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Capítulo 11

Las semanas siguientes la tensión entre las hermanas Black se mantuvo, aunque Bellatrix apenas lo notaba: estaba ocupada reclutando aliados. Narcissa seguía preocupada por la desaparición del protector de su hijo y solía salir de casa para dar paseos, intentar relajarse y sobre todo alejarse un rato de los mortífagos.

No obstante, como Voldemort no volvió a mencionar a Snape y todos sabían que lo valoraba en sus planes, dieron por hecho que lo había localizado. Por supuesto nadie osaba preguntarle (ni por Snape ni por ningún otro tema). Durante el curso escolar el profesor rara vez acudía a las reuniones, así que su ausencia tampoco resultaba extraña. Excepto por el hecho de que en esa ocasión tampoco estaba en Hogwarts...

—Draco dice que Slughorn se está ocupando también de la asignatura de Defensa —comentó Narcissa leyendo la carta que acababan de recibir—. Les han dicho que Snape está de viaje.

—Será cierto entonces, el Señor Oscuro no parece ya preocupado —murmuró Rodolphus—. Dumbledore lo habrá mandado a alguna misión. Y si le hubiera pasado algo, en la Orden lo sabrían y Black lo habría contado, ¿no?

—¿Ahora confiamos en él? —replicó Lucius.

Bellatrix puso los ojos en blanco y se sirvió otro whisky. Por supuesto que no confiaba en él, pero necesitaba dejar atrás el tema de Snape. Y tuvo la dudosa suerte de que Sirius obrara el milagro:

—Vendrá mañana por la tarde para repasar la lista de invitados a la fiesta de Navidad —informó Narcissa.

—¿Qué? —replicó Bellatrix al momento— ¡Qué tiene que repasar ese imbécil!

—Ya sabes que aunque Él no acuda, la fiesta es un subterfugio del Señor Oscuro para captar y fidelizar aliados —le recordó Lucius.

—La mayoría de vosotros estáis en busca y captura —remarcó Narcissa—. Debemos asegurarnos de no cometer errores con los invitados. Solo gente de sangre pura que respalde al Señor Oscuro.

—Sí, eso está muy bien —le cortó Bellatrix—. ¿Pero qué tiene que ver...?

—Sirius tiene otro punto de vista, conoce a quienes apoyan a Dumbledore. Puede indicarnos a quién no es seguro invitar o cualquier intriga que se comente en sus círculos, opuestos a los nuestros —desarrolló Narcissa.

—O sea, que sí que nos fiamos de él —suspiró Rodolphus.

—Órdenes del Señor Oscuro —zanjó Narcissa.

No se la veía nada feliz con que interfirieran en la organización de sus fiestas. Adoraba prepararlas y ser la mejor anfitriona del país, soñaba con ello desde pequeña. Su evento de Navidad era siempre el más exclusivo y elegante del mundo mágico y eso alimentaba bien su orgullo. Además, Draco volvería por Navidad y tenerlo junto a ella la tranquilizaba en grado sumo.

Esa tarde ahí seguían todos, aletargados como les sucedía siempre después de comer: Narcissa en la mesa con varias listas de nombres; Rodolphus, Lucius y Colagusano tomando el té; Rasbastan y Dolohov charlando de sus crímenes y Bellatrix medio tumbada en el sofá bebiendo whisky.

—La puerta.

Todos en el salón habían oído el timbre, aun así Narcissa recalcó lo obvio. Nadie se movió. Lucius le hizo un gesto con la cabeza a Colagusano para que fuese a abrir; vivir sin elfo era un infierno (aunque Kreacher seguía apareciendo de vez en cuando). Pettigrew intentó negarse, sospechaba quién era el recién llegado y no había habido un solo encuentro en que no acabase torturado. No obstante, cuando vio a Bellatrix alzar su varita hacia él, salió corriendo hacia las verjas de entrada.

—Lucius, baja al recibidor —le ordenó Bellatrix—. Colagusano va a abrirle y se escabullirá en cuanto lo haga. No podemos dejar a ese vagar a sus anchas por la mansión.

—Baja tú —replicó Lucius, que odiaba que su cuñada le diera órdenes.

«De acuerdo» murmuró Bellatrix encogiéndose de hombros y sacando de nuevo su varita. Al momento Narcissa miró a Lucius. No hicieron falta palabras, sabían que los destrozos que podían causar Bellatrix y Sirius si los dejaban solos se cuantificarían en hectáreas. De muy mala gana porque el grado de odio entre ambos también era alto, Lucius Malfoy bajó al recibidor.

Bellatrix pensó por unos segundos en subir a echar la siesta; tenía las mismas ganas de ver a su primo que de lamer a un duende. Pero no quería dejarlo solo con los Malfoy y los Lestrange. No es que no se fiara de su familia... simplemente no los consideraba demasiado inteligentes. Temía que por error le revelaran al traidor cualquier cosa o se dejasen matar por él o lo que surgiera. Tenían demasiado peligro como para dejarlos solos. Así que permaneció medio tumbada en el sofá con la botella de whisky como llevaba casi todo el día.

—Sois la viva imagen de la alegría y el desenfreno —saludó Sirius burlón.

La mitad le dirigieron miradas despectivas y la otra mitad ni se molestaron.

—Y tú no tienes casa o qué —le espetó Rodolphus—. Últimamente pasas mucho tiempo aquí.

—La verdad es que me aburro, sí —reconoció Sirius sentándose lo más alejado posible de todos—. Los aurores siguen en el hospital, el pesado de Remus se ha ido a conquistar hombres-lobo o yo qué sé, Dumbledore está desaparecido... Incluso el inútil de Kreacher es difícil de encontrar estos días.

«Normal, está aquí cambiándome las sábanas...» pensó Bellatrix satisfecha.

—Como Voldemort me lo pidió —comentó desatando escalofríos ante la mención del nombre propio— y me aburría, me he dicho: «Vamos a ver que hacen los zumbados estos». Pero resulta que, pese ser los malos, vuestras vidas son bastante monótonas.

—Qué afortunados somos de que hayas venido a solucionarlo —le respondió Narcissa con tono desapasionado.

Sirius torció ligeramente el gesto pero no respondió. Bellatrix sospechó que intentaba molestarla a ella, pero a esa hora le entraba tanto sopor que no estaba ni para las tonterías de su primo.

—Empecemos para terminar cuanto antes —murmuró Narcissa cogiendo la primera lista, que reunía a las familias de sangre pura de Inglaterra—. Los primeros son los Abbott... Invitamos a los abuelos, son los últimos puros, al resto los han repudiado. Los Avery... ¿Son todos de los nuestros?

—Sí, ayer maté al último que no —comentó Bellatrix bostezando.

—Muy bien. Bulstrode... También fieles, ¿verdad?

—El hijo mayor trabaja en el Ministerio y les pasa información a los aurores —murmuró Sirius, invocando la tetera de Lucius y sirviéndose una taza.

Los ahí reunidos se sorprendieron de que Sirius les diera realmente información útil... si es que era útil. Bellatrix tomó nota mental de torturar al desgraciado en cuestión para comprobarlo. Después de eso desconectó.

Dejó vagar su vista por el amplio salón de techos altos, muebles de madera laboriosamente tallados, balcones con pesadas cortinas que impedían entrar la luz... Pronto la estancia pasó a un segundo plano y se centró en el intruso. Se había sentado en una butaca lo más al fondo posible sin renunciar a ser el más próximo a la puerta. No les daba la espalda a ninguno, los tenía a todos a tiro de varita; varita que no llevaba en la mano pero Bellatrix estaba segura de que habitaba en el bolsillo derecho de la capa que acariciaba distraído.

Llevaba la melena oscura despeinada y su rostro parecía más sano que cuando apareció en la primera reunión. Mantenía la palidez de los Black, eso sí: cualquiera que entrase en ese momento sabría por su piel que Bellatrix, Narcissa y él estaban empentados. Los ojos de Sirius, sin embargo, eran grises, más parecidos a los azules de Narcissa que a los casi negros de Bellatrix. En las facciones marcadas se parecía bastante a la mayor de las Black.

—Los Nott por supuesto... —seguía Narcissa. —Aunque el señor Nott es tremendamente feo, me estropea las fotos.

—Haz un baile de máscaras —respondió Rodolphus burlón.

Mientras su hermano le reprochaba que eso carecía de clase por manido, Bellatrix miró a su marido. Rodolphus era elegante, con su pelo castaño claro, porte noble y sus túnicas de firmas francesas. Y aun así... Sirius poseía algo —algo más allá del físico y la magia— que ningún otro mago de la sala tenía. La camisa negra con varios botones desabrochados, los pantalones ceñidos, los botines desgastados, la capa medio caída sobre un hombro... En cualquier otro, hubiera resultado desaliñado y barato, pero en él se notaba que cada prenda era de diseño y que tenía un estilo y una actitud tan marcadas que todo le favorecía.

Eso por no hablar de los tatuajes que asomaban bajo sus mangas, el colgante de plata que lucía en su pecho y el aire salvaje y altanero que siempre le envolvía. A Bellatrix le ponía muchísimo, aunque intentara evitarlo (que no negarlo, porque resultaba innegable). Y resultó innegable cuando su mirada dispersa se encontró con la de su primo. Sirius le dedicó una amplia sonrisa burlona y le guiñó un ojo. Bellatrix respondió chasqueando la lengua con fastidio. «Circe, ¡cuantísimo le odio!» pensó odiándose también a sí misma.

—¿A Thicknesse lo invitamos? —preguntó Narcissa— Ya es Ministro de Magia...

—Sí y lo tenemos bajo imperio, pero mejor no correr riesgos —respondió Lucius.

—Tampoco aportaría mucho —comentó Dolohov, que trabajaba infiltrado en el Ministerio y conocía bien al personal.

—Muy bien. Entonces, de los Sagrados Veintiocho nos quedan solo los Yaxley —comprobó Narcissa—. y Corban vendrán seguro, les encanta adularnos... ¿Sabéis si la hermana de ella sigue en Inglaterra?

—¿Cómo se llamaba? —inquirió Lucius haciendo memoria.

—Lucrecia Yaxley —recordó Rabastan—. Se casó con un francés, Nosequé Sayre. Tuvieron una hija.

—¿De qué me suena ese apellido? —inquirió Narcissa entrecerrando los ojos.

Bellatrix dibujó una sonrisa de satisfacción. Oh sí, le gustaba hacer daño y sabía cómo conseguirlo.

—Lucrecia se casó con Laurent Sayre y tuvieron una hija, Camille Sayre. Era más o menos de tu edad, Cissy... y salía con Reggie. Se iban a casar.

Narcissa abrió los ojos con sorpresa al recordarlo mientras los Lestrange comentaban que no sabía que Regulus se hubiese prometido. Pero Bellatrix no los escuchó. Observó como el rostro apolíneo de su primo empalidecía como la cera.

—Es verdad... Él siempre quiso una familia. Pero no sabía que fuesen a casarse, no me lo contó —respondió Narcissa.

—Él solo confiaba en mí... Solo me tenía a mí —aseguró Bellatrix.

—La chica murió también, ¿verdad? —preguntó su hermana.

Bellatrix asintió y añadió:

—En la primera guerra, ella ni siquiera era mortífaga. No sé quién la mataría, su cadáver no apareció... ¿Alguna idea, traidor? Vosotros sois los profesionales en asesinar inocentes...

Sirius se levantó de la butaca con tal brusquedad que por poco la tiró al suelo. Recorrió el salón en dos zancadas y se plantó ante Bellatrix apuntándola con la varita. Mientras que todos los demás se asustaron y tragaron saliva, Bellatrix soltó una carcajada. No se inmutó ni alzó su varita. Miró a su primo con ojos brillantes en los que Sirius supo ver el triunfo por haber conseguido desquiciarlo. Él la miró con absoluto odio mientras Bellatrix pensaba que debía de estar tomando pociones porque los rastros de Azkaban cada vez eran menos visibles.

—Me largo. Si sale algo mal, le decís a vuestro Señor que es culpa de esta —espetó Sirius girándose para marcharse porque sabía que no podía matar a Bellatrix en una sala llena de mortífagos.

—Espera —le frenó Narcissa levantándose con calma—. Mira estos y dime si alguno es peligroso.

Para que le dejara en paz, Sirius le arrancó el pergamino de la mano y ojeó los nombres de las familias extranjeras a las que Narcissa quería invitar. Se la devolvió apenas unos segundos después y respondió:

—Ninguno tanto como la enferma que tienes por hermana.

La respuesta fue una carcajada de la aludida. «¡Muchas gracias!» gritó Bellatrix mientras Sirius se alejaba por el pasillo.

—Trae, déjamela —ofreció Rabastan ejecutando un accio para obtener la lista.

Los Lestrange eran medio franceses y conocían a varias de esas familias; del mismo modo, Dolohov era sueco y tenía aliados en el norte. Se pusieron los tres junto a Lucius a revisar los nombres de los posibles invitados, a ver a cuáles podrían reclutar para su causa y quiénes no aportarían nada. Narcissa se acercó a uno de los balcones y sin salir, corriendo solo un poco la cortina, observó el camino hacia las verjas. Bellatrix se levantó y se unió a ella.

Narcissa suspiró aliviada cuando vio a Sirius abandonar la mansión.

—Podías haberte aguantado un poco —le reprochó a su hermana—, aunque te comprendo, es insoportable con su actitud de sinvergüenza salvaje...

—Absolutamente insufrible —coincidió Bellatrix satisfecha. —¿No sabe abrocharse la camisa? O comprarse unos pantalones de su talla para que podamos mirarle a la cara... Que por cierto, ya me dirás qué clase de imbécil tiene los ojos grises, es rarísimo. Por no hablar de su pose y actitud arrogante, como si pudiera follarse a la misma Morgana y...

Interrumpió su descripción cuando notó que su hermana la miraba con el ceño fruncido, entre el desconcierto y el asco. Bellatrix carraspeó y cambió veloz como una Nimbus a un tema que distraería a Narcissa:

—¿Y cuándo viene tu vástago?

—La semana que viene le dan ya las vacaciones. Iré a buscarlo a la estación, pobre Draco, sigue muy agobiado.

—Sí, porque el resto vivimos superrelajados —ironizó Bellatrix.

Se detuvieron ahí para evitar otra discusión. Con una por día ya tenían bastante. Además, la mayor tenía otras urgencias...

—Ven, Rod.

—¿Eh? —replicó su marido levantando la vista.

—Que vengas, necesito ayuda con una cosa.

Que Bellatrix pidiese ayuda era altamente extraño... y no solía ser buena señal. Aun así, Rodolphus obedeció. Su mujer le agarró del brazo con brusquedad y salieron del salón con rapidez. Apenas habían avanzado dos metros por el pasillo cuando Bellatrix lo empujó contra la pared, lo agarró del cuello y empezó a besarlo. Rodolphus no respondió por el shock y porque apenas conseguía respirar. Con los ojos cerrados, Bellatrix empezó a morderle el cuello, colando las manos bajo su camisa y arañándole la espalda; ni los mordiscos ni los arañazos eran suaves.

—¡Bella! —protestó Rodolphus en un grito ahogado cuando sospechó que en su cuello había sangre.

—Mmm... —fue la respuesta de Bellatrix mientras le destrozaba la camisa para acceder a su pecho.

Rodolphus ya era conocedor y víctima de la brusquedad de su mujer, pero no solía sufrirlo porque ella acostumbraba a ignorarle. Un arranque de pasión similar por parte de ella no lo recordaba desde... desde nunca, para ser exactos.

—¡Para un momento! Espera al menos a que lleguemos al dormi... ¡Bellatrix!

La bruja trataba de desabrocharle el pantalón mientras le besaba mordiéndole el labio inferior. Rodolphus se estremeció al imaginar la misma brusquedad en zonas más íntimas.

—¡Para! —la detuvo finalmente agarrándole ambas muñecas.

Él tenía fuerza; tuvo bastante más antes de Azkaban, pero conservaba la suficiente para frenar a Bellatrix... al menos físicamente. Ella le miró con los ojos echando chispas y Rodolphus no tuvo claro el motivo.

—¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó mirándola a los ojos.

—Joder... Me casé con el más inútil. O igual es que he sido demasiado sutil... Quiero follar, Rodolphus.

—No me insultes. ¿Tú crees que a algún hombre le excita que...?

No pudo responder porque la tenía agarrada por las muñecas, pero a Bellatrix le bastaba un gesto de su mano para empujarlo contra la pared. Era el inconveniente de estar casado con una bruja que dominaba la magia oscura... Para su siguiente truco, Bellatrix no necesitó magia. Levantó la rodilla y la colocó sobre la entrepierna de su marido. Solo presionó, sin hacer fuerza, pero Rodolphus sabía de lo que era capaz.

—Siempre te quejas de que no lo hacemos —jadeó ella entre dientes con la respiración acelerada—. O me follas o me sueltas.

La cámara de los Lestrange en Gringotts estaba protegida por un dragón de la especie más grande y fiera. Si en ese momento Bellatrix hubiese expulsado fuego por la nariz, Rodolphus no habría sabido distinguirla del ironbelly.

Como no solo no respondió, sino que tampoco la folló ni la soltó, Bellatrix ejecutó un conjuro sin varita muy sencillo. Sencillo pero eficaz, porque Rodolphus notó al momento que sus manos ardían literalmente. Se separó de su mujer con un grito de dolor y ella respondió con una carcajada. Lentamente sacó su varita y le curó las quemaduras.

—Ya están, como nuevas —respondió Bellatrix alegremente—. Ahora te puedo dar ideas de cómo utilizarlas.

Rodolphus la miró entre furioso y aterrorizado. Se alejó lentamente sin dejar de vigilarla, intentando volver al salón para que alguien —quien fuese— le protegiera.

—¿Y un juego de rol sexual? —le gritó Bellatrix sin perder la esperanza— Aunque si consiguiera un pelo sería mucho más realista...

Lo descartó rápido. No porque usar poción multijugos para aprovecharse del cuerpo de otro le generara reparos, sino porque la actitud pusilánime de su marido conseguiría mancillar hasta el cuerpo de titán de su primo.

—Si es que al final tengo que ocuparme de todo yo —se dijo Bellatrix mientras se encerraba en su dormitorio y se desnudaba—. Es la única forma de que funcione todo.

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