Capítulo 8 | La hija del jefe
𝑴𝒂𝒙
Había pasado una semana desde la última vez que la vi salir del despacho de su padre de la misma forma en la que entró: con la furia resonando por cada poro de su piel.
No me quedaba duda alguna de que fueran padre e hija y no solo se debía a su parecido físico, que ahora se percibía mucho mejor, sino a aquellos detalles que los hacía tan idénticos, que los marcaban como familia de sangre: la mirada afilada, la sonrisa un tanto siniestra pero a la vez sensual, que te intimidaba de la misma forma en que te llamaba a la curiosidad, la risa un tanto arrogante y sus muecas de enojo y molestia que eran iguales.
Cuando discutieron en el despacho del jefe, a escasos centímetros de distancia del rostro del otro, se podía percibir la tensión que irradiaban, ambos eran igualmente necios y no daban el brazo a torcer. Asumí que Maddox decidió irse antes de decir algo por lo que podría arrepentirse después, porque parecía una bomba de tiempo a punto de estallar si Levi se atrevía a decir algo más.
La semana que siguió fue extraña, no nos llamaron para nuevas misiones, mi hermano respondía mis mensajes con evasivas y cuando hablé con los demás por última vez no tenían idea de que era lo que les ocurría. Maddox no había ido a clases en días, no es que estuviera al pendiente de si aparecía o no, pero me dejaba un mal sabor de boca que justo después de aquel enfrentamiento de padre e hija, de que algo tan importante como su identidad saliera a la luz, hayan desaparecido.
—¿Has hablado con ella?
La voz de James me trajo de regreso a la realidad y busqué sus ojos, tenía una ceja levemente alzada y la cabeza inclinada señalando la silla vacía del fondo. No necesité preguntarle a quien se refería, lo sabía.
Encogí los hombros fingiendo desinterés.
—¿Por qué hablaría con ella?
La mirada de mi amigo se volvió más aguda.
—Debían hacer un trabajo juntos, ¿verdad? —asentí, lo último en lo que necesitaba centrar mi atención en aquel momento era en un estúpido trabajo de la universidad—. ¿Entonces...?
—No es buena para trabajar en equipo —mentí.
Lo escuché resoplar y concentré mi vista al frente, donde la profesora no dejaba de parlotear acerca de los procesos judiciales y más cosas que no tenía interés en saber. Quizás debía aprovechar que esa semana no había tenido una llamada a las cuatro de la mañana para transportar un nuevo cargamento y así poder concentrarme en pasar los últimos exámenes pero mi mente no dejaba de darle vueltas a que toda esa situación era extraña.
Me molestaba mucho que mi cabeza estuviera siendo ocupada por la rubia, no tenía interés en dedicar cada segundo de mi vida pensando en ella pero aunque lo intentara, todos mis esfuerzos eran en vano. Como ahora, que aunque la profesora no dejaba de hablar y yo intentaba observarla, resultaba difícil evitar que mis ojos se desviaran hacia el asiento que habitualmente ocupa Maddox.
Mi pensamiento hacia ella no cambió, aún me resultaba molesto que fingiera algo que no era, mucho más cuando ahora estaba muy seguro de quién era ella. Pero al verla junto a su padre, en el enfrentamiento que tuvieron, no pude evitar sentirme como un imbécil.
Sí, quizás pasaba la mayor parte del día fingiendo pero todas las personas lo hacen, yo incluyéndome llevaba una doble vida por causa del trabajo. Y esto era algo que yo había elegido, ella no había elegido su apellido, pero era lo que le tocaba.
Quizás su vida no era tan sencilla después de todo.
Cuando la profesora dio por finalizada la clase me apresuré a salir sin esperar a James pero una voz tras de mí hizo que detuviera mis pasos, respire hondo antes de darme la vuelta y regalarle mi mejor y más falsa sonrisa a la profesora.
—Señor Hardaway, ¿no tiene nada para mí? —fruncí un poco las cejas y ladeé mi cabeza hacia un costado, demostrando mi poca comprensión ante sus palabras.
—¿Disculpe?
—El trabajo —respondió con simpleza y en ese momento algo frío se instaló en mi pecho porque si estaba preguntando quería decir solo una cosa—. Asumí que tú y la señorita Buffay lo harían juntos, pero Maddox me envió solo el suyo.
Si dentro de mí quedaba algún sentimiento de preocupación hacia la rubia se desvaneció en ese preciso momento y en su lugar fue reemplazado por un instinto de asesinarla.
Tragué saliva mientras intentaba pensar en una excusa lo suficientemente buena para salvarme de este lío, la profesora negó con un leve movimiento de cabeza y se acercó un paso más.
—Le daré otra oportunidad, Max. Tiene hasta el final de esta semana para enviarlo por correo.
Asentí en silencio y salí del salón con un nudo en la garganta, no era de tristeza ni de emoción, sino de furia. Necesitaba encontrar a la rubia y confrontarla, no me interesaba si se estaba escondiendo bajo una roca y si debía extorsionar a mi hermano para que me dejara su contacto o la manera en que podría encontrarla.
Caminé entre todo el gentío de la universidad, era la hora pico en que distintos estudiantes salían de clases para pasar a otros salones y así por lo que los pasillos parecían atestados. Intenté alejarme lo más posible del lugar mientras buscaba una cabellera rubia pero en su lugar una pelirroja se apareció frente a mí y agradecí de forma mental.
Si alguien sabía dónde encontrar a Maddox, esa sería su mejor amiga.
Penny me regaló una mirada de pocos amigos cuando me acerqué.
—Penny...
—Largo, Hardaway —abrió su casillero frente a mí y debí reunir toda mi paciencia, ahora entendía porque eran tan buenas amigas.
—Escucha, necesito ponerme en contacto con Maddox...
—¿Y por qué eso me importa?
—Porque eres su mejor amiga.
—Repito, ¿por qué eso me importa?
Suspiré.
—Penny, no lo hagas tan difícil...
Cerró el casillero con fuerza y me enfrentó, di un paso hacia atrás porque, aunque midiera lo mismo que un Hobbit, sus ojos me lanzaron una mirada asesina.
—Podrías empezar por pedir las cosas de forma mucho más amable, ¿no crees? —separé los labios para hablar pero la pelirroja continuó—. Además ¿por qué quieres contactarte con ella? Hasta donde sé, la detestas.
Eso no era cierto, no tanto, al menos.
—No la detesto —me defendí—. Solo empezamos con el pie izquierdo.
—¿Empezaron? Pero si tú le dejaste en claro que no soportabas su presencia.
—Yo jamás...
—La llamaste princesa malcriada, eso no es empezar con el pie izquierdo.
La miré con los ojos entrecerrados, si Penny estaba al tanto de eso quería decir que la rubia le había contado lo que ocurrió, lo que implicaba que habían hablado de mí.
No supe porqué pero una emoción se instaló en mi pecho al pensar que la rubia pensaba un poco en mí.
No. ¿Por qué eso me importaba?
Sacudí la cabeza en un intento de apartar esas ideas.
—Tienes razón, me comporté como un imbécil —me sorprendió haber oído mis propias palabras pero continué—. Por eso quiero ponerme en contacto con ella, así puedo disculparme de forma adecuada.
Penny me observó por unos segundos y ladeó la cabeza poco convencida.
—Por favor —murmuré entre dientes.
Esas dos palabras le sacaron una sonrisa que sentí un tanto retorcida pero pareció convencida.
—Ahora mismo está sin móvil, creo que se le cayó al agua o algo parecido —cierto, Will se había quedado con su teléfono luego de que posiblemente se lo hayan hackeado— . Pero hoy es miércoles, así que podrás encontrarla en el gimnasio de Bruce.
Asentí y tras asegurarle que me encargaría de disculparme de rodillas, lo cual no ocurriría jamás, me dirigí hacia donde se encontraba el gimnasio que me había dicho. En realidad no me extrañó mucho el lugar, ya que era una de las calles que Levi manejaba y no creí que fuera tan tonto de dejar que su hija estuviera en otras calles que no sean las suyas.
El gimnasio de Bruce era conocido porque allí entrenaban la mayoría de los soldati del jefe, sabía que Will y Jace solían ir pero asumí que Maddox tendría un espacio reservado para ella donde nadie pudiera molestarla. Aunque no supieran quien era de seguro nadie la molestaría si de verdad era vigilada por mi hermano las veinticuatro horas del día.
No sabía porqué pero luego de ver cómo se llevaban, la relación que ambos compartían un sentimiento extraño me invadió y el hecho de que se haya preocupado por ella lo suficiente para seguirla luego de la discusión que tuvo con su padre, como si necesitara asegurarse de que estuviera bien, no había sido de ayuda.
Quizás encargarse de Maddox era solo un trabajo y de ello dependía la confianza que Levi le tenía, ya que Matthews era su consigliere, pero aún así no podía dejar de pensar que había algo más que lo motivaba a comportarse de esa forma.
Y no me agradaba, en absoluto.
Maddox parecía llevarse bien con todo el mundo, menos conmigo.
Contrario a lo que creí el gimnasio se encontraba vacío, solo el ruido de un saco de boxeo siendo golpeado, de forma muy insistente, rompía el silencio de todo el lugar deshabitado. Me adentré hasta dar con la fuente del ruido y la vi, algo se paralizó en mi pecho al darme cuenta que la rubia no parecía ella. O al menos, no a la Maddox que solía mostrar al mundo.
Llevaba su cabello rubio recogido en una coleta alta, un pantalón deportivo demasiado pequeño y un top negro a juego. Los guantes de boxeo eran rojos y recordé que siempre llevaba algo rojo con ella, las uñas por lo general las llevaba pintadas de un rojo que me hacía pensar en la sangre.
Ella estaba de espaldas y muy concentrada asestando golpes precisos al saco como si de un enemigo se tratara, era delgada y si bien era más alta que Penny, no llegaba a mi altura por lo que me sorprendía la fuerza que parecía tener. Se notaba la constancia de su entrenamiento y que esto parecía un hobbie más para ella, los músculos de sus brazos se flexionan con cada golpe y en ese momento me percaté de su espalda.
Jamás la llevaba al descubierto por lo que era muy probable pasarlo por alto, pero una vez que lo vi no pude apartar los ojos aunque lo intentara.
La tinta roja se extendía por su piel que aún se encontraba un tanto bronceada, lo que hacía que el tatuaje de dragón resaltara más. No supe de donde nació el impulso pero de pronto quería acercar mis dedos a su piel, saber si era tan suave como parecía, recorrer el tatuaje que le hacía honor a su nombre, acariciar sus brazos desnudos y oler su perfume.
Mis ojos bajaron hacia su trasero, el cual se ajustaba de forma perfecta a su pequeño pantalón deportivo y tragué saliva cuando sentí el calor acumularse en mi ingle.
Me maldije mentalmente por no poder apartar la vista.
—Y yo que creía que para Max Hardaway era una simple chica invisible —Rápidamente alcé la vista hacia ella y la observé confundido, sin saber muy bien como supo que estaba allí—. Si vas a quedarte allí me vendría bien tu ayuda, —dijo mientras se daba la vuelta regalándome una imagen perfecta de su abdomen desnudo, estaba marcado y era plano, tragué saliva—, quizás podría usarte de saco de boxeo.
Me regaló una sonrisa torcida y mis ganas de asesinarla aumentaron.
Al mismo tiempo que aumentaban mis ganas de tocarla.
La odiaba.
—No me darías ni aunque lo intentaras —señalé.
Se acercó despacio mientras se quitaba los guantes de boxeo, observando aún con una sonrisa, la misma que su padre solía regalarle a sus víctimas minutos antes de asesinarlos.
—¿Quieres apostar? —murmuró.
No me pasó desapercibido el tono de su voz, entre sugerente y desafiante.
Lo dudé por un segundo, llegando a considerar su propuesta porque de verdad que la curiosidad se despertó en mi interior como una semilla a punto de echar raíces, hasta que me abofeteé de forma mental.
No estaba aquí para jugar con la hija del jefe.
Me acerqué un paso y alzó una ceja.
—No vine a jugar, Maddox.
—¿No?
—No —dije a secas—. Vine porque me engañaste.
Retrocedió un paso y su sonrisa aumentó.
—¿Eso hice? —asentí— ¿Y en qué te engañé? Si puedo saberlo.
—Dijiste que harías ese trabajo.
Dejó escapar una risa y la miré confundido, se dio la vuelta para alejarse pero antes de que lo lograra la tomé del brazo y la sostuve con fuerza. La sonrisa se borró de su rostro cuando se giró a verme nuevamente.
—Jamás dije eso —su voz era profunda y tajante.
—Claro que sí, dijiste...
—Que lo entendía —señaló y la miré confundido—. Dije que entendía y comprendía que podías estar ocupado, pero jamás dije que lo haría. No usé esas palabras, claro está.
Intentó alejarse pero la atraje hacia mí aplicando más fuerza y en un rápido movimiento ella fue la que me llevó más cerca con el mismo brazo que yo estaba agarrando.
Volvió su sonrisa al tenerme tan cerca.
Me sorprendió su fuerza.
—No te confundas, Hardaway —dijo entre dientes regalándome una mirada filosa—. Ya habrás descubierto que no soy una princesa malcriada.
Estábamos cerca, nuestros rostros a centímetros de distancia, mi cabeza estaba inclinada hacia abajo para poder verla bien y no pude evitar que su perfume de cerezo se colara por mis fosas nasales. Lo que envió una descarga eléctrica por todo mi cuerpo y cuando bajé la vista la imagen de sus pechos cerca de mi cuerpo hizo que algo en mi ingle se tensara.
—Salvatore o no, eso no cambia nada —murmuré.
Su sonrisa se acentuó con más ímpetu y se acercó un poco más, para susurrar cerca de mi rostro.
—Creo que a mi padre le gustaría oírte hablar así —su voz me acarició la mandíbula y tragué saliva intentando ordenar mis pensamientos, porque tenerla a esa distancia resultaba una muy mala idea y una tarea difícil—. ¿Sabes dónde está el último chico que me molestó? Podrías ir al lago Michigan, quizás su cuerpo aún sigue flotando.
¿Dónde había quedado la chica que pasaba desapercibida? ¿Que era ordinaria e invisible? ¿Que no parecía matar ni a una mosca?
No podía lidiar con esta Maddox, esta que parecía saber muy bien el poder que tenía y el impacto que generaba.
La odié un poco más por eso.
—Lucha contra mí —dijo luego de un momento de silencio. La miré sin comprender y señaló un lugar a mi espalda, asumí que era el cuadrilátero.
—Estás demente.
—Quizás, pero no fue lo que pregunté —desafió.
—Si te dejo un ojo morado luego tu padre me asesinará.
Se zafó de mi agarre y caminó hacia el cuadrilátero mientras se ajustaba los guantes, ignorando lo que había dicho.
—Si yo gano, dejarás de molestarme —dijo mientras se subía y deslizaba por las cuerdas de forma que su trasero volvió a quedar en primer plano y contuve la respiración—. Pero si tú ganas, pondré tu nombre en el trabajo y le diré a la profesora que fue un malentendido.
Se dio la vuelta para regalarme una mirada amenazadora y una sonrisa retorcida. Maldije por lo bajo antes de acercarme a una esquina para buscar un par de guantes negros y acercarme a donde ella estaba.
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