarme si fallo en alguna misión. Con la intensidad actual tengo suficiente, gracias.

Tras varios segundos de silencio y de intercambio de miradas, Grindelwald sentenció que Voldemort era un necio si la torturaba a ella. Bellatrix no supo qué replicar. No le gustaba que insultaran a su maestro, pero lo estaba haciendo otro de sus ídolos para defenderla... Así que sonrió de nuevo y respondió que llevaba buena racha, se había librado de todas en los últimos meses.

—Supone eso que tú mataste a Albus...

—Era él o nosotros —respondió Bellatrix—. Pero no le diga eso a mi maestro, por favor. Prefiere que el mundo crea...

—Que lo mató él —completó Grindelwald con una sonrisa burlona por el ridículo comportamiento de Voldemort. Prometió no decir nada y le preguntó por la otra parte: —¿Nosotros?

—Yo y... otro mago. Es... Es complicado, es solo un idiota.

—No lo será tanto si mataste al mago más poderoso del mundo para protegerlo.

A Bellatrix le sorprendió la sinceridad de Grindelwald: pese a ser consciente de ello y temerlo, Voldemort jamás reconoció a Dumbledore como superior a Él. Aun así, no dijo nada y solo respondió que lo hizo por ella misma.

—Has dicho nosotros —sonrió Grindelwald.

Tenía una sonrisa entre encantadora y misteriosa, algo magnético, un encanto indudable. La bruja empezó a entender cómo sedujo a las masas en su juventud. Sin duda su estilo era diferente al de su maestro. No obstante, pese a su encanto, no pensaba debatir con él la relación con su primo. Cambió de tema veloz:

—¿Se quedará para la guerra?

—No, volvemos a casa. Además, Voldemort prefiere que me vaya.

Bellatrix abrió la boca para preguntar el motivo. No llegó a hacerlo, conocía bien a su maestro: en Inglaterra solo había sitio para un Señor Oscuro y no quería competencia. Si lo había liberado era únicamente para obtener algo a cambio, pero seguro que le había hecho jurar que no interferiría en sus asuntos ni le desafiaría en forma alguna. Así que la bruja solo asintió.

—¿A qué país vuelve? —le preguntó Bellatrix en alemán. No le gustaba ser cotilla, pero nunca supo dónde nació Grindelwald y como groupie tenía curiosidad— ¿A Austria? ¿Hungría?

Grindelwald alzó las cejas sorprendido de su fluidez en su lengua natal. También en alemán, satisfizo su curiosidad: volverían a su castillo en Austria, pero él nació en Budapest. Bellatrix atesoró la información satisfecha. No necesitó confirmar a quién se refería usando el plural...

—¡Bellatrix! —La aludida se giró sorprendida al escuchar el entusiasmo con que alguien gritó su nombre. —¡Qué alegría verte!

—Me sigue sonando raro que alguien se alegre de verme —murmuró la bruja dejándose abrazar—. Alguien que no sea Kreacher, claro.

Glicelia le sonrió con genuina felicidad. Bellatrix la contempló epatada. Ya le había sorprendido su entusiasmo y la iniciativa al abrazarla, pero el bienestar y plenitud que reflejaban su rostro eran completamente nuevos. Nada que ver con la muchacha lánguida, temerosa y balbuceante que conoció en la fiesta de Navidad de los Malfoy.

La joven le relató que poco después de la muerte de Dumbledore, Voldemort la llamó. Y cumplió su promesa. Buscaron juntos la fortaleza de Nurmengard y la encontraron. Para alegría de Glicelia, su tío-abuelo —la única familia que le quedaba— seguía con vida. Lo sacaron de ahí y volvieron a Inglaterra. Ahora iban a regresar a Centroeuropa, pero antes Glicelia había aparecido en la mansión Malfoy para cumplir su parte del trato. Bellatrix no le preguntó qué visiones había compartido con Voldemort, no era de su incumbencia. Simplemente la felicitó y le dio las gracias por su ayuda.

—Y ayer pude ver a Nellie, me ha dicho que vendrá a vernos. Tú estás invitada también, por supuesto.

—Ahora tengo bastante lío por aquí —respondió Bellatrix—, pero te lo agradezco.

Glicelia asintió y le confesó emocionada que había tenido miedo de que Grindelwald la rechazara, pero no había sido así. Tampoco había habido llanto ni excesiva emoción por parte del mago, pero la había acogido bien y se había mostrado orgulloso de ella; probablemente tras décadas de soledad, Grindelwald hubiese aceptado a casi cualquier familiar. Para Glicelia, que había vivido siempre en completa soledad, fue el mayor regalo de su vida. Y confiaba en que su relación se estrechara conforme se fueran conociendo.

—Seguro que sí... A mí tampoco me importaría estrechar la relación con él, me pone un poco —confesó Bellatrix contemplándolo a lo lejos.

—¿Per-perdón? —balbuceó Glicelia— Tiene más de cien años...

—No aparenta más de ochenta. Además, yo tengo mal humor por las mañanas, cada uno tiene sus defectos —respondió Bellatrix encogiéndose de hombros.

Glicelia sonrió nerviosa, confiando en que eso fuese lo que Bellatrix entendía por humor. Se despidieron y se encaminaron a la salida, donde ya esperaba Grindelwald y también Voldemort; el primero se había cuidado bien de ocultar su varita. Voldemort se despidió de ambos sucinto, pero con forzada amabilidad porque sabía que podía volver a necesitarlos. Grindelwald le respondió en tono similar con una sonrisa fría. Después miró a Bellatrix y le dijo en alemán:

—Un placer conocerte, Bellatrix. Te avisaré cuando venga de visita.

La bruja, de nuevo nerviosa y emocionada, solo acertó a asentir. Ni un «Igualmente» supo pronunciar. Notó como Voldemort le colocaba la mano en el hombro de forma posesiva: Él no entendía alemán, pero no quería que nadie le robara a su mejor guerrera. Glicelia le dio las gracias de nuevo por haberlo hecho posible y Grindelwald le guiñó un ojo. Después, el mago ofreció su brazo a la joven y desaparecieron los dos.

—¿Qué te ha dicho? —exigió Voldemort.

—Que ha estado bien conocerme y que suerte en la guerra.

—¿Has hablado antes con él? —le preguntó Voldemort con furia contenida.

—Un par de minutos. Solo es un anciano debilucho —respondió Bellatrix con fingida despreocupación—. No me extraña que Dumbledore lo derrotara, no parece gran cosa. Es casi vergonzoso que a él le dieran también el título de Señor Oscuro, no es digno de ostentarlo como usted.

De reojo la bruja vio una sonrisa satisfecha en el rostro de su maestro. Él, que todavía tenía la mano sobre su hombro, le dio un ligero apretón —un gesto que Bellatrix interpretó como afectivo— y abandonó también la mansión.

«¡Vaya día bueno!» pensó Bellatrix eufórica. Había conocido al legendario Gellert Grindelwald que le había mostrado aprecio y prometido visitarla, ¡y luego su maestro se había puesto celoso y también le había mostrado aprecio! Era lo mejor que le había pasado en años... O lo fue hasta que un par de recuerdos fugaces eclipsaron el presente.

—Pero qué salida estoy —masculló con fastidio intentando borrar las imágenes de su primo de su cabeza.

En esos recuerdos ni siquiera estaban desnudos, pero prefirió convencerse de que eran sus instintos básicos los que clamaban por Sirius. Era imposible que hubiese nada más profundo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro