Capítulo 51 | ¡Feliz ̶c̶u̶m̶p̶l̶e̶a̶ñ̶o̶s̶ engaño!
𝑴𝒂𝒙
Me sudan las manos y los nervios se apoderan de cada célula de mi piel. El tic tac incesante del reloj me saca de quicio y estoy a punto de hacerlo añicos pero me contengo.
Respiro profundo. Inhalo y exhalo. Intento calmarme y decirle a cada músculo de mi cuerpo que se relaje, luego de todo lo que ha sucedido, luego de todo lo que he logrado no puedo perder los estribos de improvisto.
Hoy será la noche definitiva. Hoy intentaré decirle a Maddox toda la verdad y espero poder aferrarme a la esperanza de conservarla a mi lado, se que decirle la verdad sobre su padre no será sencillo de escuchar pero debe saberlo. Antes de que todo explote, debe escucharlo de mis labios.
El teléfono suena y me pongo en acción, las oficinas abandonadas donde solíamos reunirnos con el jefe antes de que todo salga mal están ahora vacías. El frío del invierno se filtra por cada viga y falla en la pared, me cala hasta los huesos y agradezco en ese momento haber llevado abrigo. Me acerco hasta el pequeño escritorio que se encuentra lleno de tierra y suciedad, descuelgo el teléfono y aguardo.
—Nos ha causado muchos problemas tu noviecita, snake.
Trago saliva al escuchar su tono de voz que aunque no lo pronuncie, sé que guarda un deje de amenaza.
—Planeo encargarme de ella esta noche, jefe.
El solo pensar en alguien más poniendo un dedo encima de Maddox hace que algo dentro de mí se retuerza, ya lo había permitido una vez y ahora pagaba el arrepentimiento de aquello todo el tiempo. No volvería a cometer el mismo error otra vez, ella no pagaría por mis errores. No mientras pueda evitarlo.
—Eso espero.
Son las últimas dos palabras que dice antes de colgar y dar por finalizada la llamada. Para ese momento el jefe debería estar muy lejos de la ciudad, lo suficiente para que nadie pueda encontrarlo y el plan es que se mantenga alejado y pase desapercibido por un tiempo. Decirle eso a un mafioso y que lo haga es casi imposible, pero mi jefe sabe lo que es mejor y luego del problema que tuvimos que afrontar no hay otra alternativa posible.
La línea permanece vacía y solo se escucha el sonido intermitente de la llamada finalizada, vuelvo a depositar el teléfono donde estaba y examino todo el lugar. Mi última misión hasta tener más noticias es deshacerme de todos los rastros que podrían incriminar a la organización, y en consecuencia, incriminarme. Luego mantener un perfil bajo y pasar desapercibido.
Lo último lo había hecho durante toda mi vida y había salido a la perfección. Había logrado engañar no solo a Maddox, sino a mi hermano, aunque de eso no me arrepentía demasiado.
Así que busco en cada rincón de aquel edificio todo lo que pueda ser perjudicial para nosotros y me deshago de todo, a excepción de documentación que podría serme útil en un futuro. Me dejaron a cargo de esta tarea así que nadie podría echarme la culpa si faltaba documentación, me aseguraría de destruir toda evidencia y guardar lo importante solo para mí.
Porque en algún momento, era mi pellejo el que debería cuidar. Ya había visto lo que el jefe le hizo a su hijo, nada me aseguraba que no me hiciera lo mismo a mí.
Una vez que termino, salgo del edificio. Busco los bidones de gasolina a un lado de la propiedad y vuelvo a ingresar, lleno cada piso y rincón con el líquido inflamable y cuando me aseguro de no dejar ningún espacio sin combustible vuelvo a abandonar el lugar. Por último rodeo el edificio dejando que el último bidón se vacíe por completo.
Tomo distancia y extraigo del bolsillo de mi chaqueta de cuero el encendedor que suelo usar: uno que mi hermano me regaló hace un par de años, con nuestro apellido grabado y una víbora que rodea las palabras. Paso la yema de mis dedos por la textura, las letras doradas y el dibujo sobresalen con relieve, presiono los labios y cierro los ojos una vez, como si en aquel instante pudiera grabar en mi memoria todas las cosas que pasamos juntos para luego dejarlas ir.
A partir de esta noche, seré un desconocido para Matthews.
Lo enciendo y dejo que la llama se revele ante mí, la observo solo por un segundo antes de lanzarlo hacia la entrada del edificio y el contacto es letal e inmediato. Las llamas naranjas se esparcen por todo el lugar, lo rodean, lo abrazan y se vuelven uno con las paredes desvencijadas y venidas a menos.
Camino hacia mi motocicleta aparcada a una distancia prudente para mantenerme a salvo del incendio pero para poder observarlo. Permanezco allí, con medio cuerpo descansando sobre ella y sin apartar los ojos del espectáculo frente a mí. No debería quedarme tanto tiempo, podría aparecer alguien y verme implicado en un incendio a una propiedad privada no se vería bien para comenzar a pasar desapercibido.
Pero aún así me quedo quieto, observando como las llamas toman más intensidad, el rojo y el naranja se mezclan arrasando con todo.
Me enciendo un cigarro y disfruto de dar caladas despacio.
Solo cuando lo acabo es que monto mi motocicleta y me alejo de allí. Recorro las calles de Chicago observando todo a mi alrededor, corroborando que nadie me siga el rastro. Me quito el casco cuando me detengo en una señal de alto y luego continúo mi camino, dejando que la brisa fresca del comienzo del invierno golpee de lleno en mi rostro, mentalizándome con las cosas que tendré que decirle a Maddox cuando la vea en un par de horas.
Sonrío al recordar la cena y su emoción dos días atrás, no suelo festejar mi cumpleaños. Al menos los últimos recuerdos buenos de cumpleaños son con mis padres vivos, por lo que cuando ellos ya no estuvieron festejar esos días dejó de tener importancia y con el tiempo me hice a la idea de que ellos no regresarían. Entonces mi cumpleaños no volvería a ser lo que era jamás. De no ser por ella, ahora no estaría un poco emocionado por hacer algo diferente.
Pero el pensar en mis padres hace que todo mi cuerpo se tense y me obligo a pensar en cualquier otra cosa. Mantengo mi mente ocupada todo el trayecto, me armo de coraje y valentía hasta que llego a mi apartamento, no puedo pensar en cosas que me distraigan de mi objetivo y me llenen de ira. Ahora lo único importante es intentar ser honesto de una buena vez. O al menos, lo más honesto que pueda serlo sin que eso le haga daño.
Sin que eso la aparte de mi lado. Porque si puedo elegir las palabras que usaré, si puedo seleccionar qué verdades decirles y cuales mantener en secreto entonces aún puedo tener esperanza, no es necesario que Maddox sepa todo en detalle. Si lo supiera, se que no tendría marcha atrás.
Atravieso la entrada del edificio y voy directo al ascensor, descanso la espalda sobre el espejo y me permito un instante de calma, un momento para repasar mi plan. Las puertas se abren pero no salgo, aguardo unos segundos más tratando de relajarme por completo y cuando lo logro me incorporo para caminar hacia mi apartamento.
Pero la escena que me recibe al abrir la puerta es desconcertante y me deja clavado al piso.
Maddox se encuentra en el suelo a un extremo del piso cerca a la mesa, con la vista perdida al frente y un montón de papeles la rodean. El miedo, terror y pánico se abren paso dentro de mí, marcan una línea y me separan como si fuera dos partes de una misma persona y en cierta forma lo es.
Y ella parece saberlo.
Trago saliva y me acerco despacio.
—Maddox...
Alza la vista y clava sus ojos verdes en mí, brillantes por las lágrimas contenidas y que la desbordan pero se niega a dejar salir. Su semblante cambia, ahora adopta una forma fría y seria, sus ojos se encienden y hay fuego en su interior. Presiona los labios en una fina línea y veo su pecho subir y bajar con más fuerza y potencia. Algo me dice que está a punto de estallar.
Pero se contiene, solo se limita a mirarme.
—¿Cómo pudiste? —dice con voz rota.
—Deja que te lo explique, rubia...
Estoy a punto de ponerme de rodillas para suplicarle, ni siquiera sé que voy a decirle pero pienso con rapidez cualquier cosa que pueda hacer que deje de mirarme de aquella forma. Intento acercarme más pero ella se abraza a sus rodillas y hunde la cara en sus piernas, escucho un sollozo y como empieza a llorar.
No me acerco. Se que lo último que quiere es eso así le doy su espacio.
Permanezco allí, con los puños presionados a mis lados a la espera de que me enfrente. Observo todo a mi alrededor y me maldigo al darme cuenta que ella lleva mucho tiempo en mi piso, preparando una cena, hay luces cálidas y velas sin encender. Una fuente sobre la encimera de mármol con lasaña recién sacada del horno, todo está organizado para compartir una velada.
Y todo acaba de salir mal.
Me repito una y otra vez lo estúpido que fui al no ser precavido y asegurarme de que esto no ocurriera. Está claro que Maddox ha leído todos esos papeles, ha hecho conjeturas lógicas y conectado los puntos necesarios, todo en su cabeza se forma como un esquema que le muestra de verdad quien soy. Y no soy como ella creía.
La escucho llorar y pienso que la he cagado, ahora ella lo sabe todo y lo que no sabe es fácil deducirlo. Me doy una bofetada mental y me arrepiento de no haberle dicho todo cuando quise hacerlo hace un par de meses, ahora no solo no podría decirle toda la verdad sin que me dejara, sino que debía seleccionar aquellos datos que ella no tuviera que saber para que no se pusiera en peligro, y no pusiera en peligro todo lo que había logrado hasta ahora.
No había sabido equilibrar la balanza de que era lo que más me importaba o en realidad, no había querido verlo. Me pasé todo este tiempo convenciéndome de que Maddox era igual de importante que mi venganza y que por eso podía mantenerlas a ambas a la vez. Pero no era así.
La venganza lo teñía todo. La sangre pesaba demasiado y yo estaba obsesionado con Maddox, pero más con vengarme.
En ese momento soy más consciente que nunca, no solo lo nuestro se fue por la borda. Sino todo mi plan, el que me llevó años organizar y al que me había adherido los últimos meses procurando que todo saliera bien. Había avanzado tanto en mi investigación, cada cosa nueva me acercaba más a mi plan de venganza y ahora... todo se había arruinado.
Y la perdería. Eso estaba más que claro.
Me doy cuenta que ha dejado de llorar y se alza sobre sus pies abandonado el piso. Como si se hubiera dado cuenta que no era razón suficiente para derramar esas lágrimas, yo no era razón suficiente. Tenía razón. Veo como toma su bolso y camina hacia la puerta sin detenerse a verme. Pero antes de dejarla avanzar envuelvo mi mano alrededor de su brazo y la detengo.
Ella responde con rapidez y coloca el cañón de su pistola sobre mi cuello. Inclino la cabeza hacia atrás, sorprendido doy un paso hasta chocar con la pequeña y vieja biblioteca, algo confundido por su reacción aunque la entiendo. Si la persona que jura quererme y protegerme me hubiera usado como un peón también reaccionaría igual.
Pero si la quería. De una forma retorcida, pero lo hacía.
—¿Cómo pudiste? —murmura de nuevo—. Siempre has sido tú ¿Cierto? El que hackeo mi móvil, el topo que informaba a South... apuesto a que tu preparaste todo para parecer el héroe aquella noche ¿Verdad? Luc entró a mi casa contigo, por supuesto —la veo como sonríe sin un atisbo de diversión y trago saliva con dificultad. A tientas busco el arma que guardo entre los libros sin hacer el menor movimiento que ella pueda captar—. Tú... fuiste tú. Todo este tiempo.
—Puedo explicarte todo, Maddox...
Presiona el frío cañón sobre mi piel y en ese momento le apunto con mi pistola, ella sonríe mientras se aleja un paso sin bajar su arma. Ahora estamos enfrentados, ambos siendo amenazados por el otro, a un paso de dispararnos y acabar con nuestras vidas.
A un paso de que todo arda.
Su Mossberg apunta a mi frente y mi Glock a la suya.
No nos movemos.
No apartamos los ojos del otro. Un poco a la espera de que lo que podamos hacer, sabiendo en el fondo de lo que somos capaces.
—¿Hasta cuándo ibas a sostener la mentira?
—Hasta esta noche, planeaba decirte toda la verdad —admito con sinceridad.
Niega.
—Por supuesto, muy oportuno —murmura—. Y después... ¿Qué? ¿Planeabas asesinarme?
—No, Maddox. Nada de eso, yo jamás...
—No te atrevas. —dice cortante mientras quita el seguro de su pistola.
No la imito. No tengo interés en dispararle a menos que la situación nos lleve a ese límite, lo único que quiero es lograr que me escuche, decir y hacer lo necesario para que permanezca en mi piso el tiempo suficiente para que pueda convencerla. Sé que es una locura, una completa tontería, solo pensar que aún puedo convencerla... pero me niego a aceptar la alternativa. Me niego a aceptar que ya no hay marcha atrás.
Me niego a perderla. A dejarla marchar.
Porque es mía. Maddox Salvatore es mía.
Mi plan siempre fue destruir a su padre, ella solo es un daño colateral del que me terminé obsesionando. No podía dejarla ir tan fácilmente.
—No tengo interés en mentirte.
—Claro, ya se acabaron las mentiras.
Baja el arma y se aleja un paso, solo en ese momento saco el seguro de mi pistola y ella alza una ceja sin dejar de verme.
—Dispara, Max. Porque saldré de este apartamento, quieras o no, respirando o no. Pero no puedes controlarme más.
—¡Yo no quería controlarte! ¿No lo entiendes? —exploto de rabia e impotencia—. Mi problema es con tu padre, no contigo.
—Es conmigo también. Sino no me habrías usado como una maldita ficha en tu juego —dice con tono mordaz.
Niego y mantengo mi arma en lo alto, ella no vuelve a apuntarme con la suya. Parece convencida de su destino, entregada a que le dispare. Y no quiero hacerlo pero no puedo dejar que se vaya.
—No tenía intención de usarte, al principio era una tontería pero luego... luego comencé a sentir cosas por ti, te quiero, yo...
Niega y cierra los ojos.
—¡Basta! ¿Cómo puedes sostener tu mentira de esta forma?
Mi voz está teñida de desesperación, porque de hecho estoy desesperado. Porque se quede, me escuche, me crea, aun me quiera. Estoy desesperado por ella y es ahí cuando me doy cuenta que mis ojos se llenan de lágrimas, pero no es tristeza sino impotencia.
Perdí la humanidad hace mucho tiempo, no me arrepiento de lo que hice. No puedo disculparme, porque sería continuar las mentiras y de nada sirve. Pero necesito... que se quede. Conmigo.
—¡No miento! —insisto y como ya no me quedan palabras que la hagan cambiar de opinión, uso mi última carta, el as bajo la manga—. Tu padre está involucrado en la muerte de mis padres.
De repente se queda en silencio. Y el mundo entero parece acompañarnos. El tiempo se detiene, sus ojos verdes brillan en la penumbra de mi apartamento, es extraño aun seguir con el arma apuntando hacia ella pero cuando pienso en bajarla se dobla sobre sí misma y ríe.
Deja escapar una sonora carcajada.
Se está riendo.
La miro confundido, arrugando la frente y haciendo una mueca con mis labios, de todas las reacciones que imaginé o espere ver en ella, esta no entraba en la lista de posibilidades. Maddox se ríe, rompe el silencio sepulcral del espacio como un rayo estruendoso y escucho su risa hasta que se calma.
De repente dejo de verla con confusión y me pongo serio, comienza a molestarme que no considere mis palabras como la verdad que es y cuando estoy a punto de hablar ella me interrumpe.
—¿Y quien te dijo esa estupidez? ¿South?
—No es una estupidez —digo cortante, molesto, furioso con ella.
Se está riendo de mí.
—Claro, entonces imagino que tienes pruebas ¿cierto? —presiono los labios y me sonríe, se muerde el labio inferior con una clara muestra de diversión.
—Perdón por no poder compartir tu diversión, la muerte de mis padres no es algo divertido.
—Oh, Máximo, por favor —pone los ojos en blanco, como si no tuviera una pistola a centímetros de su rostro—. ¿El enemigo de mi padre, jefe de la organización criminal enemiga de Draghi te dice que Levi es quien asesinó a tus padres, ergo sus mejores amigos, y tú le crees? Te creí más inteligente. O al menos, no tan idiota.
No. Me niego a dar crédito a lo que dice.
Ella confía demasiado en su padre, por supuesto. Jamás pondría en duda lo que piensa de él, lo que cree saber, pero aún así luego de leer toda la información que recaude con los años...
La información que conseguí por South.
Niego.
—Hay muchas cosas de tu padre que no sabes —digo en un susurro, con la mano firme.
Asiente.
—Y hay muchas cosas que tú desconoces de tu jefe.
Da un paso hacia atrás pero me acerco.
Ella me lanza una mirada amenazante y contrario a lo que creía que haría, abrir la puerta y alejarse, se acerca. Con sus dedos rodea mi muñeca y hace que le apunte directo al pecho. Directo al corazón.
Trago saliva.
—Dispara. Si tantas agallas tienes, dispara de una maldita vez. Porque me iré. Quieras o no, no permaneceré un segundo más viendo tu maldita cara, oyendo tu maldita voz —se acerca y la pistola se hunde en su pecho cubierto de ropa, permanezco viendo su corazón—. Pensar en estar un segundo más a tu lado me provoca asco —dice en voz baja—. Así que anda ¡Dispara!
En mi mente se arremolinan un millar de pensamientos que me marean, el ambiente entre nosotros es tenso, denso, pesado, nos aplasta y me siento obligado a actuar como ella me pide.
Sus ojos verdes brillan y me hundo en ellos como una marea, no es hasta este momento que me doy cuenta que no es cualquier verde, es un verde esmeralda pero aún más claro. Es como la espuma del mar, verde espuma del mar...
Me lamento por lo que estoy a punto de hacer.
No quiero hacerle más daño... pero quiero que esté conmigo.
Y si no está conmigo, la prefiero muerta.
Presiono el gatillo y disparo.
Ella sonríe y alza una ceja, vuelvo a presionar el gatillo... nada. El arma está completamente descargada y me siento un imbécil.
Antes de poder reaccionar su cuerpo arremete contra el mío con más fuerza de la que me imaginé que podría usar, con su mano derecha toma mi muñeca y la aprieta con fuerza hasta que maldigo entre dientes y suelto el arma. Lo siguiente que siente es mi cuerpo siendo empujado hasta la biblioteca nuevamente y el cañón de su pistola acariciando mi cuello.
No se de donde saca su fuerza sobrehumana, pero supongo que es la traición y el enojo, la ira y la vergüenza, la que la llevan a accionar de aquella forma y no pongo en duda de lo que es capaz.
Una vez lo dijo: puedo derribarte en un segundo.
Claro que puede. Aunque su cuerpo sea pequeño tiene una fuerza sobrehumana. Pero entonces me doy cuenta: no es sobrehumana, porque no le queda nada de humanidad. Y es de ahí que saca la fuerza para ganarme y dejarme noqueado.
Me mira sin un atisbo de diversión, la sonrisa se esfumó de su rostro.
No necesito un espejo para saber como me veo, se que estoy igual que ella.
Para ambos lo que acaba de suceder marca un antes y un después, si no era una línea muy clara la que se había marcado hasta entonces, ahora sí lo estaba, más que nunca. Porque intenté dispararle y, de no haber estado descargada, la habría asesinado.
Ahora es su turno de disparar. Sostengo su mirada sin titubear aceptándolo pero ella me sorprende otra vez con sus acciones: se mantiene donde está, con su cuerpo presionando el mío, su pistola sin moverse y sus ojos fijos en mí, no se inmuta, me recorre con la mirada y hay... ¿Confusión? ¿Desilusión? ¿Asco?, muchas emociones se arremolinan en sus ojos.
—Quizás intentaste utilizarme, pero tú eres eso: un peón más en un juego que tú no manejas —se acerca más—. Son los dragones los que ponen las reglas, Max. No lo olvides.
Trago saliva y comienza a sentir una oleada de pánico que recorre todo mi cuerpo, ella parece notarlo porque sonríe satisfecha.
—Tú trabajarás para un mafioso, pero yo soy hija de un Don. Deberás esforzarte más si quieres acabar conmigo.
Se aleja, siento la ausencia de su cuerpo contra el mío y solo ahí soy consciente de que aquella será la última vez. Camina de espaldas hacia la puerta sin apartar sus ojos de los míos, al llegar acerca su mano para abrirla y para salir, se da la vuelta como si yo no me encontrara aún allí y nada de esto tiene sentido de repente.
La veo con confusión.
—¿No vas a asesinarme?
Se detiene al escuchar mis palabras pero no se voltea en mi dirección, permanece con los ojos fijos en la madera.
No puedo creer que me deje libre. Se debe tratar de un juego, de seguro se dará la vuelta, volverá sobre sus pasos y hará que una de sus balas me perfore la frente, al igual de que lo hizo con dos de sus anteriores víctimas.
Una parte de mi incluso lo anhela, espera que acabe con todo esto porque si me deja así ya nada quedará por lo que valga la pena continuar, deberé enfrentarme a la realidad: huir, desaparecer.
Ladea un poco la cabeza para verme de costado y me sonríe. Y en ese momento no es a Maddox a la que tengo al frente, en ese momento es el Don de la mafia, es un fiel reflejo de su padre. En ese instante sonríe como solo lo he visto hacer a Levi y sé que son dos gotas de agua idénticas, pero que hasta ese momento no sabía que podían serlo.
En cuanto habla, un escalofrío me recorre como si fuera la caricia helada de la muerte.
—Me traicionaste a mí, a mi padre, a tu hermano... —niega aún con su sonrisa—. Si piensas que una bala es el destino que te mereces es que al parecer aún no has entendido bien. Te metiste con la mafia equivocada, Máximo.
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