Capítulo 5
Bellatrix solo salió de su habitación cuando a la tarde siguiente los convocó Voldemort; no le hacía ninguna gracia volver a tener a los maridos y cuñados en casa. Se reunieron de nuevo en el salón, donde el Señor Oscuro compartió la nueva misión con quienes no estaban al corriente:
—Vamos a matar a Dumbledore.
«Vamos», pensó Bellatrix divertida, «Seguro que sí, todos juntos». No prestó mucha atención, pues era el plan que ya había comentado con Draco. Se entretuvo haciendo girar una pequeña daga entre sus dedos. Después, observó que Nagini abandonaba la habitación y la escuchó reptar hasta el recibidor de la casa. Hasta la serpiente se aburría de aquello.
—Disculpe, mi Señor, pero Severus lleva años trabajando con Dumbledore —apuntó Lucius intentando proteger a Draco—, ¿no sería él más apto para el trabajo?
—Ayudará, por supuesto... Pero se encargará Draco.
«Ese es un traidor más gordo que un dementor», pensó Bellatrix desesperada con el asunto de Snape. ¿Qué más pruebas requería Voldemort para verlo? Su único consuelo era que hacía bastante que no aparecía por las reuniones... «Claro, está ocupado lamiéndole la túnica al viejo chiflado» pensó con rabia. Por desgracia, justo en ese momento escuchó la puerta de entrada y Voldemort comentó:
—Ah, mi espía en la Orden... Le he invitado.
Bellatrix puso los ojos en blanco intentando disimular su repulsión. No obstante, el que entró por la puerta no fue Severus Snape.
La bruja arrojó su daga a una velocidad que nadie hubiese podido esquivar. Pero el recién llegado la esquivó por una décima de segundo.
—Te has vuelto muy lenta —se burló con una sonrisa arrogante.
Desintegró también los cinco maleficios que Bellatrix le arrojó casi a la vez. Estaba preparado, sabía que esa iba a ser la bienvenida. Así que la bruja optó por uno que no pudiera desviar:
—¡Avada...!
Tuvo que detenerse porque Voldemort la agarró con fuerza de la muñeca.
—Cálmate —le ordenó.
—¿Qué...? ¿Qué? ¡¿Qué?! —repitió Bellatrix incrédula— ¡Es el traidor repugnante! ¡Está aquí! ¡En nuestra casa!
No era posible, aquello debía de ser una pesadilla. Sirius Black estaba ahí y estaba vivo. ¡Y por segunda vez su Señor le estaba impidiendo matarlo! Ese era su boggart, ninguna duda. El resto de la mesa se había quedado igual de sorprendida, pero permanecían en sus asientos a la espera de la reacción de Voldemort. Nadie hacía nada.
—Como os dije, tenemos un nuevo infiltrado en la Orden y...
—¡Qué va a ser este infiltrado ni nada!
—¡Bellatrix! —le recriminó Voldemort echando chispas por los ojos y apuntándola con su varita.
Aunque sentía que su sangre hervía y la quemaba por dentro, la bruja intentó calmarse. No podía faltarle al respeto a Voldemort o la torturaría; antes se degollaba ella misma con su daga que permitirle al traidor ver cómo era torturada. Así que comentó con voz gélida:
—Disculpe. Me cuesta contenerme con alguien que desde que nació se pasó la vida insultando a nuestra causa y a Usted.
—Hay personas a las que les lleva un tiempo entrar en razón... —le concedió Voldemort— Tu primo es uno de ellos.
—¡Que no es mi...! —volvió a gritar— Perdón, Señor.
Sirius la miraba burlón, con los brazos cruzados sobre el pecho; la larga melena oscura le caía por el rostro confiriéndole un aire peligroso. Su expresión más arrogante que nunca, con brillo en la mirada que no apartaba de Bellatrix.
—Ven, siéntate con nosotros —le indicó Voldemort señalando una silla vacía en la otra esquina de la mesa.
—¿No deberíamos al menos quitarle la varita? —sugirió Lucius Malfoy. Tras la paliza recibida por Black en el Departamento de Misterios, su odio era casi comparable al de Bellatrix.
—Vaya forma de darme las gracias, Malfoy... Tantos aires y tan pocos modales. Se nota que tus antepasados se relacionaron con muggles.
Bellatrix no escuchó la respuesta de su cuñado, le pitaban los oídos de la rabia. Sirius no odiaba a los muggles, lo tenía clarísimo; lo había dicho únicamente para atacar a Lucius donde más le dolía. Sentía hasta furia porque insultarse a su cuñado, ¡ella era la encargada de esa labor!
—Así es —confirmó Voldemort—. Fue Sirius quien hechizó al jefe de aurores para que mandara la orden de liberación a Azkaban.
«Sirius... Ahora se tutean» pensó Bellatrix a punto de lanzarse la maldición asesina a sí misma; si no podía matar al traidor, se mataría ella.
—¿Cómo? —inquirió Rabastan.
—Fácil: utilicé imperio en Shacklebolt, el jefe de aurores. Le mandé que transmitiera el mensaje a los dementores de liberar a los presos de la zona de máxima seguridad. Lo hizo y por eso os permitieron salir. Como Shacklebolt no lo recuerda y los dementores no suelen mandar informes tras acatar las órdenes, nadie se ha comunicado con el Ministerio. Nadie se ha dado cuenta todavía de que os habéis fugado de nuevo. Un plan perfecto —se jactó Sirius.
Todos lo miraban con la desconfianza y la incredulidad más que evidentes.
—Si eso fuese verdad... cosa imposible... ya podías haberlo hecho antes —le espetó Lucius—. Hemos perdido un tiempo muy valioso estos dos meses.
—Oh, sí, hubiese podido... De no ser porque hasta esta semana, Shacklebolt ha estado ingresado en San Mungo. Cierta loca demente le causó heridas bastante graves...
—Van a quedar en nada con lo que te pienso causar a ti —masculló Bellatrix.
Voldemort no pudo regañarla porque varios mortífagos repitieron amenazas similares.
—No creo que este sea capaz ni de ejecutar una imperdonable —murmuró Lucius.
—¿Cuestionas mi criterio para elegir aliados? —le preguntó Voldemort lentamente.
—N-no, no, mi Señor, pe-pero...
—Demuéstranoslo, Black —le indicó el Señor Oscuro con calma—. La cruciatus estará bien. Tortura a tu prima para que veamos que sabes hacerlo.
—¡Vaya inesperado regalo de bienvenida! —exclamó Sirius ampliando su sonrisa todavía más.
Bellatrix miró a Voldemort dolida. ¿Por qué le hacía eso? Si quería torturarla, que lo hiciese Él mismo (aunque doliese más). No se le ocurría nada más degradante que aquello. Sirius la miró con placer y murmuró:
—Cru...
—A esta no, a la otra —le frenó Voldemort señalando a Narcissa con un gesto desganado.
Sirius chasqueó la lengua con fastidio. Todos supieron que prefería la otra opción. Aun así...
—Crucio.
Narcissa profirió un grito agudo y se abrazó a sí misma retorciéndose en su asiento. Lucius maldijo entre dientes mientras intentaba ayudar a su mujer, pero no se atrevió a desafiar a Voldemort. Sirius mantuvo la maldición sin ningún esfuerzo hasta que... Tuvo que ahogar un grito cuando un rayo rojo impactó sobre él. Sintió un dolor horripilante, pero no gritó e intentó mantener la compostura.
—Bella, detente —suspiró Voldemort.
—Lo siento, Señor, es instintivo defender a mi hermana pequeña... Además, quería mostrarle cómo lo hacemos aquí —respondió Bellatrix con una sonrisa inocente.
Sirius la miró con furia, dispuesto a devolvérsela, pero una mirada de Voldemort le advirtió que la guerra de crucios había terminado.
—¿Sabéis que la prensa considera a Sirius Black mi mejor seguidor? —preguntó el Señor Oscuro de forma retórica— Resulta que lo es. No por lo que ellos lo culpan, realmente fue Colagusano quien me reveló la ubicación de los Potter hace quince años...
—Yo no podía hacerlo —apuntó Sirius—. Nombraron guardián del secreto a la rata, no se fiaban de mí.
—¿Qué los Potter no se fiaban de ti? —repitió Bellatrix con absoluta incredulidad.
—La cuestión es —continuó Voldemort alzando la voz para que nadie osara interrumpirle— que ha vuelto a mí. Ambos compartimos un objetivo: matar a Dumbledore y acabar con su ridícula Orden. Para eso uniremos fuerzas, al igual que todos vosotros.
—Pero, Señor... ¡Forma parte de la Orden! ¡Es el mayor protector del crío! —exclamó Bellatrix que no daba crédito.
—Soy muy bueno fingiendo, primita.
Bellatrix estaba que lanzaba crucios con los ojos.
—¿Me quieres decir que te da igual que muera Potter?
Sirius se encogió de hombros.
—No voy a negar que el muchacho me da pena, vaya vida de mierda... Pero tampoco es que la mía haya sido mejor. He jugado bien mi papel porque mi supervivencia dependía de ello, pero la verdad es que el destino de Harry me es indiferente. Yo nunca quise hijos.
—En ese caso y sabiendo que nuestro Señor necesita acabar con él... ¿Por qué no nos lo has traído? Vives con él —le recordó Bellatrix.
—¿Crees que puedo coger al chaval y traerlo aquí? —preguntó Sirius burlón— Dumbledore me prohibió salir de casa «por mi propia seguridad» y siempre solía haber alguien para frenarme. Solo ahora, porque están ocupados tras lo sucedido en el Ministerio, tengo un poco más de libertad. Cuando Harry vino en vacaciones no pude pasar un minuto a solas con él. Viene siempre con un séquito de amigos y protectores que no lo dejan ni para ir al baño. Me sería imposible secuestrarlo y que no supieran que he sido yo, con lo cual, perdería mi utilidad como espía.
—Si matamos a Potter ya no necesitamos espías —le recordó Bellatrix.
—Claro que los necesitamos: hay que matar a Dumbledore y para eso debemos estar dentro —rebatió su primo.
Bellatrix tenía tres posibles explicaciones: la principal y más obvia era que mentía y estaba de parte de Potter. La segunda: que sí que podría secuestrarlo, pero tampoco le era tan fiel a Voldemort como para darle el trabajo hecho. La tercera era que realmente decía la verdad y le resultaba imposible secuestrar al chico. Se quedó con la primera, pero viendo que por ahí no lo pillaba, le dio otro enfoque:
—¿Por qué no nos dijiste lo que contenía la profecía entonces? ¿Por qué nos hiciste correr el riesgo?
—No lo sabía, solo Dumbledore lo sabía y no nos lo contó. Ahora lo sé porque se lo transmitió a Harry y él a mí, pero para eso fue necesaria la batalla. Ignoré a Harry cuando me llamó por la chimenea para hacerle creer que las visiones de mi tortura eran reales. También intenté retrasar la llegada de la Orden lo máximo posible... ¿Cuántas pruebas necesitas?
Bellatrix le miraba con odio, buscando un argumento para ponerlo en evidencia y convencer a Voldemort del error que cometía. Con lo de Snape podía vivir, pero esto jamás iba a tolerarlo.
—De todas maneras, primita, eran seis niños de quince años... No creí que os causaran ningún problema a doce magos adultos...
El tono sarcástico y despectivo, las palabras perfectamente elegidas, el vocativo "primita"... Bellatrix no decidía qué la enervaba más. Lo único que deseaba ya era borrar esa ridícula sonrisa de su rostro, así que ignoró su última puya y atacó:
—Ya, qué oportuno, tienes excusas para todo... Siempre has sido un traidor, aunque claro, qué esperar de alguien que mató a su propio hermano...
La sonrisa de Sirius se trasladó al rostro de Bellatrix. El crucio le había dolido al mago menos que aquello. Todos ahí recordaban la batalla previa a la primera guerra entre la Orden y los mortífagos en la que Regulus Black murió. Más que gritar, Sirius ladró:
—¡No hables de lo que no sabes!
—Fui yo quien le tuvo que llevar a Walburga el cuerpo de su hijo después de que tu amiguito Potter y tú lo matarais —respondió Bellatrix lentamente, saboreando el veneno.
Sirius apartó de un golpe la pesada silla en la que estaba sentado y apuntó a Bellatrix con la varita completamente furioso, más que preparado para maldecirla.
—Suficiente —los detuvo Voldemort—. Creo que tras este interrogatorio ha quedado claro lo necesario. Su lealtad (y que esto quede claro porque no vamos a perder más tiempo) está fuera de discusión.
Su tono no daba lugar a réplicas, así que Bellatrix intentó tragarse la rabia. Con gran dificultad y lentitud, Sirius volvió a sentarse todavía temblando de furia. El único alivio de la bruja fue ver que había logrado enervar a su primo, ya era algo... hasta que pudiera matarlo.
—Severus es un buen espía, pero cuantos más, mejor. Él no lo sabe y por supuesto los aquí reunidos no se lo contaréis, ni a él ni a nadie.
Todos asintieron, era una de las normas básicas por la que ni ellos mismos conocían a la mayoría de mortífagos.
—Yo no me fiaría mucho de Quejicus —murmuró Sirius a quien Voldemort no parecía imponerle en absoluto—. Creo que le es fiel a Dumbledore, un espía doble o como quiera llamarlo...
—Ese punto tampoco está abierto a discusión —zanjó Voldemort con frialdad.
Sirius se encogió de hombros como si no le importara. Bellatrix, sin embargo, sintió que implosionaba por dentro: por fin alguien respaldaba su desconfianza hacia Snape... ¡y tenía que ser el traidor pulgoso! Se dio cuenta de que incluso eso la molestaba: en lugar de aliarse con su primo, su pensamiento fue que solo ella podía acusar a Snape. ¿Quién era Sirius para desconfiar de un traidor siendo él un traidor todavía mayor? Le iban a explotar todos los órganos, uno por uno, de la ansiedad.
—Ahora que el mundo sabe que he regresado... ya no tenemos que escondernos, podemos mostrarnos con más... libertad —continuó el Señor Oscuro con una sonrisa tétrica—. Debemos aumentar nuestras filas, "animar" a nuestros contactos en los organismos de poder a que nos apoyen para que pronto podamos asumir el control del mundo mágico.
Seguidamente, les fue asignando tareas individuales y todos prometieron cumplir. A Sirius simplemente le dijo que continuara infiltrado y le tuviese al día. Bellatrix se preguntó cómo mantenían el contacto si el pulgoso ese no tenía la marca... pero no se atrevió a preguntar. Voldemort les aseguró también que iban a colocar a uno de los suyos como Ministro de Magia y se ocuparía de que absolviera a Sirius de todos los cargos, así Dumbledore se quedaría sin excusas para retenerlo.
—Lo agradezco —respondió Sirius que sin duda deseaba aquello—. ¿Respecto a lo otro que me prometió...?
—Ah, sí —respondió Voldemort con desinterés.
Presionó la marca tenebrosa y convocó a alguien que no había acudido a la reunión.
—Aquí está su siervo, mi Señor —se presentó Colagusano ejecutando una reverencia.
No había visto al nuevo integrante de la reunión...
—¡Peter, viejo amigo! —exclamó la voz grave y burlona de Sirius.
Pettigrew se giró con horror. Chilló y empezó a gritar que se les había colado Sirius. Nadie se lo explicó, nadie reaccionó. Tampoco lo hicieron cuando Sirius le arrojó el primer crucio, solo Voldemort comentó:
—Hazlo en el sótano, no quiero oír sus gritos. Y que siga vivo, funge bien de sirviente.
Sirius asintió y se levantó. Bellatrix no pudo reprimirse más y le preguntó por qué deseaba torturarlo si ambos perseguían el mismo objetivo:
—¿No acabas de decir que tú también querías que los Potter murieran?
—Y me alegré cuando sucedió —aseguró Sirius—. Pero esta rata no lo sabía. Me tendió una trampa y he pasado doce años en Azkaban gracias a él. Tiene una deuda de vida conmigo y yo, primita, me cobro las deudas.
Dejando a una furibunda Bellatrix, arrastró a Colagusano al sótano. Durante las siguientes horas se escucharon gritos ahogados hasta que, abandonando a su examigo inconsciente en un charco de vómito, Sirius se marchó de la mansión. Voldemort lo hizo poco después y Bellatrix le acompañó a las verjas de salida:
—Señor... Él no tiene la marca —murmuró—. ¿Cómo se pondrá en contacto con él?
Voldemort sacó de su túnica un espejo y le explicó que era de doble dirección: Sirius tenía a su gemelo, él mismo se lo dio para estar en contacto. Eso sorprendió a Bellatrix, que no supo qué replicar y asintió.
En cuanto su maestro se machó, ella chilló, gritó, lloró de rabia y destrozó todo lo que encontró a su paso. Continuó al anochecer en el Callejón Knocturn: mató a viandantes, torturó a otros, bebió en un antro y ya borracha regresó a la mansión. Pese a que era casi la una de la madrugada, los Malfoy y los Lestrange estaban reunidos en el salón.
—Llevas sangre hasta en el pelo... —murmuró Narcissa con desaprobación— Hazme el favor de no manchar la alfombra de pelo de yeti, bastante tengo con reconstruir las esculturas que has destrozado en el jardín.
La respuesta de Bellatrix fue un gruñido mientras se dejaba caer en el sofá.
—A todos nos ha afectado —comentó Rodolphus pasándole una copa de vino.
—Otro traidor —gruñó Bellatrix—, ¡como si no tuviéramos suficiente con uno! No vamos a ganar la guerra ni en cien años...
—¿Y si dice la verdad? —sugirió Rabastan.
Recibió insultos de las otras cuatro personas, pero no se amilanó:
—¿No confiáis en el Señor Oscuro? —preguntó casi con sorna.
—Por supuesto —respondió Lucius—. Pero Black es peor que Snape, mucho peor... Al menos Snape se unió desde joven y siempre ha estado por aquí... Pero Black era el mejor amigo de Potter, uno de los mejores magos de la Orden.
—Precisamente. De sobra lo sabe nuestro Señor —remarcó Rabastan—. Por eso estoy seguro de que lo ha sometido a numerosas pruebas e interrogatorios antes de traerlo a nuestra base de operaciones y tratarlo como a un igual.
—¿Sabe oclumancia? —inquirió Rodolphus.
—No creo —respondió Bellatrix—. A no ser que el viejo Dumbledore le haya enseñado con el propósito de engañarnos...
—Si tienes sangre fría y serenidad no necesitas estudiar oclumancia —apuntó Narcissa lentamente.
—Es imposible que tenga nada de eso tras doce años en Azkaban —comentó Lucius—. Yo he pasado solo unas semanas y...
No terminó la frase, todos veían lo desquiciado y frágil que lucía ahora el patriarca Malfoy. Normalmente, Bellatrix se hubiera burlado alegando que Lucius no era ejemplo de nada, pero estaba demasiado enfurecida para cumplir.
—Vamos a poner (aunque nadie lo creamos) que dice la verdad, que no está de parte de Dumbledore —intervino Rodolphus mirando a su hermano—. ¿Por qué iba a ayudarnos? Black no cree en la supremacía de la sangre, ¿verdad?
—Por supuesto que no —resopló Bellatrix.
—Igual Azkaban alteró sus ideas —elucubró Rabastan—, igual se volvió loco y todo cambió para él. Lo encerraron siendo inocente, eso tiene que ser desquiciante. Tal vez quiere venganza contra Dumbledore por no ayudarle...
—O contra el Ministerio por condenarle —continuó Rodolphus.
—Lo haría por su cuenta, no necesita unirse al enemigo —decidió Narcissa.
—¿Para matar a Dumbledore? —replicó Bellatrix— Por supuesto que necesita ayuda, no puede hacerlo solo. No solo para matarlo, sino para poder huir y evitar las consecuencias.
—Mmm... ¿Y por qué creéis que ha aparecido hoy? —inquirió Lucius— El Señor Oscuro no tiene por costumbre presentarnos a sus espías, prefiere preservar su identidad.
—Tal vez lo requiera para alguna misión próxima... —aventuró Rodolphus.
—O tal vez quiere que Bella deje de intentar matarlo cada vez que nos lo cruzamos —bromeó Rabastan.
—¡Lo tiene claro! —exclamó Bellatrix— Es un traidor mentiroso y lo voy a demostrar, sea como sea. Y después lo mato.
—Pues date prisa —murmuró Lucius—, preferiría no volver a verlo en mi casa.
Se quedaron en silencio, con el único sonido del crepitar de la chimenea (porque en esa mansión hacía frío hasta en verano). Apuraron sus copas de vino intentando descifrar aquel evento que ninguno de ellos hubiera esperado, buscando la pieza que daría sentido a todo y destaparía el engaño... No la hallaron, ni a favor ni en contra. Se retiraron cada uno a sus aposentos, de mal humor y cada vez con más dudas sobre las decisiones de su líder.
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