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Capítulo 33

Durante el primer segundo tras despertarse, Bellatrix se inquietó. ¿Dónde demonios estaba? Antes que su memoria la tranquilizó el olor de Sirius, que seguía abrazándola. Recordó entonces la velada del día anterior y sonrió. Todo estaba bien.

Vio que eran las nueve de la mañana; pronto, teniendo en cuenta lo tarde que se habían acostado. Aun así no tenía más sueño. Decidió investigar las habitaciones que componían aquella inmensa suite muggle. No fue posible: cuando intentó separarse de Sirius, este se aferró a su cuerpo; incluso dormido tenía mucha fuerza. Probó un par de veces más —sin demasiada energía y por tanto sin éxito— y finalmente se rindió.

Pasó un rato contemplándolo dormir y meditando sobre sus asuntos. Cuando se cansó, procedió a despertarle de su manera favorita. Comenzó a mordisquearle el cuello y Sirius gruñó con placer. Poco después abrió los ojos. Le acarició el pelo con una mano, se desperezó y le sonrió. Bellatrix se sintió estúpida al sentir que su corazón se aceleraba solo porque un Sirius adormilado y despeinado le sonriera; era como sus compañeras en Hogwarts que siempre babearon por su primo... «Bah, maté a muchas de ellas» resolvió internamente.

—Anoche tuvimos una cita como las personas normales —fue lo primero que comentó Sirius.

—¿Eso hacen las personas normales? —inquirió Bellatrix— A mí ya me pareció bien nuestra primera cita; esa en la que matamos centauros, quemamos viva a una familia y luego follamos para celebrarlo.

—Umm —murmuró él frotándose los ojos—. Repetimos cuando quieras.

La bruja sonrió y aseguró que le tomaba la palabra. Lo de matar centauros y quemar enemigos requería más aparataje, pero como la tercera parte del plan resultaba más asequible, procedieron a ello. Sirius se apartó el pelo de la cara, se deslizó entre sus piernas y así comenzaron. Cuando terminaron el reloj marcaba ya las doce.

«Es el momento» pensó Bellatrix nerviosa. Justo después de tener sexo era imposible que un hombre le negase algo... Y ni siquiera necesitaba que aceptara, solo que no se burlara de ella por firmar una sentencia de por vida sin leerla. Ya no pretendía que Sirius la ayudara a librarse de Rodolphus, solo quería que lo supiera, que dedujera que de ser por ella, abandonaría el apellido Lestrange. Así que le miró muy nerviosa dispuesta a decírselo.

Fue curioso notar en Sirius el mismo tipo de reacción: ojos huidizos, respiración ligeramente acelerada, la confesión en la punta de la lengua... Y él era el más valiente de los dos:

—Tengo que pedirte algo.

Bellatrix tragó saliva sorprendida. ¿Qué quería él? Asintió invitándole a hablar. Mejor, ella podía ayudarle en lo que fuese y a cambio él tendría que hacer lo propio. Tardó unos minutos, pero al final, con un tono de profunda súplica jamás escuchado en Sirius, le pidió:

—Por favor llévame con mi hermano.

Bellatrix frunció el ceño. ¿Qué? No esperaba eso de ninguna manera. La desconcertó de tal forma que abrió y cerró la boca varias veces. Iba a preguntar, pero al final decidió que si eso era lo que necesitaba para ser feliz... Se giró y cogió su varita de la mesilla.

—Está bien, si es lo que quieres... Ava...

—¡No! —la interrumpió Sirius con horror— ¿¡Ibas a lanzarme la maldición asesina!?

—¿¡Pero no me acabas de decir que quieres ir con tu hermano!? —protestó ella enfadada porque se indignara por su buen gesto.

—¡Así no! ¡No me refiero a que me mates! —recalcó Sirius intentado tranquilizarse—. Quiero saber dónde está enterrado. Necesito despedirme.

—¿De un cadáver? No es como un fantasma, Sirius, no habla.

Sirius la miró como la miraba Narcissa cuando le decía que qué más daba que muriera su hijo, podían fabricar otro. Solo que él, en lugar de insultarla por su falta de sensibilidad, comprendió que realmente Bellatrix lo veía así y no lo comprendía. Así que le explicó despacio que a mucha gente la ayuda despedirse y por eso existen los funerales y cementerios. Bellatrix lo meditó en silencio y pareció entenderlo. No obstante, no respondió. Su primo insistió:

—Eres la única persona viva que sabe dónde está enterrado. Tú salvaste su cuerpo en la batalla en la que lo matamos por error... En mi caso fue por error —se corrigió Sirius—, a los Potter y a Dumbledore les dio igual, nunca se disculparon. Incluso Remus me dijo que mi hermano hubiese muerto tarde o temprano... Eligió a Voldemort, sí... pero por culpa de mis padres, él no tenía mucho carácter y quería ser un buen hijo. No fue culpa suya... Yo me fui de casa y no le ayudé, podría haber hecho más por él...

Bellatrix lo escuchaba muy seria sin decir nada.

—Le pregunté a Andrómeda, pero ella no sabía nada, ya la habían expulsado de la familia cuando sucedió. Interrogué a Narcissa bajo imperio cuando estuve en la mansión: la muy mema estaba en su luna de miel cuando ocurrió y ni se enteró. Solo mis padres y tú sabíais dónde descansa Regulus.

Se notaba en los pequeños temblores en su voz que le costaba hablar de aquello, pronunciar el nombre de su hermano... A la vez, era como si estuviese librándose de un dementor que llevaba años siendo su sombra.

—Solo quiero... quiero despedirme, pedirle perdón... Y asegurarme de que no será olvidado cuando nosotros ya no estemos.

—¿Qué te hace pensar que yo moriré? —replicó Bellatrix con frialdad.

Sirius la miró sorprendido y desconcertado, no esperaba esa respuesta. Balbuceó algo que no se atrevió a completar. No quería discutir sobre los métodos de Voldemort para prolongar la vida (que ahora comprendió que estaba dispuesto a compartir con su discípula), solo quería conseguir su objetivo. Así que insistió:

—¿Me llevarás a verlo? ¿Por favor?

Tras un largo silencio Bellatrix hizo otra pregunta, casi una sentencia:

—Eso era lo que querías de mí, ¿verdad? Te oí hace meses hablando con el Señor Oscuro, pidiéndole que me obligara a ayudarte con algo...

Avergonzado, Sirius asintió. Sí, eso era lo que quería desde el principio. El motivo por el que cambió de bando y por el que toleró a los mortífagos. También la venganza, claro: Dumbledore contribuyó a matar a su hermano y a encerrarlo a él en Azkaban siendo inocente. Ambos asuntos estaban ligados. Por eso, poco después de que Voldemort resucitara acudió a Él. Sabía que era la mejor forma de acercarse a la muerte de Dumbledore... y a Bellatrix.

—Entiendo.

Fue todo lo que dijo Bellatrix antes de levantarse de la cama. Atrajo su bolso con la varita y sacó la ropa de repuesto que se había llevado. A Sirius le costó unos segundos comprender qué le pasaba.

—¡No! —exclamó con vehemencia — ¡Esto no era parte del plan! Tú no eras parte del plan, Bella.

La bruja rio entre dientes con sorna. Claro que era parte del plan, era la parte clave del plan. Apartó a Sirius cuando se acercó a ella (y le costó, porque un Sirius en ropa interior era algo superior a ella) y se vistió con rapidez.

—¿Crees que me acostaría contigo durante meses solo para sacarte información?

—También porque soy muy buena en la cama —replicó la bruja con desprecio.

—Sí, eso no te lo niego... Pero no ha sido así, Bellatrix, yo jamás haría eso. Ni contigo ni con nadie.

—¿Ah no?

—Claro que no.

—¿Y en qué pensaste la primera vez que me odiabas profundamente y pese a eso quisiste acostarte conmigo?

—En que eres la mujer más atractiva que he conocido, en todos los sentidos. Me resultaba imposible resistirme a ti, pensé que si lo hacíamos se me pasaría. Pude odiarte y desearte a la vez, créeme. ¿O acaso tú lo hiciste por unir a la familia?

No, Bellatrix lo hizo por los mismos motivos que acababa de describir él. Pero estaba enfadada y dolida, no le creía. Intentando evitar que saliera de la suite, Sirius le suplicó a la desesperada que usara imperio o veritaserum, le repetiría lo mismo. A la maldición no le costaría resistirse y Bellatrix no tenía suero de la verdad... pero nunca lo había necesitado. Se giró y miró a Sirius a los ojos.

«Santo Godric, cómo la odio... La maldita loca esta...» pensaba Sirius meses atrás, mientras bailaban juntos en la fiesta de Navidad de los Malfoy. «No es normal que esté tan buena, debe de haber usado alguna maldición en mí o algún filtro... ¿Y por qué huele tan bien? No seas ridículo, sabes que no ha hecho nada. Simplemente está tremenda, asúmelo» se rebatía a sí mismo. «Me la tengo que tirar, no puedo vivir así; estaría bien poder pensar en algo más que en follarme a mi puñetera prima...» maldecía internamente.

Desde luego no era romántico, pero tampoco cruel. Y no enturbiaba el recuerdo de la primera vez que se acostaron, eso era importante para Bellatrix. Al menos esa vez ambos lo hicieron por el mismo motivo; hubo odio, pero también profunda honestidad.

—¿Y las siguientes veces? —replicó con frialdad saliendo de su mente— Te diste cuenta de que ese era el camino más rápido para sacarme información, ¿verdad?

Lo preguntó y no lo buscó en su mente porque no se veía capaz de asimilar ese golpe, de escuchar a Sirius —del que innegablemente estaba enamorada— maquinando planes para engatusarla y engañarla. El mago se había quedado un poco aturdido tras la legeremancia (ella no había sido sutil) y no le gustaba esa violación de su privacidad. Pero él mismo se lo había pedido y parecía haberla convencido al menos de esa parte.

—No. Mis ideas eran variadas: seguirte, torturarte, colarte veritaserum en el whisky, lograr que me debieras algún favor grande, revisar tu habitación en busca de pistas... Pero eres extremadamente paranoica...

—Con buenos motivos —le interrumpió ella con acidez.

—Y la mejor bruja que he conocido. Me costó meses aceptarlo, pero así es. Lo importante es que en ningún momento pasó por mi cabeza utilizarte de esa forma. Usar el sexo como moneda de cambio me da repelús. Además, me considero un hombre justo: un favor por otro. Tener sexo contigo me es enormemente placentero, así que no puedo pedir retribuciones extra.

Tanto sus palabras como sus ojos le decían a Bellatrix que no mentía... pero era terriblemente desconfiada. Podía volver a leerle la mente y comprobarlo, costaría medio minuto. Pero desconfiar de su palabra implicaría que nada había cambiado, que los últimos meses no habían significado nada. Y no era así. Al menos para ella no era así.

—¿Por qué me lo pides ahora?

—Porque no puedo más —reconoció Sirius—. Hacía décadas que no era feliz y ahora que vuelvo a serlo me siento culpable. Siento que... Siento que no es justo que yo tenga lo que Reggie no y...

No fue capaz de terminar.

Bellatrix no tuvo claro a qué se refería. Prefirió no pensarlo, no hacerse ilusiones ni destrozarse la cabeza con dudas y desconfianza. Recogió su bolso y le dijo:

—Ven esta tarde a las siete a la entrada del callejón Knockturn.

La repentina esperanza en el rostro de su primo fue lo último que vio antes de marcharse. No quiso quedarse a que le agradeciera el sí, ni siquiera estaba segura de cumplirlo.

Pasó el resto de la mañana gestionando la excursión de la tarde e intentando —sin éxito— expulsar a Sirius de sus pensamientos. Sobre las cinco volvió a Bloody Wonders y Eleanor le preguntó qué tal le había ido la cita. Respondió con un seco «Bien». La pastelera captó que no deseaba conversación y la dejó subir a su habitación.

Bellatrix dudó si tirar o guardar el atuendo muggle que Sirius le había regalado. Al final lo hizo una bola y lo guardó en su bolso de viaje; seguía sin tener un sitio fijo en el que quedarse, ya decidiría cuando volviese a tener un vestidor.

Estaba segura de que Sirius acudiría al lugar una hora antes de lo acordado, pero le daba igual, ella no tenía prisa. Se vistió con parsimonia, compartió un whisky con Eleanor y llegó al punto de encuentro quince minutos tarde. Su primo la esperaba como un perrito fiel y ansioso, con los ojos brillantes y visiblemente nervioso. Ni medio reproche, ni media burla.

—Gracias por...

—No me des las gracias. No digas nada —le interrumpió Bellatrix muy seria. Se le hacía hasta violento verlo tan vulnerable.

Él asintió y le ofreció su mano para que los apareciera. Ella no la aceptó. Extrajo un gorro viejo de su bolso y le indicó que debían hacer el viaje con traslador. Eso sorprendió a Sirius: dado lo poderosa que era Bellatrix, si no podía aparecerlos, el destino debía hallarse fuera del país.

—Francia. Tu madre no quiso dejarle aquí, le dio miedo que todo se destruyera con la guerra, que Voldemort lo convirtiera en inferi o...

—Sí, sí, bien por mi madre —la interrumpió Sirius que no quería oír esas predicciones tan desagradables—. ¿Vamos?

Ambos agarraron con fuerza el traslador y este se activó. A una velocidad desmesurada, los absorbió y desaparecieron para aterrizar un minuto después completamente mareados. Bellatrix, más acostumbrada, se recuperó primero. A Sirius le costó un poco, pero la belleza del entorno pronto le atrapó.

Estaban en algún lugar de la Provenza francesa, rodeados de campos de lavanda que se extendían como un hermoso y fragante manto violeta. Atardecía de fondo, flotaba en el ambiente un aroma fresco y floral y se respiraba paz, calma por todas partes. Sin duda era un lugar perfecto para descansar.

Bellatrix echó a andar y Sirius, sobrecogido por la mezcla de emociones, la siguió en silencio. Caminaron dejando a un lado los campos de lavanda hasta que llegaron a la entrada de un frondoso bosque de pinos. Ahí, a la entrada, a la sombra de un par de árboles y rodeadas de flores silvestres, había dos piedras blancas sobre la tierra. Se notaba que era un lugar bien cuidado y visitado con frecuencia. A Sirius se le revolvió el estómago al leer en una el nombre de su hermano. En la otra, una mujer: Camille Sayre.

—Es un lugar bonito —susurró Sirius.

—Es precioso, a Regulus siempre le gustó más Francia que Inglaterra.

El mago asintió con ojos llorosos.

—¿Cómo era ella?

Nunca conoció a Camille, pero recordaba perfectamente que Bellatrix comentó que era la novia de su hermano e iban a casarse.

—Parecida a él, de valores familiares y todo eso —contestó Bellatrix lentamente—. Le gustaba la botánica y las criaturas mágicas. Apoyaba las ideas de sangre pura, pero el Señor Oscuro le daba miedo. Sus padres la presionaron para que tomara la marca, también Regulus y yo. Pero al final, tu hermano aceptó que no quisiera esa vida y me pidió que dejase de insistir. Los dejé en paz desde entonces.

Sirius asintió y le preguntó qué fue de la familia de ella.

—Murieron. Poco antes de la batalla en la que cayó Reggie. Ella les siguió poco después y como ya no tenía familia cercana, pensamos que estarían bien aquí juntos.

—Gracias, Bella —susurró varios minutos después, intentando asimilar la dolorosa información.

Se quedaron en silencio entonces, contemplando las losas blancas y el hermoso bosque que se desplegaba detrás. Los pájaros que volvían a sus nidos trinaban y el viento vespertino agitaba suavemente la hierba. Pasados unos minutos, Bellatrix se giró hacia Sirius. Seguía ahí, con los ojos, el cerebro y el corazón sobrecargados. No parecía saber qué decir. Así que su prima se cansó y apremió señalando con la cabeza el nombre de Regulus:

—Vamos, dile algo.

Sirius iba a protestar, a pedirle que le diera tiempo o le dejara solo, pero entonces escuchó una voz burlona a sus espaldas que comentó:

—Eso, dime algo.

Entre el terror y la angustia y a velocidad de snitch, Sirius se giró. A pocos metros le contemplaba un hombre de treinta y tres años. Tenía el mismo tono de cabello oscuro que él, aunque era más bajo, más flaco y no tan atractivo. No obstante, sus ojos mantenían cierta viveza juvenil y su piel lucía tostada por el sol. Le dirigió a Sirius una mirada burlona y ligeramente lánguida que jamás pensó que volvería a ver.

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