Capítulo 8
Fuera de la caseta de aperos del viejo embarcadero se escuchaba el rumor del río y el aullido del viento; dentro, el crujido de las tablas de madera y el crepitar de la única bombilla que amenazaba con apagarse. Fue la voz grave y burlona de Sirius Black la que quebró el silencio.
—Me gusta el dramatismo como al que más, nos viene de familia, primita. Pero tengo cosas que hacer, así que si no...
Al momento Bellatrix le apuntó con la varita y él imitó el gesto:
—Tú no te mueves de aquí. Y tú tampoco —aseguró extrayendo el puñal de su cintura para amenazar a Snape que replicó el gesto con su arma.
—Entiendo que se trata de otros de tus desvaríos, Bella —comentó Snape apático—. Empieza a ser preocupante, al Señor Tenebroso no le va a gustar.
—No te preocupes por Él... De momento —siseó la bruja.
Era una escena casi cómica: Bellatrix apuntando a ambos magos y ellos devolviéndole el gesto, pero apuntándose también entre ellos de vez en cuando. El odio que había en esos ocho metros cuadrados hubiese podido iluminar tres campos de quidditch. Tras unos segundos de intercambiar gestos y miradas de desprecio, la bruja procedió a explicarles la situación:
—Yo estaba al cargo de la misión (que por cierto ha salido perfecta) y alguien nos ha delatado. Los aurores lo sabían y vestían con túnicas y máscaras plateadas, como esperaban que hiciéramos nosotros, para camuflarse. No solo eso: otro montón de ellos estaban esperando en la puerta por la que supuestamente debíamos evacuar al ministro...
—Dime que hay un giro sorprendente, porque me aburro —la interrumpió Sirius.
—La información de que iríamos con túnicas y máscaras y sacaríamos al ministro por la puerta trasera solo os la comuniqué a vosotros dos. Era mentira. Hemos atrapado a Scrimgeour nada más empezar y le he arrancado un pelo para usar la poción en un idiota. Con Scrimgeour hemos usado un traslador. Todo el espectáculo de después ha sido para... mermar el cuerpo de aurores y por diversión, para qué engañarnos —sonrió Bellatrix.
Los dos magos se quedaron en silencio, intentando comprender la situación. Por supuesto habían notado que las cosas no se desarrollaban exactamente como les explicaron, pero no les había sorprendido. Tenían poca fe en los planes de los mortífagos (rara vez tenían éxito) y menos en la capacidad de Bellatrix para coordinar nada. La habían subestimado.
—Así que la pregunta es ¿quién de los dos se lo ha contado? ¿El traidor cobarde? —preguntó mirando a Snape— ¿O el traidor repugnante? —añadió mirando a su primo.
—Si fueras un poco más inteligente, primita, lo justo, nos hubieses indicado a cada uno una salida falsa diferente y así sabrías quién ha sido —elaboró Sirius lentamente.
—Era la idea inicial —reconoció Bellatrix—. Pero veo altas posibilidades en que ambos seáis igual de fieles al viejo... y en ese caso, os habríais dado cuenta de que la información no coincidía y era una trampa.
Sirius no tuvo réplica. Snape los contemplaba con el rostro frío y neutro, pero los Black sospechaban que los mecanismos de su mente trabajaban de forma frenética. Nadie respondió. Así que Bellatrix preguntó de nuevo:
—¿Quién avisó a los aurores?
Los dos magos se miraron sin saber si responder o ignorarla. Pero resultaba difícil ignorar a una bruja trastornada con una varita, una daga y ningún sentido de autopreservación.
—Dumbledore —respondió finalmente Snape—. Él lo sabía.
—¿Y quién lo avisó a él?
Silencio de nuevo. Ninguno de ellos quería darle explicaciones a Bellatrix. Así que ella expuso con claridad lo que iba a suceder:
—No puedo seguir lidiando con dos traidores, con uno ya me sobra. Ambos afirmáis estar de lado del Señor Oscuro —murmuró lentamente, observando como Snape miraba a Sirius—, pero me jugaría mi varita a que al menos uno miente.
—¿Lo echamos a suerte entonces? —ofreció Sirius.
Como de costumbre, su prima le ignoró y prosiguió:
—Solo hay dos cosas claras aquí: la primera es que yo soy la única cuya postura es indudable. La segunda y más interesante es que los tres disfrutaríamos matando a cualquiera de los otros dos.
Sirius empezó a dibujar una sonrisa torcida al entender por dónde iba. El rostro de Snape, de nuevo, no dejaba traslucir ninguna emoción.
—Si bien no podemos cumplir la fantasía completa... podemos, de momento, conformarnos con la mitad. Yo lo haré y vosotros también —sentenció Bellatrix—. Así pues, si uno de vosotros está realmente de nuestro lado... debe apoyarme y colaborar en la noble causa de exterminar al traidor.
Hubo segundos de silencio que se convirtieron en minutos. Los dos magos la apuntaban a ella, mirándose de vez en cuando, probablemente pensando en que la tercera opción era aliarse contra ella. Pero Bellatrix era el factor más inestable de la ecuación... y eso siempre era peligroso.
—¿No os fastidia que os tomen por tontos? ¿Qué alguien se crea más inteligente que vosotros? —canturreó la bruja intentando provocarlos— Uno de vosotros le ha contado el plan a Dumbledore... y considera que el otro es tan rematadamente idiota que no solo no se va a dar cuenta, sino que le va a ayudar a librarse.
Una vez más, minutos de silencio tenso. Bellatrix los vigilaba a ambos, dispuesta a matar al momento a quien pensase siquiera en aparecerse o huir. Fue Sirius, el más impaciente, quien finalmente suspiró y comentó:
—Se da la circunstancia, primita, de que yo no le he dicho nada a Dumbledore. Aunque me dolería que dejaras de considerarme un traidor.
—Lamento que eso no suponga avance alguno... puesto que yo tampoco informé —se sumó Snape con voz pausada.
Los dos hombres sintieron miedo por primera vez cuando vieron una sonrisa formarse en el rostro de Bellatrix. Esta no era burlona o maniaca, sino victoriosa. Lentamente, se giró del todo hacia Snape y sentenció:
—El chucho repugnante no miente. Lo conozco desde que nació. Adiós, Sevi.
Snape arrojó al momento un maleficio que Bellatrix desvió. Simultáneamente, en una maniobra que Walburga les enseñó cuando los entrenaba de niños, Sirius le desarmó. La varita del profesor de pociones ardió en cenizas.
—Black —le miró Snape con rabia—, ni siquiera tú vas a caer tan bajo...
Sirius soltó una sonora carcajada.
—¡Anda que no te gustaría que la loca esta te hubiese creído y poder matarme a mí! Lo hiciste incluso cuando salí de Azkaban: sabías que era inocente y aun así trataste de entregarme a los dementores. Y todo porque querías ser un héroe... querías la ridícula Orden de Merlín... No se puede ser más patético.
Los ojos de Snape manaban rabia sin destilar. También, por primera vez, desasosiego. Tenía apuntándole dos varitas y una daga. No podía osar ni respirar.
—Y como tú fastidias siempre hasta el final, Quejicus, ni siquiera voy a disfrutar plenamente con esto porque sé que voy a hacer feliz a esta —añadió señalando a Bellatrix con un gesto de cabeza.
Snape tomó aire. En cuanto intentó aparecerse sin varita, al grito gozoso de ¡Avada kedavra! dos rayos verdes impactaron en su cuerpo. Murió al momento.
Los Black dedicaron varios minutos a contemplar su cuerpo inerte, a saborear la victoria sin asomo de remordimiento. Cuando por fin salieron del trance, se miraron y se apuntaron de nuevo con sus armas.
—¿Ahora nos matamos nosotros? —preguntó Sirius divertido.
Pese a que lo deseaba más que nada y estaba segura de que ganaría, Bellatrix sabía que no era una idea inteligente. Su maestro se enfadaría mucho si se enteraba de que había matado a su dos —presuntos— espías. Ya le iba a costar ocultarle lo de Snape, no podía cargarse a su primo también: sería la principal y única sospechosa. De mala gana lo ignoró y contempló el cadáver de nuevo. Debía deshacerse de él.
Recordó la vieja técnica de su compañero Barty y lo transfiguró en un hueso. Seguidamente, le prendió fuego y al poco solo quedaron cenizas.
—¿Qué harás cuando tu dueño te pregunte por él? —pregunto Sirius que la observaba entretenido.
Bellatrix ignoró su pregunta, pero le advirtió que como los descubriesen por su culpa, la muerte le resultaría un destino deseable.
—Es lo que tiene matar a alguien sin pruebas demostrables —comentó Sirius—. Me da mucha pena que tu palabra no vaya a bastar...
—Soy de los malos. No necesito pruebas para matar —le espetó Bellatrix—. Aunque sí que me vendrían bien —reconoció para sí misma.
Tras meditarlo unos segundos, cerró los ojos y se apareció. A la habitual sensación de velocidad y desubicación se le unió otra mucho más molesta: llevaba algo enganchado. Intentó liberarse, pero no logró hacerlo durante el viaje. Lo que casi lograron fue despartirse.
—¡Estúpido! —le insultó Bellatrix al aterrizar viendo que tenía un corte en el brazo— ¿¡Qué crees que estás haciendo!?
—No quería perderme la excursión —se defendió Sirius curando su propio corte sangrante en el hombro. —¿Dónde estamos? —preguntó mirando el paisaje gris de casas empobrecidas, aceras sucias y calles estrechas.
Su prima relinchó y no respondió. Echó a andar por el callejón y un minuto después estaba en la calle de la Hilandera, ante la casa que visitó con su hermana. Le bastaron un par de hechizos para entrar. Ni siquiera estaba bien cerrada, porque ¿quién iba a querer robar ahí?
—Así que aquí vivía Quejicus... —murmuró Sirius que había mirado el nombre en el buzón. — Qué lugar más deprimente, le pega.
En su anterior visita con Narcissa entraron directamente al salón y no vieron nada más. En esta ocasión, Bellatrix comprobó que no había mucho más: un dormitorio minúsculo, una cocina y un baño.
«Vaya sueldo de mierda le pagaba el viejo» pensó apartando con su bota una pila de libros. Eso era lo único que parecía haber en el salón: libros. También un par de cuadros en blanco y negro y unas botellitas de alcohol en un aparador, pero todo lo demás eran manuales, novelas, enciclopedias, manuscritos... El mobiliario se limitaba a una mesa de té con un par de sillones y estanterías en cada pared.
Aun así, Bellatrix lo investigó todo con detenimiento. La casa era enana, si había pruebas, tenían que estar ahí. Empezó por un rincón y fue acariciando con su varita los lomos de los libros de cada estantería. Fuera empezaba a llover y en la casa hacía frío, pero ella apenas lo notaba; hacía tiempo que no sentía tanta adrenalina. Se le pasaron los minutos casi sin darse cuenta.
—Maldito enfermo...
Bellatrix, sumida en su investigación, había olvidado a su primo. Pero lo escuchó mascullar con creciente repugnancia en el dormitorio. Sintió gran curiosidad, pero antes muerta que demostrarlo. Tuvo suerte porque, en su indignación, Sirius volvió al salón con un fajo de papeles que desparramó sobre la mesa.
—¡¿Pero te parece normal?! —exclamó dirigiéndose más al universo que a su prima.
Con curiosidad, Bellatrix observó que la mayoría eran recortes de prensa sobre los Potter... No, sobre los Potter no. Sobre Lily Potter. Había fotografías, todas recortadas para esquivar a su marido y a su hijo; cartas que Lily escribió, no necesariamente a Snape (pero él las robó igualmente); trabajos escolares que la bruja realizó y cualquier artículo que la prensa hubiera publicado sobre ella desde que salió de Hogwarts. En un tubo de cristal había incluso un mechón de pelo cortado de forma irregular.
—Capaz de habérselo cortado al cadáver —masculló Sirius.
Bellatrix sintió un escalofrío. Y luego la pirada era ella... Al menos no llevaba toda la vida obsesionada con una mujer casada; Voldemort estaba soltero y entero... casi entero.
—El Señor Oscuro la mató... Por eso el enfermo este lo traicionó... —elucubró Bellatrix.
Apoyaba tanto el calificativo de 'enfermo' que Sirius incluso asintió. Él siguió contemplando los objetos mientras Bellatrix terminaba su registro del salón. Comprobó que en los libros no había nada mágico oculto. Sin embargo, cuando su varita rozó las botellitas de whisky que Snape conservaba en un aparador alto, dio un respingo. Notó como la magia reaccionaba al tacto y murmuró: «Revelio». Los ocho frascos se convirtieron en tubos de cristal con una sustancia plateada. Bellatrix cogió satisfecha la gradilla que los contenía y los examinó de cerca.
—Recuerdos... —murmuró Sirius intrigado— ¿De qué serán?
—De las cosas que le atormentaban demasiado como para mantenerlas en la cabeza... o las que necesitaba mantener ocultas al Señor Oscuro —respondió Bellatrix como si la pregunta se la hubiese hecho ella misma (así lo creía, acostumbraba a ignorar al resto). — Con esto bastará —sentenció satisfecha—. Lucius tiene un pensadero.
—Estupendo, vaya día completo —se congratuló Sirius.
Bellatrix le dirigió una mirada asesina y le advirtió que ni se le ocurriera seguirla. Al momento su primo aseguró que no se iba a quedar sin saber cómo acababa la historia. Y no le dio opción a replicar:
—Estamos juntos en esto, primita... Necesito conocer toda la información, no vaya a escapárseme algo delante de Voldemort y se dé cuenta de que le has desobedecido...
—Si te mato a ti, me ahorro ese problema.
—No te lo ahorras, lo eclipsas generando otro mayor. Es mi técnica favorita — respondió Sirius burlón.
De nuevo, Bellatrix tuvo que razonarse a sí misma que si lo mataba tras varias prohibiciones expresas, Voldemort la mataría a ella. No quería eso. No le importaba demasiado morir, pero no por culpa de ese idiota. Así que hizo caso omiso y se apareció.
Esta vez su primo no necesitó agarrarla porque sabía a dónde iba. Surgió en la mansión Malfoy un segundo después de ella.
El despacho de Lucius estaba al final de la planta baja. El afectado se había ido a dormir agotado tras la incursión, pero los Lestrange seguían despiertos. Estaban en uno de los salones compartiendo una botella del vino más caro de Lucius (sin su permiso, por supuesto).
—Bella —la llamó Rodolphus.
—¿Cómo ha ido? —le preguntó Bellatrix acercándose y cogiéndole la copa para darle un trago.
—Bien. Ha escuchado la historia y se ha llevado a Scrimgeour.
—¿Nos ha felicitado o algo? —quiso saber Bellatrix rellenando la copa.
—Por supuesto que no —respondió Rabastan poniendo los ojos en blanco. Todos ahí sabían que habían ejecutado a la perfección un plan muy bien diseñado. — Pero parecía casi satisfecho cuando le hemos detallado la de aurores que habrán muerto.
«Parecer casi satisfecho» era mucho cuando se aplicaba a Voldemort, así que Bellatrix sintió orgullo. Había salido bien y gracias a ella. Se terminó el vino y le devolvió la copa a Rodolphus.
—¿A dónde vas? ¿Y qué haces con ese? —quiso saber su marido.
Bellatrix se giró y vio con hastío que Sirius los observaba recostado sobre la puerta, con la actitud desenfadada y tranquila del que se considera dueño de la situación y de la casa.
Chasqueó la lengua con fastidio. No había revelado su verdadero plan a su cuñado ni a su marido. Ni a su hermana. Ni a su maestro. Pese a que sentía afecto por algunos de ellos, la única persona en la que confiaba de forma absoluta era en ella misma (sobre todo desde que descubrió que la sangre de Voldemort era turbia). Nadie la pondría la primera y por eso tenía que ponerse ella misma. Así que eligió una mentira que sabía que no interesaría:
—Tengo que comprobar unos papeles del Ministerio en del despacho de Lucius. Y respecto a este... —comentó mirando a Sirius con desprecio— es un chucho, necesita seguir a alguien.
Durante una décima de segundo, el rostro aristocrático de Sirius mostró rabia. Pero enseguida se recompuso para esbozar la sonrisa que tanto molestaba a su prima. Y por supuesto la siguió.
El despacho de Lucius ostentaba toda la elegancia y el lujo que le faltaba al piso de Snape: maderas oscuras muy trabajadas, un escritorio regio con una silla labrada por elfos, estanterías ordenadas por temáticas, armarios a medida y un ventanal que mostraba el jardín y la piscina del patio trasero. Mientras Bellatrix sacaba el pensadero del armario y lo guiaba con la varita para colocarlo en la mesa, Sirius se acercó a la ventana.
—¿Tiene piscina los horteras estos? —inquirió— Con el frío que hace aquí siempre no sé cuándo la usarán.
—En primavera da el sol por detrás. Pero si me prometes que te vas a ahogar dentro, les obligo a llenarla mañana mismo.
Sirius soltó una carcajada. Era de justicia reconocer que en las reuniones de la Orden no se lo pasaba tan bien...
Bellatrix terminó con los preparativos, destapó el primero de los frascos y vertió el recuerdo. Pocos planes le parecían más desagradables que vivir un recuerdo de Snape con el traidor de su primo... Pero ya habían recorrido demasiado trayecto como para dar la vuelta. Se sumergieron en el pensadero a la vez, para no perder de vista al otro, y presenciaron primero una serie de recuerdos de la infancia y adolescencia de Snape babeando por Lily Evans.
—Voy a vomitar —murmuró Bellatrix dándose la vuelta para ignorar el espectáculo.
Estaban en los terrenos de Hogwarts, observando como Snape, oculto tras un árbol, espiaba a Lily que charlaba en la hierba con sus amigas.
—Evita ese arbusto —le indicó Sirius—, ahí ya he vomitado yo.
Bellatrix puso los ojos en blanco. Lo que sí le interesó fue la reacción de su primo cuando vio en aquellos recuerdos a James Potter. No la hubo. O ella no supo descifrarla. Los vio a los dos con sus otros dos amigos, burlándose de Snape y molestándolo juntos. Era imposible que fuese fingido, de eso estaba segura. Su primo adoraba al estúpido de Potter y Potter a él todavía más. Era otro traidor, no le cabía duda.
—El penúltimo —comentó Sirius cuando Bellatrix guardó el recuerdo anterior para verter el siguiente. — No sé si podré soportar ver de nuevo su cabeza grasienta espiando a Evans... Claro que me conformo con que no salga haciéndose una paja en su honor.
Su prima le miró con verdadera repugnancia. Ahora era ella la que necesitaba sacarse una imagen de la mente. Por suerte, cuando se introdujeron en el recuerdo, Snape estaba vestido. Lo desagradable en esa ocasión fue verlo llorando y moqueando porque Dumbledore le comunicaba que los Potter habían muerto. A los Black les desagradó profundamente, pero recuperaron el interés en cuanto le vieron jurar lealtad a Dumbledore a cambio de que protegiera al hijo de Lily.
—Traicionó a Voldemort para proteger a Harry, a quien trataba como un trapo... La gente hace unas cosas rarísimas —decidió Sirius alzando las cejas con desconcierto.
La cosa más rarísima era él mismo, Bellatrix lo tenía claro. Guardó ese recuerdo y extrajo el último con optimismo, ya casi estaba hecho, podía soportar uno más.
—Anda, este es reciente —comentó Sirius cuando distinguieron a Snape tal y como lo habían visto horas atrás.
De nuevo estaba conversando con el director de Hogwarts. En esta ocasión le estaba curando una mano ennegrecida y explicándole que el anillo que reposaba sobre la mesa poseía una maldición mortal. Dumbledore, ante el estupor de los dos Black, le preguntó cuánto le quedaba de vida. «Un año a lo sumo» calculó Snape con angustia, «¿Por qué no vino a mí antes?». Dumbledore le quitaba importancia e insistía en que, llegado el momento, debía ser él quien lo matara para ganarse del todo la confianza de Voldemort. A regañadientes, Snape aceptaba. Después, el director le comunicaba que una parte de Voldemort vivía en Harry desde el momento en que intentó matarlo. Por ello, al final, Harry tendría que morir.
Bellatrix y Sirius reaparecieron en el despacho de Lucius más pálidos que de costumbre. Permanecieron en silencio varios minutos, ella apoyada sobre el escritorio y él sentado en el sillón de Lucius.
Habían confirmado que Snape era un traidor de los grandes, pero lo de la muerte del director no lo esperaban en absoluto. Y la última parte, lo de Potter... «Es un horrocrux», pensó Bellatrix, «Es un horrocrux del propio Señor Oscuro». Guardó los recuerdos con sumo cuidado sin saber qué haría con ellos.
—¿Se lo vamos a contar? —inquirió Sirius un rato después.
—No "vamos" a hacer nada. Tú vas a callar como un muerto y yo... ya veré lo que hago.
—Si me lo pides con esa amabilidad... —sonrió él levantándose. Estaba claro que haría lo que le diera la gana— En fin, primita, hemos pasado una velada maravillosa, pero tengo que volver o en la Orden empezarán a preocuparse.
—¿Cómo les vas a explicar que has desaparecido varias horas tras la misión?
—Se me ocurrirá cualquier cosa, tengo una mente creativa.
Además de una mente creativa, tenía sangre en la camisa de cuando se había despartido y signos de haber luchado durante la escaramuza. No tendría problema en fingir que lo habían aturdido o que se había quedado ayudando. Eso, claro, si Bellatrix se creyese su versión; que seguía sin creer. Estaba segura de que iría corriendo a Dumbledore a detallarle lo sucedido. Aunque habían matado a Snape, eso no le convenía contarlo...
Bellatrix lo contempló alejarse por el pasillo, con ese estilo desenfadado y elegantemente arrogante que nadie más poseía. Cómo le odiaba y qué rabia le daba que estuviese contento...
—Chucho —le llamó logrando que él se girara con una ceja levantada como pregunta. —Tu madre estaría orgullosa —le dijo Bellatrix con amplia sonrisa.
La expresión de Sirius fue la más iracunda de la noche. La apuntó con la varita y le exigió que lo retirara al momento. Ella solo se echó a reír. Tras comprobar que no tenía tiempo para otro interminable duelo, Sirius se tuvo que marchar atragantándose con su rabia. Eso dejó a su prima un poquito más animada.
—No sé cómo puede odiar tanto a Walburga —murmuró Bellatrix mientras se dirigía al comedor. —Era una mujer encantadora. Como yo.
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