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Capítulo 4

—¿QUÉ? ¡QUÉ! ¡¿QUÉ DEMONIOS HA PASADO!? —exclamó Bellatrix mirando desconcertada a su alrededor.

Estaba en la Mansión Malfoy, lo que no entendía era cómo había llegado ahí cuando un segundo atrás se encontraba en el Departamento de Misterios.

—¡Ya lo tenía! —siguió chillando desesperada— ¡Iba a matar al maldito...!

Se interrumpió cuando a su espalda descubrió que quien la había aparecido contra su voluntad era el propio Señor Oscuro. Era la primera vez en su vida que le había gritado; de hecho, ni siquiera Él le había gritado nunca a ella... Intentó calmarse, concentrarse en respirar y no partir su varita de la rabia, pero estaba teniendo que forzarse con cada partícula de su ser. Su odio por el animago era una magnitud casi tan grande como su devoción por Voldemort.

—Tendrás oportunidad de solucionar las diferencias con tu primo.

—¡No es mi...!

Bellatrix se interrumpió de nuevo ante la mirada de advertencia de Voldemort. Mucho tiempo estaba dejando pasar sin torturarla... Como si le hubiera leído la mente, el mago oscuro comentó:

—Tu falta de respeto hacia mí es algo que solucionaremos más adelante. Antes vamos a ocuparnos del fracaso de la misión, de que ya nunca sabré cómo termina la profecía. Encima han aparecido el ministro y los aurores, todos me han visto ya.

—¡Fue a Lucius a quien mandó negociar! —se defendió ella— ¡Él la ha roto, ha sido su culpa!

—Te nombré responsable a ti, Bellatrix. Y Lucius, al igual que los otros, ha sido atrapado por Dumbledore. Van a pagar su torpeza con Azkaban. A ti, sin embargo, te he librado.

Bellatrix abrió la boca para replicar que hubiese vuelto gustosa a la cárcel a cambio de matar a Black. Pero se contuvo. Principalmente porque vio en el rostro de Voldemort la rabia y frustración por la destrucción de la profecía. Ninguno de los dos podía superar las defensas de la mente del otro, pero se conocían desde hacía tantos años que no lo precisaban: sabían leer las emociones del otro.

—Sabes cual es el precio del fracaso —espetó sacando su varita.

La bruja pasó de nuevo al terror. No quería que la torturara, no quería que fuese su maestro quien la hiciese sufrir, le resultaba antinatural.

—¡Cru...!

—¡La escuché! —chilló Bellatrix sin moverse pero cerrando los ojos para asumir el dolor.

El maleficio no llegó, aunque el mago no bajó su arma.

—¿Escuchaste el qué?

—La profecía —respondió la bruja.

—La profecía se rompió.

—Y al romperse se escuchó en voz alta.

—Se escuchó en una sala llena de magos luchando, arrojando conjuros y chillando. Es imposible que oyeras una palabra —siseó Voldemort—. Añadir mentiras a esto solo aumenta la decepción que...

—¡Señor, sabe que yo nunca miento! —protestó ella con vehemencia.

Voldemort la contempló en silencio, centrando sus ojos reptilianos en las pupilas oscuras con las que ella le mantuvo la mirada.

—Voy entrar en tu mente —le advirtió.

Bellatrix no tenía secretos para él, así que eliminó las barreras mentales que siempre protegían sus pensamientos y permitió que accediera. La legeremancia era una de las artes más complicadas: navegar entre las distintas capas de la mente e interpretar las emociones y recuerdos de la forma correcta estaba al alcance de muy pocos. Voldemort se hallaba entre ellos. Era experto y —cuando ella se lo permitió— pudo revivir la Batalla del Departamento de Misterios a través de los recuerdos de Bellatrix. Pese a ser desde el punto de vista de otra persona, lo interpretaba y descifraba con sus propios sentidos, no con los de ella.

Vio la escena de reojo, como la había vivido la bruja. Bellatrix insistía a Lucius en que debían marcharse ahora que la habían conseguido, pero él no la escuchaba. Malfoy empujaba a Potter mientras se enfrentaba a Black y este dejaba caer la profecía. Bellatrix, que no había dejado de estar pendiente de él, sentía un horror que Voldemort casi pudo notar. Se quedaba inmóvil mientras los otros seguían luchando. Se oían gritos y conjuros como Él había predicho, pero Voldemort no logró desentrañar nada más.

—Es imposible que hayas escuchado la más mínima palabra —sentenció.

—Tengo muy buen oído.

Voldemort la miró de nuevo a los ojos. Había una forma muy sencilla de descubrir si mentía: Él sabía cómo comenzaba la profecía, Snape llegó a escucharla en su día y se lo transmitió. No habían compartido esa información con nadie.

—Recítamela.

La bruja asintió nerviosa, cerró los ojos y se concentró en sus propios recuerdos que nadie más podía interpretar como ella.

El único con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca... Nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes...

Voldemort no fue consciente de que se le cortaba la respiración. Bellatrix no mentía, la había escuchado y se la recitó entera:

Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida —terminó Bellatrix.

Lo primero que sintió el mago oscuro fue decepción. Había esperado alguna revelación, la clave para acabar por fin con Potter... pero aquello solo confirmaba lo que él ya sabía: debía matarlo.

Necesitaba pensar. Tras tantos años buscándola, era una información que no podía tomar a la ligera. Ni siquiera recordó a Bellatrix, se apareció sin mediar palabra.

Bellatrix se quedó paralizada en el jardín sin terminar de comprender lo sucedido. A ella la profecía le había parecido una absoluta pérdida de tiempo y le había confirmado lo que ya sospechaba: fue culpa de su maestro que esta entrara en vigor. Debió haberla ignorado en su día y no hubiese tenido problemas.

No obstante, lo principal era que por el momento se había librado de la tortura. Sonrió con alivio hasta que recordó que la habían privado de matar al traidor. Sus muecas fueron variando hasta que alcanzó la puerta de la mansión.

—¡Bella! —gritó Narcissa que esperaba ansiosa— ¡Habéis tardado mucho! ¿Dónde está Lucius?

Viendo que su hermana estaba absorta en sus pensamientos y la ignoraba, la rubia salió corriendo de la mansión en busca de su marido. Pero ahí no había nadie. Volvió dentro, donde Bellatrix seguía pensativa.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó— ¿Y mi marido? ¿Y el tuyo?

Rodolphus era la última preocupación de Bellatrix. No obstante, más para aclarar sus ideas que para complacerla, le relató a Narcissa lo sucedido. Ante la idea de que en esos momentos Lucius estaría ya en Azkaban, la rubia se echó a llorar. Su hermana intentó calmarla sin mucho ánimo, pero cuando vio que no lograba nada, la dejó ahí y se retiró a sus aposentos.

La mansión se volvió más silenciosa desde ese día. Narcissa estaba muy triste y Bellatrix de muy mal humor. Draco volvió para las vacaciones de verano y se encontró con que su padre había sido arrestado y su tía demente (a la que apenas conocía), vivía con ellos. No obstante, siguió sin conocerla, puesto que Bellatrix apenas abandonaba sus aposentos y las salas de entrenamiento. Había un pensamiento que la desquiciaba:

—Han sido más listos que nosotros.

Estaba segura de que la profecía había sido una trampa; una trampa de Dumbledore en la que Voldemort había caído. La información que contenía era inútil, no cambiaba un ápice la realidad. El valor se lo había dado la Orden: protegiéndola, esparciendo rumores y avivando el interés de Voldemort. Lo habían hecho, probablemente, para hacerles perder el tiempo consiguiéndola, quitándoles así tiempo para reclutar seguidores o ejecutar acciones más dañinas. O para exponerlos al mundo. Bellatrix en su momento no vio al ministro y a los aurores, estaba demasiado ocupada persiguiendo a Black; pero leyó la edición del Profeta del Día siguiente: «Quien-No-Debe-Ser-Nombrado ha vuelto».

—Nos jugamos la vida y la libertad para nada... —se repetía.

Esas eran sus conclusiones, les había dado mil vueltas, pero era la única explicación plausible. Y la hacía sentir rabia y vergüenza.

—No fuiste tú quien ideó el plan —murmuró Narcissa una noche cuando su hermana compartió sus ideas.

—¿Pero crees que fue así? ¿Se te ocurre otra explicación? —inquirió Bellatrix rellenando su copa.

—No, no se me ocurre —respondió su hermana. No le había dedicado un solo pensamiento a la profecía, solo podía pensar en Lucius— Lo que te digo es que no es responsabilidad tuya.

Narcissa hablaba en voz baja, casi susurrando. No por miedo a que Draco las oyera (se había marchado de visita a casa de los Parkinson), sino porque estaba cuestionando la inteligencia del Señor Tenebroso... Eso era altamente arriesgado. No obstante, su hermana no se indignó ni defendió a su maestro. Se quedó callada sin dejar de darle vueltas. Bellatrix asumía el fracaso en un sentido de equipo, cuando en realidad fue la primera en sugerirle a Voldemort que no necesitaban la profecía.

—Me voy a volver loca —murmuró—. La gente piensa que ya lo estoy y voy a darles la razón.

Narcissa, perdida en sus pensamientos, no respondió.

—¿Decías algo? —preguntó al rato.

Bellatrix puso los ojos en blanco y abandonó el salón. Había otro detalle que la incomodaba notablemente: en cuanto apareció Dumbledore, Voldemort huyó. Huyó tan deprisa que no le dejó tiempo a ella ni para matar al traidor. Sí, la había salvado de Azkaban, eso era bonito, pero... «Siempre repite que si no mata al viejo es porque está escondido en Hogwarts, pero realmente es que no puede» pensaba la bruja derrotada. Le dolía. Le dolía que su maestro no fuese el más poderoso como siempre había asegurado. No sabía si sería capaz de verlo de igual forma, pero disimuló bien cuando reapareció por fin una mañana.

Ella misma salió a recibirlo, pero Voldemort quería ver también a Narcissa y a Draco. Eso extrañó a Bellatrix, pero no objetó. Se reunieron todos en el salón y el Señor Tenebroso se dirigió a Draco:

—El curso que viene llevarás a cabo una importante misión.

—Va-vale, se-será u-un honor —balbuceó el chico asustado.

—Vas a matar a Dumbledore.

Narcissa ahogó un grito de horror y Bellatrix alzó las cejas sorprendida de la envergadura del encargo a un adolescente. Draco directamente pareció que se desmayaba. Pero aguantó. Voldemort les explicó que, dado que era el único que podía acceder a Hogwarts, lo lógico era que lo hiciese él como prueba para unirse a los mortífagos. Si para enfrentarse al director precisaba refuerzos, debería encontrar la forma de colarlos en el castillo. El chico escuchó con atención. Sabía que su vida y la de sus padres dependían de ello.

—¿Alguna duda?

—N-no, Señor.

—Así me gusta. Hasta que vuelvas al colegio no tienes nada que hacer, puedes disfrutar del verano. Y que tu tía te enseñe oclumancia, la necesitarás para ocultar tus pensamientos a Dumbledore.

—De... de acuerdo —susurró el muchacho mirando a Bellatrix casi con el mismo miedo que a Voldemort.

—Así lo haremos —aseguró la bruja—. ¿Algo más en lo que le podamos ayudar?

—Es todo por el momento. He de buscar la forma de recuperar al resto de mortífagos que se dejaron atrapar. Malditos inútiles... Ahora que conocen mi regreso por culpa de vuestro fallo han multiplicado la seguridad en Azkaban.

Bellatrix se mostró convencida de que con su poder, encontraría la forma en pocos días. Se despidió y el mago oscuro se marchó.

—¡Es un honor que le encargue a Draco algo tan importante! —exclamó Bellatrix con sorpresa y envidia. Eso era una misión de verdad, no la estupidez de la profecía.

—Es un castigo —susurró Narcissa más pálida de lo habitual—, es un castigo por el fracaso de Lucius.

—Hija, si quieres verlo todo con tanta negatividad... —le reprochó su hermana con desinterés— Venga, Draco, vamos a empezar.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Ya? —preguntó el chico horrorizado mirando a su madre esperando ayuda. Había confiado en huir del país en cuanto Voldemort se marchara.

—Sí, ya. Me lo quiero quitar de encima, tengo mejores cosas que hacer que enseñar a un bebé —masculló Bellatrix.

A Narcissa no le hacía gracia que su trastornada hermana pasase tiempo con su hijo, pero no pensaba contradecir a Voldemort. No podían huir del país: Voldemort los encontraría y no podían abandonar a Lucius. Además, le preocupaba tanto lo de matar a Dumbledore que todo lo demás había pasado a segundo plano. Ni siquiera estuvo presente en las sesiones de oclumancia, Bellatrix la expulsó asegurando que distraía a Draco. De todas maneras, el chico pasó la vergüenza de igual forma...

—¿Estás enamorado de Potter? —inquirió Bellatrix ladeando la cabeza.

—¡Claro que no! —exclamó Draco horrorizado.

—La mayoría de tus recuerdos en Hogwarts son persiguiéndole, mandándole notitas o apuntándote al quidditch para estar con él —constató Bellatrix.

—¡Porque le odio! ¡Somos enemigos! —se defendió el chico con el rostro escarlata.

—Pues sí que ha cambiado el tema desde mi época... —comentó su tía.

Pese a que ese tipo de comentarios eran habituales y le tenía auténtico miedo, Bellatrix era buena maestra. Draco se esforzaba por aprender y no se quejaba de la de horas que le obligaba a practicar cada día, así que progresaban bastante bien.

Un mes después, a mitad de julio, Voldemort volvió para comprobar cómo iban las clases.

—Vamos a hacer una prueba —siseó mirando al joven.

A Draco le resultó curioso descubrir que desde que pasaba más tiempo con su tía, el Señor Oscuro le daba un poco menos de miedo... porque ella era peor. A Voldemort lo consideraba más charlatán (grandes palabras y mayor ego, pero pocos actos que lo respaldaran); sin embargo, Bellatrix... Ella no decía nada, simplemente actuaba y dejaba huella. Tenía tanto miedo a que ella le castigara que esas reflexiones fueron lo que con más fuerza ocultó al Señor Oscuro.

—Mmm... —un murmullo sordo fue toda la valoración que obtuvieron.

Draco tembló creyendo que lo había hecho mal, pero Bellatrix se relajó. Sabía que no iba a hacerles ningún cumplido; si no les decía nada malo, podían considerarlo un gran triunfo. Voldemort cambió de tema sin previo aviso:

—Gracias a mi habilidad para ganarme la lealtad y confianza de quienes preciso, he logrado que un nuevo aliado me ayude a recuperar a los nuestros.

—¿Cómo? —inquirió Narcissa nerviosa sin entender a qué se refería.

—Que si nadie la fastidia... Esta noche volveréis a tener a vuestros maridos.

Voldemort no pudo disimular una sonrisa burlona ante el contraste de la emoción de Narcissa y la cara de fastidio que se le había quedado a Bellatrix.

—Estaban siendo esto unas vacaciones de verdad... Tiene que volver Rod para estropearlo... —masculló Bellatrix— Ya puedes ir empezando a cocinar, Cissy, porque seguro que vuelve hambriento y está aún más pesado cuando tiene hambre.

Su hermana no se atrevió a replicar delante de Voldemort, solo Bellatrix soltaba con semejante tranquilidad lo que pasaba por su mente.

—¿Has considerado el divorcio, Bella? —le preguntó Voldemort.

—¡Cada día! Pero Cissy no quiere separarse del estúpido de Lucius...

El rostro de Narcissa enrojeció de la rabia, pero la inquietante risa del Señor Tenebroso la hizo contenerse. Debía de ser el único ser que encontraba divertida a Bellatrix...

—Me refería a ti.

—¡Ah! Odio el papeleo, Señor —confesó Bellatrix—. Confío en que muera en alguna batalla y me quite trabajo.

Voldemort la miraba con una expresión que en una criatura normal hubiese sido de diversión. Era partidario de los matrimonios fructuosos de sangre pura, necesitaban más soldados; pero a Bellatrix la quería de lugarteniente y no de madre, así que en su caso no le importaría la separación. Bellatrix siguió ajena a lo absurdo de la situación. Estaba acostumbrada a pensar en voz alta desde Azkaban:

—No me malinterprete, no es mala persona... Es terriblemente monótono y más desde la cárcel. Me casé por obligación, ya sabe, matrimonio de sangre pura y eso... pero yo siempre quise ser una guerrera.

—Para eso te entrené —convino Voldemort—. Sigue practicando con Draco.

Esa fue la despedida. Bellatrix asintió y Narcissa y Draco soltaron el aliento que habían estado conteniendo.

—¿Va a volver papá? —preguntó el chico.

—Esperemos que sí... —suspiró Narcissa nerviosa.

—Si el Señor Tenebroso dice que vuelve, es que vuelve —zanjó Bellatrix.

Draco asintió, en absoluto dispuesto a debatir con su tía y abandonó la habitación. Narcissa, tras días dándole vueltas, murmuró:

—Tengo que ir a ver a Severus.

—¿Qué? —replicó Bellatrix incrédula— ¿Para qué?

—Es el único que podrá ayudar a Draco en Hogwarts.

—¡Cissy, ni se te ocurra! ¡Snape es un traidor y...!

No pudo terminar porque su hermana se concentró para aparecerse. Bellatrix la agarró del abrazo y ambas surgieron en la calle de la Hilandera. La mayor miró a su alrededor con asco: «¿Aquí vive? Dudo que ninguna de nuestra estirpe haya pisado jamás esta zona». Narcissa no la escuchaba. Entró a casa de Snape y se arrodilló, lloró y suplicó de tal forma que Bellatrix creyó que iba a morir de la rabia al verla humillarse así. Pero consiguió que el mago aceptase proteger a Draco. Y Bellatrix consiguió que hiciera el juramento inquebrantable. Ambas salieron ligeramente aliviadas.

—¿Ves? Sabía que podía confiar en él —se jactó Narcissa mientras volvían a la mansión.

—Ya veremos en quién se puede confiar...

En quien pudieron confiar fue en Voldemort. Cumplió su palabra: a la noche Lucius y los hermanos Lestrange aparecieron en la mansión. Habían pasado dos meses en Azkaban.

—Ha sido casi peor... —murmuró Rabastan— Cuando ya te has hecho a la idea de estar fuera...

Su hermano asintió con vehemencia. No obstante, ellos dos estaban bien... o al menos, seguían igual que durante su última estancia en la mansión. Era Lucius quien parecía haber recibido el beso del dementor... y una paliza también. No solo se mostraba atontado, tembloroso y aterrado, sino que se había quedado escuálido y con la piel cenicienta. Su mujer lo abrazó llorando y Bellatrix sentenció:

—Estás igual que siempre, Lucius.

—No ha comido nada, el señorito exquisito... la cocina de los dementores de no es su agrado —comentó Rodolphus burlón. —Qué suerte has tenido de librarte, querida, dame un abrazo.

—¡Quita! —protestó Bellatrix apartándolo— Hueles mal.

Se dio media vuelta y se retiró a sus aposentos.

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