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Capítulo 1

¡Familia! ¡Traigo nuevo Bellarius y me hace muy feliz! 

He alterado edades, fechas y acontecimientos en favor de la trama. Bellatrix tiene 38 años y Sirius 35. Como siempre he tratado de que estén basados en los libros y no en las pelis. Para la portada he puesto a Ben Barnes porque aunque Gary Oldman es un gran actor, nunca lo vi como Sirius. Con Helena he coloreado una foto para que se parezca más a Bella. La marca tenebrosa me parece maravillosa, pero no he encontrado al autor, lo siento.

Actualizaré los lunes, generalmente a la misma hora (no pongo cuál porque dependerá de qué país seáis). Ya tengo la historia casi terminada, así que —como siempre— no tengáis duda de que se subirá entera. Y creo que eso es todo. 

Votad y comentad si os gusta, no sabéis lo feliz que me hace eso; un pequeño detalle puede alegrarle el día a alguien a quien no conoces pero haces feliz y eso me parece precioso. 

Ojalá os guste, os adoro.

*     *     *

Si acaso allá había cielo era del negro de la muerte y la desesperanza. Solo los destellos de los relámpagos delataban su existencia. El bramido de los truenos competía contra los rugidos del mar en una lucha que jamás conoció tregua. En medio, ajena a la sempiterna tormenta y a las embestidas del oleaje, se erigía la fortaleza de Azkaban. Y vigilándola, la única forma de vida que había en aquel punto del Mar del Norte: dementores. Cadáveres putrefactos, ciegos, cubiertos con capas negras y dotados de la capacidad de volar. Sumaban tantos que había que alejarse casi cien kilómetros para recordar siquiera el concepto de 'felicidad'. Por eso en la isla no había más humanos que los que permanecían encerrados.

Tampoco era humano el visitante que tenían esa noche... al menos no desde hacía varias décadas. Acaso más similar a un dementor, pues volaba sin escoba y su mera presencia transmitía terror.

—Apartaos.

Fue apenas un siseo. Una voz fría y aguda que, en esas circunstancias, ninguna criatura debería de ser capaz de escuchar. No obstante, los dementores se retiraron.

Bombarda máxima.

No necesitó elevar el tono ni un maleficio complejo: a Lord Voldemort le bastaron su varita y su poder para resquebrajar el muro de Azkaban. En concreto, la sección que albergaba a los presos de Máxima Seguridad. Fue una explosión magnifica que, durante unos segundos, logró imponerse a los truenos y al oleaje. Los dementores se alejaron unos metros más, pero no hubo más reacciones.

El Señor Tenebroso no pensaba entrar, no era el conserje para andar buscando a nadie. Pero transcurrido un minuto empezó a dudar. ¿Y si estaban todos muertos? O peor, completamente dementes. No le serviría una panda de locos y menos ahora que la discreción era vital.

Estaba empezando a creer que había hecho el viaje en vano cuando otro sonido se impuso al alboroto del paraje. Un sonido espeluznante, no por su naturaleza sino porque jamás había sido escuchado en la isla de Azkaban: una carcajada. Una larga y sonora carcajada que solo alguien desquiciado podría proferir. Voldemort sonrió al presentir —con ese simple sonido— que aquella persona mantenía la cordura... al menos la que poseía antes de entrar en prisión.

El mago oscuro siguió el sonido de la risa eufórica y se acercó a la fortaleza. No fue fácil encontrarla: un diminuto punto blanco en medio de la negrura de la noche y la prisión. Pero aun así, aun tras catorce años de desidia y privación de magia, seguía emanando un poder salvaje. Estaba al borde de uno de los muros que habían quedado destruidos: una enorme sonrisa en su rostro, los ojos cerrados y los brazos abiertos, dejando que la lluvia golpeara su cara. No le vio.

—Estás horrible..., Bellatrix.

Fue como si todos los rayos que dominaban el cielo impactaran a la vez sobre el cuerpo de la bruja. Abrió los ojos de golpe, con incredulidad, sobresalto, temor y devoción. Cuando distinguió a Voldemort volando a pocos metros de ella, sus ojos se inundaron de lágrimas y se abrazó a sí misma, consciente de su pequeñez.

—Mi señor... —susurró sin parpadear ni apartar la vista— ¡Sabía que estaba vivo! ¡Nadie quiso creerme, pero yo lo sabía!

Gritó para hacerse oír, pero también porque era incapaz de moderar el entusiasmo. Voldemort la miraba con rostro imperturbable, sin decir una palabra. Así que ella continuó:

—¡Sabía que vendría! ¡Sabía que nos liberaría! ¡Siempre lo dije!

Se tuvo que callar porque empezó a toser, apenas había empleado sus cuerdas vocales durante los años de cautiverio. Le dolía la garganta, debería dolerle todo el cuerpo, pero su cerebro solo procesaba la desbordante felicidad. Esperó a que Voldemort dijese algo, cualquier cosa; sus palabras eran un bálsamo mejor que cualquier poción, aunque no fuesen amables. Como no lo hacía, empezó a temer haber hecho algo mal. Se avergonzó de su efusividad y se encogió ligeramente, agachando la cabeza y retorciendo sus manos con nerviosismo.

—Nunca dejaste de creer en mí... fuiste la única. Vosotros fuisteis los únicos que me buscasteis y nunca renegasteis de mí... y seréis recompensados.

—¡Gracias, mi Señor, gracias! —exclamó ella de nuevo con los ojos empañados— ¡No existe mayor recompensa que servirle a usted!

—Eso significa mucho viniendo de ti, Bella... —murmuró Voldemort— Pero no estoy aquí para intercambiar cortesías. ¿Dónde están tus compañeros?

—En sus celdas, supongo —respondió la bruja que estaba claro que no se había interesado lo más mínimo por el resto—. Algunos murieron hace años, vi entre las rejas como los sacaban los dementores. Pero los Lestrange, Dolohov, Rookwood... ellos siguen aquí.

—¿Y por qué no salen? ¿Han perdido la cabeza o están enfermos?

—No... De vez en cuando hablan, creo que están bien... Aunque encerrados en sí mismos, en sus propias mentes. Es difícil no sucumbir a tus terrores si tú fuerza de voluntad no es lo suficientemente fuerte —explicó Bellatrix volviendo a toser por el esfuerzo—. Supongo que no se han enterado.

—Ocúpate tú, yo ya he cumplido.

—¡Por supuesto, mi Señor! —exclamó ella al punto— Pero, ¿cómo...?

No terminó la pregunta porque no se atrevió a cuestionar a Voldemort. No hizo falta. Él extrajo de su túnica otra varita, una de nogal, inflexible y con forma curva. Los ojos de Bellatrix brillaron más que cualquier relámpago mientras la aceptaba con manos temblorosas.

—Se la entregaron a tu hermana con el resto de las cosas que llevabas cuando te detuvieron. Las de tus compañeros desconozco dónde terminaron y nada más lejos de mis intereses.

La emoción de Bellatrix se multiplicó. No solo por volver a empuñar su arma, que era un miembro más de su cuerpo (de haberle dado a elegir, hubiese preferido prescindir de un brazo). También porque Voldemort le había llevado su varita: solo su varita, por el resto de mortífagos no se había preocupado lo más mínimo. Supo que sería ella quien volvería primero a Él.

—Mañana por la noche en la Mansión Malfoy.

No precisó respuesta, desapareció convertido en una nube de humo negro. La bruja se quedó unos segundos paralizada por el éxtasis, pero pronto reaccionó: sin la presencia de Voldemort, los dementores regresarían y ella no podía conjurar un patronus. Regresó a la prisión entre carcajadas y gritos de placer, destruyendo los muros que encontró a su paso. También lanzó conjuros reanimadores a varios presidiarios y arrojó serpientes a otros para que reaccionaran.

—¡Volad hacia el sur, así llegaréis a Inglaterra! —gritó para hacerse escuchar.

—¿Dónde está el sur? —preguntó Mulciber.

No se distinguían las estrellas sobre el cielo negro de Azkaban, pero un Black siempre sabía leerlas, aun cuando no eran visibles. Bellatrix creó con su varita un cuervo plateado que revoloteó ante ellos dispuesto a guiarlos. Cuando uno preguntó cómo iban a volar, Bellatrix sonrió como una demente. Era muy buena en transformaciones y había conjuros que disfrutaba especialmente; por ejemplo, los que convertían temporalmente a una persona en un animal. Y no le gustaban por su utilidad...

—¡Ah! ¡Joder! ¡Qué me has hecho, maldita lo...!

Mulciber no pudo terminar la frase porque se vio convertido en un cuervo. La transformación era terriblemente dolorosa, como si le rompieran todos los huesos uno a uno. Eso era lo que disfrutaba Bellatrix. Medio minuto después, una bandada de cuervos migraba hacia el sur. Cuando solo quedaron los hermanos Lestrange y ella, los agarró del brazo y aparecieron los tres junto a las verjas de la Mansión Malfoy. Aún no habían tocado suelo y los Lestrange ya estaban vomitando; demasiado débiles y enfermos para aparecerse.

—Ya entraréis cuando dejéis de comportaros como bebés —espetó Bellatrix.

De no ser por la adrenalina y la euforia, ella no estaría mejor; pero aquel cóctel la hacía imparable. Recorrió el estrecho sendero que la separaba del enorme edificio de piedra y abrió con un gesto de su varita. El recibidor no estaba vacío y, a diferencia del de Voldemort, ese era un reencuentro del que Bellatrix no tenía deseos. Los contempló en silencio intentando contener las ganas de torturarlos.

Altos, delgados, rubios, de ojos claros, porte elegante y actitud altiva; los Malfoy seguían siendo un matrimonio de portada. Las facciones de Narcissa denotaban su origen noble y antaño la asemejaban a su hermana, ahora ya no. Azkaban le había pasado factura a Bellatrix. Y debía de ser muy evidente, porque la pareja la miraba con evidente disgusto, Lucius ni siquiera había bajado la varita. Notaba en las pequeñas arrugas que lucían sus ojos y en la palidez casi enfermiza que no atravesaban su mejor época. Al parecer, el regreso de Voldemort no ilusionaba a todos por igual...

—¿No vas a darle un abrazo a tu hermana? —preguntó Bellatrix sarcástica— ¿Qué ha sido de tus modales, Cissy?

Acortó la distancia que los separaba, jugueteando con su varita de forma distraída. Narcissa temblaba. Le tenía un miedo completamente nuevo y visceral.

—¿Qué? —insistió— No estoy tan mal... —murmuró contemplándose en uno de los espejos de la pared— Solo es cuestión de peinarme un poco... porque de falta de ducha no podéis acusarme, si algo había ahí era agua.

—Bellatrix... —logró susurrar finalmente Narcissa.

La bruja la ignoró y se acercó a su cuñado. Lucius y Bellatrix nunca se habían llevado bien, lo único que hubo en su tiempo fue un ligero respeto... pero había desaparecido completamente. A Bellatrix le estaba costando mucho atemperar su rabia.

—¿Y tú qué? —le espetó— El más cobarde entre los cobardes... —añadió en un susurro.

Malfoy apretaba sus finos labios y la miraba con odio, pero, oh sí, había también terror. El terror de estar ante una persona extremadamente peligrosa a la que ya no conocían.

—Renegaste del Señor Tenebroso a la primera, sin dudar... ¡Declaraste que te obligó contra tu voluntad! —le gritó prácticamente escupiéndole en la cara.

—¿De qué serviría que hubiese ido a la cárcel también? —inquirió Lucius con frialdad y un aplomo que no poseía— Desde fuera he podido estar más pendiente de cualquier movimiento para ayudar...

—¿Ah sí? ¿En qué has ayudado exactamente?

Lucius abrió y cerró la boca un par de veces sin pronunciar palabra. Bellatrix le miró con desprecio y después se echó a reír ella sola. Narcissa intervino, intentando apaciguar la situación o —preferiblemente— finalizarla.

—El Señor Oscuro nos avisó de que os liberaría... no dijo exactamente cuándo. Aquí no es seguro que te quedes porque el Ministerio nos hace inspecciones con frecuencia, pero...

—Me quedaré al menos hasta mañana. La reunión será aquí. ¿Te supone algún problema, Cissy?

—Claro que no —respondió su hermana mirándola a los ojos y reuniendo valor—. Puedes usar tu habitación de siempre.

—Estupendo, ¡como si nada hubiese cambiado! —exclamó con una alegría que los Malfoy no supieron si era genuina o impostada— Dile al elfo que me traiga...

—Ya no tenemos elfo —murmuró Narcissa visiblemente avergonzada.

—¿Perdón?

—Lucius lo liberó —respondió la rubia dirigiéndole a Lucius una mirada que manifestaba que no le había perdonado.

—¡Fue una trampa! ¡Potter me engañó!

—¡Sí que has sido útil aquí! —exclamó Bellatrix con grandes gestos— ¡Lograste que un sucio mestizo de once años te quitase al elfo! Menuda mente privilegiada...

Lucius estaba dispuesto a insultarla también, pero Narcissa le frenó y con un gesto casi imperceptible le indicó que se callara. Lo importante era no alargar aquello.

—Dejé algunas pociones —indicó Narcissa— y hay comida en la cocina.

Bellatrix los contempló de nuevo en silencio, como una fiera calibrando la naturaleza de su víctima. Al final, sin ninguna expresión, respondió: "Muy bien". Sin una palabra más, subió a la que catorce años atrás, fue su habitación. Pese a lo dicho, lo primero que hizo fue ducharse, echaba de menos el agua dulce. Después abrió su armario a ver qué se podía poner.

—¡Absolutamente nada! —exclamó con rabia quemando el tercer vestido.

No es que no le valiese la misma ropa que a sus veinte años (le quedaba más holgada que entonces), pero las polillas y el tiempo la habían avejentado y casi destrozado. Ni con magia se podían recomponer. Cuando al fin encontró un viejo jersey que había capeado bien los años, pasó a las pociones. Se tomó las cuatro que había dejado Narcissa sin molestarse en mirar para qué eran. Dedujo que para tratar las diversas carencias que Azkaban había provocado en su salud: desde los calambres musculares hasta los mareos que sufría cada pocas horas. Cenar no le apetecía, tenía el estómago cerrado por los nervios y la emoción.

—Tengo que conseguir whisky... —murmuró.

Pero eso ya sería otro día, la adrenalina empezaba a bajar y estaba demasiado cansada. Había sobre la cama una capa de polvo y suciedad casi tan gruesa como el edredón (se notaba que los Malfoy estaban sin elfo), pero le dio igual: se metió dentro y cerró los ojos. Al momento se quedó dormida.

Mientras sus compañeros pasaron una noche horrible entre terrores y pesadillas, ella revivió la misma fantasía con la que soñaba en Azkaban en la que su maestro la iba a rescatar. Ahora era real. 

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