Capítulo 35
Nota: Muchísimas gracias a quienes habéis leído, votado y comentado esta historia, es lo que más feliz me hace y os adoro mucho. Próximamente subiré un nuevo Bellarius (que tengo casi terminado) y también una historia de Bella x pj. original femenino (esa la acabo de empezar), por si queréis estar pendientes o que os avise. Gracias de nuevo, os adoro con toda mi alma y con la de Voldy también.
* * *
Resultaba bastante triste a poco que se pensara... Era la bruja más poderosa del país, la más influyente, la única cuyo consejo escuchaba Voldemort... pero Bellatrix no tenía hogar. Le sobraba el dinero para adquirir la propiedad que deseara, pero no le seducía ninguna. Aun así, cualquier cosa resultaría más digna que estar viviendo en una habitación sobre un bar. Tenía ganas de usar una ducha que midiera más de medio metro.
Antes de marcharse, Bellatrix subió a desayunar a casa de Eleanor (el segundo piso sobre el bar).
—Vendrás alguna noche, ¿verdad, cielo?
—Claro —respondió Bellatrix—. Sabes que me gusta beber.
«Y que no tengo mucho más que hacer» pensó internamente. No quería trabajar, por supuesto que no. Voldemort le había ofrecido el puesto que quisiera en el Ministerio o en cualquier otro organismo, pero a ella solo le gustaba torturar cuando le apetecía. No tenía disciplina ni ganas de sudar y cansarse con labores rutinarias. Quería ser libre... y no madrugar.
—¿Solo eso te gusta? —preguntó la pastelera poniéndole ojitos.
Bellatrix tomó otra porción de pastel de frambuesa y decidió darle lo que quería:
—Quizá también tú me gustas un poquito...
Eleanor sonrió ampliamente, era sencillo hacerla feliz.
—De todas maneras, si te mudas al Callejón Diagon seremos vecinas, nos veremos mucho.
—Sí... —murmuró Bellatrix no demasiado emocionada.
Terminaron de desayunar y salió a la calle. Caminó con lentitud, contemplando los escaparates del callejón Knocturn siempre repletos de objetos siniestros. Estaba sumida en ese vagabundeo cuando sintió que Voldemort la llamaba. Bien. Con un poco de suerte echaría la mañana.
Se apareció en la mansión Malfoy sin mucho entusiasmo. Voldemort la había informado de que Narcissa y Lucius pasarían el verano en Azkaban; Rabastan y Dolohov estaban fuera de vacaciones... pero desconocía si su marido seguía residiendo ahí. Y no tenía ganas de verlo. Rodolphus era la principal razón por la que —si tuviese energía— se marcharía del país.
Localizó a Voldemort en uno de los salones, se había apropiado por completo de la vivienda. Estaba de nuevo junto a la ventana, con las cortinas casi cerradas (le molestaba la luz natural), dejando su vista vagar por el paisaje. Bellatrix se preguntó si echaría de menos a Nagini, quizá pensaba en ella al contemplar los bosques donde cazaba. No obstante, la preocupación por el reptil pasó a un segundo plano cuando vio a Sirius repantingado en un sofá de cuero. Bellatrix supuso que había acudido para charlar sobre Potter.
—Buenos días —saludó nerviosa. Se le hacía raro no llamar "Señor" a Voldemort, pero él le había pedido que no lo hiciera.
—Sí, lo son. Desde que gobernamos nosotros, todos los días son mejores —aseguró Voldemort.
—Hey —fue el saludo casual de Sirius.
Pese a haber respondido, Voldemort no parecía prestarles atención, seguía sumido en su meditación. En esta ocasión a Bellatrix no le molestó. No porque estuviera acostumbrada (que también) a que su maestro llevase sus propios ritmos, sino porque cuando estaba presente su primo le costaba centrarse en otras personas.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó con fingido desinterés.
—Venía a despedirme —contestó Sirius con calma.
—¿Te marchas?
—Ajá.
—A Francia, supongo.
Bellatrix no añadió «con tu hermano» por si Voldemort preguntaba, aunque sospechó que no le interesaría lo más mínimo. Seguía de espaldas a ellos con aspecto ensimismado.
—Quizá más adelante, un tiempo... Ahora no —aseguró Sirius—. Quiero recorrer el mundo y disfrutar de la libertad que nunca he tenido.
Bellatrix asintió, intentando parecer feliz pero sintiéndose incluso más sola. Tuvo la esperanza de que al menos les diese tiempo a acostarse una última vez.
—¿Te vas ya? —preguntó.
—Sí, el traslador se activará ahora —comentó Sirius señalando una mochila (también con fondo infinito) junto a él.
De nuevo, la bruja mostró su aquiescencia y trató de forzar una sonrisa. Con el mismo tono casual y gesto de estar por encima del mundo, Sirius añadió:
—Pero antes me voy a casar.
—¿Qué?
—Que tengo diez minutos antes de irme. Me sobran para matar a tu marido, casarnos y consumar el matrimonio.
—¿Q-qué? —repitió la bruja en un balbuceo incrédulo.
Sirius miró a Voldemort que en ese momento se giró. Se levantó la manga de la túnica y presionó la marca para invocar a alguien. Bellatrix —muy aturdida— solo supo que a ella no era, porque no sintió nada (y porque habría sido absurdo teniéndola delante).
Poco después escuchó bajar a alguien por las escaleras. Supo distinguir los pasos de Rodolphus. El mago entró al salón y se sorprendió de ver a los Black, pero los ignoró y le preguntó a Voldemort qué necesitaba de él. El Señor Oscuro ni le miró. Sirius suspiró y soltó un fajo de papeles sobre la mesa. Seguidamente se levantó y se remangó como si aquello fuese un mero trámite.
—Venga, Lestrange, acabemos con esto. Te desafío a un duelo a muerte por el honor de mi prima, amante y futura mujer.
Rodolphus primero creyó que era lo que los Black entendían por sentido del humor. Luego vio el contrato que Sirius acababa de desperdigar sobre la mesa. Distinguió pronto el apartado de las excepciones que especificaba que la separación sería posible si una tercera persona desafiaba a muerte a uno de los cónyuges con el objetivo de casarse con el otro. Cuando comprendió que ese era el caso, miró a Sirius primero con incredulidad y luego con miedo.
—¿De verdad te querrías casar para toda la vida con semejante zumbada? —replicó Rodolphus— Es desastrosa en absolutamente todo y...
—He luchado y follado con ella lo suficiente para saber que al menos en dos cosas es excepcional.
El rostro de Rodolphus enrojeció de la ira. Bellatrix sintió orgullo y vergüenza porque Voldemort (que era como un padre raro) hubiese oído aquello. Comprendiendo que no iba a hacerlo cambiar de opinión, Rodolphus se giró hacia Bellatrix y se rindió:
—Dame una pluma y te firmo el divorcio, como tú querías.
Bellatrix arrugó la nariz con disgusto. Le recordó que ella no quería ser divorciada, prefería ser viuda. Su marido iba a replicar, pero Sirius se adelantó y con falsa preocupación, respondió:
—No podemos arriesgarnos a que eso se considere coacción y muráis los dos.
—Pe-pero... —balbuceó Rodolphus.
—Saca tu varita. Ya.
No le quedó otra que obedecer. El duelo no duró ni cinco minutos. Cuando Sirius ejecutó la maldición asesina y Rodolphus murió, Bellatrix sintió que nadie en el mundo podría ser nunca tan feliz como ella. Corrió hacia Sirius y le abrazó con torpeza (de la única forma en que sabía hacerlo). Él sonrió abrazándola también.
—Te quiero... quiero estar contigo —susurró Bellatrix mirándolo muy nerviosa.
Tampoco nunca se había sentido tan vulnerable. Sirius la miró también y respondió burlón:
—Por supuesto que me quieres, soy el mejor.
La bruja puso los ojos en blanco e hizo ademán de separarse, pero Sirius la agarró por la cintura y le pidió a Voldemort que los casara.
—¿Qué? —replicó Bellatrix sorprendida— ¿Ya?
—Sí. Quiero que seas mi mujer. Lo llevo queriendo mucho tiempo y no voy a esperar más —aseguró Sirius.
La bruja notó un nudo en la garganta mientras Voldemort se acercaba a ellos varita en mano. Ejecutó el ritual ahí mismo, envolviéndolos en una espiral dorada mientras recitaba un complejo conjuro en latín. Cuando terminó, ambos prometieron quererse, cuidarse y asesinar juntos a quien hiciese falta (y a quien no, también). Esas promesas quedaron reflejadas en un pergamino que se grabó ante ellos con letras de fuego; reflejando así lo intenso de su vínculo. Voldemort le tendió una pluma a Sirius y este, sin dudar, firmó con su propia sangre como tinta. Después se la pasó a Bellatrix.
La bruja la aceptó temblorosa y escuchó en su mente la voz de Voldemort: «Lo he leído por ti, estás a salvo». Bellatrix sonrió emocionada al vivir ese momento con las dos personas más importantes de su vida. Firmó sin dudar, sin sentir el más mínimo dolor cuando su sangre goteó en la pluma. Dos alianzas de oro negro con los nombres de ambos se formaron entorno a sus dedos.
—Sea para la eternidad —sentenció Voldemort completando el conjuro—. Lo que la sangre forjó y la magia oscura ha sellado nadie podrá separarlo. Podéis... besaros o lo que sea que hagáis vosotros.
Abandonó la habitación presuroso; por mucho que se estuviese esforzando por Bellatrix, aquello ya era demasiado sentimental para Él. Los Black sonrieron. Después se besaron y abrazaron, eufóricos y todavía sin creer que realmente habían unido sus vidas para siempre. Lo habían hecho en una mansión cuyos propietarios (su familia) estaban en la cárcel, con el mago más temido de todos los tiempos como oficiante y con el cadáver de Rodolphus a sus pies. A Bellatrix se le antojó imposible que existiera algo más romántico.
—¿Quieres que lo hagamos aquí? —le ofreció Sirius por si ella tenía prisa.
Bellatrix negó con la cabeza. No, no quería consumar su matrimonio en la condenada mansión de su cuñado; deseaba un sitio especial, solo de ellos dos. Así que Sirius la cogió de la mano y abandonaron la mansión.
En los jardines se encontraron a Voldemort, que les indicó con una pequeña sonrisa que se largaran y no volvieran en mucho tiempo. Sirius asintió más que dispuesto a cumplir. Bellatrix también, muy sonriente, aunque antes le dio las gracias por todo.
—A ti, Bella. Siempre.
La bruja asintió emocionada y se marchó con Sirius. Supuso que Voldemort se ocuparía de notificarle a Rabastan la muerte de su hermano. Probablemente su compañero la odiaría, pero no le importaba demasiado. Además, lo bueno de ser viuda y no divorciada era que la herencia y la fortuna de Rodolphus eran ahora suyas. Se lo merecía, por daños y perjuicios.
—¿De verdad nos hemos casado? —preguntó Bellatrix contemplando su alianza, sin dar crédito a lo que había sucedido en apenas diez minutos.
—A todos los efectos —aseguró Sirius satisfecho—. Aunque por supuesto podemos hacer una ceremonia bonita más adelante si te apetece. En algún palacio, con ropa de fiesta, invitados, banquete... esas cosas.
—Nah, esta ya ha sido perfecta. Además... ¿a quién íbamos a invitar? Los hemos matado o repudiado a todos.
Sirius rio al darse cuenta de que tenía razón. Sin soltarla, sacó el traslador de su bolsillo y desaparecieron juntos.
El lugar que Sirius había elegido para la luna de miel era un pueblo mágico entre las montañas de Suiza. Como también le sobraba dinero, había adquirido un chalet de lujo en una zona boscosa: contaba con tres plantas, decenas de habitaciones, piscina de agua caliente, dos elfos de servicio e incluso lechucería. Los muebles eran de madera de sauce boxeador: un material muy caro con grandes propiedades mágicas. Había ventanales en casi todas las habitaciones para poder contemplar los impresionantes paisajes nevados.
—La magia de esta zona hace que siempre esté nevado, siempre es invierno —la informó Sirius sabiendo que era su estación favorita—. El pueblo cuenta con el club de duelo más famoso del mundo, también con los restaurantes más...
—Sí, sí, muy bien —le interrumpió Bellatrix recorriendo la casa impaciente—. ¿Dónde está el dormitorio?
Sirius sonrió al comprender que sus prioridades no habían cambiado. La cogió en brazos y se besaron de camino al dormitorio; la habitación más acogedora y bonita que Bellatrix había visto nunca... o que vería más adelante, porque en esos momentos no era capaz de mirar nada que no fuese Sirius.
Les resultó una absoluta locura comprobar que el sexo estando casados era todavía más impresionante e intenso. O quizá era el amor —ahora manifiesto— que se profesaban. En cualquier caso, transcurrió el día siguiente sin haberse movido de la cama.
Bellatrix no lograba borrar la sonrisa de su rostro. Estaba apoyada sobre el pecho de Sirius mientras él le acariciaba el pelo.
—Nunca pensé que pudiera querer tanto a alguien de la familia que más odio... —murmuró Sirius.
—Nos quieres a todos —sonrió Bellatrix divertida.
El mago gruñó, pero no pudo negarlo. Tras el reencuentro con su hermano, hasta el recuerdo de su madre se había dulcificado.
—Pero... tú no querías casarte —murmuró la bruja sabiendo que tenían que abordar ese tema porque no quería vivir una mentira—. Lo has hecho solo porque era la única forma de librarme de Rodolphus, ¿verdad?
—Nunca quise casarme —reconoció Sirius—. Y contigo tampoco quería.
Bellatrix asintió con tristeza, intentando no llorar. Seguía siendo muy bonito que se hubiera sacrificado para librarla de Rodolphus...
—Lo que quería era que fueras mía. Quería estar contigo para siempre, no separarme nunca de ti, que fueras mi familia de todas las formas posibles. Resulta que lo más parecido a eso es el matrimonio.
—¿De verdad? —preguntó ella con ojos brillantes— Pero...
—Por mucho que traté de engañarme y seguir odiándote, estaba de muy mal humor cuando no estabas conmigo. Y si estabas conmigo pero parecías triste o enfadada, tampoco me servía. Quería que estuvieras conmigo y feliz. No quise hacerme ilusiones: estaban tu marido y el comentario de que preferirías casarte con un kraken que conmigo.
Bellatrix sintió un cosquilleo al darse cuenta de que a él le dolió ese comentario igual que a ella le dolieron los suyos; por eso ambos los recordaban.
—Conforme pasaban los meses y cuando acabó la guerra... como no decías nada de divorciarte pensé que no te lo planteabas —reconoció Sirius—. Que te era más cómodo y práctico seguir con Lestrange; la herencia de los Black y el apellido ya lo tienes...
—Nada me hace más feliz que tenerlo varias veces —aseguró Bellatrix, la mayor amante y defensora de su apellido. —Me daba vergüenza contarte lo del contrato. Quise hacerlo, pero no quería que sintieras que te presionaba... ¿Cómo te enteraste?
—Voldemort me mandó una lechuza con una copia. No me dijo nada, solo que lo leyera. No entendí el sentido de aquello, pero al leerlo comprendí por qué no te podías separar.
A la bruja la emocionó que fuese su maestro quien le había hecho el favor. Cerró los ojos y ronroneó feliz sobre el pecho de Sirius. Estuvieron así unos minutos, hasta que él compartió divertido otra observación:
—¿No te parece que está más humano? ¿Como más atractivo? Casi vuelve a tener nariz.
Bellatrix frunció el ceño desconcertada. Ella no había notado cambios en Voldemort, aunque nunca se había fijado en su aspecto; le adoraría de cualquier forma. Recordó que la única forma de deshacer un horrocrux —de reconstruir el alma— era arrepentirse, lo cual conllevaba un dolor insoportable. Dudaba mucho que su maestro se arrepintiera nunca, pero quizá sí había sentido dolor. Y sí veía en Él ahora cierta bondad... muy pequeña, solo en lo referido a ella. Sintió un cosquilleante calor en el pecho al darse cuenta de que ella era el único hecho noble en la vida de Voldemort.
—¿Cuándo supiste que estabas enamorado?
Sirius meditó la respuesta. Había tratado de engañarse con tanta intensidad, que le costaba recordarlo.
—No recuerdo cuándo, pero sí que sentía que estábamos destinados a estar juntos, ¿sabes? Y ni siquiera me refiero de una forma...
—¿Romántica? —completó Bellatrix que sentía lo mismo.
—Ajá. Ahora sí, te quiero como nunca he querido a nadie. Pero antes, desde el principio, sentí que nuestros destinos estaban unidos. Lo pensé cuando luchamos juntos en el Departamento de Misterios y lo confirmé cuando al acostarnos, ambos teníamos la misma visión de la paternidad. Somos lo mismo, Bella.
La bruja sonrió enormemente. Sirius se tenía en muy alta estima a sí mismo: jamás se equipararía a nadie que no amase con locura.
—La sangre llama a la sangre... Y la nuestra es la mejor —sentenció Bellatrix—. Yo también sentí lo mismo. Cuando me dijiste que tener hijos era tu boggart también me dio miedo parecerme tanto a mi primo el traidor —reconoció divertida.
Sirius respondió con una sonora carcajada. Él también recordaba ese comentario:
—Te dije que tener críos era mi boggart porque la estrella de mi vida soy yo.
Bellatrix asintió, ese fue el comentario exacto. Sirius —que jamás reconocía sus errores— hizo una excepción al tratarse de su mujer:
—Me equivoqué. La estrella de mi vida eres tú. Desde que tengo uso de razón. Has sido mi guía, mi ejemplo a seguir y la persona que más he admirado... antes desde el odio, ahora desde el amor y siempre desde el deseo. Y eso no cambiará nunca.
—¿De... de verdad? Tú siempre fuiste el más popular en el colegio, la gente quería ser como tú y...
—¿Sabes cuál es mi primer recuerdo? —la interrumpió Sirius— Es de cuando tenía tres años y es la razón por la que no odio la casa de mis padres tanto como fingí ante la Orden. Mi primer recuerdo es ir gateando por Grimmauld Place detrás de ti mientras me enseñabas con seis años a usar las maldiciones imperdonables. Es algo breve y simple, pero es una escena alojada en una capa tan profunda de mi alma que ni los dementores pudieron robármela.
—Los torturaría si lo hubiesen hecho —aseguró Bellatrix con el fervor enfermizo que el mundo siempre repudió y que a Sirius le hacía adorarla más—. Torturaré a cualquiera que se acerque a ti.
—No espero menos de ti. Te quiero, preciosa.
Profundamente emocionada, Bellatrix le besó y se dedicaron a estar juntos como si nada más importara (porque nada más importaba). Prolongaron su luna de miel durante meses, viajaron durante años y nunca dejaron de disfrutar y de ser felices juntos. Y gracias a las investigaciones de Voldemort, prolongaron también sus vidas... sin sufrimiento y sin perder nunca un ápice de la proverbial belleza de los Black.
—FIN—
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