Capítulo 15
—¿Me permites? —le espetó Rodolphus a Sirius con frialdad, tendiendo el brazo para que le cediera el turno de baile con Bellatrix.
—No —respondió Sirius burlón, sin soltarla.
—Es mi mujer —le recordó Rodolphus.
—No me cuentes tu vida, Lestrange, todos tenemos problemas. No tan grande como el tuyo, eso es cierto...
A Bellatrix debería haberle molestado que Sirius considerase un grave problema estar casado con ella, pero en ese momento solo le hizo gracia. Probablemente porque fastidiaba a Rodolphus y seguía molesta con él. Ni siquiera recordaba por qué, todo estaba cada vez más nublado.
El enfrentamiento no llegó a más porque Romilda Sayre, una duelista francesa, le pidió un baile a Rodolphus y él se lo tuvo que conceder. Los Black se volvieron a mirar como si no hubiera pasado nada. Bellatrix se sentía incluso más excitada. Era primitivo y ridículo, pero le ponía ver a Sirius peleando por ella con su marido; y le ponía todavía más saber que podría matarlos a los dos. Pero eso otro día, de momento tenía necesidades más urgentes.
—Yo también te odio con ganas —murmuró Bellatrix lentamente, mientras seguían bailando—, pero no quiero contradecir a mi Señor. Sé que se equivoca contigo y eres un traidor, pero tal vez deberíamos intentarlo... No sé, podemos tratar de acercar posturas y luego seguir con nuestras vidas.
Por mucho que gozara llamándolo idiota, Bellatrix sabía que su primo no lo era en absoluto. Fue el más brillante de su generación. Por eso confió en que entendiera que le estaba proponiendo follar para quitárselo de en medio y seguir con sus vidas. Necesitaba tener sexo con él para que luego solo quedase el odio.
—¿A qué te refieres? —inquirió Sirius frunciendo el ceño— ¿Comparamos nuestra visión sobre la pureza de nuestra estirpe? ¿Salimos a cazar acromántulas? ¿Una carrera de escobas?
Claro que la había entendido, pero quería que se lo pidiera explícitamente. Trataba de humillarla. En circunstancias normales, Bellatrix no lo permitiría... pero no era en absoluto normal lo cachonda que estaba.
—Por mucho que odies a tu familia, por mucho que me odies... La sangre llama a la sangre, primito.
—Sí, a esparcirla por el suelo —ironizó él.
Hasta ahí aguantó Bellatrix. Se encogió de hombros, se liberó de sus brazos y se marchó. Su humor era habitualmente bastante variable, pero en días como ese que se sentía tan cansada y hundida era todavía peor.
No se despidió de nadie, solo salió al pasillo y dio gracias cuando dejó atrás la música, el ruido y la gente. Estaba agotada.
—A mí no me dejas así.
Lo siguiente fue sentir que alguien la empujaba contra la pared y la besaba con rabia en la oscuridad del pasillo. No hubiese necesitado ni su voz para saber quién era; estaba segura de que la buscaría por tercera vez en la noche. Después del beso más brusco y maravilloso que recordaba, Bellatrix se separó y rio.
—Has dicho que no querías.
—Se llaman preliminares, pero entiendo que te cueste entender una materia en la que nadie quiere acompañarte.
—No sé si el resto querrán... pero tú desde luego sí —murmuró Bellatrix subiendo la rodilla a la entrepierna de Sirius, presionando sin hacer fuerza.
Él ahogó un gruñido que logró que Bellatrix se sintiera húmeda. Notó como su primo le mordía el cuello y recorría todo su cuerpo. Era brusco e impaciente, pero aun así, controlaba lo que hacía, sabía dónde tocar y cómo hacerlo. No estaba jugando él solo, estaban los dos y sabía cómo complacer a una mujer (aunque la odiara). Bellatrix hundió la mano en su pelo, arañándole el cuero cabelludo mientras él seguía con su cuello.
Se oyó la puerta del salón de baile un par de pasillos más allá y fueron conscientes de que debían parar. No lo hicieron, habían perdido esa capacidad. Tuvieron la fortuna de que quien saliese, eligió otro pasillo. Bellatrix no quería más broncas con Rodolphus; había temporadas en las que le apetecía pero esta no era una de ellas.
—Ven —le ordenó a Sirius agarrándolo del brazo.
Él se separó de ella con fastidio y obedeció. Bellatrix subió a la segunda planta, en la que nadie residía y era muy improbable que alguien subiera. Entró a una habitación interior, un cuarto de invitados demasiado pequeño y sobrio para ser mostrado. La decoración no era gran cosa, pero ninguno se fijó. Perdieron varias prendas de camino a la cama, que tampoco era muy cómoda, pero no lo notaron cuando cayeron sobre ella.
Se besaron como animales, intentando conquistar la boca del otro en un duelo imposible porque ninguno cedía. Lo mismo ocurría con la posición: rodando por un colchón demasiado pequeño, intentando inmovilizar a su rival sin necesidad de conjuros.
—¿Sin luz ni nada? —preguntó Sirius mientras Bellatrix le desabrochaba el pantalón.
Ella se avergonzó de sí misma al darse cuenta de que llevaba la varita en la capa y la había perdido en algún punto del suelo. Se sintió ridícula solo por unos segundos, cuando dedujo que si Sirius tampoco podía encender una luz era porque le había pasado lo mismo. Intentó preservar su dignidad y respondió mientras Sirius le quitaba el vestido:
—Sin luz. Si te veo la cara de traidor me arrepentiré.
—Hay otras cosas que sí querrás ver —rio él entre dientes.
No le hacía falta verlo, Bellatrix lo sentía sobre ella (a ratos debajo de ella, luego otra vez encima, luego debajo...). Le dio rabia confirmar que Sirius era muy superior a su marido en todos los aspectos, aunque no era culpa de Rodolphus... Era Sirius el que sobresalía sin rivales. «Es nuestra sangre, los Black somos superiores» pensó Bellatrix mordiéndole el hombro. Nunca había estado tan mojada con tan poco, solo besos, mordiscos y sobeteos superficiales.
Nunca había deseado tanto algo. Y le estaba sucediendo con su primo. Con un traidor, un traidor a la sangre y a su familia. Le despreciaba y se despreciaba por ansiarlo tanto. Se quedó inmóvil, lo que le permitió a Sirius colocarse sobre ella. Bellatrix apenas lo notó, estaba empezando a angustiarse. Le costaba respirar, por el placer, en gran medida, pero también porque empezaba a perder el control (y no a causa de la pasión).
—¡Joder! —protestó Sirius con dolor— ¿Qué es eso?
Bellatrix se frotó la marca tenebrosa en la muñeca y susurró: «Me está llamando». Cerró los ojos y escuchó a Voldemort convocarlos a todos para comprobar los resultados de la fiesta. ¿Tanto rato había pasado?
—Que le jodan —respondió su primo cogiéndole la muñeca y alejándola del cuerpo de ambos.
Pronto le dejó de doler. Era una llamada genérica, lo habrían notado todos. «Para qué voy a ir yo» pensó Bellatrix, «Soy la inútil incapaz de convencer a nadie si no es con violencia». De nuevo sintió inmensa tristeza y ganas de llorar.
Y sintió también a Sirius separándole las piernas. «Para» susurró. Su primo no la oyó, la parte racional de su cerebro había cedido el control a los instintos. Medio minuto después, Bellatrix no pudo más:
—Para, me haces daño.
Trató de apartarlo con el brazo, pero Sirius tenía mucha más fuerza que ella. No obstante, no fue necesario: en cuanto procesó lo que le había dicho, Sirius se separó. Bellatrix se alejó más de él, rodando a la esquina de la cama (localizada a escasos centímetros de la posición anterior). Sirius captó el mensaje y ella agradeció que así fuera. Observó en la penumbra —solo una luz lejana se colaba bajo la puerta—, como su primo se levantaba y recuperaba su ropa.
—¿Tan pequeña la tiene Lestrange para que yo te moleste? —preguntó burlón.
Bellatrix quiso insultarle, pero no se atrevió a hablar para evitar que le saltaran las lágrimas. Era débil y patética y se moriría antes que mostrarlo ante su primo. A Sirius debió de extrañarle su silencio, porque no insistió. Se terminó de vestir con rapidez y salió del cuarto. Se quedó unos segundos junto a la puerta entreabierta, como dudando si decirle algo. Pero al final cerró y se marchó. La bruja sintió una gran liberación al verse por fin sola y llorando a sus anchas.
Llegó pronto también el arrepentimiento. Llevaba más tiempo del que reconocería bajo veritaserum fantaseando con lo que acababa de pasar. Había sido incluso mejor que en los delirios que inventaba para satisfacerse a sí misma: su estúpido primo había superado sus altas expectativas. Era el mejor besando, tocando, provocándola... El mejor que había tenido nunca y lo había rechazado a mitad de faena. Bellatrix tenía claro que si a ella alguien la hubiese puesto tan cachonda para frenarla a mitad, como poco lo torturaría. Pero ella era una persona verdaderamente horrible.
No hubiera podido hacerlo así. Daba igual que su cuerpo lo deseara si su cabeza estaba cediendo (esta vez de verdad) a la desesperanza. Resultaba peor que la locura.
Lo que sí la alivió fue llorar. Se desahogó sobre la almohada durante varias horas, notando el perfume del traidor que no la molestaba como debiera. Con la paz de haberse desahogado por fin, se quedó dormida.
Cuando despertó desnuda en una habitación extraña le costó recordar lo sucedido. No sabía qué hora era, lo único seguro era su dolor de cabeza. Se agachó y gateó por el suelo en busca de su varita. De pronto le entró la angustia de que Sirius se la hubiese robado, de que todo hubiese sido una estrategia, para...
—Menos mal —suspiró cuando la encontró.
Encendió una luz y se vistió con rapidez, poniéndose solo las prendas justas por si se cruzaba a alguien por el pasillo. No sucedió, llegó a su habitación sin incidentes. Una vez ahí, decidió probar suerte:
—¡Kreacher!
La mitad de veces aparecía y la otra mitad no. Dependía de si había alguien en su casa vigilándolo. Bellatrix dio gracias de que en esa ocasión lo lograra.
—¡Señorita Bella! ¡Kreacher siempre se alegra de verla!
—Gracias, Kreacher —sonrió ella. Con su viejo elfo no le importaba mostrarse ligeramente más cariñosa—. ¿Podrías conseguirme algo para el malestar? ¿Para... esto? —preguntó haciendo un gesto con la mano en torno a su cabeza.
—Por supuesto, señorita Bella. Kreacher lo conseguirá y se lo traerá en cuanto pueda.
Con un chasquido de dedos el elfo desapareció para cumplir su misión. Bellatrix se sintió un poco mejor. Miró el reloj, las seis y media de la mañana. Se quitó el dichoso vestido y se metió a la ducha. Solo cuando se secó con la toalla, miró la zona donde se adivinaba la marca tenebrosa y recordó que Voldemort la había llamado varias horas atrás.
—¡Mierda! —exclamó.
Ya no le parecía tan buena idea lo de no acudir... Aunque no había vuelto a insistir, tampoco sería tan grave, ¿no? Optó por buscar a los Malfoy para preguntarles qué había pasado. Se puso lo primero que encontró —unos pantalones y un jersey de entrenamiento— y pasó al dormitorio principal. Estaba vacío. Toda la primera planta lo estaba, debían de estar en la de abajo.
—Qué bien, Bellatrix... Qué bonito que sigas entre nosotros... aunque sea cinco horas después.
A la bruja se le cortó la respiración. No se le había ocurrido que Voldemort permaneciera en la mansión. Pero ahí estaba, de pie en el salón, y como le conocía bien, percibía que en absoluto contento. Nagini se revolvía inquieta a sus pies. Les acompañaban los Malfoy, los Lestrange y cuatro mortífagos más ovillados en los sillones. Por la posición y los rostros de sus compañeros, Bellatrix sospechó que había habido crucios. Quizá por eso Voldemort llevaba ahí tantas horas... No supo ni cómo empezar a disculparse.
—Lo siento, Señor, no... No estaba bien, no me encontraba bien —murmuró con la cabeza gacha muy avergonzada.
Voldemort la miró. El alcohol había bajado y la ducha había ayudado, pero sus ojos seguían hinchados, sus manos temblorosas y lucía más pálida de lo habitual.
—No te discuto que estás horrible —confirmó Voldemort.
Bellatrix solo pudo asentir, ni siquiera se entristeció ya. Hubo unos segundos tensos en los que Él la miró a ella y ella se contempló las botas. Igual si la torturaba los crucios contrarrestaban el dolor de cabeza... No obstante, preferiría no comprobarlo.
Tras lo que le pareció un siglo, Voldemort siseó:
—Rodolphus dice que Salvatore Selwyn te dio a ti su tarjeta.
—Sí, Señor.
Por su tono, Bellatrix dedujo que Rodolphus se había atribuido el mérito. Pero Voldemort no era estúpido, sabía que un mago de esa categoría solo le daba su tarjeta a alguien de plena confianza, era como sellar el trato. Era ella la que se lo había ganado.
—¿Y crees que podrías compartirla conmigo o tampoco te viene bien?
—Por supuesto, Señor —respondió azorada.
Comprobó sus bolsillos fruto de los nervios, pero pronto recordó que no estaba ahí. Ejecutó un accio y rezó a todos los dioses porque apareciera. Dos segundos después, la tarjeta llegó a su mano. Con un toque de su varita, esta reveló su contenido y ella se le ofreció a Voldemort. El mago la comprobó en silencio. Después, la guardó en su túnica sin decir nada.
—Al menos una cosa habéis hecho bien —suspiró Voldemort, que seguía pareciendo profundamente enfadado.
«He hecho, en singular» pensó Bellatrix dolida. Por supuesto no replicó.
—Mi Señor, lo lamentamos mucho —susurró Lucius, mirándolo aterrado—. Si nos da otra oportunidad...
—¿Qué más oportunidades quieres, Lucius? Lo habéis tenido aquí. Estaba en la lista y vino a la fiesta, su nombre aparece comprobado.
—Se encargó de las comprobaciones uno de los camareros —intentó justificarse Narcissa—. Nosotros no sabíamos... no sabemos cómo es físicamente, no encontramos ninguna foto, ni nada...
—¿Y no se te ocurrió sabiendo lo importante que era encargarte tú misma del acceso de los invitados para saber quién era, Narcissa? —siseó el Señor Oscuro.
—¡Los saludamos a todos! —se defendió Lucius— A casi todos... Yo creo que a todos... Pero al no saber ni cómo es... Nadie se presentó con el apellido Grindelwald.
Bellatrix abrió los ojos con sorpresa. Se había perdido esa parte.
—No deberíais necesitarlo, la firma mágica de los Grindelwald es inconfundible —le cortó Voldemort con mirada furibunda.
—Para usted sí, Señor —murmuró Rabastan—, pero nosotros no tenemos sus habilidades, no sabemos distinguir eso...
—¿Y cosas más mundanas? ¿No sabéis reconocer a alguien parecido al mago oscuro más famoso de todos los tiempos? Antes de que llegara yo, claro. ¿No sabéis ver a un hombre del norte con un dominio inusual de la magia y con los rasgos de su tío-abuelo?
Hubo un silencio doloroso hasta que Bellatrix, a quien le había costado comprender la situación porque nadie la informó, miró a su maestro y preguntó:
—Una. ¿Podría ser una? ¿Una mujer?
—¿Qué? —replicó Voldemort fulminándola con la mirada.
—No entiendo bien de qué hablan... Imagino que algo que trataron cuando a mí me mandó a proteger la mansión —respondió Bellatrix sin lograr ocultar del todo su resentimiento—. Pero si se supone que asistió un Grindelwald a la fiesta... yo conocí a una chica que ahora que lo dice se parecía a Gellert.
Tras unos segundos de silencio y de mirarla a los ojos, Voldemort le exigió que se la describiera. Bellatrix le describió a Glicelia y después le permitió entrar en su mente para verla en sus recuerdos. El mago oscuro salió rápido de su mente, visiblemente exaltado.
—Tienes forma de contactar con ella, ¿verdad, Bella?
—Por supuesto, Señor.
—¿Te dio su contacto?
—No, pero... Puedo encontrarla. Si tengo que recorrer Europa andando, lo haré, pero le aseguro que la encuentro.
—Muy bien... Tienes hasta esta noche.
Bellatrix dibujó una expresión de angustia. Eso anulaba el plan de recorrer Europa... y casi cualquier otro. Aun así, asintió justo antes de que Voldemort abandonara el salón.
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