Capítulo 9
—O sea, que has confiado en él.
—¡No! ¡Claro que no! —protestó Bellatrix asqueada.
—Has confiado en él antes que en Snape.
Bellatrix llevó el vaso de whisky a sus labios, pero no bebió. Al final asintió. La realidad era la que era.
—¿Te das cuenta de lo mal que podría haber salido? Encima fuiste sola...
—No podía avisar a nadie, no confío en nadie. Y cuanta más gente lo sepa, más peligro.
—Igual deberías haber...
—No he venido hasta aquí a las doce de la noche después de pasar la tarde matando para que me digas lo que debería haber hecho.
—De acuerdo, lo siento.
—En fin, me tengo que marchar. Estoy agotada y necesito una ducha.
—Vale. Mantenme al día, ¿lo harás?
—Lo haré —suspiró Bellatrix levantándose.
—Y, Bella... No confíes en él.
Bellatrix puso los ojos en blanco y soltó una risa sardónica. «Lo mataré en cuanto pueda» fue su lacónica respuesta antes de desaparecer.
Tuvo suerte: en la mansión Malfoy todo el mundo se había retirado a sus habitaciones y pudo alcanzar la suya sin ser molestada. Se duchó y se metió a la cama con la intención de no salir hasta que fuese imperativo.
—Bella, Bella... Bella, ¿puedo pasar?
La bruja gruñó con fastidio. El reloj de su mesilla marcaba las once de la mañana. Qué pesado era su marido queriendo molestarla desde primera hora. Cuando se casaron para cumplir con las tradiciones de sangre pura, le dejó claro que cada uno tendría su dormitorio; pero aun así, Rodolphus tenía la mala costumbre de pasar a molestarla. De mala gana, abrió la puerta con un gesto de su mano.
—¿Todavía en la cama? —comentó Rodolphus resaltando lo obvio.
La respuesta fue otro gruñido. Sí, estaba en la cama. Llevaba un rato despierta, pero se concentraba mejor en la paz y el silencio de la habitación, calentita bajo sus mantas y sin ver a nadie.
—¿Qué quieres? —le espetó a su marido.
—¿Sabes dónde está Severus? Ayer no vino después del ataque.
—Yo qué sé. Volvería al colegio.
—Supongo... Pero tenía que pasarse a por la capa de pelo de demiguise que le pidió a Lucius y no ha aparecido.
—Y a mí que me cuentas —bostezó Bellatrix saliendo por fin de la cama. —Largo, me voy a duchar.
A Rodolphus se le ocurrió una sugerencia al respecto, pero se la ahorró para no ser asesinado.
Después de ducharse, Bellatrix hojeó el Profeta. Le gustaba ver cómo describían sus ataques (cuando salían bien, claro). Aquel no fue de sus preferidos, la narración era el vivo reflejo de lo que sucedió: caos y preguntas cuyas respuestas se inventaban. Por ejemplo, al ministro lo habían dado por muerto; probablemente lo estaba, pero tras la tortura de Voldemort, no carbonizado por el fiendfyre como aseguraba Rita Skeeter. Las fotografías mostraban a varios equipos del Ministerio (de diferentes secciones porque se estaban quedado sin aurores) tratando de apagar el fuego maldito. Lo consiguieron, pero se cobró abundantes vidas.
No mencionaban nombres, ni siquiera a ella, solo "mortífagos". Pudiera ser que no los hubiesen distinguido, pero Bellatrix sospechaba que les temían. Nadie quería ser la siguiente víctima y en El Profeta solían arrimarse a la varita más poderosa. Tras semejantes ataques, esa era la de Voldemort.
—¿Cómo están en el Ministerio? —le preguntó Bellatrix a Lucius durante la cena.
—Como basilisco sin cabeza, según me han contado mis contactos. Da muy mala imagen que en semejante crisis estén sin representante, probablemente nombrarán a Thicknesse esta misma semana. A la siguiente, como muy tarde.
Bellatrix asintió, Voldemort estaría satisfecho. Durante el resto de la cena comentaron la jugada, les encantaba regodearse en sus fechorías. Narcissa fue la única que no intervino. Ella no estuvo en el ataque, pero aun así solía disfrutar con los relatos. En esa ocasión no fue así. Parecía distraída y apenas probó bocado. Su hermana lo notó. Por eso, después de la cena, la buscó por la mansión.
La encontró en una de las salas de lecturas más pequeñas y aisladas de la casa. Estaba sentada en una butaca junto a la chimenea, con un libro entre sus manos en el que no parecía centrarse y a su lado varias cartas. Bellatrix la conocía como para saber que había elegido esa sala para esconderse. Quería estar sola. Mala suerte, la había encontrado.
—¿Todo bien, Cissy? —preguntó sentándose en la otra butaca.
Su hermana asintió sin mirarla.
—No lo parece —comentó Bellatrix.
Narcissa siguió sin responder.
—¿Te encuentras mal? ¿Te duele algo?
—Estoy bien.
Bellatrix asintió sin dejar de mirarla, pero su hermana tenía la vista fija en el libro. Hizo ademán de coger una de las cartas, pero Narcissa la frenó al momento con brusquedad. Bellatrix la miró sorprendida.
—¿Qué diablos te pasa? —le espetó.
Narcissa chasqueó la lengua con una risa amarga y murmuró: «Como si tú fueras a entenderlo...». Aquello le dolió a Bellatrix. No entendió bien por qué ni a qué nivel, pero sintió que le molestaba el desprecio. A cualquier otro lo hubiese cruciado hasta licuarle los sesos, pero como se trataba de su hermana, simplemente se levantó y salió de la habitación.
Utilizó de nuevo homenum revelio y localizó a Lucius en los jardines. Lo encontró paseando y conversando con sus pavos reales. Los criaba con tanto mimo que le seguían como pollitos a su madre. A Bellatrix le parecía patético y solía hacerle gracia. Ese día no se burló, fue al grano.
—¿Qué le pasa a tu mujer?
Lucius frunció el ceño y le preguntó a qué se refería. Bellatrix le resumió lo sucedido.
—Es Draco —le explicó Lucius bajando el tono, como si temiera que alguien los escuchara entre los arbustos—. Está muy agobiado con lo de matar a Dumbledore, no sabe cómo hacerlo. Ha probado un par de cosas, de momento sin éxito.
—Ya... ¿Y qué tiene eso que ver con Cissy?
—Que es su madre y está preocupada por él —respondió Lucius cansado de tener que aclararle obviedades a su cuñada. —No le escribe nada explícito, pero se nota en sus cartas que está pasando el peor año de su vida.
—Le vendrá bien, a ver si se fortalece un poco —opinó Bellatrix.
Ante eso, el mago no contestó. No solía prestarse a discutir con ella, suponía un desgaste que deseaba evitar. Optó por tratar de suavizar la preocupación:
—De todas maneras, Draco tiene a Snape, eso tranquiliza bastante a Cissa.
—Sí... —murmuró Bellatrix.
Empezó a sospechar que los Malfoy no se tomarían la noticia con la misma alegría que ella... Pero daba igual, realmente no veía ningún problema. Draco no iba a necesitar matar al director: el muy necio se estaba muriendo solo. Así que tampoco precisaba la protección del difunto profesor de pociones. Pero no podía compartir esa información... ¿o sí? Aliviaría a Narcissa probablemente. Aun así, Bellatrix lo descartó rápido: «Me ha tratado mal, no merece mi ayuda».
—¿Por qué a ti te lo ha contado y a mí no?
—Soy su marido y el padre de su hijo —le recordó Lucius.
—Yo soy familia suya desde mucho antes que tú.
—Ya, pero... no eres la persona más... razonable y sensible de nuestro entorno...
Bellatrix arrugó la nariz asqueada. ¿Por qué iba a serlo? Razonable claro que sí, eso siempre lo había sido, estaba segura; pero una sensiblera ridícula preocupada por cualquier tontería... eso era una debilidad absurda. Como el amor, la compasión y esos inventos que convertían a su hermana en una blanda.
Siguieron paseando por los jardines, ambos sumidos en sus pensamientos. Pese a que el otoño estaba empezando a ceder el reino al invierno, hacía buena noche, un frío agradable y vigorizante. Y ninguno de los dos tenía sueño.
—Así empezamos con la otra —murmuró Bellatrix sin mentar a Andrómeda—. Primero fueron detalles que nos ocultaba, después pequeños desprecios y al final traicionó a su familia para tener un engendro con un sangre sucia... Al menos la última parte me la ahorraré con Cissa.
—Dale un poco de tiempo, las cosas mejorarán —respondió Lucius intentando creérselo. —Tu hermana te quiere, te necesita en su vida.
Bellatrix se detuvo a contemplar un matorral de rosas silvestres que crecían enroscándose en un banco de piedra. Sus hermanas y ella crecieron rodeadas de esas flores, abundaban en la mansión Black. A Narcissa le gustaba hacer ramos, a Andrómeda desojar sus pétalos y a Bellatrix hacerlas arder. Jugaban juntas, cada una a su manera. Aun así, en aquel lugar nunca llegaron a ser felices.
—No es verdad —respondió al fin.
Lucius la miró frunciendo el ceño.
—¿No crees que saldremos de esta? ¿Que las cosas saldrán bien por fin?
—Sí, eso sí lo creo. Estoy segura de que ganaremos la guerra; si es que llega a haberla, igual se rinden antes... Nuestra sangre recuperará el honor y el puesto que merece.
Su cuñado asintió aliviado. Aunque la considerara una demente, sabía que era terriblemente inteligente; valoraba su opinión cuando se la daba con calma (y no con burlas o maleficios). Además, en ese punto de su vida, agradecía y necesitaba cualquier atisbo de optimismo.
—¿Entonces? —replicó.
—Lo que no es verdad es que Narcissa me necesite. Os necesita a vosotros, os considera su familia. Fue lo que me dijo cuando fue a ver a Snape y traté de frenarla: «Haré lo que sea por proteger a mi familia». A mí no me incluye en ese grupo.
Lucius no supo qué responder. Bellatrix salió del jardín y siguió el camino principal:
—Voy a ver si me entra el sueño bebiendo o teniendo sexo monótono con mi marido, lo que encuentre antes.
—Ah... Suerte... —respondió Lucius azorado por la sinceridad.
Al día siguiente, Bellatrix le relató a Rodolphus las conversaciones con los Malfoy. Su marido asintió en absoluto impresionado. Ella confió en que se pusiera de su parte, pero el mago la miró sin tener claro lo que esperaba. Así que optó por enfocarlo de forma positiva:
—Si Narcissa necesita matar a alguien, seguro que te avisará a ti.
Bellatrix frunció el ceño. ¿Qué clase de apoyo era ese? Ni para eso servía el muy inútil...
—Mi hermana es cobarde hasta para mandar matar a alguien, no lo hará. Y aunque lo necesitara, seguro que no me elegiría a mí. Se lo pediría a Lucius, a Snape o la lechuza del Profeta antes que a mí.
—¿Y qué te importa eso, Bellatrix? A ti te da igual todo el mundo.
No era mentira, pero aun así le molestó. La bruja iba a replicar cuando notó que la marca tenebrosa ardía en su muñeca. «Reunión esta tarde a las seis en la mansión Malfoy» escuchó la voz de Voldemort en su cabeza. Eso la animó tanto que ignoró a Rodolphus y se fue a una de las salas de entrenamiento a practicar. Su maestro siempre la entendía, siempre estaba de su parte. Era un placer verlo, fuese cual fuese el motivo de la reunión...
O eso pensó hasta que minutos después, mientras arrojaba hechizos destructores contra maniquíes, empezó a sospechar cuál sería el asunto central de la reunión. Desgraciadamente, no se equivocó. Y como las desgracias no venían solas...
—Llego tarde —constató Sirius Black entrando con absoluta calma, como si no acabase de interrumpir al mago oscuro más temido de los últimos siglos—. Me cuesta librarme de esos pesados, creo que han puesto a Lupin para vigilarme, no es normal lo suyo...
Todos le miraron en silencio y Voldemort le indicó que se sentara. Sirius se repantingó en un asiento dos puestos más alejado del resto y Voldemort continuó con su relato.
Igual que hiciera con Fudge, tras interrogarlo había eliminado al ministro Scrimgeour. No le había contado nada sorprendente, pero sí datos útiles, como ubicaciones de varias colonias de gigantes, centauros y hombres-lobo a los que Voldemort quería reclutar. También los planes que estaban diseñando para frenarlos: irrisorios, lo confiaban todo a un milagro (posiblemente en forma de Dumbledore). Bellatrix se aseguró de permanecer impertérrita y no mirar a su primo ante el nombre del director.
—Respecto a los aurores... ¿De qué te has enterado, Black?
—Quedan muy pocos —aseguró Sirius—. Ojoloco y Shackelbolt están en San Mungo con quemaduras y lesiones graves. Posiblemente sobrevivan... pero tardarán en volver al trabajo. La cosa está tan mal que han puesto al mando a Tonks. La pobre lo intenta con entusiasmo, es buena en su trabajo pero un caos en la organización.
Bellatrix se tensó al escuchar el nombre de la bastarda de la mujer a la que ya no consideraba su hermana. Voldemort la miró con una sonrisa burlona y ella sintió enorme vergüenza. Pero no dijo nada y el momento pasó.
—¿Qué más? —exigió Voldemort.
—Van a pedir refuerzos internacionales, según me ha contado Tonks. Que vengan aurores de otros países y... cualquiera ayuda que puedan enviar, falta les hace.
—Muy bien —respondió Voldemort satisfecho con el caos creado y seguro de poder derrotarlos. —¿Y de Severus?
—¿Qué pasa con él? —inquirió Sirius sin variar un ápice el tono despreocupado.
—Desde el día del ataque no responde a mis llamadas. Teníamos asuntos pendientes y no ha aparecido.
Bellatrix estuvo a punto de abrir la boca para sugerir que Dumbledore lo tendría ocupado en Hogwarts y no podría escabullirse. Se contuvo. Resultaría sospechoso intervenir ahora y más para defender a Snape. Observó que Narcissa abría los ojos con preocupación y miraba a Sirius en busca de una respuesta tranquilizadora.
—Por ahí tampoco saben nada —respondió él encogiéndose de hombros.
—¿Sigue en Hogwarts? —quiso saber Voldemort.
—No he hablado con nadie del colegio, pero me enteraré. Dumbledore hace semanas que no aparece, debe de estar de viaje. Puedo escribir a Harry.
—Hazlo. ¿Pero seguro que Severus estuvo en el ataque?
—Sí, yo lo vi —aseguró Rodolphus solícito—. Bella lo convocó.
«Vaya ronda de crucios vas a recibir esta noche, amor mío» pensó la bruja mientras trataba de controlar sus emociones.
—Bella lo convocó... —repitió Voldemort lentamente.
La miró y ella le mantuvo la mirada con la cabeza ligeramente gacha como gesto de sumisión. No lo veía, pero sentía a Sirius contemplándola mientras pensaba: «A mí me ha creído. Ya verás como tú lo fastidias».
—¿Y por qué tomaste esa decisión, Bella? Creí que no te fiabas de él...
—Pero usted sí y yo confío en usted —aseguró la bruja al punto—. Además, necesitábamos ser el máximo número posible, quería que saliese bien, que estuviese orgulloso. Convoqué a todos los mortífagos de los círculos más cercanos... Convoqué hasta al idiota ese, hágase a la idea de lo desesperada que estaba —comentó señalando a Sirius con un gesto de cabeza.
Voldemort no apartó sus ojos rojos de ella. Sintió como penetraba en su mente... pero no vio nada. Era imposible que viera nada, era demasiado buena ocultando sus recuerdos. Por muy poderoso que fuese el Señor Oscuro, Él mismo le enseñó las artes de la lectura y el bloqueo de la mente: conocía sus técnicas mejor que las de nadie.
—De acuerdo —concluyó finalmente Voldemort para alivio de los Black—. Seguid cada uno con lo vuestro.
Todos asintieron y en cuanto Él se levantó del asiento, le imitaron con la intención de abandonar la sala lo más rápido posible. Junto a la ventana, de espaldas al salón, Voldemort siseó:
—Tú quédate, Bellatrix.
La bruja cerró los ojos y apretó los labios, pero al momento se giró y asintió. Sirius la miró con una sonrisa burlona mal disimulada.
—Tú también, Black.
Sirius alzó las cejas sorprendido, pero no pareció importarle. Volvió a sentarse en la silla esta vez apoyando las botas sobre la mesa. Bellatrix puso los ojos en blanco ante su falta de... respeto, en todo caso, porque la elegancia ese hombre no la perdía ni queriendo. ¡Cómo le odiaba!
El resto de los convocados —los Malfoy, los Lestrange, Greyback, Dolohov y Mulciber— salieron a toda velocidad. Pronto se quedaron los tres solos. Voldemort seguía mirando por la ventana, no parecía tener prisa; Sirius también estaba cómodo en su sillón; Bellatrix se preguntó si arrancarse la cara de los nervios la haría quedar mal ante su maestro. Cuando por fin se giró, le miró ladeando la cabeza con expresión interrogativa.
—Ahora me vas a contar qué ha pasado con Severus —le indicó Voldemort.
Bellatrix tragó saliva sintiendo que el mundo temblaba bajo sus pies.
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