Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7

Las malas noticias se sucedieron para Bellatrix en las siguientes semanas. No le atañían personalmente, pero sí a la persona que más detestaba:

—Toda la ridícula Orden del Pollo e incluso el cuerpo de aurores han corroborado su inocencia —masculló Bellatrix arrugando el Profeta con rabia

—O sea, que Sirius es completamente libre —resumió Narcissa recuperando el periódico que aún no había leído.

—Espero que eso no signifique que venga aquí con más frecuencia, ahora que no está encerrado ni bajo vigilancia... —murmuró Lucius con desagrado.

Bellatrix ni siquiera respondió. Hizo arder el periódico que su hermana (en absoluto sorprendida) soltó de inmediato. Se sentía extrañamente traicionada... aunque no tanto como Colagusano, quien había adquirido una cojera permanente tras la tortura de Sirius y no había día en que no lo vieran temblando y llorando.

El humor de la bruja no mejoró cuando esta noche Voldemort convocó a sus mortífagos para una misión... y no contó con ella. Se quedo en casa furibunda, como ya era costumbre, y desesperó a su hermana, como también era costumbre.

—Es algo de poco rango, Bella, solo intimidar a un par de familias para que se unan —murmuró Narcissa ocupada en escribirle a Draco la tercera carta de la semana—. No habrá querido molestarte con algo menor.

—Da igual, sabe que a mí me gusta la acción, me da igual cuál sea.

Su hermana contestó con un murmullo probablemente sin haberla escuchado. Si acaso fuera posible, el humor de Bellatrix empeoró varios grados más cuando al día siguiente descubrió el motivo. El propio Voldemort se lo expuso:

—Quería que fuese Black, para probar una vez más su lealtad... Y no me venía bien que aprovecharais para mataros.

Bellatrix iba a replicar, pero no se atrevió. No quería mentir. Efectivamente, había fantaseado con la posibilidad de ejecutar una misión con su primo y aprovechar el revuelo y el fuego cruzado para acabar con él de una vez. Su maestro la conocía demasiado bien...

—Pero si hay algo importante iré yo, ¿verdad, Señor? —le preguntó nerviosa.

—Claro, Bella... Pero cabe la posibilidad de que él también tenga que ir. Ha probado su lealtad y es eficaz en algunos aspectos.

—¿Qué puede hacer él que no podamos el resto? —preguntó la bruja intentando controlar su temperamento.

—Ahora le consideran de "los buenos". Le permiten entrar a sitios que a nosotros nos costaría más. También conoce el comportamiento y costumbres de los muggles porque de joven le interesó el tema.

—Genial, amigo de impuros y sangre sucias —rezongó la bruja.

—Repugnante —le concedió Voldemort—. Pero puede sernos útil cuando se trate de localizar a alguno concreto o sembrar el caos entre ellos de la forma más eficaz... Por otra parte (y esto es algo que convendría que aceptaras), es un gran mago, de los mejores de su generación.

Bellatrix no respondió de ninguna forma, se negaba incluso a asentir ante aquello. Sabía que era verdad: Sirius era mejor mago que Lucius, los Lestrange o cualquier otro que conociera (a excepción obvia de ella misma y su Señor), pero se debía a los genes Black que —pese a su voluntad— imperaban en él. Y fue eso a lo que se agarró Voldemort:

—No pensé que te lo fueras a tomar tan mal... Creí que te alegraría el giro de los acontecimientos.

—¿Perdón? —replicó ella incrédula. Ni en mil años podría alegrarse de tener que soportar al chucho traidor.

—Tu apellido, tu sangre es lo más importante para ti... y habéis recuperado a un miembro, al primogénito de tu tía. Para ella hubiese sido una enorme alegría. ¿No te enorgullece que esté por fin de la parte correcta?

Bellatrix refunfuñó, no lo había analizado así. No lo había analizado en forma alguna porque seguía convencida de que Sirius trataba de engañarlos. Aun así dio igual: se trataba de una pregunta retórica y Voldemort se marchó sin esperar respuesta. Lo último que murmuró en un siseo fue «La sangre llama a la sangre».

Los días siguientes Bellatrix no pudo evitar darle vueltas a esas palabras... Aunque por supuesto se mantuvo firme: un traidor siempre es un traidor. Había dejado de merecer su apellido muchos años atrás.

—Los Parkinson se unirán —informó Bellatrix una mañana en cuanto volvió a la mansión—. Vendrán a cualquier batalla y aportarán el dinero que necesitemos. Lo han jurado.

—¿Por voluntad propia? —inquirió Narcissa.

—Por mi encanto —aseguró Bellatrix con una sonrisa torcida.

Su hermana puso los ojos en blanco y Lucius la informó de que tenían una misión. Al momento Narcissa abandonó la habitación; tanto ella como su marido preferían que se mantuviera al margen todo lo posible. En caso de que a Lucius le pasase algo, ella y Draco podrían huir. No era un plan ilusionante, pero tras los últimos acontecimientos, habían hecho planes para el peor de los casos.

En cuanto su cuñado la informó de que Voldemort les había encargado una misión, Bellatrix exclamó indignada que por qué no la había avisado a ella.

—Ha venido a primera hora y tú estabas fuera. Pero tranquila —se apresuró a añadir—, puedes quedarte tú con toda la responsabilidad.

Nada hacía más feliz a Lucius que la exención de responsabilidades.

—Bien —se calmó Bellatrix—. ¿De qué se trata?

—Hay que acabar con Rufus Scrimgeour, el actual ministro. El Señor Oscuro quiere en el cargo a Thicknesse, tal y como hablamos. De momento secuestrarlo y entregárselo a Él, quiere interrogarlo como a Fudge antes de matarlo.

—De acuerdo. ¿Cuál es el plan?

—Mañana es el homenaje anual a , el primer auror de Inglaterra. Como Ministro de Magia y exlíder de aurores, Scrimgeour estará en la ceremonia. Se celebra en la pradera de Ravendore, el lugar donde entrenaban los primeros aurores. Ahora son unas instalaciones deportivas para practicar quidditch, duelo y todo eso.

—De acuerdo... Pero estará muy protegido —comentó Bellatrix—, saben que es muy posible que aparezcamos. Y habrá controles de acceso.

—Por eso tenemos que ir muchos y atacar nada más llegar: nos deshacemos de los de los controles de acceso, los de seguridad, cualquier asistente que intente frenarnos... y nos llevamos a Scrimgeour —elaboró Lucius.

—Una masacre rápida... Me gusta, siempre es eficaz. Cuando los planes son detallados y con varias fases suelen salir mal.

—Eso es. Pero como te digo, necesitaremos a todos los aliados disponibles...

Bellatrix asintió lentamente. Con cierto temor, Lucius le dio el dato que había estado evitando:

—Por eso mismo... el Señor Oscuro quiere que venga también vuestro primo.

—¡Y dale! ¡Que no es familia mía! —protestó Bellatrix.

No obstante, no objetó de primeras por su presencia como había esperado Lucius. Se quedó pensativa unos segundos y al final decidió:

—De acuerdo. Avisaremos también a Severus, cuantos más mejor. Dile a Cissy que nos embotelle poción multijugos y también necesitaremos un traslador para volver aquí. ¿Cómo contactamos con el traidor para darle los detalles?

Muy sorprendido y casi asustado por su predisposición, Lucius le tendió un cuaderno. Voldemort le había entregado un gemelo a Sirius y recibiría sus mensajes. La bruja se tragó su rabia porque ni ella poseía un método de comunicación tan personal y aceptó el objeto. Pese a que no tenía ningunas ganas, esa noche, medio tumbada en la cama mientras leía, cogió el cuaderno y aceptó que no podía prolongarlo más.

Como se suponía que Voldemort ya le había informado a grandes rasgos, Bellatrix optó por resumirlo sin dar información comprometida. No podía estar segura de quién lo leería.

<Mañana a las 18 h en el sitio acordado.

Se quedó un rato contemplando las palabras en tinta verde que parpadeaban en la página. Sí, se entendía bien. Su primo era un desgraciado, pero no idiota. Dejó el cuaderno abierto sobre la cama y retomó su lectura. Unos minutos después, por el rabillo del ojo vio que una tinta escarlata aparecía en la página.

>Miraré si me viene bien.

Bellatrix lo leyó con su tono burlón y estuvo a punto de apuñalar el cuaderno. En su lugar escribió:

<Que te jodan. Estás fuera.

>¡Primita! Sospechaba que eras tú. Qué agradable hablar contigo esta noche... ¿Ahora eres la secretaria? En tu caso lo considero un ascenso.

Bellatrix partió la pluma y arrojó el cuaderno al suelo con rabia. Salió al pasillo, destrozó un par de retratos; salió al jardín, destrozó un par de esculturas. Entró al salón, se sirvió un vaso de whisky de fuego y volvió al dormitorio ligerísimamente más relajada. Recogió el cuaderno del suelo y volvió a acomodarse en la cama. No iba a entrar en su juego, solo a darle órdenes. La misión no iba a fracasar por ese imbécil...

<Ponte túnica negra con capucha. Y tápate esa desgracia de cara con lo que sea, cualquier cosa la mejorará.

La respuesta tardó más que antes. Bellatrix quiso creer que su primo se había ido a destrozar mobiliario también. O tal vez solo buscaba una respuesta ingeniosa.

>¿Ahora me ordenas cómo vestirme? A estas horas de la noche eso se consideran preliminares... ¿Tú qué llevas puesto?

«El cadáver de tu padre» era lo que le hubiese gustado responder a Bellatrix. Pero con lo que odiaba a su progenitor, probablemente Sirius se alegraría. Ni una alegría para ese chucho traidor. Ignoró sus tonterías y le detalló el plan de acción:

<Utilizaremos hechizos antiaparición, no podrán huir. Scrimgeour lleva cuatro aurores que lo protegen, los matamos y a él lo sacamos por la puerta trasera. Está a un lateral del campo de quidditch y estará despejada. Cuando retiremos los hechizos antiaparición, nos reuniremos en el embarcadero abandonado del sur.

>¿Quién tiene que secuestrarlo?

<El que antes llegue. Atacaremos tras invocar la marca tenebrosa. Tranquilo, de ti no se espera nada. Si no la fastidias lo consideraremos un éxito.

>Esa es vuestra especialidad, primita, intentaré no quitártela.

Bellatrix partió otra pluma. Dio la conversación por terminada y cerró el cuaderno.

La mañana siguiente Bellatrix, Lucius y los hermanos Lestrange la pasaron revisando cada punto del plan. Voldemort ni siquiera apareció, pero tampoco lo esperaban. Cuando llegó la hora acordada, todos estaban seguros del plan. Se reunieron los cuatro en las verjas de la mansión. Rodolphus llevaba una elegante túnica escarlata, Rabastan un uniforme de entrenamiento de quidditch, Lucius uno de duelista y Bellatrix un vestido y abrigo con capucha. Todos llevaban la cara descubierta.

—Bella, súbete la capucha, eres la más famosa —le indicó Rodolphus—. Y tú, Lucius, deberías cambiarte el color del pelo.

Mientras ocultaba su melena bajo la capucha, Bellatrix observó por los gestos de su cuñado que desconocía los conjuros de transfiguración del cabello. Con un gesto de su varita, la melena rubia de Lucius tornó pelirroja. Los Lestrange se echaron a reír y se burlaron de él porque parecía un Weasley. Lucius iba a protestar, amaba su rubio platino, pero Bellatrix le interrumpió:

—Si no te gusta, ponte otro.

Como no sabía hacerlo, tuvo que resignarse. Llegaron a la pradera de Ravendore cuando la gente todavía estaba entrando. Lucius se alejó varios metros del bullicio y se ocupó de ejecutar los hechizos antiaparición: nadie podría desaparecerse de ahí con magia. Bellatrix entró al recinto con los Lestrange y le costó décimas de segundo someter con imperio a los dos porteros que controlaban el acceso.

—Llévate a ese —le ordenó a Rabastan señalando al más débil.

Rabastan (que con el entrenamiento empezaba a recuperar su potencia física) obedeció sin problema. Había tanta gente agolpándose para entrar que nadie les prestó atención. Tampoco al resto de mortífagos que Bellatrix vio vestidos de paisano entre la gente. Eran unos quinientos asistentes... más los intrusos. El público se fue colocando en las gradas del campo de entrenamiento de quidditch y pronto el acto dio comienzo. El ministro subió al escenario que habían colocado en el centro y comenzó su discurso. Bellatrix, de pie en un lateral de la pista, se aseguró de que todos estaban en sus puestos, alzó su varita al cielo y gritó:

—¡Morsmordre!

Ese maleficio le salía hasta dormida, no hubiese necesitado pronunciarlo, pero le gustaba porque afianzaba su relación con Voldemort. Una nebulosa verde y brillante emergió de su varita formando una calavera colosal. Estaba compuesta de lo que parecían estrellas de color esmeralda y de su boca salía una lengua en forma de serpiente. El espectro ascendió más y más, conquistando y cubriendo el cielo oscuro de un humo verdoso. Como cada vez que la invocaba, Bellatrix se quedó unos segundos extasiada contemplando la marca tenebrosa.

—¡Mortífagos!

El chillido de un hombre que empezó a correr en círculos sacó a Bellatrix de su ensimismamiento. Le apuntó con su varita, pero no le miraba a ella, sino a dos docenas de encapuchados con túnicas negras. Bellatrix dibujó una sonrisa torcida y arrojó varios maleficios contra ellos. No esperó a la réplica, corrió al centro del estadio donde cuatro magos guardaespaldas trataban sin éxito de aparecer al Ministro. Ella se ocupó de dos y Rabastan de otros dos. Tras un par de maniobras, consiguieron su objetivo.

—Márchate con él —le ordenó Bellatrix a Rabastan—, yo quiero disfrutar.

Disfrutó. Arrojó maleficios, devolvió otros, se burló de la torpeza de los aurores... A quien no había visto era a su primo, pero probablemente el chucho traidor ni habría acudido. A Snape sí lo vio, pero apenas dos segundos esquivando hechizos. Había gente corriendo por todas partes, tratando de huir sin entender por qué no lograban aparecerse. Algunos habían asaltado los armarios de material de quidditch para volar con las escobas, pero la mayoría se estaban pisoteando para salir del recinto. Luchando habría tres decenas de personas y Bellatrix tenía los blancos muy fáciles...

—¡Quitaos las túnicas y las máscaras! ¡Era una trampa!

Bellatrix contempló burlona a Ojoloco Moody disfrazado de mortífago, recién nombrado jefe de aurores. Iba a atacarle cuando notó que alguien colisionaba contra su espalda. Ese pasó a ser su objetivo principal a aniquilar.

—Tú —masculló cuando vio la sonrisa burlona de su primo, que también se sorprendió al comprobar con quién se había chocado. Llevaba una capucha, pero su rostro era inconfundible.

—Nunca me pierdo una fiesta, primita.

No le dio tiempo a replicar. Quería comprobar de lado de quién luchaba Sirius, pero no fue posible porque por el rabillo del ojo vio a Ojoloco arrojándole un incendio. Con un giro de varita de Bellatrix, el fuego se convirtió en una serpiente que se volvió contra su creador enroscándose en su pierna. El auror olvidó el duelo intentando sofocar las llamas... Al final, lo único que pudo hacer para salvar su vida fue utilizar un diffindo y cortarse la pierna. Bellatrix se rio como una maniaca.

—¡Bella! ¡Ya! —le gritó Rodolphus agarrándola del brazo y obligándola a alejarse, pues sabía que de otra forma, se quedaría ahí hasta que no quedase nadie en pie.

Bellatrix se ciñó al plan. Se reunieron con Rabastan, que seguía custodiando a Scrimgeour (aturdido e inmovilizado) junto a la salida lateral. Como esperaban, en esa zona no había nadie. Se miraron los tres y asintieron. Sin acercase, con un conjuro, Rodolphus abrió la puerta de salida. Al momento escucharon un grito:

—¡No ataquéis, queremos al ministro con vida!

Al otro lado de la puerta había dos docenas más de magos y brujas. Y tras ellos, se acercaban los que los habían visto huir del escenario principal. El cuerpo de aurores al completo.

—¡Entregádnoslo, estáis rodeados! —exclamó Kingsley Shacklebolt.

—¿Lo queréis? —preguntó Bellatrix ladeando la cabeza.

Tras recibir su aprobación, Rabastan arrojó el cuerpo del ministro hacia Shackelbolt. Los aurores lo atraparon y comprobaron que seguía con vida. Pero en cuanto ejecutaron un finite para reanimarlo, la poción multijugos perdió su efecto y apareció el portero al que Rabastan había secuestrado. Los aurores se miraron entre sí desconcertados... y para muchos de ellos, esa fue su última visión.

Fiendfyre —susurró Bellatrix.

Los maleficios ígneos eran sus favoritos, Voldemort se los enseñó de pequeña. Su basilisco de fuego verdoso adquirió tal tamaño que arrasó con los aurores, la salida y seguramente con el estadio entero. Pero los mortífagos no se quedaron a verlo. Lucius había retirado los conjuros antiaparición en cuanto los vio entregar al falso ministro y así, desaparecieron todos.

—¿Alguien quiere celebrar la victoria con sexo brusco? —ofreció Bellatrix.

—Yo solo quiero ducharme —respondió Rabastan en absoluto sorprendido por la sugerencia de su cuñada.

—Yo celebrar que por una vez no hemos terminado en Azkaban —suspiró Rodolphus agotado.

Bellatrix negó con la cabeza mientras los observaba entrar en la mansión. Pese al rechazo, era justo lo que deseaba: sabía que nadie compartía la excitación postbatalla y la ignorarían si lo sugería. De ese modo, podía marcharse tranquila sin que le preguntaran a dónde iba o con quién.

Se concentró y apareció en el embarcadero abandonado del sur del condado. Se hallaba en el delta del rio, con una caseta de aperos de piedra y una pasarela de maderas ya podridas y muchas hundidas. Ya era de noche y esa zona estaba prácticamente abandonada. Solo se distinguían las luces lejanas del pueblo más próximo. A Bellatrix le bastaron para ver a los dos magos con los que esperaba encontrarse. Acababan de llegar y al igual que ella, se habían aparecido dentro de la casa de aperos para asegurarse de no ser vistos. La miraron con sincero desconcierto (y un odio que siempre estaba ahí).

—Bellatrix... Veo que la compañía aún podía mejorar —masculló Snape—. ¿Dónde está el resto?

—No vendrá nadie más —sonrió ella—. Y uno de vosotros tampoco saldrá de aquí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro