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Capítulo 18

—¿Cómo vamos a hacerlo? —preguntó Sirius viendo que ahora sí había luces encendidas en casa de los Scamander— ¿Por dónde nos colamos?

—Llamamos a la puerta y que nos abran, yo no me cuelo como una vulgar sangre sucia —sentenció Bellatrix.

Sirius sonrió contra su voluntad, le gustaba su estilo. Se quedó un par de pasos detrás y caminaron hacia la casa. Con la varita en la mano pero relajada y la daga en la cintura, Bellatrix llamó a la puerta. Tardó en abrirse y cuando lo hizo apenas se vio una rendija. Pero estaba oscuro y era difícil distinguir a los Black, así que tuvieron que abrir más.

Una anciana con aspecto severo que ocultaba cierto nerviosismo aguzó la vista para intentar verlos mejor. Su cabello era gris y su cara un mapa de arrugas, pero mantenía un porte elegante y unos ojos muy peculiares; recordaban a los de una salamandra. Tina Goldstein, la famosa exauror.

—¿Quiénes sois? —preguntó apuntándoles con la varita.

Bellatrix puso los ojos en blanco, ofendida de que no la reconociera. Realmente esa gente llevaba tiempo viviendo como ermitaños...

—Tenemos una propuesta laboral, por así decirlo —sonrió Bellatrix ampliamente.

—No queremos nada.

Tras ella apareció un hombre mayor, de cabello blanco arremolinado y aire risueño. Bellatrix reconoció al legendario Newt Scamander. Les apuntaba también con la varita, pero quedaba claro en su postura que no deseaba conflictos. Mejor para ellos.

—Solo será un momento —aseguró Bellatrix evitando con un conjuro que les cerraran la puerta.

—¿Y los centauros? —preguntó Scamander en voz baja a su mujer— ¿Por qué no están aquí?

—Oh, sí que están —aseguró Sirius—. Ahora mismo no creo que puedan ayudar mucho... pero, oye, quién sabe.

Logró que su prima soltara una carcajada y él sonrió también. Se escucharon entonces gritos en la planta de arriba de la casa, alguien preguntando quién era. Bellatrix resumió su propuesta: unirse a Voldemort o morir.

—Jamás apoyaremos a Voldemort —le espetó Tina Goldstein y seguidamente le arrojó un conjuro paralizante.

Bellatrix lo repelió y Sirius volvió contra Scamander un desmaius que este le había lanzado. Tina gritó asustada, pero como exauror, tenía reflejos. Aprovechó que la bruja oscura se había alejado de la puerta y la cerró bloqueándola con varios conjuros.

Al momento Sirius le reprochó a su prima lo torpe que había estado. Viendo los destellos blancos dentro de la casa, quedaba claro que estaban bloqueando todas las entradas y convirtiéndola en un bunker. Bellatrix se encogió de hombros.

—No iban a unirse.

—Está claro que no. Pero ahora huirán y...

Se interrumpió al ver que Bellatrix volaba la chimenea, que se derrumbó al momento sobre el tejado. Seguidamente, de su varita empezaron a brotar olas de fuego que envolvieron la casa. Sirius se alejó de forma inconsciente y observó el espectáculo. Había una belleza innegable en los movimientos enérgicos pero precisos de Bellatrix, en la forma en que guiaba el fuego incluso con su propio cuerpo, que más que moverse se deslizaba. Era la bruja más elegante que había visto.

Un minuto después toda la casa —del tejado a los cimientos— estaba en llamas. Se escucharon gritos dentro cuando comprobaron que habían destrozado la chimenea y con ella su acceso a la red flu. También improperios cuando trataron de aparecerse, aun sabiendo que no podían hacerlo dentro del edificio. Cuando no quedó otra, trataron de abrir la puerta para crear una brecha en el muro de fuego. Ellos no lograron salir, pero las llamas entraron cual bestia indómita. Pronto dejaron de oírse gritos. Solo chasquidos del crepitar del fuego y el estruendo de la construcción derrumbándose.

—Acabas de matar a uno de los magos más famosos del mundo mágico moderno —comentó Sirius sin apartar la vista del espectáculo.

—Sí... Eso es lo mejor... Esta mañana se ha levantado con sus decenas de libros publicados, sus premios y sus reconocimientos, el amor de su gente... Me ha dicho que no y ahora está muerto. Para siempre. Eso es el poder —susurró Bellatrix extasiada.

Continuaron contemplando las llamas varios minutos, en silencio, con la respiración agitada. Tenían heridas y pequeños cortes de haber corrido por el bosque, barro en sus botas, salpicaduras de sangre de los centauros y ceniza que se iba posando sobre ellos. Pero no lo notaban. Estaban completamente eufóricos.

Un fuego colosal ante ellos y cadáveres de centauros justo detrás. Se miraron. Bellatrix vio en los ojos grises de su primo la misma excitación que sentía ella tras matar y que nunca había visto en nadie más. La impresionó tanto que se quedó paralizada.

Todavía exaltado, fue Sirius quien habló:

—Podemos hacerlo... Con menos... tendré cuidado... Solo esta noche y seguimos odiándonos.

No parecía capaz de tener cuidado ni para respirar. A Bellatrix eso le daba igual. Le preocupaban las repercusiones, el respeto (o la falta de él) que se tendría a sí misma después. Pero viviría con ello, no podía más.

Un breve asentimiento fue toda la respuesta que necesitó Sirius para besarla. El sabor, mezcla de fuego y sangre, fue extraño, pero a ambos les resultó glorioso.

Se separaron cuando Bellatrix escuchó el zumbido de escobas. Alzó la vista al cielo y no vio nada, solo humo, pero sabía que se acercaban. Le tendió la mano a su primo y tras dudar un segundo, Sirius la agarró y desaparecieron.

—¿Dónde estamos? —preguntó Sirius mirando a su alrededor— Ah, el Callejón Knockturn.

Bellatrix le ignoró, andando con rapidez y decisión. Se cruzaron a una joven arpía y a un cíclope tambaleante, pero en ese lugar nadie se fijaba en los transeúntes; todos vivían presos en sus propios infiernos.

Llegaron a Bloody Wonders, abierto y con un par de vampiros en la barra. Bellatrix saludó a Eleanor con un gesto rápido.

—¡Hola, cielo! ¡Hola, guapo! —los saludó la dueña. No comentó nada del aspecto de ambos, era lo habitual en los locales de esas callejuelas.

—Eh, estuve aquí la otra noche —comentó Sirius—. Hola, encanto —respondió a la pizpireta Eleanor.

—¿Se fue ya...? —inquirió Bellatrix sin completar la pregunta.

—Sí, se quedó una semana. Pero me dijo que volverá para...

«Ayudar a Voldemort» era como terminaba la frase, ambas lo sabían. Pero Eleanor tampoco lo verbalizó al entender que Bellatrix no quería que su acompañante se enterase de la historia de Glicelia. La bruja oscura asintió y le indicó que subían a su habitación. Eleanor le lanzó la llave y la atrapó al vuelo.

—No sabía que hubiera habitaciones arriba —comentó Sirius mientras ascendían por la escalera lateral, completamente oculta.

—¿Es que no te callas nunca? —gruñó Bellatrix.

Su primo iba a contestar que por supuesto que no, adoraba el sonido de su voz. Pero la bruja le besó para callarle de una vez. Funcionó. Se besaron con la respiración entrecortada mientras accedían a la pequeña habitación. Se desnudaron mutuamente y ya en ropa interior, Sirius murmuró: «Espera».

Cuando vio que sacaba la varita, Bellatrix se maldijo a sí misma. La suya estaba en el bolsillo de su capa, de nuevo en el suelo. ¿¡Cómo había podido quedar desarmada ante uno de sus mayores enemigos!? Por su propia estupidez, lo tenía claro, y por un deseo animal que no había sentido en la vida. Miró a Sirius intentando parecer serena y no mostrar el miedo y la rabia de que pudiera matarla sin opción a defenderse. No creyó que actuara así, quizá solo la detenía y la entregaba al Ministerio, pero eso era aún peor, más humillante...

Le sorprendió todavía más que murmurara sobre ambos un par de hechizos sanadores y otro de limpieza. Las heridas desaparecieron y no solo quedaron limpios, sino que Bellatrix experimentó la sensación de frescor inherente a la ducha. Estaba pensando de nuevo con fastidio en lo buen mago que era Sirius cuando él la besó de nuevo y ambos cayeron sobre la cama.

—¿Quieres que usemos...? —preguntó él mientras Bellatrix se deshacía de la ropa interior de ambos.

Ella negó con un gruñido y al poco añadió:

—Tome una poción de infertilidad permanente a los dieciséis.

Sirius la miró tan sorprendido que Bellatrix se preguntó si debería avergonzarse o algo. La respuesta era otra:

—¡Yo también! ¡A los dieciséis! La estrella de mi vida soy yo, tener críos era mi boggart.

Bellatrix no supo si era verdad o exageración, pero también le resultó una idea aterradora. La olvidó al momento porque Sirius empezó a besarle el cuello y a descender por su cuerpo. Le molestaba que él tomara el control, pero dejó de tener quejas cuando le separó las piernas y empezó a usar su lengua. Comenzó despacio, observando sus reacciones para estar seguro de que ambos disfrutaban.

—Joder —gimió Bellatrix incapaz de reprimirse.

Quedó claro que la cosa iba bien. Sus gemidos alentaron a Sirius, que continuó con su labor. No se dio prisa ni buscó la ruta más rápida para terminar pronto; disfrutó del proceso y Bellatrix pensó que si la mataba después, habría merecido la pena.

—Y-ya, ya casi... —jadeó varios minutos después.

Era su forma de transmitirle que era el momento de que cambiara de posición si quería formar parte más activa del asunto. Pero él no lo hizo, siguió succionado y arañándole suavemente los muslos hasta que Bellatrix terminó. Y aun entonces, siguió con su labor para prolongarlo lo máximo posible.

—Joder —repitió Bellatrix, cuyo léxico se había reducido de forma directamente proporcional al placer.

Le costaba respirar incluso más que durante la batalla, le temblaban las piernas y se sentía mucho más desahogada y en paz con la vida. Sirius se tumbó a su lado y la contempló con su sonrisa de superioridad. Había saldado una deuda pendiente: demostrar que en eso también era el mejor y terminar lo que empezaron la noche del baile.

No obstante, estaba claro en su cuerpo que no había sido suficiente para que terminara él también. Aquello dejó a Bellatrix perpleja. Ni le había exigido reciprocidad ni la estaba agobiando para que le ayudara. Nunca había estado con un hombre (ni con una mujer) así. Quizá porque sus elecciones en la vida no solían ser las mejores, pero aun así...

—Vale —se alentó pocos minutos después, haciendo acopio de una energía que no poseía.

Quizá energía no le quedaba, pero orgullo sí y mucho. No necesitó acercarse a su primo porque estaban pegados: la cama no era grande. Empezó lamiéndole la mandíbula y pronto pasó a mordisquearle el cuello y los hombros. Él se dejó hacer sin protestar, gruñendo suavemente mientras sus manos recorrían el cuerpo de la bruja.

Entre el placer de morder y dejarse llevar y las manos de Sirius masajeando su pecho, Bellatrix pronto volvió a sentirse excitada. Sirius le permitió ocuparse a ella y Bellatrix volvió a asombrarse con fastidio de que alguien pudiera estar tan dotado en todos los campos. Fue lo mejor que había sentido nunca, la primera vez que encontraba algo superior al duelo.

—Más rápido —jadeó ella, clavándole las uñas en los hombros sin dejar de moverse.

—Joder, Bella —gruñó él cuyo vocabulario también se había esfumado.

Obedeció mientras la bruja ahogaba un gemido de placer. Ambos intentaron contenerse, prolongarlo... pero duraron bastante menos de lo que hubiesen deseado. No les hizo falta ni avisar, alcanzaron la cima a la vez. Les costó separarse, sudorosos y eufóricos, incapaces de pronunciar palabra.

Bellatrix miró al techo con la mente en blanco (o más bien con la mente —y el resto del cuerpo— ardiendo) e intentó impostar una expresión neutra. Como si aquello no fuese lo más intenso que había vivido en la vida. Ni siquiera se atrevió a mirar a Sirius.

Pasaron largos minutos, suficientes para haberse quedado dormidos, pero ninguno cerró los ojos. Al final fue el mago quien habló:

—Siento haber sido demasiado brusco la otra vez. Te odio y deseo que sufras... pero no así.

Bellatrix no comprendía las emociones humanas, pero a su primo sí. Supo que era algo que necesitaba decirle y le había costado todo su valor. Por eso, fue sincera también:

—No fuiste tú. Me suele encantar brusco, pero no... No estoy muy bien últimamente. No me refiero a físicamente, si no que no tengo humor para...

—Ya, te entiendo —la cortó él.

—¿Qué vas a entender tú? —se burló ella— Tú estás preparado siempre, sea como sea.

—No te lo voy a negar —reconoció Sirius chasqueando la lengua—, pero... últimamente tenía demasiadas ganas, llevaba tiempo sin hacerlo.

También le costó reconocer eso. Bellatrix asintió y no respondió. Hasta que una explicación cruzó su mente. Se giró hacia él y preguntó:

—No me digas que desde antes de Azkaban...

Con rabia, pero también ligero humor por el absurdo, Sirius asintió. Bellatrix se rio.

—Si llego a saberlo no te hubiera frenado la primera vez. Soy cruel pero no tanto.

Ahí fue el mago quien se rio. Aun así, Bellatrix no podía dejarlo pasar. Esta vez no trataba de humillarlo, era genuina curiosidad:

—Pero ¿cómo es posible? ¿No encontraste a ninguna amiga? ¿Ninguna chica en bares o algo así?

—Estaba demasiado centrado en vengarme... Sí que hubo chicas que se hubieran prestado gustosas —se jactó con su arrogancia habitual—. Pero yo qué sé, tras tantos años pensé que era como volver a ser virgen, quería que fuese especial.

Bellatrix soltó una sonora carcajada. Estuvo a punto de responder que había sido un honor encargarse ella, pero se contuvo. Sirius la miró y sonrió.

—Tú estuviste catorce años ahí dentro, entiendo que al salir exprimirías a tu marido...

—No creas, yo me masturbaba mucho en Azkaban.

Sirius volvió a reírse y masculló: "Familia mía tenías que ser, indudablemente". Bellatrix dibujó una pequeña sonrisa y añadió:

—Sí que es verdad que cuando salimos a Rod le partí una costilla... —comentó recibiendo otra risotada de su primo— Me tiene miedo ahora... Miedo y desprecio. Creo que antes no era así, aunque apenas lo recuerdo. Nos jodieron la vida.

—Sí que lo hicieron —convino Sirius.

Bellatrix asintió. Optó por aprovechar aquel momento de confesiones, la relajación postcoital, para obtener la información que verdaderamente deseaba:

—Eres un traidor, ¿verdad?

—A muchos niveles —aseguró Sirius.

No era una respuesta útil. Así que preguntó de forma más directa:

—¿Qué le contaste al Señor Oscuro para convencerlo?

Sirius rio entre dientes al ver su estrategia y respondió sin pensarlo:

—Bellatrix, no te voy a contar mis secretos como si hubiese tomado veritaserum solo porque hayamos echado el mejor polvo de mi vida.

No era la respuesta que buscaba, pero igualmente agradó a Bellatrix que abrió los ojos con sorpresa. Su primo los cerró con fastidio por la confesión espontánea. Esta vez fue triunfal la sonrisa que se dibujó en el rostro de la bruja; le encantaba que le dijeran que era la mejor.

—Borra esa estúpida sonrisa —masculló Sirius.

Ni siquiera la miraba, pero sabía que el gesto estaba ahí. Igual que sabía que ella no obedecería. Así que la agarró del brazo y la volvió a pegar a su cuerpo.

—Has dicho que te gusta brusco, ¿verdad? —preguntó estrujando su pecho— Vamos a hacer otro alto en nuestro odio.

—¿Qué alto? Yo no necesito interrupciones, puedo seguir odiándote mientras follamos.

Rieron como dementes. Bellatrix nunca dormía con ningún hombre, le resultaba incómodo y por eso los echaba de su cama nada más terminar. A Sirius no necesitó echarlo porque en ningún momento durmieron, en ningún momento pararon de devorarse, de dejarse marcas y arañazos, de insultarse con verdadera pasión esforzándose en complacer al otro en favor de su ego.

Solo cuando se hizo de día, Bellatrix supuso que Voldemort querría saber cómo había ido la misión. Del mismo modo, Sirius necesitaba aparecer por casa por si la Orden le buscaba para informarle del ataque a los Scamander. Se separaron sin despedirse, sin mediar palabra. El odio se mantenía, sí, pero el placer... ambos recordarían ya esa noche como la mejor de sus vidas.

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