Capítulo 19
—Me he acostado con Sirius —reconoció Bellatrix avergonzada.
—¿Qué? ¡Qué asco más absoluto!
—Ya sé que es mi primo, pero...
—Eso es indiferente. Es un traidor, es lo peor. Eres la bruja más alucinante del mundo, puedes tener a quien quieras.
—Pero no tengo a nadie. Solo a mi marido y es penoso. Sirius es salvaje, apasionado, sabe lo que hace y no veas lo enorme que es su...
—¡Bella!
—Iba a decir su varita.
—Ah...
—Para referirme a su pene.
—¡Bellatrix! ¡¿Por qué tienes que contarme eso?!
Bellatrix rio divertida. Después, más seria, reconoció que no tenía a nadie más a quien contárselo. Y deseaba contarlo porque había sido extraordinario.
De todas maneras, no hubo tiempo a más detalles porque la marca tenebrosa ardió en su muñeca. Todavía no había regresado a la mansión, tenía miedo a la reacción de Voldemort tras la misión. Resultaba tan imprevisible que igual se enfadaba porque hubieran matado a la familia en lugar de convencerlos.
Apareció en la mansión, recogió el Profeta y entró al salón, donde de nuevo estaban los mortífagos reunidos. Parecían haber pasado mala noche. Rodolphus se giró hacia ella y le preguntó dónde había estado todas esas horas.
—Por ahí con unos amigos.
—¿Tú tienes amigos? —inquirió Rodolphus frunciendo el ceño.
Ambos se callaron cuando escucharon un siseo. Voldemort estaba en la sala, al fondo, casi camuflado con las cortinas oscuras. Bellatrix se disculpó al momento.
—Tus compañeros ya han sido castigados por su fracaso... —siseó el Señor Oscuro.
Eso explicaba las malas caras. Se habría metido en sus mentes (o simplemente les habría preguntado) y vería que la noche anterior huyeron como ratas al ver a los centauros.
—Pero tú últimamente tienes la costumbre de no aparecer cuando te llamo.
¿La había llamado? Esa fue la primera pregunta que se hizo. La segunda fue si sería razonable explicarle que no había sentido el dolor en su muñeca porque el placer que le dio su primo en todo el cuerpo lo eclipsó. Calculó que no.
—Pero ya que estás aquí... —siseó Voldemort alzando la varita.
Ahí la bruja comprendió que no estaba al tanto de las noticias, no se había desplazado al lugar de los hechos...
—¡Espere! ¡Lo hice! —chilló Bellatrix— Lo hicimos —se corrigió con fastidio.
Levitó el periódico hacia Voldemort que lo atrapó en un segundo. No necesitó abrirlo: en la portada se veía la casa de los Scamander —o más bien los escombros de esta— ardiendo en un fuego colosal. Varios magos del Ministerio trataban de apagar las llamas con gran dificultad. La noticia decía que el origen del fuego era desconocido: quizá había sido una de las criaturas ígneas que criaba Scamander (pese a que todo el mundo le advertía que eran peligrosas) o acaso un ataque personal... Pero no tenían pruebas de nada. Los aurores estaban ya investigando.
—Todos muertos... —leyó Voldemort— Esa fue la forma en que vencisteis a los centauros... Matándolos a todos sin preguntar.
—No, Señor —negó Bellatrix dolida porque pensara que había tomado el camino fácil—. Primero matamos a los centauros uno a uno, luego transmití su propuesta al matrimonio y cuando se negaron, los maté. Tal y como usted indicó.
Voldemort la miró fijamente a los ojos. Ella hizo lo mismo y despejó su mente proyectando únicamente el recuerdo de la noche anterior. Sintió como el Señor Oscuro lo observaba todo con gran atención. Bellatrix lo cortó en el momento en que la casa empezó a derrumbarse; no necesitaba compartir porno gratis con su maestro.
Cuando vio que la mente de Bellatrix se quedaba en blanco de nuevo, salió. Mantuvieron las miradas unos segundos más, mientras el resto de mortífagos la contemplaban entre el odio y la curiosidad.
—Tú y Black matasteis a una manada de centauros y después a una de las más reputadas familias del mundo mágico...
Bellatrix asintió nerviosa, sin saber si eso era bueno o malo. El resto de sus compañeros sintieron admiración y envidia mal disimulada.
—Últimamente te están saliendo las cosas sorprendentemente bien — siseó el mago oscuro.
«Quizá porque soy buena en lo que hago» pensó Bellatrix molesta porque no reconociera su esfuerzo. No lo dijo y Él no añadió nada. Amenazó de nuevo al resto de mortífagos, le dirigió una última mirada y antes de marcharse comentó:
—Si la semana que viene tengo un rato libre, vendré para entrenar. Estate preparada, no me hagas perder el tiempo.
Más feliz, la bruja asintió. Era una gran recompensa.
—Mírala qué contenta porque le han dado un premio... —masculló Lucius cuando Voldemort se fue.
—O porque no la han torturado —replicó Rodolphus.
A Bellatrix le brillaban los ojos y hasta la piel... y sentía ganas de arrancarse ambas cosas porque el motivo no era Voldemort ni ningún premio. Era otro que no podía confesar a ninguno de los presentes.
Así que se encogió de hombros y subió a su habitación. Mientras se duchaba pensó que objetivo logrado. Por supuesto ya se arrepentía... y ya deseaba repetir. Pero no iba a permitir ninguna de las dos cosas. Tenía que quitarse del medio lo de acostarse con su primo, era algo que tenía que suceder y ahora ya estaba, a seguir con su vida. Además ahora tenía los recuerdos. Podría usar el pensadero de Lucius para verlo en tercera persona... No descartó el plan, pero trató de no pensar más en su primo durante las siguientes semanas.
Voldemort cumplió su palabra: el jueves siguiente apareció en la mansión y entrenó con ella. Eso hizo a Bellatrix inmensamente feliz. Y más cuando repitieron la siguiente semana y también la que llegó después. Notaba que su maestro disfrutaba con ella, lo pasaba bien entrenando y perfeccionando sus conjuros. Aunque por supuesto Él jamás lo manifestaba.
Al tercer día lucharon en el jardín en lugar de en la sala de entrenamiento. Llovía, hacía viento y mal tiempo y Voldemort era partidario de curtirse en escenarios adversos. A Bellatrix le parecía muy bien. Estaba tan embebida en el duelo que ni siquiera notó que tenían un espectador. Siguió centrada en evitar que Voldemort la derrotara. Pero Él sí que lo notó. Lo ignoró hasta que quince minutos después dio el entrenamiento por terminado y preguntó:
—¿Quién dirías que ha ganado, Black?
Bellatrix se giró sorprendida y vio a su primo. Habían pasado casi dos meses de su último encuentro y ella hubiese preferido que siguiera corriendo el tiempo. Pero ahí estaba, empapado bajo la lluvia con la misma actitud chulesca.
—Usted, por supuesto —respondió alzando la voz para hacerse escuchar sobre la tormenta. —Mi primita no ganaría ni a un gnomo de jardín.
Bellatrix bufó con fastidio. Sirius no trataba de adular a Voldemort (como todos los demás), sino de fastidiarla a ella. Era consciente de ello y le molestaba igual. Los tres sabían que era mentira: si Voldemort no la había derrotado era porque no podía, cada vez le costaba más y muchas veces quedaban en empate. Pero por supuesto el traidor asqueroso jamás reconocería eso. Ansiaba torturarlo, ni la varita usaría. Primero habría que petrificarlo, claro, pero luego lo estrangularía con sus propias manos. Disfrutaría viendo como su rostro perdía el color, sus ojos tornaban vidriosos mientras la vida los abandonaba... Se contuvo porque quizá a Voldemort no le parecía adecuado.
Su enfado se multiplicó cuando vio que su maestro se alejaba para hablar con Sirius. Probablemente solo iba a ponerle al día de los asuntos de la Orden, pero le molestó que la dejaran al margen. Su Señor debería saber que su primo no le contaría nada de provecho, ese idiota no tenía ninguna utilidad... Bueno, una sí. Pero confiaba en que esa no la compartieran...
Le irritó percatarse de que estaba celosa y esta vez era de su maestro: ella vio a su primo primero, desde que nació. Literalmente. Walburga insistió en parir en casa rodeada de su amada familia y Bellatrix, con tres años, estuvo ahí viendo a la criatura pringosa y llorona que salió de entre sus piernas.
—Quizá viene de ahí mi fobia a los hijos... —reflexionó.
Se apartó el cabello mojado de la cara y entró a casa para ducharse y cambiarse de ropa. Por mucho que lo intentó, no pudo quitarse a su odioso primo de la cabeza.
—Quizá no me haría falta matarlo... —se dijo mientras se secaba el pelo con la varita.
Bastaría con torturarlo un ratito, como a los Longbottom. Hasta que perdiera la cabeza... Así podría conservarlo dócil para lo que ella deseara. Era un buen plan, quizá cuando ganasen la guerra Voldemort se lo permitía como premio. Con esa idea, se animó un poco y se metió en la cama a leer un libro de magia oscura. Se quedó dormida así.
—¿Cuánto crees que tardará en quedarse viuda? —preguntó Narcissa una mañana.
—No mucho —murmuró Bellatrix echándole un chorro de whisky al té—. Pero tampoco notará diferencia, ¿no? Es como estar casada con un duende... repulsivo, antinatural.
Las dos hermanas rieron. La caza de magos y brujas nacidos de muggles había comenzado y a ambas les parecía no solo necesario sino divertido. Su relación había mejorado. Con la llegada de la primavera, Narcissa estaba más optimista: había más luz, podían bañarse en la piscina, quedaba menos para las vacaciones de verano, nadie había vuelto a mencionar el tema de Dumbledore... Había optado por aferrarse a lo positivo.
—¿Y ella? ¿Crees que sobrevivirá?
—Las cucarachas cobardes y traidoras son muy resistentes... Aunque si el Señor Oscuro me diera permiso para buscarla...
—Es de sangre pura, no te lo dará —la interrumpió Narcissa.
—Por el momento. Y siempre me queda su prole, supongo que eso le dolerá también...
—Más que su propia muerte, Bellatrix.
—Entonces me sirve —sonrió satisfecha—. ¿Vas a bajar a la piscina?
Narcissa asintió. Su hermana murmuró que entonces ella iría por la tarde. Uno de sus mayores miedos era ver a Lucius en bañador y trataba de evitarlo a toda costa. Tampoco le gustaba el sol, por eso no solía coincidir con nadie en los jardines. Ella bajaba los días nublados, generalmente con un libro que leía junto a la piscina: le entretenía ahogar a los gnomos con mil conjuros diferentes y que sus cadáveres flotantes recibieran a Lucius a la mañana siguiente.
Una mañana estaban los Malfoy tomando el sol y limpiando con repugnancia cadáveres de gnomos cuando Voldemort apareció en la mansión. Corrieron a vestirse y se reunieron junto a los Lestrange en el salón.
—Es el momento de negociar con los gigantes —sentenció el Señor Oscuro. — Hay una tribu muy numerosa al noreste de las montañas de Minsk. Se trata de convencerlos, os indicaré cómo. Ya nos apoyaron durante la primera guerra, no será complicado.
Bellatrix abrió los ojos con interés. Los gigantes tenían su propio idioma y, aunque no eran tan inteligentes como los magos, tampoco eran tontos como los trolls. Ella nunca había visto una colonia. Le pareció una misión emocionante.
—Por supuesto habrá que ser discretos. Dumbledore querrá convencerlos también, probablemente intenten rastrear nuestros movimientos para actuar en consecuencia... Pero fracasarán —aseguró Voldemort.
—Por supuesto, Señor —respondió Bellatrix convencida.
—Lucius, Rodolphus, iréis vosotros. Partiréis en dos días.
La sorpresa fue mayúscula para todos. El patriarca de la familia Malfoy, con un elegante batín verde oscuro para cubrir su traje de baño, parecía lo más alejado a un reclutador de gigantes. Y Rodolphus... Siempre fue bueno en las persecuciones, se movería bien por las montañas, pero aun así Bellatrix los vio bastante mala opción. Desde luego peor que ella.
—¿Yo no voy, Señor? —preguntó casi en voz baja— Supe hacer bien lo de los Scamander y también lo de la chica Grindelwald.
—Prefiero que te quedes aquí por si surge algo.
Bellatrix ya no supo si era un castigo o un premio. Desde luego se estaba mejor en la mansión con su cama triple que durmiendo en cuevas y cazando la comida, pero aun así... No era la misión en sí, era el hecho de no ser elegida.
Tanto su marido como su cuñado se hubiesen cambiado por ella gustosos. Se habían quedado completamente pálidos, asustados, con decenas de preguntas que no se atrevían a formular. Ellos dos se quedaron con el Señor Oscuro para tramar el plan, el resto tuvieron que salir de la habitación.
—Es otro castigo... —susurró Narcissa— Por el fallo de Lucius...
—Acumula varios fallos —murmuró Bellatrix—. El de la profecía, el de buscar a la chica Grindelwald, el otro día cuando huyó en cuanto vio a...
No continuó con la lista porque su hermana se alejó indignada. Ella se encogió de hombros y continuó con sus labores. Dos días después, salieron a despedir a sus respectivos maridos.
—Todo irá bien, Cissa, no te preocupes —aseguró Lucius abrazándola, logrando sonar más seguro de lo que estaba.
—Lo sé, confío en ti. Pronto estarás de vuelta —respondió ella.
—Si te matan, tú tranquilo, lo superaré —fue la despedida de Bellatrix a Rodolphus—. Ser viuda suena tremendamente elegante.
—Llevas décadas tratando de librarte de mí y aquí seguimos, Bella. Esto ya no lo separa ni Merlín.
La bruja chasqueó la lengua con fastidio, no le faltaba razón. Volvió a sonreír cuando lo vio salir de la mansión junto con Lucius y desaparecieron los dos.
—¡Libertad! —exclamó Bellatrix muy contenta— Voy a llamar a Kreacher, a ver si puede preparar una cena de celebración.
Se aferró a esa idea y no al hecho de haber sido rechazada una vez más para una misión. Continuó con sus tratos con criaturas de la noche y extorsionando a familias de sangre pura y mestizas.
Una tarde volvió a casa tras matar a un par de aurores sangre sucia y como estaba nublado decidió bajar a la piscina. Lo hacía con su atuendo habitual, no se bañaba nunca: bastante agua tuvo en Azkaban. Pero leía mejor con luz natural, sobre todo los manuales de magia oscura ancestral, que requerían mucha concentración para interpretarlos. Estaba centrada en eso, en descifrar un viejo maleficio de tortura medieval, cuando el estruendo de alguien zambulléndose en el agua la perturbó.
—¡Qué haces aquí! ¡Lárgate! —protestó al momento.
Sirius nadó hacia el borde más próximo a ella y se apoyó ahí, contemplándola divertido.
—Es una situación curiosa: por orden de tu dueño, le conté a Dumbledore que había oído que iban a mandar a dos mortífagos a negociar con los gigantes. Le interesó mucho y me pidió que continuara investigando, que les siguiera yo mismo para ver qué hacían.
—¿Y eso qué coño tiene que ver con que te estés bañando en nuestra piscina?
—Que obviamente no voy a seguirlos, menuda pereza. Pero tampoco puedo quedarme en casa o pasear por Londres porque Dumbledore podría enterarse de mi deslealtad... Voldemort me dijo que lo más cómodo es que me quede aquí. Él mismo ha protegido esta mansión y aquí es imposible que me encuentren. Tu hermana me ha preparado la mejor habitación.
«Y un cuerno» masculló Bellatrix levantándose al momento. Fue en busca de Narcissa, que le confirmó que eran órdenes del Señor Oscuro. Aun así, Sirius le había dicho que no los soportaba ni a ellos ni a la casa, pasaría ahí solo el tiempo justo. Eso no tranquilizó a Bellatrix. Con lo feliz que se prometía su tarde...
No iba a permitir que su estúpido primo perturbara sus planes y menos en su propia casa. Volvió al jardín y se acomodó de nuevo en la hamaca con su libro. Sirius seguía nadando sin prestarle atención.
A Bellatrix le costó concentrarse. Sirius en bañador era lo opuesto a Lucius en bañador: lejos de causarle nauseas, le hipnotizaba mirarlo. Seguía delgado tras Azkaban, pero con los abdominales marcados, los brazos y las piernas fuertes, cubierto de tatuajes y ni un solo pelo fuera de la cabeza; Bellatrix agradecía mucho eso, el pelo solo le gustaba en los animales. Y sí, el bañador negro era elegante y cumplía su función, pero... tenía recuerdos de sobra para completar la imagen.
—Céntrate, maldita enferma pervertida —masculló en voz baja tras quince minutos de contemplación.
Volvió a mirar su libro (mirar, porque leer poco) y se obligó a no levantar la vista. «Bien, así, este es el camino, Bella» se alentó internamente.
—¿Qué lees?
Su molesto primo había salido del agua, con el cabello y el cuerpo empapados y se había acercado a ella. La respuesta fue un gruñido. Sirius le levantó un poco el libro para mirar la portada y leyó en voz alta: "Los secretos del arte de la tortura". Bellatrix alzó la vista sorprendida y le preguntó:
—¿Sabes leer latín? Es más, ¿sabes leer?
Sirius puso los ojos en blanco. Le recordó que por supuesto, les enseñó la tita Druella.
Mientras la madre de Sirius se ocupó de formarlos en duelo, la de Bellatrix se centró en que tuvieran cultura. Druella les enseñó francés, italiano y alemán; pero también latín, griego antiguo e incluso a leer jeroglíficos. Los instruyeron desde pequeños, sin ninguna confianza en lo que aprenderían en Hogwarts. Solo ellos dos recibieron tan completa formación: ambas mujeres solo tuvieron tiempo para enseñar a sus primogénitos. En la inteligencia de sus hijas menores Druella tenía menos confianza y Walburga a Regulus se centró en darle el cariño que nunca le dio a Sirius.
—No pensé que recordaras nada, tienes el cerebro de un troll —murmuró Bellatrix.
Sirius no respondió. Había cogido una toalla y ahí estaba secándose. La bruja, de nuevo, se lo quedó mirando demasiado fijamente. Le salvó que su expresión seguía siendo de odio, así que podía parecer que solo lo miraba intensamente con desprecio.
—¿Entonces quieres o no? —le preguntó Sirius con desgana— Me aburro tantísimo como para hacerlo contigo.
Ahí fue cuando la bruja comprendió que su primo le había preguntado algo y ella ni lo había escuchado. Pero claro, no estaba mirándole a la cara... Le dio vergüenza reconocerlo, así que lo meditó y se la jugó:
—Bueno...
¿Qué había aceptado? La opción evidente no le parecía mala. Pero al ver que Sirius se vestía con un gesto de varita, dedujo que no era eso.
—Hay sala de entrenamiento, ¿verdad?
—Ah... Eh... Sí, vamos —respondió Bellatrix.
Vale, había aceptado practicar duelo. Ese siempre era su plan favorito; Sirius era la única persona con la que se le ocurría otro mejor... pero no iba a volver a suceder.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro