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Capítulo 28

Bellatrix gimoteó al escuchar la voz de Sirius. Debía de ser otra pesadilla, no podía haber aparecido en su habitación para observarla medio moribunda...

—Pero cuánto está durando este día —se lamentó intentando no llorar de desesperación.

—No tanto, en realidad. Eres tú que estás aprovechando al máximo las horas —murmuró Sirius acercándose a la cama y encendiendo la vela de la mesilla para contemplarla. —¿Pero qué has hecho en estas tres horas para acabar así?

—Lárgate, por favor, lárgate.

No fueron las palabras más amables, pero el tono de súplica y desesperación hizo que Sirius se apiadara. Se sentó al borde de la cama y extrajo de su túnica un vial con la poción azul nacarada que Kreacher le ofreció en la anterior ocasión. Al ver que a su prima le temblaban las manos, la ayudó a sujetarlo. Bellatrix se lo bebió y cerró los ojos con alivio, esperando a que el filtro obrara su magia.

—Me he cruzado a tu marido. No se ha alegrado de verme. No quería dejarme entrar... pero ha cooperado mucho mejor en cuanto lo he petrificado.

La mueca de dolor de Bellatrix mutó en una pequeña sonrisa.

—Tampoco es que a tu hermana y al otro les caiga mejor... —continuó Sirius— Que por cierto, viviendo tanta gente en esta mansión, ¿es habitual que te dejen morirte aquí sola? ¿Qué haces cuando no consigues robarme al elfo?

—Narcissa me ha ayudado —susurró Bellatrix—. Me ha dado algunas pociones, se ha ofrecido a quedarse conmigo... Pero prefiero estar sola.

Mintió porque le pareció patético no tener a nadie que se preocupara por ella. El patetismo empeoró cuando se hizo un silencio y sospechó que Sirius no la creía. Aun así tuvo la amabilidad de no decir nada.

La bruja sintió que el dolor remitía y con él, los temblores y los mareos. Los pensamientos pesadillescos también desaparecieron y su mente se aclaró. Quedaba una leve sensación de ahogo, como si la planta todavía la estuviese asfixiando; sabía que no era real y que tardaría unas horas en respirar con normalidad, por eso trataba de no darle importancia. Y por último estaba la temperatura: un frío intenso en el cuerpo combinado con el calor febril que, por suerte, iba disminuyendo.

Sirius le colocó la mano en la frente. Bellatrix se sintió violenta por ello, pero agradeció el contacto humano (aunque fuese mínimo).

—Todavía tienes fiebre —murmuró él.

«Mmm...» fue todo lo que respondió la bruja. Había vuelto a cerrar los ojos para intentar dormir ahora que se sentía mejor. Los abrió cuando notó que Sirius le colocaba un paño húmedo en la frente. Le gustó la sensación refrescante y también el olor fresco y mentolado de las hojas de eucalipto envueltas en su interior.

—Ayuda a despejar las vías respiratorias —explicó Sirius.

Bellatrix se preguntó cómo sabía eso, cuándo había aprendido a cuidar a alguien y por qué lo estaba haciendo con ella. Imaginó que Sirius pasó muchos años igual que ella: siendo el único encargado de cuidarse. No preguntó, solo disfrutó de la sensación. El mago le frotó la frente despacio y después deslizó el paño suavemente por su rostro. Pasó al rato al cuello y por último al pecho. La bruja sintió como la fiebre bajaba y su respiración mejoraba. No supo si era el tratamiento o la persona que lo estaba aplicando, pero se sintió casi curada.

—Ya puedes irte, voy a dormir.

Se lo comunicó sin mirarlo, avergonzada de que estuviera ahí cuidándola. Seguro que tenía mejores cosas que hacer...

Sirius la ignoró. Invocó un par de mantas y las sumó a las que ya tenía. Como aun así el frío no parecía abandonarla, la ayudó a cambiarse el vestido por un pijama grueso. Después, él mismo se quitó las botas y la camisa y se metió en la cama. En cuanto la abrazó, Bellatrix se aferró a su pecho con más fuerza que la hiedra del diablo que la había apresado a ella. Sirius le acarició el pelo y la bruja sintió algo muy parecido a un trago de felix felicis. Cerró los ojos y se sumió en un agradable sopor, pero no llegó a dormirse. ¿Para qué hacerlo si los sueños no igualarían la realidad?

—¿Qué ha pasado, Bellatrix?

Sirius, que notaba su respiración en su cuello, sabía que seguía despierta. Esperó la respuesta unos minutos, pero ella solo fue capaz de responder: «No puedo más».

Él la abrazó más fuerte. Ella no supo cómo interpretaría su respuesta; tal vez un intento de suicidio, un duelo con mal resultado... Ambas opciones le parecieron mejores que la realidad: volver a la casa de su infancia a sentirse miserable por no quedarle nada más y ser cuasi asesinada por una planta.

Dio gracias de que su primo no repreguntara. Tardó también largos minutos en responder, pero al final, Sirius sentenció con firmeza:

—Sí que puedes. Sí que puedes, Bellatrix. Porque si tú no puedes...

El final ya no sonó tan convencido. Hasta Sirius empezaba a dudar de si no estaban todos condenados a una muerte prematura que los arrastraría al perpetuo olvido. Ambos trataron de desechar los pensamientos negros y simplemente dormir. Pero antes de abandonarse al sueño, Bellatrix preguntó en un susurro:

—¿Por qué has venido?

—Kreacher me ha dicho que estabas muy mal, estaba asustado de que murieras. ¿Y con quién discutiría yo si tú murieras?

Bellatrix sonrió en la oscuridad y depositó un beso en su cuello como agradecimiento. Igual para el resto del mundo no, pero para ella aquello sonó enormemente romántico.

Volvía a ser de noche cuando Bellatrix abrió los ojos. Supo que Sirius estaba despierto porque se entretenía trazando círculos sobre su cuello con las yemas de los dedos. Paró cuando notó que ella se movía.

—¿Qué? ¿Cómo estás? —le preguntó más burlón que preocupado. Eso llevó a Bellatrix a deducir que físicamente debía de notarse mejoría.

—Viva, supongo... —masculló ella— No sé si es lo que quería.

—Te fastidias. Espera un par de días y así morimos en la guerra, como héroes.

Bellatrix sonrió, no le parecía un mal plan. Se separó de Sirius y se frotó los ojos, desperezándose lentamente. Invocó un vaso y lo llenó de agua con su varita, tenía mucha sed. Y hambre, pero no quería salir de la cama todavía.

—Llama al engendro —masculló Sirius.

—No necesito más pociones por ahora, antes tendré que comer algo.

—Estaba muy preocupado por ti, querrá saber que estás bien.

Bellatrix buscó su mirada con curiosidad, pero él la rehuyó. No supo si lo hacía por ella, por Regulus o por un ente superior, pero le agradó el cambio.

Llamó a Kreacher que apareció casi antes de que terminara de pronunciar su nombre. Estaba verdaderamente preocupado. Se sintió visiblemente mejor cuando Bellatrix le aseguró que se estaba recuperando y le dio las gracias por su ayuda. La alegría del elfo se mezcló con sorpresa cuando vio también a su amo en la cama, pero no dijo nada.

—Te avisaré si necesito algo, puedes marcharte —sonrió Bellatrix.

El elfo se despidió muy contento, dirigió una mirada de desconcierto a su amo y desapareció.

Como si no hubiese pasado nada, Sirius le preguntó si tenía hambre. Bellatrix respondió con un ronroneo y volvió a ovillarse sobre su pecho. Sí, tenía hambre, pero estaba muy bien así. Él no tuvo quejas. Al poco Bellatrix le cogió la mano y la colocó sobre su pelo para que la acariciara. Sirius comentó que era como adoptar un gato tirano, pero obedeció.

Bellatrix notaba cierta tensión en él, como si estuviese callándose algo que necesitaba soltar. Normalmente no veía esas cosas ni aun cuando se las explicaban, pero con Sirius —y solo con Sirius— sus intuiciones eran casi certezas. No obstante, lo único que le dijo quince minutos después fue que se tenía que marchar. Ella asintió, lo comprendía. Ya había hecho mucho pasando la noche con ella y cuidándola... Pero aun así no se movieron.

—¿De verdad no sabías que era yo?

Cuando por fin soltó lo que llevaba desde la noche anterior deseando preguntar, Bellatrix se extrañó. No entendió a qué se refería. Le habían sucedido tantas cosas en pocas horas que le costó recordar su danza en el club de vampiros la noche anterior. Pero la recordó. Por si acaso, Sirius añadió:

—Eres muy buena identificando a los magos por su aura mágica, incluso llevaba mi ropa habitual...

No supo qué más añadir. Bellatrix se tomó su tiempo para responder y lo que dijo finalmente fue lo evidente:

—Estaba muy borracha.

Sirius asintió sin decir nada.

—No obstante, es verdad que soy muy buena bruja —presumió Bellatrix—. Era tu magia, tu olor, tu forma de tocar y de mirar... supongo que, en el fondo, no podía ser nadie más.

De nuevo, su primo asintió, pero esta vez parecía agradecido, como si se hubiese quitado un peso de encima. Aun así, la que habló fue su arrogancia habitual:

—De todas formas, no deberías haberte ni acercado. Erik, el vampiro al que suplanté, es mucho más feo que yo.

Bellatrix soltó una carcajada y respondió:

—No quieres que te conteste a eso.

—¡Serás traidora! —protestó Sirius al punto— ¡Tanto decirme a mí y tú eres la traidora más grande!

La bruja se echó a reír de nuevo. Sirius la agarró con fuerza y empezó a hacerle cosquillas en las costillas. Ella trató de huir sin conseguirlo y sin dejar de reír. Rodaron un rato por la cama para acabar besándose. No avanzaron más porque Bellatrix necesitaba reposo, pero aun así se besuquearon y metieron mano unos minutos más.

Finalmente Bellatrix aceptó que debía liberar a su primo y se levantó para bajar a desayunar... o cenar, lo que fuese.

—¿Lo vas a preparar tú? —preguntó Sirius con desconfianza.

—Sí, devoraré lo que encuentre. No tengo paciencia para esperar a que Kreacher o Colagusano me preparen algo.

—Vamos, así ceno yo también.

—¿No tenías que irte?

—Bah, por una hora más... y así me voy cenado.

Bellatrix asintió satisfecha. Siempre conseguía herramientas que le hicieran la comida. Y la de esta ocasión era su favorita. Se sentó en una silla enroscada en una manta y observó como Sirius cocinaba. Él comentaba cosas de vez en cuando, pero la bruja estaba demasiado ocupada contemplándolo. Y en esa ocasión se libró de la bronca por su falta de atención porque su primo lo atribuyó a la fiebre (que ya apenas tenía).

—¡Está todo muy bueno! —exclamó Bellatrix sorprendida mientras se servía más pollo con patatas fritas.

—Ya te lo dije, se me da bien todo.

No era mentira, no... Aun así Bellatrix se burló y entraron en una de sus dinámicas de bromas y tonterías habituales. Estaban en eso cuando Rodolphus entró a la cocina. La rabia copó su rostro al ver a Sirius, que lo había petrificado unas horas antes. Levantó la varita hacia él y al momento tuvo a los dos Black replicando el gesto. No podía con uno, ni se planteaba enfrentarse a los dos. Además Bellatrix lucía incluso más inquietante de lo habitual... Se retiró lenta y furiosamente por donde había venido.

—Qué ganas de largarme de esta casa, de verdad —masculló la bruja.

—¿A dónde irás? —preguntó Sirius.

Ya habían tratado ese tema y seguía sin tener respuesta. Bellatrix se encogió de hombros y respondió que probablemente compraría algo en otro lugar. Igual en las montañas, para vivir aislada del mundo, o en otro país donde nadie la conociera... A Sirius le parecieron buenas ideas.

Cuando terminaron de cenar Bellatrix le acompañó a la entrada.

—No salgas fuera, ahora de noche hace frío. Ya estás bastante destruida —sonrió Sirius.

No se preocupaban por el otro sin añadir un insulto después, era su dinámica y ambos la disfrutaban. Bellatrix sonrió y asintió. Sabía que debía darle las gracias por todo, pero no era capaz. Así que solo le besó con intensidad y confió en que Sirius captara el mensaje.

—La siguiente vez que nos veamos ya será en la guerra, supongo —murmuró Bellatrix—. ¿O no irás porque eres un traidor?

—Somos una familia de traidores —sonrió Sirius—. Cuídate, primita.

Le guiñó un ojo con su sonrisa burlona y salió de casa. Bellatrix le observó recorrer el camino hasta las verjas y por último cruzarlas. Cuando desapareció, ella volvió a su habitación.

Se dio cuenta de que estaba ventilada y habían cambiado las sábanas: Kreacher se había quedado al acecho para poder arreglarla cuando saliera. Para Bellatrix, el elfo era mejor que varios miembros de la familia.

Entró a su baño y se dio una larga ducha con agua muy caliente. También lo necesitaba. Cuando salió, observó que Sirius había dejado sobre su mesilla un par de pociones más y también un ungüento de eucalipto por si quería aplicárselo. Tomó una de las pociones y volvió a acostarse. No tenía sueño, había pasado el día durmiendo, pero ya que no podía entrenar para relajarse, prefería hacerlo en la cama. Así podía reflexionar sobre lo ocurrido.

En concreto sobre un asunto: ¿Por qué la insistencia de Sirius en saber si le reconoció? Bellatrix no le había preguntado por vergüenza, pero ansiaba conocer la respuesta. Dudaba mucho que le preocupase que estuviese perdiendo sus capacidades mágicas de detección... Otra opción es que fuese racista de vampiros. Dado que tenía amistad al menos con uno —el dichoso Erik— lo descartó. Le quedó la tercera opción, la que le ilusionaba más de lo que quería reconocer: celos. No sonó feliz ni burlón cuando le preguntó si solía acostarse con desconocidos...

—Quizá quiere que me acueste solo con él —se dijo Bellatrix abrazando la almohada con la que había dormido Sirius.

Ella así lo quería: no deseaba que ninguna otra mujer se acercase a él y a ella no le interesaba nadie que no fuese Sirius. No le gustaba sentirse así. Era un problema porque esa relación no podía salir bien... pero era como se sentía. Cuando creyó que había logrado ligar con un desconocido para librarse de Sirius, resultó ser él. Era como si el destino insistiese en unir sus caminos... No iba a ser Bellatrix quien contradijese al destino.

Dos días después, sin haber hecho mucho más que dormir y charlar con Kreacher, se sentía bastante mejor. Las pociones habían ayudado mucho.

Bellatrix sospechó que Sirius le había dado permiso a su elfo para acudir cuando ella lo necesitara, porque ahora pasaba más tiempo en la mansión Malfoy que en Grimmauld Place. Aunque solo atendía a la Bellatrix y, en segunda instancia, a Narcissa. En una ocasión Lucius trató de obligarlo a hacerle la cena. El elfo —sabiendo que tanto la señorita Bella como el amo traidor al que empezaba a apreciar un poco lo despreciaban— le ignoró. Lucius trató de maldecirlo, pero Kreacher se escabulló con rapidez y Bellatrix lo felicitó por ello.

Ese día decidió salir a tomar el sol, ya que estaba nublado y daba un calor tibio que a Bellatrix le gustaba. No obstante, no se internó mucho en los jardines, les había cogido manía desde el incidente en los de la Mansión Black. Se tumbó con una mantita en un banco cerca de la piscina y cerró los ojos relajándose. Dejó su mente en blanco mientras los pavos reales de Lucius correteaban por la zona. Media hora después, notó que alguien le tapaba la luz.

—He oído que has estado a punto de morir.

La bruja abrió los ojos sobresaltada y se incorporó. Trató de balbucear una excusa, era una historia ridícula que no pretendía contar a nadie y menos al Señor Oscuro. Dedujo que se lo habría contado Sirius, porque nadie más le había dado importancia a su salud. Aun así le fastidió mucho, no tenía ningún derecho a revelárselo a su maestro; sabía que Él se tomaba muy mal las debilidades de sus discípulos.

—Traté unos asuntos con tu primo sobre los aliados de la Orden que resultaron en la necesidad de matar a la familia Lancey, unos mestizos traidores —explicó Voldemort—. Mi idea fue encargártelo a ti, pero me dijo que se ocupaba él porque tú no atravesabas tu mejor momento.

Bellatrix frunció el ceño. Sirius le había quitado una misión, una oportunidad de matar gente. ¿Lo había hecho preocupado por su salud o para fastidiarla? ¿O porque era un traidor y no pensaba matarlos? Por una vez, quiso pensar que había tratado de cuidarla.

—Tuve un pequeño percance, sí —reconoció Bellatrix avergonzada—. Pero ya estoy perfectamente.

—Más te vale. Cuando termine de cerrar unos asuntos, comenzará la batalla final y debes estar ahí.

La bruja asintió y prometió estar al doscientos por ciento como siempre que le encargaba algo. Dio gracias de que a su Señor no le interesase nada su vida y no le preguntase por las circunstancias del percance. Aun así, Voldemort no se marchó. Siguió contemplándola y preguntó:

—¿Ha cambiado tu opinión sobre él?

—¿Sobre mi primo?

—¿Ahora es familia tuya? —replicó Voldemort— Eso me sirve como respuesta.

Bellatrix chasqueó la lengua con fastidio, la había pillado.

—Me quedan unos minutos hasta que Nagini termine de alimentarse —comentó el mago oscuro contemplando los campos frente a la mansión en los que su reptil acostumbraba a cazar—. ¿Tienes fuerza para entrenar?

—Por supuesto —respondió Bellatrix levantándose.

Ese «por supuesto» era más bien un «No lo sé pero vamos a comprobarlo, si muero combatiendo contra Usted habrá sido un honor».

Se colocaron en una zona más despejada y Voldemort arrojó el primer ataque. Bellatrix lo desvió y así comenzó el duelo. Se prolongó media hora y la bruja notó que el mago oscuro presionaba menos de lo habitual. Lo atribuyó a que —de alguna forma y en alguna medida— le preocupaba su salud y eso la hizo inmensamente feliz.

Terminó el día contenta, queriendo creer que sus dos personas favoritas (porque tristemente había tan pocos candidatos que Sirius se había hecho con un puesto) se preocupaban por ella y trataban de cuidarla cada uno a su manera. 

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