Capítulo 24
—Supongo que tardará un rato en venir —murmuró Bellatrix volviendo a bajarse la manga—. Te da tiempo a irte.
—¿Y perderme el final? Ni de broma —respondió Sirius burlón.
La bruja no pudo evitar sonreír ante la ironía y ante el hecho de que estuviese a su lado hasta el último momento. Se quedaron en silencio, en aquella fría noche de primavera, frente al cadáver del mago más influyente del mundo. La mente de Bellatrix estaba centrada en preparar las respuestas a las posibles preguntas de Voldemort para salir lo mejor parada posible. Poco después, su mente viró hacia otros terrenos. Sin mirar a su primo, murmuró:
—No sufrió.
—¿Qué? —replicó Sirius— Le he visto retorcerse como a...
—Tu hermano. Regulus no sufrió. Cuando recibes tantos desmaius pierdes el conocimiento. Tus órganos van fallando uno a uno, pero no te enteras de nada, es como dormirte rápido.
Sirius la escuchó atentamente y finalmente asintió agradecido. No hubo más palabras porque entonces Voldemort apareció ante ellos, oculto también por el conjuro pantalla de Sirius. No le hizo falta preguntar: estuvo a medio metro de aparecerse sobre "el motivo". Pareció que hasta a Él le costaba procesarlo.
—¿Cómo lo has hecho? —le preguntó a Bellatrix en un siseo.
—Repitiendo el maleficio envenenador.
—¿Cómo lo has aprendido?
—Me lo enseñó usted. A los quince años. Me explicó cómo usarlo.
Voldemort la miró con desconfianza, como si no creyera que tras dos décadas recordaba uno de los cientos de maleficios que le enseñó. Vio en su rostro que no mentía.
—Usted creó el maleficio, es como si lo hubiese matado usted —apuntó Bellatrix.
—Nadie sabe que no ha sido exactamente así —se sumó Sirius—. Tiene aquí su cadáver, puede llevárselo y demostrar que ha sido quien lo ha matado.
El mago oscuro calibró sus palabras. Pronto decidió que era un buen plan y que debía actuar antes de que el cuerpo se desintegrara. Levitó el cadáver y los miró. Abrió la boca, pero Bellatrix se adelantó:
—Por supuesto no diremos ni contaremos nada a nadie.
El mago oscuro la miró sorprendido de su arrogancia y de que le conociera tan bien. No supo cómo afrontarlo, así que simplemente, desapareció con lo que quedaba de Dumbledore. Los Black vencieron la parálisis tras unos segundos y entraron a casa.
—Nos libramos del castigo, se responsabiliza otro del crimen y me quita el cadáver del jardín... —murmuró Sirius. — Ya era hora de que las cosas me salieran bien.
Bellatrix dibujó una pequeña sonrisa divertida. Sirius le pasó los brazos por la cintura y la miró a los ojos en la semipenumbra del salón, como intentando evaluar qué había cambiado la última media hora en su relación.
—Así que no eres un traidor... —murmuró Bellatrix.
—Quiero pensar que sí. Me dolería mucho dejar de serlo.
—Tu madre estaría orgu...
—¡Cállate! —exigió Sirius con fastidio.
Bellatrix rio divertida, las menciones a Walburga nunca fallaban. Pero pronto recobró la seriedad y le dijo:
—Has desviado un hechizo de Dumbledore.
—Tú también. Te vi hacerlo en el Departamento de Misterios —recordó Sirius.
—E ibas a dejar que te atrapara mientras yo huía.
—Ha sido fallo mío que nos descubriera. Debí darme cuenta de que haría algo así.
—Mmm... —murmuró Bellatrix— Ha sido todo muy rápido... No me ha dado tiempo de ponerme la ropa interior.
—Qué casualidad, a mí tampoco —contestó Sirius besándola.
Volvieron al dormitorio y se deshicieron de las prendas que sí llevaban. Estaban de nuevo en la cama cuando Bellatrix se separó ligeramente y le preguntó si Dumbledore habría avisado a alguien. Quizá aparecían refuerzos o aurores... Sirius apenas dudó unos segundos. Se encogió de hombros y respondió:
—Si vienen, los matamos también.
Aquello excitó a Bellatrix más que cualquier preliminar. Ningún asesinato ni mago legendario evitó que tuvieran sexo hasta la madrugada.
Cuando el sol tibio de un día nublado empezó a entrar por las ventanas, Sirius bloqueó cualquier fuente de luz y decidieron que era hora de dormir. Estaban agotados, pero terriblemente satisfechos.
Cada uno se arrebujó en su lado y cerraron los ojos. Pronto Bellatrix comprendió que eso no le bastaba. Como no se atrevía a pedirlo de forma explícita, murmuró:
—Tengo frío.
—¿Tienes frío? Ven, que no se diga que no soy el mejor anfitrión.
La abrazó con fuerza y Bellatrix se acurrucó junto a su pecho. Así, calentita y feliz, se durmió junto a su traidor favorito.
Sirius despertó a mediodía, cuando sintió mordiscos en su cuello. Era la mejor forma de despertarlo que había encontrado Bellatrix; también era su forma de informarle de que tenía hambre. El mago sonrió y le acarició el pelo mientras ella seguía mordisqueándole.
—¿De verdad fue real lo de ayer? —preguntó Sirius frotándose los ojos.
—Claro. No es la primera vez que lo hacemos cinco veces seguidas.
—Me refería a la parte de quemar la Madriguera, matar a Dumbledore... y tú conduciendo una moto muggle.
—Ah sí... Eso fue la parte aburrida hasta llegar al coito.
Sirius rio y estuvo de acuerdo.
—¿Qué harás ahora? —le preguntó Bellatrix— Tendrás que quedarte en la mansión, ¿no?
Intentó imprimir un ligero fastidio en la última parte, como si nada hubiese cambiado y siguiera deseando mantenerlo alejado. Pero había cambiado. No confiaba completamente en él, algo así requería tiempo y pruebas, pero quería tenerlo cerca. Se sentía bien cuando Sirius estaba con ella, no quería perder eso. Aunque en absoluto estaba dispuesta a reconocerlo.
—No lo sé —reconoció Sirius—. Tengo que tantear la situación. Dudo que Albus compartiese sus sospechas sobre mí, con ese hombre eran todo secretos, pero tengo que averiguarlo. Como se supone que estoy fuera con los vampiros, tengo un poco de margen.
Bellatrix asintió sin decir nada. Solo manifestó que tenía hambre. Sirius murmuró que conocía un sitio en la zona en el que le encantaba desayunar (aunque ahora era más hora de merendar):
—Ayer al pasar me pareció que seguía funcionando, aunque no pude mirar mucho porque estaba preocupado por mi vida.
Al momento su prima replicó que ella era «la mejor conductora de chismes de esos», si Sirius pasó miedo fue por cobarde. El mago sonrió con sorna, pero no replicó. En cualquier caso para buscar comida tenían que salir de la cama.
Se ducharon juntos y después se vistieron. Bellatrix notó que su primo observaba su ropa no con la mirada obscena habitual, sino con duda. Se miró al espejo creyendo que igual llevaba restos de sangre o algo así de la jornada anterior, pero tanto su corsé como sus pantalones de cuero seguían en buen estado. Al final Sirius suspiró y decidió:
—Puedes pasar por gótica, pero la capa hay que transfigurarla.
—¿Qué? —replicó Bellatrix desconcertada.
Cuando entendió que el local del que le hablaba su primo era muggle, gritó como una banshee. Ni se le había pasado por la cabeza esa posibilidad. No obstante, Sirius la conocía y la manejaba bien, así que la ignoró y salió al salón. Su prima lo siguió, todavía más enfadada por ser ignorada. Sirius convirtió su capa en un abrigo entallado y se lo arrojó. La bruja iba a protestar, pero realmente le había quedado un abrigo muy bonito, así que se lo puso.
—Vamos —indicó Sirius cogiéndola del brazo sin darle opción a réplica.
Caminar del brazo de su primo/amante a plena luz del día por un barrio en que nadie los conocía le resultaba extraño (aunque no desagradable). Era entre emocionante y cómico por el absurdo.
La cafetería de la que hablaba Sirius estaba a tan solo cinco minutos, en una bocacalle del barrio. A esas horas estaba vacía. El camarero los miró con cierto reparo, tenían un aspecto extraño... pero como eran muy atractivos, lo superó pronto y los acompañó a una mesa.
Se trataba de un lugar especializado en tortitas, Bellatrix nunca las había probado. Su primo pidió una fuente para compartir, con nata, sirope de chocolate y varios toppings diferentes. Pese a que hizo los aspavientos de rigor por ser comida muggle preparada por muggles en un local muggle, Bellatrix enseguida se lanzó a comer. Realmente tenía hambre.
—Parece mentira que el mundo siga igual...
—¿Qgu-gué? —replicó Bellatrix con la boca llena.
—Dumbledore —murmuró Sirius bajando la voz—. Después de tanto tiempo, ha muerto... y el mundo sigue girando igual.
—El mundo no espera a nadie... —respondió la bruja tras tragar—. De todas maneras, no creo que nuestro mundo esté igual de tranquilo.
—Quizá aún no lo saben —aventuró Sirius—. Quizá Voldemort ha preferido ser discreto y...
Bellatrix ahogó una carcajada y sin dejar de comer masculló algo como «Se nota que no lo conoces». Estaba segura de que a su maestro le habría faltado tiempo para jactarse del asesinato... Optó por dejar ese tema, había otro que le interesaba más:
—Anoche dijiste que la noche en que Regulus...
—No quiero hablar de eso —la cortó Sirius al momento.
Sonó completamente serio y cortante, Bellatrix no se atrevió a replicar, solo asintió. Había entendido que la muerte de Regulus fue lo que ocasionó su cambio de bando, pero le faltaban detalles. Dijo que había recibido ¿cuatro desmaius? Uno se lo atribuyó a Dumbledore, pero de los otros no dijo nada. Probablemente también deseara matar a los responsables... Tenía sentido que uno o quizá dos hubiesen sido de los Potter, por eso no parecieron importarle sus muertes. ¿Y el cuarto? Probablemente el propio Sirius. Ella estuvo en esa batalla pero tuvo sus propios frentes, así que no conocía los detalles.
Nunca pensó que Sirius apreciase a su hermano, siempre estuvo segura de que le odiaba. Incluso ahora, dudaba que hubiese afecto real, igual era solo rabia porque era su familia y nadie de fuera tenía derecho a matarlos. A Bellatrix le hubiese fastidiado que un sangre sucia matase a Sirius, a un Black. Aunque no consideraba a Sirius tan orgulloso en ese aspecto... Muchas preguntas y suposiciones, pero ninguna respuesta por parte del afectado. Bellatrix se resignó y dejó también ese tema.
—¿A dónde vas a ir? —le preguntó a Sirius cuando se despidieron a la salida del café.
—No lo sé todavía. Voy a esperar a ver si alguien de la Orden me manda una lechuza contándome lo de Dumbledore... Y lo de Hermione, Fleur, Ojoloco... —recordó enumerando muertos con los dedos. — Si no, supongo que diré que lo he visto en la prensa internacional y he adelantado la vuelta. Tengo que tomarles el pulso, a ver si puedo seguir infiltrado.
Bellatrix asintió. Estuvo a punto de pedirle que tuviera cuidado, pero se abstuvo. La despedida fue ligeramente incómoda y no fijaron fecha para volverse a ver, pero ella tuvo la esperanza de que fuese pronto.
Eran las seis de la tarde cuando llegó a la mansión Malfoy. Escuchó ruidos en el salón y hacia ahí se dirigió. Los Malfoy, los Lestrange y Dolohov tomaban el té y discutían bastante alterados.
—¿¡Se puede saber dónde has estado!? —exclamó Rodolphus— ¿Dónde llevas todas estas horas?
—Bebiendo por ahí. Me deprimo cuando fallamos en una misión, ya lo sabes. ¿Me he perdido algo? —preguntó con fingida inocencia.
Quienes más la conocían la miraron con ligera desconfianza, como sorprendidos de que no supiera lo que pasaba. Lucius le pasó el periódico. Bellatrix abrió los ojos con pasmo al ver la portada: el cadáver de Dumbledore levitando grotescamente ante las verjas de entrada de Hogwarts. Lo rodeaba una serpiente de fuego, seguramente para iluminar la escena porque era de noche. A varios metros tras la verja se adivinaban las siluetas de profesores y alumnos en pijama con sus rostros totalmente horrorizados.
Voldemort se había personado fuera de Hogwarts (porque las protecciones todavía no podía superarlas) y les había informado de que les entregaba amablemente el cadáver del director para que pudieran darle sepultura. Advirtió que así terminarían quienes se opusieran a él. Pero como era un ser magnánimo, les daba la posibilidad de apoyarlo y servirle. No esperó respuestas (probablemente nadie hubiese acertado a dársela, la impresión fue tremenda) y se marchó.
Los mortífagos se estaban preguntando cómo había logrado matar al director y cuándo había tenido tiempo de hacerlo. Pero a Bellatrix le hizo gracia otra cosa:
—Tuvo que avisar a la prensa para que le hicieran la foto y el reportaje.
El resto la miraron desconcertados por su apreciación.
—Tú estarás contenta, ¿no? —le preguntó a Narcissa— Fin del problema para tu pequeñín —se burló con voz infantil.
Su hermana le dedicó una mirada asesina, pero no replicó. Claro que estaba feliz por el alivio que suponía aquello para Draco. No obstante, a la vez, les daba miedo un ataque tan osado y directo por parte de Voldemort: si ese iba a ser el nivel de la guerra, dudaban que alguien terminase bien. No así Bellatrix, que leyó el artículo divertida y dejó El Profeta con desinterés.
—¿Mencionan algo de lo de la Madriguera? —les preguntó.
Lucius negó con la cabeza.
—Todo el periódico se ha centrado en Dumbledore, probablemente hayan eliminado cualquier otra noticia —supuso Rabastan.
Bellatrix asintió. Les preguntó si habían sabido algo del Señor Oscuro y todos negaron con la cabeza, entre el miedo y el alivio. Confiaban en tener suerte y que con lo del director, se olvidara de castigarlos.
—Entonces me cambio y me voy, tengo cosas que hacer —murmuró Bellatrix dando media vuelta.
—¿Qué cosas? —inquirió Rodolphus al punto.
—Asuntos en el Ministerio. ¿Quieres venir?
Su marido negó con horror. Entrar al Ministerio era una de las formas más rápidas de acabar en Azkaban. Bellatrix lo sabía. Aunque ese día era todo más laxo: se veía el caos y el miedo por todo el mundo mágico, la grotesca portada con el cadáver de Dumbledore empapelaba las zonas mágicas. A la bruja no le costó nada usar imperio en un empleado y mandarlo a por los documentos que necesitaba. Veinte minutos después, salió con ellos y se los entregó a Bellatrix.
—Como premio te permito vivir, lárgate antes de que me arrepienta.
El empleado, todavía en trance, asintió y se marchó. Minutos después, cuando saliera del letargo, no recordaría nada. Aunque en caso de haberlo recordado, tampoco lo hubiese considerado algo importante: facilitarle a una bruja los papeles para divorciarse era algo bastante común. Aunque no en el caso de sangre pura, eso era muy infrecuente... por eso el paquete de pergaminos que obtuvo Bellatrix era muy grueso.
Se apareció en Bloody Wonders donde Eleanor la saludó con alegría. Pidió un par de empanadas y un whisky y se sentó en una mesa del fondo. Quería leerlo bien antes de hacérselo firmar a Rodolphus, necesitaba estar segura de las condiciones. Conforme avanzaba, el poco color que acostumbraba a tener su rostro fue disminuyendo. El divorcio solo requería un sencillo ritual en caso de que ambos cónyuges estuvieran de acuerdo, pero si no...
—Pero cómo pude firmar esto... —susurró con horror.
Sabía que los contratos de sangre pura eran difíciles de romper... lo que no sabía era que fuesen casi irrompibles. Si uno de los dos no firmaba el divorcio, simplemente no se podía deshacer el vínculo. Y el asunto empeoraba: si uno firmaba coaccionado, la disolución no era válida; si uno mataba al otro voluntariamente, morían los dos e incluso si uno mandaba matar al otro, morían los dos. Había unas pocas excepciones, pero eran tan absurdas que Bellatrix ni las valoró.
—¿Estás bien, cielo? —le preguntó Eleanor al ver que temblaba y lucía pálida como la cera.
La bruja asintió. No tuvo fuerzas para terminar la comida. Releyó los documentos y los guardó, quedándose solo con el contrato de anulación. Lo firmó e intentó convencerse mentalmente: «Seguro que Rodolphus lo firma y ya está, ningún problema». Volvió a la mansión y buscó a su marido.
—Rod, lo mejor es que nos divorciemos, esto no ha tenido sentido nunca. Firma esto y ya está, somos libres y podemos seguir con nuestras vidas.
Rodolphus la miró a ella y después el documento. Por último respondió: "No".
Por la seguridad en su voz y la tranquilidad en sus ojos, Bellatrix supo que Rodolphus sí estaba al tanto del contrato matrimonial que firmaron. Intentó mantener la calma y respirar (sobre todo ahora que sabía que no podía matarlo) y le preguntó el motivo. No se querían, apenas se respetaban, ni hacían nunca nada juntos, ni se necesitaban en modo alguno (ni económico ni emocional).
—Tenemos una imagen que mantener. Los matrimonios de sangre pura que se divorcian se vuelven socialmente apestados —aseguró Rodolphus altivo.
—Puedo vivir con eso.
—Yo no.
—Cásate con otra entonces, la gente enseguida olvida todo —sugirió Bellatrix.
—Ya no tengo veinte años ni ganas de buscar a otra para dar el pego. Además, los Lestrange no se divorcian.
Se miraron fijamente, ella con ansias asesinas y él entre soberbio y burlón. Bellatrix supo que no había nada a hacer. Estaba segura de que otro factor importante era el orgullo de Rodolphus: seguía herido tras sospechar que ella le era infiel.
—Te arrepentirás de esto —le prometió Bellatrix.
—Ya me dirás cómo sin arrepentirte tú en el camino —replicó Rodolphus con gesto burlón.
Bellatrix se alejó entre furiosa y desolada, ¿por qué todo tenía que ser tan difícil?
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