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Capítulo 14

El salón elegido para la fiesta de Navidad era el más grande de la mansión: techo infinito, todo en oro con numerosos balcones y el escudo de los Malfoy presidiendo la sala. Del techo colgaban guirnaldas doradas y caía nieve mágica que se acumulaba en el suelo haciéndolo más mullido. Había también mesas repletas de comida, camareros sirviendo todo tipo de espirituosos y una orquesta en directo. Narcissa habría preparado bolsas de regalo con velas de amortentia, vino de elfos e incluso bufandas de cachemira con el emblema familiar.

El evento empezaba a las seis y a los diez minutos, prácticamente estaban completos. Todo el mundo deseaba estar ahí y sabían que la anfitriona detestaba la impuntualidad: los tardones no volvían a ser invitados. Varias parejas ya se habían arrancado a bailar.

—¡Rodolphus! ¡Bellatrix! Qué alegría veros, queridos —los saludó el matrimonio Macnair.

Ese fue el primero de muchos tediosos encuentros en los que la bruja pensó que iba a morir o a cruciar a alguien. Por suerte, su fama y su carácter la precedían y a ella apenas le hablaban, solo la miraban con respeto y temor. Mientras Rodolphus conversaba, ella se ocupaba en sentirse miserable por culpa de su hermana, su marido y su maestro. Y en beber. Su copa no estuvo vacía en ningún momento.

—Vamos, ese está subrayado dos veces en la lista del Señor Oscuro.

Bellatrix lo miró y lo reconoció. Salvatore Selwyn, descendiente del mismísimo Herpo el Loco, uno de los magos oscuros más poderosos de la historia. Debía de rondar los sesenta años. Era bastante ermitaño, no solía abandonar sus castillos, excepto cuando publicaba libros o participaba en torneos de duelo (que acostumbraba a ganar). Era muy aclamado, aunque se sabía poco de él.

Discretamente, como si fuera un encuentro fortuito, el matrimonio se acercó a él. Bellatrix observó que era un caballero de modales antiguos, casi anticuados. Su túnica estaba pasada de moda, pero tan trabajada y repujada con joyas que se le permitía.

—Un honor conocerlo después de verlo competir tantos años, señor Selwyn —celebró Rodolphus—. Sentimos gran admiración por su trabajo, tanto sus ensayos como sus duelos.

—Oh, muy amable. La admiración no se merece, pero se agradece —sonrió el mago y ofreciéndole la mano se presentó—: Salvatore Selwyn.

—Yo soy Rodolphus Lestrange —se presentó estrechándole la mano—. Y esta es mi mujer...

—Madame Lestrange —murmuró el hombre casi para sí mismo. Le besó la mano y Bellatrix sonrió con fingida timidez como se esperaba de ella—. El fuego protector que rodea la mansión es obra suya, debo suponer.

Ella asintió sin decir una palabra.

—Lo más admirable de todo este evento, sin ninguna duda.

—Muchas gracias... Significa mucho teniendo en cuenta que mi hermana ha pasado la mañana pegando diamantes a los tenedores.

El hombre se echó a reír. Cuando logró serenarse, le preguntó cómo había logrado extender la maldición a un perímetro tan amplio y de forma controlada, sin tener que mantenerla ni temer que se extendiera.

—La combino con otro conjuro que mantiene el fuego a temperatura constante: si evita que el gas se caliente y ocupe mayor volumen, no crece. Además, el hechizo multiplica la humedad del aire a su alrededor para tenerlo controlado. Por eso puede estar horas sin extinguirse ni tampoco extenderse.

—Nunca había sentido tal admiración por alguien tan joven, madame. —Y bajando el tono añadió: — ¿Podría decirme en qué libro consultar ese conjuro?

—En ninguno. Lo inventé yo.

—No me sorprendo esta vez. Y supongo que no lo compartirá conmigo, ¿verdad?

—Por supuesto que no —sonrió Bellatrix divertida.

Rodolphus le dio un codazo de reproche, pero al momento Selwyn respondió:

—Oh, ¡no, no! Ningún mago o bruja que se precie revelaría sus conjuros por fama, admiración o dinero. ¿Qué respeto puede merecer alguien que trata de impresionarte para manipularte? Debe estar usted muy orgulloso de su mujer, Monsieur Lestrange.

—Cada día doy gracias a Salazar —respondió Rodolphus con una sonrisa tirante.

—Yo jamás le manipularía —aseguró Bellatrix—. Pero me haría usted muy feliz si quisiese colaborar con nuestra causa... Participar en alguna batalla, quizá la guerra en determinado momento... Ya sabe, la sangre pura es muy escasa y debemos preservarla.

El mago la miró en silencio, completamente serio y al final sentenció:

—Cualquier guerra en la que usted esté involucrada será también la mía.

La sonrisa de Bellatrix expresó esta vez auténtica gratitud. Era la primera vez en el día que alguien le decía algo bonito. Era un desconocido, sí, pero cada uno busca el afecto donde puede. Extendió la mano para cerrar el trato y el mago se la estrechó con ambas manos. Después, le ofreció su tarjeta —una tarjeta mágica que solo ella podría leer— y la invitó a visitarlo cuando deseara; con los más nobles propósitos, por supuesto.

—Muchas gracias, ha sido lo mejor de la noche —se despidió Bellatrix sin mentir—. No le robamos más tiempo.

En cuanto se separaron, varias personas más se acercaron a Selwyn para intentar ganárselo. Nadie más lo consiguió. Pese a sus modos y maneras antiguas y amables, ese mago sabía reconocer el poder.

—¿No me das las gracias? —le preguntó Bellatrix a Rodolphus.

Su marido gruñó y antes de que respondiera, Bellatrix comentó que se iba a por un whisky para celebrarlo.

—Llevas ya tres y...

Bellatrix no escuchó el final, ya se había alejado. Rodolphus tampoco terminó: una joven bruja se acercó a presentarse coqueta. «Ojalá se lo quede» pensó Bellatrix. Su marido también era famoso y atractivo, pero ella era incapaz de verlo, solo le rodeaba un halo de odio y desprecio.

Buscó la mesa más alejada de él y encontró una en la que solo había una chica poco más joven que ella. La observaba nerviosa mientras Bellatrix examinaba las botellas de whisky. Se sirvió de una y se la quedó para rellenarse el vaso. La chica hizo amago de servirse de otra, pero Bellatrix la frenó:

—Eso es matarratas, lo ha elegido Lucius. Da el pego pero es barato, este mejor— le indicó acercándole otra botella con su varita.

—Gracias —respondió la joven nerviosa—. Soy... Me... Me llamo Glicelia.

—Qué nombre tan original —comentó Bellatrix girándose hacia ella.

Al mirarla por primera vez comprendió que toda ella era original: cabello muy rubio casi blanco, a su lado el de Narcissa parecía oscuro; piel blanca, no pálida como la de Bellatrix, sino casi blanca; y sus ojos... Tenía heterocromía: la mitad exterior de ambas pupilas era oscura y la interior, azul pálido. Hasta su aura mágica era inusual; no amenazante u oscura como la de Bellatrix o Voldemort, sino inestable, etérea... Muy pocos magos lo notarían, pero Bellatrix estaba entre ellos. Entendió por qué estaba sola: demasiado extraña para esa gente tan estirada.

—Gracias —respondió ella—. Tú eres Bellatrix, ¿verdad?

La bruja asintió en absoluto sorprendida de que la conociera: había carteles suyos por todo el mundo y su hermana era la anfitriona. Como estaba algo borracha y quería evitar volver con Rodolphus, decidió prolongar la conversación:

—Tus ojos son bonitos.

Le gustaba lo nerviosa que se ponía Glicelia con cada frase suya. La miró intentando discernir si se burlaba de ella. Concluyó que no y le dio las gracias con timidez.

—Me gustaría que fuesen normales... A todo el mundo le parezco rara, les doy... malas sensaciones.

Por el ligero acento que tenía y por la forma en que elegía las palabras, Bellatrix dedujo que pertenecía a alguna familia de Centroeuropa.

—A mí siempre me han dicho que tengo ojos de loca —aseguró Bellatrix divertida—. Aunque claro, en mi caso aciertan.

Se rio ella sola mientras Glicelia le decía que a ella le gustaban, le fascinaba que el iris fuese casi tan oscuro como la pupila. Bellatrix no la escuchó. Por mucho que trataba de evitarlo, solo veía al estúpido Rodolphus buscándola y al resto de mortífagos intentando torpemente lo que Voldemort no la veía capaz de hacer a ella... Ni el alcohol lograba ahogar el dolor del rechazo.

«Me va a estallar la cabeza» murmuró frotándose las sienes con los ojos cerrados. ¿Cuánto rato más tenía que pasar hasta que le dieran permiso para irse?

—¿Baila, madame?

Bellatrix alzó la vista y rechazó la mano que le ofrecía el hijo mayor de los Greengrass. El joven, de unos treinta años, repitió el gesto con Glicelia, que lo miró nerviosa. Bellatrix comprendió que no deseaba aceptar, pero le daba reparo rechazarlo.

—Ella tampoco. Estamos charlando —respondió intentando no sonar demasiado desagradable.

El chico se marchó y Glicelia, aliviada, le dio las gracias. Bellatrix le preguntó si estaba casada y Glicelia dijo que no, no tenía familia, estaba ella sola.

—Qué suerte —murmuró Bellatrix—. ¿Y por qué has venido?

—Me invitaron... No suelen invitarme y apenas salgo... Me he obligado un poco. Quería conocer gente, quizá... a alguien...

—Mmm... Pues aquí la cosa está complicada. Vamos a ver... —comentó Bellatrix alzando la vista en busca de magos solteros—. Alfred Abbott... Nah, hay rumores de que su abuelo era mestizo. ¿Ese otro? Leonard Flint... Tiene dinero, pero imagino que tú también y eres mucho más atractiva que él, demasiado descompensado.

—Te lo agradezco —se apresuró a responder Glicelia—, pero no hace falta que...

—Si es que son todos horribles —farfulló Bellatrix mientras bebía—. Mira qué grande le queda la túnica a ese. Aquel otro lleva un pantalón que parece muggle... ¿Ese que te parece? William Rowle, es jugador profesional de quidditch.

—No me gusta mucho...

—Tienes razón, lleva un sombrero naranja, qué ridículo... Y mira el de su lado qué cuerpo de duendecillo tiene, ese no aguanta un desmaius. Ese otro es... Ese está bien, tiene muy buen trasero —murmuró Bellatrix ladeando la cabeza—. Y el traje le queda extremadamente bien, a ver si su cara es... ¡Mierda!

«¡Pero qué me pasa!», pensó horrorizada mientras su nueva amiga la miraba preocupada, «¡Doscientas personas y el único que me pone es mi repugnante primo!». ¡¿Y qué demonios hacía ahí?!

—Tampoco parece gran cosa —musitó Glicelia sintiendo que tenía que decir algo para sacarla de su abstracción.

Consiguió sacarla. Bellatrix la miró con los ojos muy abiertos.

—¿Qué no te parece gran cosa? —repitió con incredulidad.

Ese dato le bastó para comprenderlo.

Cuando vio que Glicelia, ruborizada, se tenía que esforzar en mirarla a la cara, obtuvo la confirmación que no necesitaba. Bellatrix volvió a examinar la sala en busca de un rostro conocido. Lo encontró.

—Ven, te voy a presentar a alguien.

—De verdad que no... —se intentó negar Glicelia, pero Bellatrix ya la había agarrado de la muñeca.

Atravesaron la sala hasta llegar junto a una de las mesas de catering, donde una mujer de pelo cobrizo se servía un vaso de ginebra.

—Eleanor.

—¡Cielo! ¡Qué alegría verte aquí! —la saludó la dueña de su bar favorito— La señora Malfoy me ha contratado para el catering, sabe que mis empanadas son las mejores del país.

—Sí, lo son —aseguró Bellatrix. Ella misma le dio la sugerencia a Narcissa meses atrás, llevándole un par de empanadas tras una de sus incursiones a Bloody Wonders. —Mira, esta es Glicelia, no conoce a nadie aquí.

—Encantada, bonita. Yo soy Eleanor, puedes llamarle Nellie —la saludó dándole dos besos.

La joven pareció un poco apabullada ante su efusividad, pero en absoluto molesta. El escote de Eleanor rivalizaba con el de Bellatrix y su figura de reloj de arena quedaba acentuada por un vestido negro de encaje y terciopelo. En cuanto vio que Eleanor se hacía cargo y le daba conversación, Bellatrix se escabulló:

—Un placer conocerte, tengo que volver con mi marido.

—Igualmente, Bellatrix —sonrió Glicela con gratitud.

—¿Te llamas Bellatrix? —inquirió Eleanor— ¿¡Eres esa bruja oscura superfamosa de la que todos hablan!?

«Adiós privacidad en el bar al que voy a esconderme» pensó Bellatrix mientras se alejaba. Por suerte, Eleanor perdía rápido el interés por todo y volvió a centrarse en Glicelia, que era la novedad.

Bellatrix recorrió la sala con lentitud, le costaba mantenerse de pie. No pensaba volver con Rodolphus, lo que quería era huir; huir antes de meter la pata de alguna forma. Cuando las luces bajaron y la música se intensificó, tuvo que apoyarse en una mesa para no tropezar. Llevaba tacón de aguja, solía manejarlo bien, pero prefería mil veces sus botas de combate. El segundo tropezón, cuando un mago (bastante más borracho que ella) chocó contra ella, no pudo evitarlo.

Pero alguien sí. Sintió como la sujetaban por la cintura y le agarraban la muñeca para evitar que cruciara al mago.

—La bruja más poderosa y temida del mundo, ¿eh? —susurró una voz grave y burlona en su oído.

Ojalá esa voz solo le hubiese ocasionado rabia y no palpitaciones en zonas íntimas.

—No puedes ni tenerte en pie —se burló Sirius.

—Me bastaría para matarte —se jactó Bellatrix mirándolo a los ojos.

Él tampoco estaba sobrio, andaban en un punto de alcoholismo bastante similar. El problema para Bellatrix era el agobio, la gente, el calor, el ruido, Rodolphus, el recuerdo de su Señor llamándola inútil de forma velada... Aun así, aunque solo quería huir, desde que nació tres años después que ella, jugar con su primo siempre fue su pasatiempo favorito.

—¿Bailas conmigo, traidor? —preguntó poniendo morritos.

Sirius la miró y comprendió que también ella tenía una alta tolerancia al alcohol, nunca podía bajar la guardia con Bellatrix.

—Por supuesto que no, yo no bailo. Y menos contigo.

Desde pequeños les obligaban a ir a fiestas, aprendieron a bailar casi antes que a andar porque sus padres querían lucirlos ante el resto. A Bellatrix no le importaba demasiado (pocas cosas le importaban), pero Sirius siempre lo aborreció. Juró no volver a hacerlo cuando huyó de casa y no fue difícil de cumplir porque pronto llegó a Azkaban. Este era el primer evento al que acudían desde su encarcelamiento, por eso también se sentían agobiados, fuera de lugar. O al menos Bellatrix. Ignoraba si su primo experimentaría algo similar, parecía tan seguro y arrogante como siempre.

E igual de guapo. Tan guapo que a Bellatrix le fastidiaba. El esmoquin de gala con la túnica a juego le quedaba tan bien que no entendía como el resto de hombres no se arrancaban los ojos de la envidia. Tenía que alejarse de él, era peor que Rodolphus. No iba a preguntarle cómo había sorteado los conjuros de protección: alguien le había invitado. El mismo Voldemort le había invitado. Ya casi confiaba más en él que en ella y eso la estaba desquiciando.

—Me largo —murmuró como para darse a sí misma la orden de moverse de ahí.

Dio dos pasos y como le costaba avanzar entre la marabunta de gente, deslizó la varita de su manga a la mano. Si no se apartaban, los apartaría ella; Voldemort la consideraba una inepta social, no iba a decepcionarlo.

Ya habían dado dos parejas con sus traseros en el suelo, cuando alguien detuvo a Bellatrix. De nuevo, sintió que las mismas manos fuertes la agarraban por la cintura y la hacían girar.

—Acabas de decir que no bailas —se burló Bellatrix pasándole los brazos por el cuello.

—No lo llamemos bailar, llamémoslo practicar para cuando acabe de una vez contigo.

La bruja rio mientras se movían juntos por la pista de baile. Pese a llevar décadas sin hacerlo, se les daba bien, se acoplaban bien al otro.

—¿Y por qué querrías matarme si supuestamente estás de nuestra parte?

—Yo solo estoy de mi parte —la corrigió Sirius tomando su mano para hacerla girar—. Pero a ti te tengo especial manía, te odio con verdaderas ganas. Supongo que porque le caías bien a mi madre. Y por pequeños detalles que noto en ti... como que has intentando matarme demasiadas veces.

—Oh y lo habría conseguido de no ser por terceras personas.

—Es casi hermoso ver lo enajenada que vives, lo lejos que habitas de la realidad... —murmuró Sirius mientras la música tornaba más lenta.

Aun con tacones de vértigo, Sirius era más alto que Bellatrix. Así que ella apoyó la cabeza en su hombro, preguntándose por qué con su marido (o con cualquier otro) jamás sentía la electricidad que notaba en ese momento. Y no era solo cosa de ella, estaba segura de que Sirius lo sentía también. La forma en que la miraba y la tocaba... Le sorprendía, de hecho, que no lo notara todo el salón; aunque igual sí lo notaban, solo que ella llevaba varios minutos ajena al hecho de que existían más personas en la Tierra.

—¿Por qué has venido?

—Tu dueño me lo ha pedido.

Cómo odiaba Bellatrix que llamase a Voldemort "su dueño".

—Les he dicho en la Orden que trataría de infiltrarme para revelarles información: invitados, apoyos de Voldemort, planes que escuchara... Es terriblemente fácil ser un espía, no sé cómo Quejicus lo hizo tan mal.

—Ya... No tengo duda de que se lo contarás todo a Dumbledore.

—No entra en mis planes, primita.

—¿Entonces para qué has venido? —preguntó ella separándose lo justo para que él pudiera volver a apreciar su escote.

Sirius no era como Glicelia, él no tenía problema en mirar sin disimulo. «Creo que no me odias tanto» aseguró ella con una sonrisa torcida. También sonriente, Sirius respondió:

—Casi todo en ti es abominable. Aunque reconozco que el tono de Gryffindor no te sienta mal del todo. Gracias por el homenaje.

—Es un homenaje a la sangre —le corrigió Bellatrix contemplando su vestido—. Cuando la diseñadora me preguntó qué color quería, decapité a su ayudante, le señalé la sangre que brotó sobre la alfombra y le dije que ese.

—Eres encantadora... y repulsiva.

—Claro que sí —susurró Bellatrix pegándose a él lo máximo posible y notando sus reacciones—. Me odias... pero tu cuerpo no está de acuerdo, ¿verdad, primito?

Él gruñó y puso los ojos en blanco, pero no se separó. Igual lo hubieran hecho de haber visto como les miraban los Malfoy. Tampoco vieron a Rodolphus acercándose a ellos, ni siquiera le escucharon cuando carraspeó furioso.

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