Capítulo 23
Sirius encendió la luz mientras Bellatrix cerraba la puerta tras ella. Hacía frío en esa casa, pero era lo normal tras quince años deshabitada.
La bruja se arrebujó en su capa y observó el salón. No había muchos muebles, todos de madera, sencillos: una mesa de comedor con cuatro sillas en un rincón, un sofá frente a otro trasto muggle cuadrado, una mesita de té y una estantería al fondo. Era la estancia más grande de la casa, como pudo comprobar Bellatrix. La cocina tenía lo básico para guisar y una mesa para dos personas. El baño contaba con ducha y con una ventana alta que daba a la calle trasera. El dormitorio disponía de un par de armarios y un escritorio, también una cama, sin duda la joya de la casa, pues se veía grande y confortable. Sirius tenía claras sus prioridades.
Esa casa era poco mejor que la que Bellatrix tanto criticó de Snape, pero no tuvo críticas en esta ocasión. En el fondo la emocionaba que Sirius estuviese compartiendo con ella ese fragmento de su vida.
—Va a haber que limpiar un poco el polvo —murmuró Sirius sacando su varita.
Mientras él ejecutaba diversos conjuros de limpieza, Bellatrix examinó el salón. Además de la televisión, encontró también una radio, revistas y útiles de escribir muggles. «Es un traidor, está claro que ama a los muggles» pensó la bruja. Lo confirmó cuando en la estantería del fondo encontró una fotografía de Sirius en la boda de los Potter. El cristal estaba rajado, probablemente sufrió alguna caída. La bruja pensó en enfrentarlo, pero lo descartó: «Bah, mejor después de follar, ya que estamos...».
Con esa idea, entró al dormitorio. Mientras se desabrochaba la capa, apartó un par de manuales sobre motocicletas que reposaban en la cómoda. Debajo encontró una fotografía. Esta no estaba enmarcada y se veía algo desgastada, pero en ella seguían sonriendo los rostros infantiles de Sirius y Regulus. Bellatrix volvió a enterrarla bajo los manuales cuando entró su primo.
—Venga, vamos a ello —comentó Sirius apareciendo con una manta gruesa que con un gesto de varita se colocó sobre la cama.
—Somos unos románticos, ¿eh? —replicó Bellatrix divertida, viendo que ya casi se había convertido en un trámite.
—Lo que tú quieras, primita —murmuró él justo antes de besarla.
Pronto se desnudaron y se enterraron bajo las sábanas. Antes de centrarse en ello, Bellatrix comprobó la marca tenebrosa para asegurarse de que Voldemort no la llamaba sin que ella se diera cuenta (como ya empezaba a ser costumbre). Sirius captó el gesto. Y entonces, pareció dudar y se separó ligeramente.
—¿Qué pasa? —preguntó Bellatrix.
—¿Estás segura?
—Claro... —respondió ella confundida— No es la primera vez...
—Ya... Creo que no es ni siquiera la centésima, hemos aprovechado bien el tiempo —murmuró Sirius. —Pero me refiero a que estás triste, la misión ha ido mal y eso te hace sentir mal. No quiero que luego te arrepientas o estés incómoda.
Bellatrix sintió ganas de llorar. No por el fracaso (que por supuesto seguía muy presente), sino porque era la primera vez que alguien se preocupaba por ella en algo así. Sintió un nudo en la garganta y al final solamente asintió y aseguró que estaba bien. Para superar el momento incómodo, añadió:
—Me he pasado media tarde restregándome contra ti, creo que te lo debo —ironizó con una sonrisa torcida.
—¡Y tanto que me lo debes! Con tus malditos escotes no puedo concentrarme ni cuando habla Voldemort, he aceptado ya varias misiones cuando no estaba escuchando por tu culpa.
Bellatrix rio mientras Sirius volvía a besarle el cuello.
—Y si solo fuera eso... —continuó Sirius sin dejar de tocarla— Pero es que me pone hasta tu cara, no me vale con no mirarte el escote porque hasta tu estúpida cara me excita como nada en este mundo.
La bruja rio de nuevo, feliz por el cumplido. Sirius sonrió también al verla más relajada. Se dejaron de palabras y pasaron a la acción.
Eso fue, sin duda, lo que mejor les salió esa noche.
—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó Bellatrix cuando terminaron.
—Mmm... —murmuró Sirius que todavía trataba de recuperar el aliento— Es un lugar discreto, alejado de todo, como te he dicho. Y hacía tiempo que quería venir a dar vuelta, para asegurarme de que todo seguía en su sitio.
Bellatrix asintió y no indagó más. Igual no hubiera estado mal una vida así... Ella prefería las mansiones, claro, y los lujos y excesos; pero si rebajando el estilo de vida hubiese podido lograr más libertad, tal vez hubiese compensado. Fugarse de casa y evitar así el matrimonio con Rodolphus, una gran ventaja. Convertirse en una traidora ya no la seducía tanto... y, por supuesto, nunca hubiese abandonado su causa. Al final decidió que tomó la mejor decisión dadas las circunstancias. Lo cual no quitaba que admirase el valor que tuvo Sirius para...
—¿Qué es eso? —preguntó sobresaltada.
—¿El qué? —inquirió Sirius que ni veía ni oía nada.
—Se ha aparecido alguien y está viniendo hacia aquí.
—Es imposible que desde aquí oig...
Se tuvo que callar porque Bellatrix le tapó la boca con la mano y cerró los ojos concentrándose. Pronto los abrió con horror.
—Es un aura mágica muy fuerte.
—¿Voldemort? —preguntó Sirius empezando a inquietarse al ver su expresión.
Su prima negó con la cabeza.
—No es tan oscura.
—¿Entonces quien...?
—Solo existe una persona con semejante poder... —susurró muy pálida— Dumbledore.
Sirius abrió los ojos muy sorprendido. Murmuró que era imposible y que, en caso de ser cierto, supondría un problema grave porque él debería estar fuera del país. Bellatrix no lo escuchó. Empezó a pensar que todo había sido una trampa para capturarla. Sirius era un traidor, aunque últimamente no quisiese creerlo. «¿Y ha esperado para avisar a que hubiésemos follado?» se preguntó. Sí, le pegaba, era justo lo que haría su primo.
Se levantó de la cama y buscó su varita. Mientras, Sirius se empezó a vestir. Cuando escuchó el timbre, maldijo en voz alta. Ya no había dudas de que había alguien fuera. Y si Bellatrix había acertado en eso, probablemente también respecto a la identidad del visitante...
—Yo lo entretengo —zanjó Sirius varita en mano cuando terminó de vestirse—. Sal por la ventana del baño y ahí podrás aparecerte.
Sin decir más, salió al salón mientras el timbre sonaba de nuevo. Su comentario volvió a dejar en jaque a Bellatrix. ¿La estaba dejando marchar? ¿Estaba dispuesto a sacrificarse para que ella tuviera opción de huir? Permaneció paralizada en la habitación, dándole vueltas a las pocas opciones que tenía. Escuchó perfectamente la conversación entre los dos magos.
—Albus —saludó Sirius con fingida sorpresa—. ¿Qué haces aquí?
—Buenas noches, Sirius —respondió Dumbledore con voz apacible—. Te hacía en los Cárpatos.
—Acabo de volver, ha habido complicaciones.
La primera posibilidad era avisar a Voldemort con la marca. Los problemas eran que probablemente no llegaría a tiempo y que, como algo saliese mal, acabarían todos muertos o torturados (a mano de uno u otro, daba igual quién, Bellatrix no quería sufrir). La segunda era huir como había indicado Sirius. Pero... ¿Y si Dumbledore sabía que ella estaba ahí? En ese caso también tendría controlada la calle de detrás...
—Qué lástima. ¿Puedo pasar y me lo cuentas? —escuchó Bellatrix que respondía Dumbledore.
—Son las dos de la madrugada, Albus. Creo que puede esperar a mañana.
La bruja no pudo más que admirarse de la sangre fría de su primo. No le temblaba la voz ni parecía asustado. O era una trampa o realmente le sobraba valor (y arrogancia y temeridad). El siguiente comentario de Dumbledore le aclaró el asunto:
—Qué lástima... Esperaba que te entregaras por las buenas. Y confío en que tu querida prima siga tu ejemplo.
Ese comentario hizo que Bellatrix tomara la decisión. Sirius había estado dispuesto a sacrificarse por ella y en ninguna misión había evadido sus responsabilidades (como hacían todos los mortífagos, incluida ella cuando podía). Así que esta vez, no huiría; siendo honesta, tampoco lo veía muy factible...
—¿De qué me estás acusando, Albus? ¿Y qué prima? —preguntó Sirius.
—El problema de la magia es que siempre deja rastro. Sobre todo la oscura. Voldemort lo deja y su discípula también. Bellatrix está aquí y, dado que estás de una pieza, deduzco que vuestra relación se halla en buenos términos —elaboró Dumbledore como si se tratase de una lección escolar.
Con la varita firmemente agarrada y calmando su respiración para sonar también tranquila, Bellatrix se acercó a la puerta.
—Buenas noches, Albus. Es de mala educación llamar a estas horas.
El mago se sorprendió al verla aparecer por las buenas, su primo todavía más. Pero se recuperó pronto:
—Ya estamos todos —comentó Sirius burlón—. ¿Me explicas ahora qué haces aquí?
—Con sumo gusto, eso te lo debo —concedió el mago—. Cuando escapaste de Azkaban, coloqué un hechizo de alarma silenciosa sobre tu piso, por si volvías algún día. No había saltado hasta hoy. Me ha resultado lo suficientemente interesante para venir a investigar. He pensado, además, que podía estar relacionado con el hecho de que tus sentimientos hacia tu prima parecen haber cambiado.
—No creas, no han cambiado, nos seguimos odiando. Solo que ahora follamos de vez en cuando, se nos da muy bien.
Bellatrix abrió los ojos con horror. ¡¿Por qué le estaba contando eso a Dumbledore?! Sospechó con horror que Sirius se veía a un paso del beso del dementor e incluso su salida de la vida debía ser épica. El director también pareció impactado durante unos segundos, pero enseguida se recuperó y fingió no haberlo escuchado.
—En los últimos meses tu reacción al oír hablar de ella ha cambiado. Cuando en una reunión Nymphadora insinuó que a Bellatrix deberíamos matarla en lugar de detenerla, te cambió la expresión. Creí que la matabas ahí mismo.
A Bellatrix le pareció lo más romántico del mundo; iba a morir, pero moriría feliz. A Sirius, por su parte, le fastidió que su temperamento le hubiese delatado.
—No vamos a volver a Azkaban —le advirtió Bellatrix.
—No, querida, me temo que no. Será el beso del dementor sin ninguna duda.
Ella respondió con un bufido, pero notó como su primo sentía un escalofrío. Había cosas que incluso Sirius temía. A la desesperada, Sirius le soltó:
—Sabemos que vas a morir. Y que Harry va a morir.
Logró sorprender a Dumbledore, que le preguntó con sincera curiosidad cómo lo había averiguado. Los Black se miraron. Eso bastó para comprender que si ellos morían sufriendo, el famoso director también sufriría. Fue la bruja quien hizo los honores:
—Tu perrito faldero, Snape —siseó lentamente.
Pese a que la única iluminación provenía de las farolas de la calle, ambos primos pudieron notar como el rostro del director perdía el color. Dedujo bien qué significaba eso, pero por si acaso Bellatrix se lo aclaró:
—Lo torturamos y lo matamos porque... bueno, por tu culpa, Albus —murmuró ladeando la cabeza con fingida tristeza.
El dolor y la culpabilidad atravesaron el rostro del mago. Sirius no pudo evitar rematarlo:
—Pero a ti te da igual, ¿verdad? Tú te vas a morir tan tranquilo y vas a dejar a Harry con todos los problemas que tú has creado.
Tras unos segundos de silencio, el director recuperó la calma y respondió:
—Para mi vergüenza, así será. Pero antes realizaré otra buena labor por la humanidad.
Detenerlos a ellos. Alzó su varita y les arrojó un conjuro petrificante. Sirius, completamente alerta, lo desvió. Así los había entrenado Walburga: él protegía y Bellatrix atacaba. Ahora le tocaba a ella. El problema era que ambos sabían que Dumbledore no le daría el tiempo requerido para arrojar la maldición asesina y cualquier otro conjuro sería inútil contra semejante adversario. Ambos Black temían que fuese incluso capaz de desviar una imperdonable.
—Textus mortem.
Bellatrix lo pronunció en voz alta y sin utilizar la varita porque así era como —presuntamente— funcionaba esa maldición que jamás había empleado. Dumbledore apenas la oyó. Alzó su varita con un potente conjuro aturdidor preparado... Sin embargo, este no llegó a salir de su arma porque la soltó.
El trozo de madera de sauco cayó al suelo y rodó por la hierba alejándose de su propietario. Este se derrumbó también, retorciéndose mientras su cuerpo se iba ennegreciendo.
—¿Qué le has hecho? —preguntó Sirius entre la fascinación morbosa y el temor.
—Extender la maldición de su mano. El Señor Oscuro la creó y me enseñó que si la repites sobre alguien contaminado, muere al momento —murmuró recordando los apuntes que tomó en sus cuadernos de adolescente. — Serán un par de minutos... supuestamente.
Confió ciegamente en que Voldemort hubiese sido sincero y el maleficio funcionara. Por la forma en que Dumbledore se retorcía y lucía cada vez más parecido a un inferius, sospechó que lo fue. Aun así, Bellatrix invocó su varita para evitar que la recuperara.
Cuando comprendió que ya era del todo irreversible y eran sus últimos minutos en el mundo de los vivos, Dumbledore miró a Sirius. Su boca pareció dibujar una pregunta que no logró verbalizar. No le hizo falta, era un claro por qué.
—¿Por qué he cambiado de bando? —preguntó Sirius.
El director hizo lo más parecido a un asentimiento que los espasmos le permitieron. Sirius se lo pensó mientras Bellatrix rezaba porque respondiera, llevaba meses haciéndose la misma pregunta. El mago dejó pasar unos segundos, pero al final decidió complacer al moribundo:
—Dejasteis morir a mi hermano.
Unos segundos de incomprensión en el rostro de Dumbledore. Después, vuelta al dolor y al arrepentimiento.
—Te pedí que lo protegieras como hiciste con los Potter y no lo hiciste. Me da igual que tomara malas decisiones, era mi hermano pequeño, era solo un crío. Él no tenía que haber formado parte de esto. Hubiese podido formar una familia, tener hijos como siempre quiso... Pero no se lo permitisteis. Os advertí que no le atacarais en las batallas, que yo me ocuparía... y recibió cuatro desmaius a la vez. Uno de ellos tuyo. Ni siquiera sé si sufrió al morir. Así que, Albus, tú te lo buscaste.
De nuevo, Dumbledore realizó un ligerísimo asentimiento. Lo comprendía. Obviamente no compartía la decisión, pero no estaba para elaborar un discurso sobre la ética y las decisiones personales... Alzó la vista al cielo y expiró.
Contemplaron con incredulidad el cadáver del mago más poderoso desde Merlín. Esa mañana se había levantado en Hogwarts y había desayunado tan tranquilo. Por la noche, le alertó el conjuro sobre la casa de Sirius y decidió ir a investigar. Y eso era lo último que haría jamás.
Sirius fue el primero que, tras varios minutos, logró centrarse y ejecutó un conjuro pantalla para esconderlos de posibles muggles mirones. Por su parte, Bellatrix sufrió algo peligrosamente parecido a un ataque de ansiedad.
—Otro al que mato sin avisar a mi Señor... —susurró horrorizada— ¡Quería matarlo Él! ¡Me va a matar a mí en su lugar, me...!
—¡Bellatrix! ¡Bellatrix!
Sirius la sacudió por los hombros, pero ella no reaccionaba. Le cogió el mentón obligándola a mirarle a los ojos y con calma le indicó:
—Era él o nosotros. No has tenido opción. Voldemort preferirá que Dumbledore esté muerto a que lo estuviéramos nosotros, ¿no?
—Quería matarlo Él, eso es todo lo que prefería.
—Es cierto que tu jefe no es muy razonable... Pero no tiene por qué enterarse. Ahora trata de respirar, en nuestra familia es muy común morir por problemas del corazón.
Con ayuda de Sirius, Bellatrix se fue tranquilizando poco a poco. Cuando logró volver a pensar con serenidad, decidió que no iba a engañar a Voldemort. Ya trató de ocultarle lo de Snape y no salió bien, no quería volver a esa angustia ni mentir a alguien tan importante para ella. Así que se levantó la manga y presionó la marca. Sirius le preguntó si estaba segura y ella negó con la cabeza, pero lo hizo.
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