Capítulo 2
Pasaba del mediodía cuando Bellatrix despertó. Lo primero que la inquietó fue que entraba el sol en su habitación. ¿Desde cuándo había luz en su celda? Parpadeó varias veces frotándose los ojos, hacía catorce años que no recibían un rayo de sol. Le costó largos segundos comprender dónde estaba. Cuando recordó lo sucedido y, sobre todo, cuando constató que era real (porque había dormido abrazada a su varita), profirió una carcajada que se tuvo que escuchar en toda la mansión.
Era libre, ¡era libre y su maestro había regresado! ¡Por fin terminarían juntos la labor que empezaron!
—Joder —masculló cuando se levantó de la cama.
Le dolía todo el cuerpo y se sentía terriblemente cansada. Las pociones habían ayudado, pero nada era tan milagroso como para eliminar en una noche casi tres lustros de desidia. Habría que ir poco a poco. No obstante, no le preocupaba, se sentía en plena forma para acometer cualquier misión que Voldemort le encargase. Tampoco le preocupaba su aspecto. La noche anterior ni siquiera se había mirado al espejo, repleto de manchas y duendecillos que murieron estampados. En ese momento, lo hizo con un gesto desganado de varita. Y entonces se vio.
Poco quedaba ya de sus rasgos aristocráticos, diluidos en un rostro demasiado pálido. Su melena oscura antaño lisa y brillante era ahora una maraña de enredones sin vida. Las ojeras eran casi tan pronunciadas como la deshidratación de sus labios, cubiertos de pequeñas heridas. Dientes resquebrajados en una sonrisa que realmente daba terror. La delgadez —patente en todo su cuerpo— definía sus huesos dándole una apariencia cadavérica. Los pómulos marcados y sus ojos oscuros —con un brillo salvaje que jamás se apagó— eran los únicos vestigios de la formidable belleza que poseyó.
—¡Crucio! —chilló desquiciada.
No era el hechizo idóneo, pero sí su favorito. Y cumplió su objetivo: el espejo se rompió en mil pedazos que saltaron por los aires. La bruja los apartó de su trayectoria con un gesto del brazo y se dejó caer sentándose en el suelo, agotada. Entonces empezó a llorar. No fueron lágrimas de dolor ni de tristeza... Era rabia, pura rabia.
—Cómo se atreven... ¡cómo se atreven esos engendros impuros y repugnantes! —chilló entre lágrimas.
Lo que le molestaba era que le hubiesen quitado sus años, que los estúpidos del Ministerio hubiesen ejercido tal poder sobre ella. Nunca perdió la esperanza y volvería a actuar igual: jamás renegaría del Señor Oscuro. Pero eso no quitaba la rabia que sentía hacia quienes juzgaron que podían decidir sobre su vida.
—Los mataré... a todos. Y voy a disfrutar tanto... —se prometió cerrando los ojos.
Poco a poco escamparon las lágrimas y regresó la sonrisa. Se lavó la cara y buscó un vestido que no se desintegrase al tocarlo. Mientras caminaba por los pasillos, fue quemando cuadros y destrozando muros a su paso, ¡echaba mucho de menos usar la magia! Tenía que volver a familiarizarse con su arma (aunque por la fuerza de sus hechizos, estaba claro que no la había olvidado).
—Estoy hambrienta —manifestó cuando encontró a su hermana y su cuñado en el salón.
Estaban afanados preparándolo todo para la reunión de la noche. Contaban con ayuda, pero Colagusano era tan insignificante (y encima mestizo) que Bellatrix ni le miró.
—En el comedor —le indicó Narcissa señalando con su varita—. Pero Rodolphus y Rabastan vomitan todo lo que comen, así que no...
No terminó la frase porque su hermana ya se había marchado. A Bellatrix la comida no le sentó mal. Era de las pocas que se comía el mejunje que preparaban los dementores: debía estar fuerte para cuando Voldemort la liberara. Así que no tenía el estómago tan delicado. Dedujo mientras rellenaba su copa de vino que Narcissa y Lucius se habían visto obligados a aprender a cocinar y realizar las tareas del hogar.
—Qué horror, prefiero la cárcel —murmuró—. Al menos cocinaban para mí.
Le daba igual su hermana o los dementores: el mundo estaba ahí para servirla.
Cuando terminó, decidió salir a los jardines para disfrutar del aire no-contaminado. Se encontró a los Lestrange tumbados en la hierba; su postura no se debía al paisaje bucólico, sino a que les costaba mantenerse de pie. Bellatrix no los había visto en todos esos años, sus celdas estaban separadas, pero comprobó que también estaban bastante estropeados. Rodolphus en su día fue esbelto y elegante, Rabastan grande y fornido; ahora se asemejaban más a espantapájaros.
—Hemos mandado a Colagusano a por más pociones —murmuró Rodolphus—, nos hacen falta.
—Yo necesito ropa y no puedo perder el tiempo en ir de compras... Aunque tampoco puedo mandar a ese inútil, claro —meditó en voz alta Bellatrix—. Tarea para Cissy, así se sentirá útil.
Se sentó en la hierba con las piernas cruzadas y se entretuvo usando las maldiciones imperdonables en los pavos reales de Lucius y en los gnomos de jardín.
—Barty escapó, pero le pillaron y le dieron el beso del dementor —informó Rabastan contemplando el cielo con voz ausente—, me lo ha contado Lucius.
Bellatrix arrugó la nariz ante la desagradable idea de hablar con Lucius. Después, procesó la información sobre su compañero de crimen.
—No es gran pérdida, tampoco hizo mucho.
No, ni Barty Crouch Jr. ni los Lestrange hicieron mucho el día de la tortura de los Longbottom... Ella no se lo permitió. No le gustaba compartir su comida y torturar a aquellos dos aurores tan valiosos y apreciados fue la mejor forma de canalizar su dolor por la desaparición de Voldemort. Los tres magos la acompañaron. La apoyaban y se mantuvieron fieles al Señor Oscuro... pero ni su poder ni sus convicciones eran tan extremos. Y tras esos años, sentía que en ellos reinaba la apatía sobre cualquier otro sentimiento.
—¡Ya llegan! —exclamó Bellatrix una hora después.
—¿Cómo puedes oírlos desde aquí? —inquirió Rodolphus frunciendo el ceño.
Aunque se hallaban a muchos metros de la verja de entrada, la bruja era capaz de escuchar los ligerísimos "crack" que acompañaban a las apariciones. Entrenar su oído había sido uno de sus pasatiempos en Azkaban (no hubo muchas opciones de ocio): trataba de escuchar y entender por encima de la tormenta los gritos de los reclusos más alejados. Adoraba distinguir qué chillaban cuando perdían la cabeza. Al cabo de cinco años era capaz de calcular la distancia a la que caía cada rayo solo por su sonido. Transcurrida una década, no solo escuchaba los siseos con los que los dementores se comunicaban, sino que distinguía unos de otros e incluso les atribuyó significados plausibles.
—Igual son las voces de su cabeza —murmuró Rabastan que no tenía ganas de moverse.
Sin embargo, Bellatrix no se equivocaba. Los mortífagos congregados por el Señor Oscuro se asemejaban a una procesión de difuntos. Su aspecto, su expresión, sus ropas... Les harían falta varias semanas de pociones, descanso y alimentación para volver a ser humanos funcionales. Solo unos pocos habían conseguido varitas y la mayoría más que andar, se arrastraban. No así Bellatrix, que se levantó de un salto y corrió a la sala de reuniones. Estaba verdaderamente ansiosa por ver de nuevo a Voldemort. Suspiró aliviada al ver que solo estaban los Malfoy, no llegaba tarde.
Ocupó la silla a la derecha de la que presidía la mesa y se pasó la mano por el pelo intentando peinarlo. Observó a Narcissa y Lucius, también sentados en completo silencio con las manos cruzadas sobre sus regazos.
—¿Qué fue de vuestro vástago? ¿Sigue vivo? —preguntó Bellatrix con absoluto desinterés, de algo había que hablar mientras el resto de mortífagos se iban acomodando.
—Draco está en Hogwarts, tiene quince años —le espetó Narcissa con una mirada fulminante.
—¿Y algo más? ¿O su único mérito es mantenerse entre los vivos? No me malinterpretes, suficiente me parece con semejante padre...
—¡Bellatrix! —bramó Narcissa ensordeciendo la protesta de su marido.
La aludida no replicó, fue la primera que giró la cabeza hacia la puerta. Lo sintió antes que nadie, su magia oscura era muy poderosa y ella siempre fue capaz de percibirla. Voldemort entró sin decir una palabra, con Nagini reptando a sus pies. Ocupó el asiento presidencial y siseó mirándolos uno a uno:
—Por fin estamos todos... Los más fieles que nunca renunciaron a mí... y los cobardes que lloriquearon al Ministro para ser libres. ¿Verdad, Crabbe? ¿Goyle? ¿Lucius?
La única respuesta fue la carcajada de Bellatrix ante la burla. Voldemort se giró hacia ella y la contempló. Bellatrix le mantuvo la mirada, fascinada por el aura de poder que seguía emanando, no tanto por sus rasgos. La noche anterior, en la oscuridad y la tormenta, apenas lo distinguió. Ahora comprobaba que su estado había empeorado o más bien... mutado desde la primera guerra. Parecía menos humano, menos atractivo y más similar a un reptil. La magia oscura siempre se cobraba su precio... pero a ella no le importaba su aspecto, lo veneraba de una forma platónica e idealizada. Era su maestro, su mentor y su ejemplo a seguir.
—¿Algo que comentar, Bellatrix?
La bruja salió de su trance, apartó la vista de las rendijas que Voldemort tenía por ojos y la fijó en su regazo. Negó con la cabeza avergonzada de su ensimismamiento y rezó porque no la castigara. No lo hizo, en ese momento lo importante era la reunión.
—Ahora que nuestro número aumenta, debo hablaros de algo, un objeto que hemos de recuperar del Departamento de Misterios. Se trata de una profecía que nos atañe a Potter y a mí...
A Bellatrix le molestó ligeramente el cambio de tema, hubiese preferido seguir con los insultos a los traidores y las alabanzas hacia los fieles. Pero aun así, escuchó con atención. Comprendió lo que pretendía y lo complicado de conseguirlo en un edificio tan protegido; no llegó a descifrar el objetivo. Así que cuando Voldemort terminó, pidió la palabra con timidez y preguntó:
—¿Para qué necesitamos esa profecía, Señor?
—Creí que había quedado claro, Bella. Debo escucharla completa para saber cómo acabar con Potter.
Bellatrix dio gracias de que su rostro hubiese perdido expresividad. ¿Iban a colarse en uno de los edificios más protegidos del mundo mágico con la Orden del Fénix y los aurores vigilándolo para averiguar cómo matar a un chico de quince años? Que la dejaran a ella, se le ocurrían como cincuenta ideas a cual más creativa.
—Por supuesto, Señor, pero... Es solo una...
Se interrumpió ahí. Al contrario que sus facultades físicas, su inteligencia no se hallaba en absoluto mermada. Bellatrix sabía que las profecías carecían de valor... a no ser que alguno de los involucrados se lo diera. Voldemort cometió el error de hacerlo, de intentar matar a Potter siendo un bebé, creyendo que eso solucionaría el problema. Era una profecía autocumplida, un grave error por parte de Voldemort. Bellatrix ignoraba si se había dado cuenta, pero no iba a ser ella quien le abriera los ojos.
—Es solo una duda —corrigió su comentario con precaución—, pero dado que solo Potter o usted pueden tocarla, ¿cómo podremos conseguirla nosotros?
—Engañaremos a Potter para que la coja, manipularé su mente y lograré engañarlo. Vosotros solo deberéis robársela.
Bellatrix asintió fingiendo convicción. «Por favor, por favor, que alguien haga la pregunta» pensó internamente. Unos segundos después, por primera vez, sintió gratitud hacia su cuñado.
—¿Usted no vendrá, Señor? —inquirió Lucius desconcertado.
Voldemort le dirigió una mirada que hubiese dolido... pero más dolió el crucio que la acompañó como castigo por su impertinencia.
—¿Cuestionas mis decisiones, Lucius? —le preguntó Voldemort mientras el aludido negaba con la cabeza con los dientes apretados y los ojos cerrados— Debo permanecer en la sombra, nadie sabe que he regresado y por el momento deseo que siga así. Iréis vosotros.
Por mucho que lo adoraba, Bellatrix veía que era un plan absurdo. Si lo que pretendía era no llamar la atención, debería tener en cuenta que a mayor número de atacantes, mayor riesgo de ser detectados. Pero se lo guardó para ella. Se preguntó el motivo y —a excepción de la cobardía— nada acudió a su mente. Intentó no pensar en ello y distraerse con la perspectiva de una misión:
—¿Sabemos más o menos cuándo será? —preguntó solicita, dejando patente que estaba ansiosa por actuar.
—En unas semanas. Tengo espías en el Ministerio y en la Orden, se trata de encontrar el momento oportuno.
—Muy bien, Señor. Aunque, en mi humilde opinión, no sé si podemos fiarnos de Snape... Le abandonó en su peor momento, lleva años siendo el perro faldero de Dumbledore, tiene a Potter a todas horas ahí y no ha hecho nada...
—Goza de mi confianza, Bellatrix. No vamos a discutir sobre las lealtades de Severus.
La bruja asintió al momento y se calló. Intentó recordar si antes de Azkaban los planes de Voldemort tenían tantas lagunas. Sospechó que no. Empezaba a temer que tras ser aniquilado por un bebé, su miedo a la muerte se hubiese acrecentado. Eso era preocupante... Pero no se preocupó, volvió a dejar la mente en blanco con todas sus barreras alzadas por si su maestro intentaba averiguar qué pensaba. Le idolatraba, pero aun en su ceguera, era capaz de ver con lucidez los puntos en los que flojeaba.
—Es todo por el momento. Os avisaré a través de la marca para la próxima reunión —concluyó Voldemort—. Lucius, Narcissa... Vuestra casa es nuestra nueva base de operaciones, lo más cómodo será que mis más allegados se queden aquí. Bella, encárgate de proteger el lugar para que advierta si se acercan enemigos y podáis ocultaros.
—Por supuesto, ahora mismo.
No hubo más comentarios. Los mortífagos abandonaron el salón y quienes tenían hogar, desaparecieron. Los Lestrange, Mulciber y Dolohov les comunicaron a los Malfoy que se quedaban ahí. Al matrimonio no le hizo la más mínima ilusión, pero ni se les ocurrió rechistar. Bellatrix salió sola, dispuesta a ejecutar los conjuros protectores.
—Espera un momento, Bella.
La bruja se detuvo y se giró hacia su Señor ligeramente atemorizada. ¿Había hecho algo mal? Antaño su relación era buena, solía adivinar y coincidir con su forma de pensar... pero ahora era todo mucho más confuso e incierto. Se quedó a unos metros de la ventana donde la alta figura de Voldemort acariciaba a Nagini.
—Hay dos cosas ciertas sobre mí: siempre cumplo mis promesas y valoro la lealtad por encima de todo.
—Lo sé, Señor —respondió sin dudar.
—De entre todos, solo vosotros me buscasteis... Y me temo, que de no haber sido por ti, ni siquiera tus compañeros se hubiesen esmerado...
—Yo siempre estaré a su lado —aseguró Bellatrix con los ojos brillantes, emocionada de que apreciara su dedicación.
Hubo unos segundos de silencio durante los cuales Voldemort paseó pensativo junto a la ventana. Después, le contó algo:
—Durante unos años estuve buscando la forma de recuperar mi cuerpo, de vivir para siempre...
Ante la expresión de ligero desconcierto de Bellatrix, le explicó que (entre otras cosas) poseyó a un mago con turbante para poder realizar diversas gestiones. La bruja parpadeó con incredulidad ante la idea de un mago tan poderoso viviendo como un parásito; por supuesto no lo manifestó.
—Ese hombre, Quirrell, tenía una mente brillante, estudiaba libros de vampiros y un día decidió que quería vivir esas experiencias de primera mano. Ahí fue cuando vino a mí.
Bellatrix asintió. No entendía a dónde iban con esa historia, pero se sentía muy agradecida de que la estuviese compartiendo con ella, como en los viejos tiempos.
—Una de las primeras cosas que me sugirió fue un elixir sagrado de los vampiros. Es primordialmente la sangre de Lilith, la primera vampira. Se custodia en los Cárpatos, en una pequeña fuente oculta en un bosque entre las montañas casi imposible de encontrar...
—¿La encontraron? —inquirió la bruja fascinada.
—Por supuesto. Las serpientes, dueñas del bosque, me guiaron... y me ayudaron a conseguir un frasco.
—¿Y le sirvió?
—Desgraciadamente, no. Como otras tantas cosas que probé, no funcionó; al menos, no como yo quería. La sangre de Lilith devuelve la juventud y el vigor físico... pero solo a quien posee un cuerpo no-profanado por magia oscura.
—Lo lamento... Pero encontró un ritual para recuperar su cuerpo, ¿verdad?
Voldemort asintió, pero no le quiso dar más datos. A Bellatrix le extrañó ligeramente, tomó nota mental de estudiarlo cuando estuviera a solas. El mago oscuro sacó del bolsillo de su túnica un frasco lleno hasta la mitad con un líquido carmesí. Lo levitó hasta Bellatrix e indicó:
—Con eso debería bastar. Tu recompensa por haber sido mi más fiel lugarteniente.
Temblando, Bellatrix aceptó el frasco. Cuando alzó la vista para darle las gracias, Voldemort había desaparecido; no era de perder el tiempo con cordialidades.
La bruja contempló el líquido. No tenía ni idea de qué era realmente aquello, ni si sería seguro o peligroso; tampoco sabía cuáles eran sus efectos. Así que por supuesto se lo bebió de un trago. Tenía un sabor entre metálico y salado, poco desagradable para alguien a quien habían alimentado los dementores. No sintió más que un ligero cosquilleo. Regresó a su habitación y se vio igual.
—Tardará unas horas en actuar... si es que hace algo —se dijo.
Le daba igual el resultado, lo importante era que Voldemort le había hecho un regalo y la había elogiado. Guardó el frasco vacío con todo cuidado en uno de sus cajones y se tumbó en la cama para asimilar lo sucedido.
Lucius había sido torturado, ella premiada y tenían una misión en vista. La vida tras Azkaban empezaba extraña... pero bastante satisfactoria.
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