Capítulo 31
—¿Te apetece desayunar tortitas? —preguntó Sirius cuando se despertaron.
—¿En el sitio muggle ese? —preguntó Bellatrix arrugando la nariz.
—Reconoce que te gustó.
No lo reconoció pero aceptó el plan, lo cual venía a significar lo mismo. Como la ropa que usó durante la batalla estaba irrecuperable, se resignó y buscó algo en el caos de su bolso. Se topó con sus dagas antes de encontrar su ropa.
—¡Ay! —protestó al hacerse un pequeño corte.
Observó la herida en su dedo y dio gracias que hubiese sido con el cuchillo pequeño. Ese no estaba maldito ni provocaba especial daño, por eso lo transportaba sin mucho cuidado.
—Trae aquí.
Sirius le cogió la mano y Bellatrix frunció el ceño. Pensó que la curaría con su varita, pero en lugar de eso, le chupó el dedo mirándola a los ojos. La bruja olvidó por completo cualquier tipo de herida:
—Sigo sin tener ropa y me has puesto cachonda. Soluciónalo.
Sirius acató la orden sin rechistar. Volvieron a acostarse y después él mismo le buscó a Bellatrix la ropa en su bolso sabiendo que si no, no se moverían. Se tomó la molestia de seleccionar prendas que pudieran pasar por una muggle gótica sin que la gente la mirase en exceso.
—Me has encontrado hasta la ropa interior —comentó la bruja admirada.
—Claro. No sé cuándo volveremos a vernos, pero tienes que llevarla hasta entonces —sentenció muy serio.
Bellatrix se rio. No entendía bien el significado de esos comentarios, pero no le molestaban. Se vistió y recogió su bolso. Sirius le pasó el brazo por la espalda mientras caminaban hacia la cafetería. El gesto la emocionó más de lo que le gustaría. Cuando bajó la mano a su trasero, tampoco tuvo quejas. Era importante que Sirius apreciara que no encontraría a otra con un culo tan maravilloso.
Había solo un par de parejas en la cafetería, era lo bueno de ese barrio: siempre estaba tranquilo. Los Black se sentaron y pronto les sirvieron una fuente de tortitas. Bellatrix se lanzó a comer sin disimular el entusiasmo.
—Con que no te gustaba la comida muggle, ¿eh? —se burló su primo dándole un sorbo al café.
—Me comería un colacuerno ahora mismo. Ayer gasté mucha energía en la batalla y luego no cené.
Su primo asintió y la dejó disfrutar del dulce.
Bellatrix estaba contenta: habían ganado la guerra, todo cambiaría a mejor. Era como despertar en un mundo nuevo y —por primera vez— esperanzador. Sin embargo, no notaba la misma ilusión en su primo. Le veía igual que antes, con aparente calma en su postura pero tormentos mal disimulados en su mirada. Se dio cuenta de que eso la ponía triste, quería que Sirius estuviese contento.
—¿Por qué no pareces feliz? Hemos ganado la guerra.
—Sí que estoy feliz —respondió él lentamente, sorprendido por el comentario.
—No lo pareces.
—¿No lo parezco? —replicó Sirius con una pequeña sonrisa.
Bellatrix negó con la cabeza sirviéndose otra tortita.
—A ver si al final sí que vas a ser un traidor...
—En ese caso me habría excedido un poco en mi actuación, ¿no? —replicó Sirius.
Era innegable que varios de los actos que había cometido serían imposibles de justificar a ojos de la Orden... Pero entonces, ¿por qué no se le veía feliz? Bellatrix recordó algunos comentarios que le había hecho durante los meses anteriores: que él solo estaba de su parte, que le daban igual Voldemort y la Orden... Tampoco le importaban los muggles ni las cuestiones de pureza. ¿Qué quería entonces? ¿Tendría algo que ver con aquello que le pidió a Voldemort sobre ella? Nunca averiguó qué era... Pensó en preguntar, pero él se adelantó:
—¿Cómo lo has notado?
—¿El qué? ¿Qué no estás feliz? No sé, se te nota —respondió Bellatrix como si fuese obvio.
—Quizá para la gente normal sí... pero tú nunca has sido especialmente empática o hábil distinguiendo las emociones humanas.
Aquello era el eufemismo del siglo para no decir: «Bellatrix, tienes la sensibilidad de un troll rabioso y por ti el resto del mundo podría quedarse vegetal entre crucios». Absolutamente cierto. Así había sido siempre ella, todo el mundo se lo decía y lo tenía más que asumido. Pero con Sirius... Sí que notaba cuándo estaba triste, él era más fácil de leer que el resto; no literalmente, claro, nunca se había metido en su mente. No lo necesitaba para imaginar qué pensaba.
—No sé, será que eres más simple que el resto. Un sencillo chucho traidor.
Eso hizo reír a Sirius, era una buena descripción. Ella sonrió también. Borró la sonrisa cuando notó una sensación extraña en su brazo. Se trataba de la marca tenebrosa, pero no quemaba como de costumbre, era solo una ligera sensación de calor. Escuchó entonces a Voldemort en su mente: «Quiero hablar contigo. Ven cuando puedas a la Mansión Malfoy». Bellatrix empalideció al momento.
«Cuando puedas» era una fórmula que Voldemort no había utilizado en su vida; como si le importara molestarla o algo así... Había sido todo tan suave —desde la sensación al mensaje— que se asustó más que nunca. Debía de ser una trampa, alguna especie de castigo, quizá por la traición de su hermana...
—¿Te encuentras bien? —preguntó Sirius cuando vio que llevaba varios segundos abstraída.
—Sí, sí... Es solo que... Me ha llamado —murmuró señalando la marca con un gesto de barbilla.
—Ah, de acuerdo, yo también tengo cosas que hacer. Pago y nos vamos.
Ella asintió mientras él se levantaba para pagar. Fuese lo que fuese, tenía que ir cuanto antes para descubrirlo. Mientras salían le preguntó a Sirius qué iba a hacer él. Su primo seguía muy ocupado con lo de Harry, tenían que buscarle un futuro seguro y definitivo y así él podría hacer por fin su vida en libertad. Bellatrix asintió, entendiendo que para eso tendría que volver a Australia.
—¿Y tú? ¿Dónde te vas a quedar?
—Eh... —respondió Bellatrix avergonzada, no quería reconocer que no tenía sitio al ir— Igual me quedo unos días en Bloody Wonders, le prometí a Nellie que la ayudaría con unos asuntos.
Le sonó más digno formularlo así que demostrar que su única opción era un cuartucho en el piso superior de un antro oscuro. Tomó nota mental de pedirle a la pastelera que le siguiera la corriente en caso de que su primo preguntara.
—Ah, muy bien. Estamos en contacto, ¿vale?
Sirius le guiñó el ojo y se apareció. Bellatrix se quedó removida por dentro, sin tener claro el motivo. Pero trató de serenarse y se concentró también para transportarse.
La visión de la Mansión Malfoy le resultó inquietante esta vez. Pese a que había vivido en ella casi un año desde su liberación de Azkaban, ahora que ya no necesitaba volver a pisarla se sentía extraña. Era como volver al colegio tras haberse graduado: desagradable y detonador de malos recuerdos. Aun así, si Voldemort la convocaba, ahí estaba ella.
No supo si se estaba sugestionando, pero un aire fúnebre flotaba ya en el recibidor. Habían ganado la guerra... pero los Malfoy desertaron y Voldemort prometió matar a los traidores. Estaba (casi) segura de que no mataría a ninguno de los tres, eran una de las más destacadas familias de sangre pura y seguían en edad de procrear: podían ser útiles a la causa. Pero de que habría consecuencias desagradables no tenía ninguna duda. En cualquier caso no era su problema. A no ser que Voldemort la hubiese requerido para eso, claro...
—¿Señor? —preguntó al ver entreabierta la puerta de la sala de reuniones.
—Pasa, Bella.
Voldemort estaba de pie junto a uno de los ventanales. Ella se acercó con timidez y le miró esperando a que hablara. Se le hizo raro no ver a Nagini reptando a sus pies. El mago oscuro tardó mucho rato, más que nunca, pero ella aguantó con paciencia. Fue decepcionante (y a la vez inquietante) cuando al fin pronunció una frase:
—Anoche estuviste a punto de morir.
Ahí sí que la bruja sintió auténtica vergüenza. Sí, había estado a punto de matarla una ama de casa; toda la vida entrenando con el mago oscuro más poderoso del mundo para semejante final... Vio a Voldemort perfectamente capaz de matarla por haberse dejado (casi) matar. Sería un final ridículo, pero al menos solucionaría sus problemas de vivienda y relaciones amorosas.
Sin embargo, con la siguiente frase de Voldemort, todas las emociones anteriores se borraron de un plumazo dejando únicamente la incomprensión:
—Cuando creí que ibas a morir, por primera vez en mi vida sentí algo que nunca había sentido.
Bellatrix le miró ladeando la cabeza, completamente desconcertada. Voldemort no aclaró qué había sentido. En su lugar, continuó hablando muy lentamente y en un siseo casi inaudible:
—No creo en el amor ni en esas tonterías... pero... tú y yo somos más que familia, Bellatrix, porque yo te elegí. No vino impuesto por la sociedad, ni por las convenciones blandas de la gente y su ridículo miedo a la soledad.
Bellatrix asintió casi llorando de emoción, segura de que estaba soñando.
—No es que eso cambie las cosas... —murmuró Voldemort al que empezaba a notársele la inseguridad en esos terrenos— Igual con el tiempo... Pero mi intención es que... a partir de ahora sea de otra forma... Quiero que... ¿Lo comprendes?
La última pregunta osciló entre la impaciencia y la súplica, como rogándole a su discípula que le dijera que sí para poder avanzar. Quería transmitirle el mensaje, pero mostrarse tan vulnerable era algo que jamás había hecho. Y le costaba más que cualquier guerra.
Incapaz de hablar y temiendo que su voz la traicionara, Bellatrix solo asintió y susurró un gracias. Voldemort asintió y permanecieron un rato en silencio.
Al poco el mago cambió de tema. Le contó lo que había sucedido con Harry (que Bellatrix ya sabía por su primo) y las ideas que estaban barajando para el futuro. Ya era una novedad que le revelase aquello como a una amiga, solo por mantenerla informada, y la hizo feliz.
Hasta que vio por el ventanal que las verjas de la mansión se abrían y entraba Rodolphus. Tras él, Rabastan y Dolohov, los tres en perfecto estado de salud. Probablemente acababan de darles el alta en San Mungo. Las esperanzas de que su marido hubiese muerto en la guerra se desvanecieron.
—¿Qué sucede? —preguntó Voldemort al percibir el cambio radical en su rostro.
—Oh, nada, señor, tonterías mías.
—No será necesario que me sigas llamando señor. Y cuéntamelo.
Sonó imperativo, pero Bellatrix entendió que era su forma de intentar ser amable y preocuparse por ella. Así que le resumió con rapidez el asunto de su divorcio. Voldemort le pidió que le mostrase el contrato y ella lo sacó del compartimento lateral de su bolso.
Al mago oscuro le costó pocos minutos llegar a la misma conclusión que ella y preguntarle:
—¿Por qué firmaste esto?
—Era mi obligación como primogénita de los Black... Además, lo leí muy por encima —confesó—. No se acordará, pero la noche de mi boda organizó usted un ataque a sangre sucias y yo quería ir... Así que firme rápido casi sin leer para poder ir.
Voldemort la contempló. Pese a conocerla desde pequeña, seguía sorprendiéndole que literalmente lo había dado todo por él.
—Sí que me acuerdo. Mataste a quince tú sola, batiste tu propio récord.
La bruja le miró con ojos brillantes de la emoción. Fue justo así. El mago oscuro volvió al contrato.
—Hay excepciones —murmuró.
—Sí —suspiró Bellatrix que se las sabía de memoria. — Que uno de los dos esté desaparecido diez años (no tengo tanta paciencia); que ambos perdamos nuestras facultades mentales (voy camino de poder alegarlo pronto) o que otra persona rete a un duelo a muerte a Rodolphus para casarse conmigo... Es como de la Edad Media.
—Es literalmente de la Edad Media —comprobó Voldemort en una de las páginas finales—. ¿Y no crees que tu primo pudiera hacerte el favor?
Bellatrix le miró entre sorprendida y asustada. ¿Cómo lo sabía? ¿Qué le hacía plantearse la posibilidad de que Sirius quisiese casarse con ella? Obviamente con él no lo había hablado... y con ella tampoco. Aunque si Rodolphus los había descubierto —siendo que Bellatrix no lo consideraba especialmente brillante— Voldemort, siendo el mago más poderoso del mundo, se habría enterado de cualquier forma. Obviamente a Él le habría interesado lo mismo que freír un duende... Pero lo sabía.
Bellatrix negó con la cabeza y susurró:
—Él nunca ha querido casarse y menos conmigo, no... no quiere ese tipo de relación.
—Entiendo. ¿Se lo has preguntado?
Ella negó con la cabeza y murmuró que no le hacía falta para saberlo.
—De acuerdo —siseó sin levantar la vista del documento—. Esto está sellado con magia ancestral y la de tu familia es especialmente poderosa. Veo muy complicado romperlo sin arriesgar tu vida. Pero más adelante intentaremos buscar la forma. Puedo torturarlo mientras tanto.
Bellatrix sonrió ante la última parte. Pero al momento le aseguró que no era necesario: llevaban casados desde los dieciocho y había aguantado, podía seguir haciéndolo sin verlo. Le dio también las gracias por su paciencia y su tiempo y le preguntó si podía ayudarle con algo, si la iba a requerir en los próximos días.
—Quizá para tareas puntuales —caviló Voldemort—. Vamos a juzgar a los desertores, a los traidores... todo ese papeleo que es tan tedioso para ti porque no incluye tortura —resumió recibiendo una pequeña sonrisa de Bellatrix—. Te avisaré si hay algo. Pero sí que hay una cuestión que considero oportuno consultar contigo.
—Dígame.
—Tu hermana, tu cuñado y tu sobrino huyeron como ratas. Aún no he decidido su destino, de momento los tengo aquí encerrados... ¿Hay algún límite que te dolería que cruzara?
—En absoluto. Son unos traidores, castíguelos como usted considere —respondió Bellatrix con absoluta tranquilidad y emoción porque la consultara.
A Voldemort le agradó su respuesta. Colocó la mano sobre su hombro y le dio un apretón de agradecimiento que hizo muy feliz a Bellatrix. Pronto retiró su mano y le indicó que podía marcharse. Bellatrix asintió y le repitió que la avisara si necesitaba algo. Justo antes de salir, se giró hacia Él y le recordó con timidez:
—Señor... Usted no me eligió. Yo le elegí, yo le incendié la capa con cinco años.
Una fugaz sonrisa cruzó el rostro del mago más temido del mundo.
Bellatrix trató de abandonar la mansión en silencio, pero Rabastan la vio y la llamó. Se acercó al salón donde estaban sus compañeros y su cuñado le sirvió un té con whisky para que se sentara con ellos. Como tampoco tenía otro plan, aceptó. Dolohov le dio las gracias por el consejo sobre volar con el thestral, le había salvado la vida. La bruja asintió y le dijo que se alegraba. Notaba que tanto él como Rabastan estaban muy contentos y pronto le contaron el motivo:
—Vamos a Suecia, así conoceré a la familia de Dol —comentó Rabastan sonriente—. Estaremos unos meses de vacaciones...
—Vacaciones —repitió Dolohov—. Qué raro suena después de trabajar toda la vida en un empleo sin días libres.
Los cuatro asintieron, tenía razón. Rabastan le preguntó a ella qué planes tenía. Notó por el rabillo del ojo que Rodolphus escuchaba con interés. Fue sincera: ninguno por el momento, se quedaría en Londres mientras Voldemort la necesitara y luego ya vería. Hubo silencio mientras todos sorbían el té y pronto la pareja se disculpó (Bellatrix sospechó que para dejarlos solos). Optó por intentarlo una vez más:
—Rod, ya está, ya ha terminado todo. Somos libres. Vamos a divorciarnos y así ya está, cada uno por su lado y tan contentos. Por favor...
Fue la primera vez en que Bellatrix le pidió algo a Rodolphus por favor y se odió por ello. Pero si eso la acercaba a un resultado positivo, aceptaba la humillación. Solo que no funcionó:
—Te he explicado varias veces los motivos por los que estoy en contra del divorcio. Y todavía más ahora que hemos ganado: las fiestas y los eventos de sangre pura se multiplicarán, no pienso aparecer como el primer Lestrange divorciado.
—Aparecerás solo igualmente porque no pienso ir.
—Eso es indiferente. Sigues siendo mi mujer. Estés donde estés, lo seguirás siendo siempre.
Se quedaron mirándose, Bellatrix con odio y Rodolphus con el rostro neutro.
—Es envidia, ¿verdad? —preguntó la bruja al final— Tiene que ser duro ser siempre "el marido de".
—El marido de la loca más infame del mundo mágico —se burló Rodolphus con la mandíbula tensa.
—La más loca, por supuesto —concedió Bellatrix—. Y la más temida, la más poderosa, la más inteligente, la más rica... Ni en mil vidas podrías estar a mi altura, en ningún aspecto.
—¿Y para qué te ha servido? —le espetó su marido ya sin disimular la rabia— ¿Para acabar follándote a tu primo que solo está contigo por pena y por...?
Rodolphus, que la conocía y sabía cómo reaccionaría, se apartó justo para esquivar la maldición cruciatus. La de Bellatrix. La que le alcanzó dos segundos después no la vio venir.
—Ayer notamos todos que los gigantes no estaban exactamente de nuestra parte. Lucius y tú fuisteis los encargados de negociar con ellos. De ese cobarde ya me estoy encargando, pero ahora debo dilucidar el tema contigo —siseó Voldemort.
—Pe-pero, Se-señor... —balbuceó Rodolphus aterrorizado
Bellatrix entendió que eso no la atañía, así que se marchó con rapidez y con una sonrisa. Su maestro estaba de su parte y eso no era lo de menos. Nunca conseguiría el divorcio, pero al menos ambos sufrirían.
—¿Estará conmigo por pena? —se preguntó cabizbaja mientras salía de la mansión.
La única respuesta fue un graznido del pavo real albino de Lucius, que la contemplaba desde el jardín.
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