Capítulo 29
Voldemort cumplió su palabra. El segundo día de mayo, antes del amanecer, avisó a sus seguidores de que esa noche irían a la guerra. Lo hizo a través de la marca tenebrosa, que ardió en sus brazos y transmitió en sus mentes las indicaciones a seguir. A las siete de la tarde debían estar en los terrenos de Hogwarts (cada uno que se las arreglase para llegar), Él haría caer las protecciones, entrarían y matarían. Debían capturar a Potter pero no dañarlo. Y por último les dio una clara advertencia:
—Todo el que deserte, morirá.
Pese a su adoración y aunque no abandonaría ni bajo imperio, su tono provocó un escalofrío en Bellatrix. Pero pronto venció la euforia: ¡por fin iba a terminar todo! Adiós vivir escondidos, alojarse en casa de su hermana, habitar rodeados de impuros... El mundo por fin sería como su maestro y ella deseaban.
—Nos aparecemos en Hogsmeade y de ahí usamos escobas —decidió Lucius— Con que salgamos de aquí a las seis bastará.
—Mejor a las cinco, quiero pillar buen sitio —decidió Bellatrix.
Voldemort los había despertado y tras la noticia obviamente ya no podían conciliar el sueño. Así que bajaron a desayunar.
Apenas hablaron, un par de frases para planificar el desplazamiento y poco más. Todos estaban visiblemente asustados, mirándose de reojo a ver si el resto compartían su miedo a la batalla... y así era. Excepto una persona, claro.
—¿Creéis que dará tiempo a torturar? Entiendo que es una guerra y la cosa tiene que ir rápida porque hay muchos enemigos —comentaba Bellatrix volcando un bote de crema de cacao sobre su tostada—, pero, por ejemplo, siempre he querido torturar al profesor Flitwick. Me da curiosidad comprobar si al ser más pequeñito un crucio le hará más daño que al resto.
Recibió miradas de estupor y nadie respondió. A ella le dio igual, estaba muy contenta.
Dedicó la mañana a entrenar y preparar sus dagas, por si acaso. Después se duchó y decidió comer algo que Kreacher había preparado. No se encontró a nadie en el comedor, no tenían apetito ni fuerzas para nada. «Mejor, más paz y comida para mí» pensó.
Estaba tomándose un whisky de postre —le pareció muy buena idea no ir del todo sobria a la guerra— cuando escuchó la puerta de entrada. Pocos segundos después, le sorprendió ver irrumpir a Sirius. Ella alzó las cejas sorprendida, creyó que acudiría a la batalla con la Orden, ellos le dejarían acceder a Hogwarts de forma mucho más cómoda.
—¿Qué...?
Apenas empezó la pregunta, Sirius la agarró de la muñeca, la obligó a levantarse y la besó con ansiedad. Dos segundos después tenía la mano en su trasero y casi la había dejado sin oxígeno. Por mucho que disfrutara esas sensaciones, Bellatrix se separó y le miró exigiendo una explicación.
—Igual morimos hoy —declaró Sirius—. Y no quiero morir sin haber follado desde hace... yo qué sé, algunas semanas.
A la bruja le pareció lo más razonable que había escuchado en mucho tiempo. Corrieron por el pasillo y subieron las escaleras a toda velocidad, ya sin reparos de que los viese alguien. No sucedió: todos los residentes estaban encerrados en sus habitaciones orando a deidades en las que horas antes no creían.
—Son las quintas bragas que me destrozas —protestó la bruja cuando terminaron.
—Mírame bien —le indicó Sirius también desnudo.
—Te aseguro que lo he hecho.
—Fíjate en los arañazos y mordiscos. Me juego mi varita a que cuando volvamos de la batalla, todas las heridas serán menos graves que las que me causas tú.
Bellatrix se echó a reír y le concedió que ambos se excedían con la agresividad. Sirius ejecutó sobre los dos un conjuro de limpieza y volvieron a vestirse. Él se tenía que marchar: Voldemort le había ordenado que siguiera infiltrado hasta el final, por si la Orden guardaba algún truco de última hora. Además, convenía que no supieran de su traición, para que pudiese acercarse a Harry.
—También te digo que sería más fácil esperar un mes a que termine el curso y llevármelo directamente —comentó Sirius atándose los botines—. Con Dumbledore muerto no creo que hubiera problema...
—El Señor Oscuro tiene que ganar la guerra a ojos del mundo, eso es igual de importante que lo de Potter. Tiene que asentar su autoridad y que el mundo le tema.
—Claro... y para eso asaltas un colegio —se burló Sirius.
Bellatrix le arrojó un cojín. Le recordó que ese colegio tenía de profesores a los mejores magos del país y que les apoyaban (gracias al difunto director) las instituciones más destacadas del mundo. Además, el Ministerio ya lo tenían bajo su control solo les faltaba Hogwarts. Pero a Sirius siguió haciéndole gracia el absurdo de asaltar un colegio.
—¿Nos veremos después? —preguntó Bellatrix intentando fingir indiferencia— ¿Cuando ganemos?
—Voldemort me ha dicho que debo acompañarle con Harry en cuanto lo tenga, para estar seguros de que no hace alguna tontería.
—Ah, sí, claro. Lo más importante es...
—Pero me escabulliré en cuanto pueda. El sexo de celebración tras ganar una guerra tiene que ser bestial.
Con una sonrisa maniaca, Bellatrix le besó y prometió que lo sería. Le acompañó a la salida y él le preguntó si quedaban ahí mismo. Era mejor acordarlo ya, por si con el caos no volvían a verse. La bruja negó con la cabeza. No pensaba pasar en esa mansión un minuto más de lo necesario. Iba a sugerir su habitación en Bloody Wonders; no era el lugar más elegante para una celebración, pero al menos no estaban los Malfoy. Sirius tuvo otra idea:
—Aparécete en mi apartamento de las afueras, espérame ahí. La puerta se abre con los maleficios que nos enseñó mi madre.
A la bruja le pareció perfecto. Volvieron a besarse y a enroscarse junto a las verjas. Y cuando se separaron, repitieron otra vez. Ambos supieron que podía ser la última vez. Podía ser su último recuerdo plenamente feliz antes de morir (porque no contemplaban medias tintas: ganar o morir, jamás volverían a Azkaban). Así que se besaron hasta que se les acabó el tiempo.
—Adiós, Bellatrix. Y suerte.
—Suerte, Sirius.
Su primo le guiñó el ojo y se apareció.
Fue la primera vez que a Bellatrix le dolió una despedida; pero le dolió de verdad, de forma casi física. Cuando en la anterior guerra le comunicaron que Voldemort había muerto, el sufrimiento fue inenarrable; pero esta vez... Era diferente, tenía un cariz distinto que no sabía interpretar y la destrozaba todavía más.
Se secó una lágrima nerviosa y se obligó a calmarse. Saldría bien. Ganarían la batalla y con ello la guerra, y Sirius y ella... como poco les quedaba el sexo de celebración. Luego la vida ya decidiría.
Ese fue el momento de inflexión: empezó a sentirse nerviosa. Pensó en pasear por los jardines, pero las plantas seguían transmitiéndole intranquilidad (las odiaba a todas). Tampoco tenía hambre ni suficiente tiempo para entrenar, faltaba poco menos de una hora para la salida. Así que volvió a su dormitorio y optó por hacer la maleta. Sacó su bolso de viaje con fondo infinito y con un gesto de varita, todas sus posesiones se fueron almacenando dentro.
Diez minutos después la habitación estaba vacía, solo quedaban las sábanas recientemente destrozadas durante la actividad amatoria. Bellatrix la recorrió lentamente, contemplándola, pero no sintió tristeza.
—Esto nunca ha sido un hogar.
Tampoco miró atrás cuando abandonaron la mansión. Narcissa y Lucius iban de la mano, temblando; Rabastan y Dolohov también muy juntos, dirigiéndose miradas que trataban de trasmitir fuerza; Rodolphus y Colagusano parecían sumidos en sus propios terrores. Y Bellatrix... sentía una extraña mezcla de emociones... pero sonreía. Oh, sí, sonreía. La guerra era su estado natural, en el que mejor se desenvolvía. Triunfaría o moriría en el intento, era una guerrera y eso nada lo cambiaría.
En cuanto Voldemort apareció, Bellatrix se colocó a su derecha. Tras ellos —a varios metros de distancia— se agolpaban mortífagos, simpatizantes con la causa, vampiros, hombres-lobo y toda clase de bestias que apoyaban al Señor Tenebroso (pues les había prometido más libertad).
—Empecemos —siseó Voldemort con Nagini reptando a sus pies.
Alzó su varita y en pocos minutos, la cúpula mágica que protegía Hogwarts cayó. Los mortífagos se lanzaron al ataque y el caos comenzó.
Bellatrix empezó matando a un par de centauros, le traía buenos recuerdos de la primera noche en que Sirius y ella se acostaron tras masacrar a unos cuantos. Se enfrentó después a gárgolas de piedra, profesores y aliados del Ministerio. Estaba disfrutando mucho.
Acababa de derrotar a un par de alumnos de último curso, cuando notó algo revoloteando sobre ella. Primero pensó que era un murciélago, lucía grueso y oscuro, pero después le pareció que se asemejaba más a una carta vociferadora. Nunca había visto un artefacto igual. Le arrojó un par de conjuros porque la agobiaba, pero el objeto los esquivó.
—¡Nooo!
Un grito sordo de dolor —pero que aun así se escuchó perfectamente— la hizo olvidar el objeto volador no identificado. La imagen de la cabeza de Nagini volando por los aires y salpicando ríos de sangre resultó grotesca hasta para ella. No pudo sentir dolor, nunca le cayó bien ese reptil, pero lo lamentó por Voldemort. Al ver el rostro descompuesto de su maestro, entendió que acababan de aniquilar una parte de su alma. Y lo había hecho Longbottom.
—¡Crucio! —bramó Bellatrix.
Neville Longbottom se retorció de dolor al recibir el impacto. Intentó defenderse mientras su atacante se burlaba:
—¡Vamos! ¡No seréis una familia feliz hasta que no estéis todos reunidos!
Repitió la maldición un par de veces, pero se retiró cuando su maestro tomó el relevo. Por mucho que Bellatrix deseara provocarle la locura irreversible, entendía que Voldemort merecía vengar a su mascota. Así que lo dejó y se dirigió al Gran Comedor.
Se cruzó a Potter pero, dado que no podía matarlo, no le interesó. A quien no se encontró fue a su primo, imaginó que estaría en algún punto del caos. Vio a Greyback matar a Remus Lupin y poco después, a una chica de pelo cambiante matar a Greyback con un grito de desgarrado dolor. Bellatrix sonrió. Siempre le resultó divertido el sufrimiento ajeno.
Cuando la chica se giró hacia ella, descubrió que era la bastarda de su exhermana Andrómeda. Había coincidido con ella en un par de batallas. Sabía que pese a su juventud era auror y muy buena bruja.
—Lástima que tu madre no tomara buenas decisiones...
Intercambiaron un par de conjuros, hasta que Tonks le arrojó uno no verbal que la rozó provocándole un corte en el hombro. La chica sonrió victoriosa justo antes de que un maleficio impactara en su pecho y acabara con su vida. Ella era muy buena bruja, pero su tía era mejor.
—Habéis muerto juntitos, eso es lo importante —comentó Bellatrix observando el cuerpo de Lupin pocos metros más allá—. Y no os ha dado tiempo a reproduciros y manchar más nuestra estirpe... todo en orden.
Escuchó entonces un grito burlón muy similar a los suyos. Se giró y observó divertida a su primo. En esos momentos se enfrentaba a un gigante de ocho metros (Bellatrix no tenía claro de parte de quién estaba esa especie) y parecía disfrutar mucho. No obstante apartó la vista rápido. El buen trasero que tenía Sirius y lo sexy que estaba al luchar no debía distraerla esta vez.
Corrió lanzando maleficios por el Gran Comedor y se echó a reír cuando los dos hijos pequeños de los Weasley junto con Luna Lovegood se enfrentaron a ella.
—¡Esto es por Hermione! —bramó Ron arrojándole un conjuro que ella desintegró en medio de un ataque de risa.
—¡Vas a unirte a ella pronto! Los traidores a la sangre sois casi tan repulsivos como los sangre sucias.
Luchaba contra los tres a la vez sin ningún problema; igual que hacía Voldemort al otro lado de la sala con McGonagall, Flitwick y Slughorn.
—¡Apartaos, es mía!
Bellatrix todavía se rio más cuando Molly Weasley ordenó a su familia retirarse y la encaró con decisión. Sabía que fue de las mejores brujas de su generación y participaba en misiones de la Orden... además había parido siete veces, Bellatrix no imaginaba ningún acto más duro. Pero aun así, le tenía poco respeto. Se burló de ella y empezaron a intercambiar conjuros.
La mesa de madera sobre la que luchaban se resquebrajó y el suelo tembló bajo la fuerza de los hechizos de ambas. Varias personas se habían arremolinado a unos metros porque no querían perderse semejante espectáculo.
—¿Quién cuidará de tus hijos cuando tú mueras? —se carcajeó Bellatrix.
Estaba tan centrada en burlarse de ella que cuando vio el maleficio que Molly le había arrojado ya fue tarde. Supo que en un segundo impactaría en su pecho y moriría. No escuchó a Voldemort —que acababa de percatarse de lo mismo— chillar con auténtico dolor (incluso más que cuando había muerto Nagini); tampoco vio la mirada de impotencia de Sirius —muchos metros más allá— al ver que no iba a poder ayudarla; ni el rostro de Narcissa que durante un segundo mezcló diez emociones distintas. No, Bellatrix no vio nada más allá del maleficio.
Su último pensamiento no fue para Voldemort, aunque prefería morir ella que perderlo a Él. Ni siquiera para Sirius, que por un breve espacio de tiempo la había hecho feliz en formas que nunca nadie antes. Lo que vio en su cabeza fue a la niña de cinco años a la que sus padres consideraban insuficiente y sus hermanas demasiado rara. Recordó la felicidad cuando consiguió su primera varita, las lágrimas de ilusión cuando aprendió a ejecutar maleficios, la sensación de la magia oscura sanando cualquier herida emocional que la vida le hubiese causado.
«Los has hecho bien, Bella, nos has cuidado bien» le dijo la niña que un día fue y que nunca se marchó del todo. Justo antes de morir, se perdonó por todos los errores y decisiones de los que no era consciente de haberse culpado. Y se sintió en paz. Triste y frustrada, pero también en paz.
Molly Weasley y su familia ya cantaban victoria cuando algo se interpuso entre el maleficio y Bellatrix. Algo negro, pequeño, volador. El extraño vociferador que llevaba toda la velada persiguiendo a la bruja oscura. Rozó su pecho y aunque parecía imposible, absorbió el maleficio. Seguidamente se desplegó, pero en lugar de gritar un mensaje, expulsó una lengua de fuego negro que rodeó a Molly. La bruja ardió envuelta en una espiral negra sin que nadie la pudiera liberar.
—¡Molly!
Cuando Molly Weasley murió y su marido gritó, Bellatrix seguía paralizada sin entender qué había pasado. Se giró hacia su maestro, que parecía igual de sorprendido que ella, pero también aliviado. Después volvió a mirar a su rival, ahora rodeada por sus hijos que lloraban descarnadamente. Buscó con la mirada lo que quedara del objeto que la había salvado, pero no lo distinguió. Entre la parálisis y el desconcierto, tampoco vio a Arthur Weasley dispuesto a vengar a su esposa.
Pero en esa ocasión, Sirius sí que llegó a tiempo. Se colocó entre Bellatrix y Arthur y alzó la varita. Al padre de los pelirrojos le invadió el desconcierto, el temor y la incredulidad. Pensó que era víctima de un imperius. Aun así, le arrojó el ataque que pensaba destinar a Bellatrix. Sirius lo desvió y se lo devolvió.
—Pero, Sirius... —susurró justo antes de caer desmayado.
—Lo siento, Arthur. La sangre llama a la sangre.
Bellatrix, casi con lágrimas de emoción, bajó de la mesa y le besó. No era un traidor. O, mejor dicho, era SU traidor. Se besaron durante escasos segundos rodeados de gritos y explosiones, pero a ambos les bastó para coger fuerzas y seguir con sus luchas. Quienes los vieron no creyeron que se tratara de Sirius, no era posible.
En ese punto, tras haber perdido a su serpiente y casi a su lugarteniente, Voldemort ordenó un alto el fuego. Con un mensaje que retumbó por todo el castillo, le indicó a Potter que se entregara y terminaría la guerra. Aseguró que no deseaba derramar más sangre mágica.
La respuesta no se hizo esperar. Para sorpresa de muchos, Harry se personó ante el Señor Oscuro dispuesto a morir.
Solo Bellatrix, Sirius y el propio Voldemort sabían que eso no les convenía... La bruja se preguntó si Potter sabía que un horrocrux vivía en él. Dedujo que no: Dumbledore le indicó a Snape que no debía enterarse hasta el final y dado que solo ellos lo sabían y no habían llegado al final... Nadie debía de habérselo dicho. Estaba haciendo aquello por puro valor y amor a sus compañeros. O tal vez porque estaba ya harto de vivir.
—Vamos, Tom, solo tú y yo...
Resultó que Potter no se rendía, sino que le ofrecía un duelo. Voldemort era muchísimo más poderoso, pero cuando sus conjuros colisionaban, Bellatrix notó que sus varitas compartían algún tipo de conexión. Sumado al hecho de que el mago oscuro no parecía poder derrotarlo (ya que ni siquiera trató de lanzar la maldición asesina) provocó que el bando de Hogwarts se envalentonara. Y que varios mortífagos, previendo la derrota, comenzaran a huir.
—¡Lucius! ¡Quédate a luchar! —chilló Bellatrix cuando vio a los Malfoy alejarse.
Sintió rabia y vergüenza al ver que su hermana y su cuñado habían buscado a su hijo y los tres abandonaban el lugar. Sirius tenía razón: eran una estirpe de traidores. Al final, el que más valía de esa familia era...
—¡Kreacher! —exclamó Bellatrix al ver al elfo.
Los elfos de las cocinas se habían unido a la batalla y ayudaban a defender el colegio. Entre ellos Dobby, que se había acercado a Harry Potter con sigilo para tratar de ayudarlo. Kreacher había acudido invitado por Sirius. Fue el único que vio a su congénere. Chasqueó los dedos y desarmó a Harry, momento que Voldemort aprovechó para inmovilizarlo. Antes de que Dobby intentara liberarlo, una daga aterrizó en su corazón. Cuando estuvo segura de que moría, Bellatrix la recuperó.
Entonces, en un movimiento muy rápido y ensayado, Voldemort creó una pantalla de humo y le arrancó un pelo a Harry. Sirius cargó el cuerpo de su ahijado sobre sus hombros y desapareció con un traslador. Seguidamente Voldemort agarró a Colagusano y le hizo tragar a la fuerza un frasco de poción multijugos. Cuando segundos después el humo se disipó, lo que el mundo mágico vio fue como Lord Voldemort mataba a Harry Potter.
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