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Capítulo 50 | Secretos y sorpresas

𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙

Mis padres no habían dejado de discutir desde que Nora había llegado, se había instalado aquí desde hacía una semana y dormía en una de las habitaciones de huéspedes del primer piso. Aunque Levi le repitió una y otra vez que podía quedarse en una de las habitaciones del segundo piso pero ella se abstuvo.

Era raro verlos juntos y la dinámica que compartían, se trataban con cierta naturalidad, como si el lapso de tiempo que pasaron sin verse y hablarse no hubiera existido nunca y fueran viejos amigos que a veces discutían.

A veces no, la mayoría del tiempo. Un noventa por ciento del tiempo que pasaban juntos lo dedicaban a las discusiones, eso seguro.

Cuando ambos estaban en la misma habitación mantenían una mirada cargada de tensión e incluso el ambiente se tornaba denso entre ellos, como si algo estuviera a punto de estallar. Algo echaba chispas entre ambos y era un tanto extraño observarlos así. Aunque se cuidaban para no discutir frente a mi, en realidad cuando yo estaba presente no hablaban, ni siquiera se saludaban o compartían palabras, pero en cuanto yo abandonaba la habitación podía comenzar a escuchar sus peleas.

Mi madre estaba furiosa con Levi, aunque tenía sentido, me parecía un tanto extraño porque jamás la había visto en una faceta de madre preocupada. Era algo nuevo para mí también, porque por primera vez parecía hija de padres divorciados, el hecho de que Nora viviera a un océano de distancia evitaba que tuviera que frecuentar discusiones y aunque no las presenciaba, las escuchaba.

A veces comenzaban a hablar de mi, del negocio de mi padre, de la vida peligrosa que llevamos pero luego se tornaba tan íntima que me obligaba a dejar de escuchar. Si había algo que no podría concebir jamás era que entre ellos alguna vez existió algo parecido al amor.

Y no lo decía como algo malo sino como algo... raro. 

Pero aunque escapara de las discusiones, no podía escapar de ellos, que no dejaban de perseguirme por toda la casa e intentar hacerme hablar de lo que me ocurría. Entre sus peleas mi madre le echaba la culpa a mi padre de lo que me habían hecho y de que por eso ahora me negaba a hablar.

Yo sostenía que no era culpa de nadie más que de los que me secuestraron y torturaron, pero mi padre pensaba igual que ella y no la contradecía.

Aunque Levi no lo dijera en voz alta, las palabras de Nora lo herían porque sabía que se sentía culpable. Sentía una gran responsabilidad para conmigo, por ser su hija y por ponerme en peligro, que mi madre se lo repitiera una y otra vez no ayudaba en absoluto.

Pero también comprendía a Nora, al parecer, gracias a las discusiones que había podido escuchar en los últimos días, mi madre no tenía idea de que era lo que ocurría en Chicago. Es decir, estaba al tanto de los negocios de mi padre, de su empresa, la real y la ficticia, pero lo que no sabía era que yo formaba parte de este mundo de forma tan libre.

El saber que asistía a reuniones, que organizaba misiones y me reunía con los socios la horrorizó de tal forma que intentó convencerme de subir a un avión con destino a Francia junto a ella, pero le asegure de que estaba bien.

Hasta que Matthews intervino y le dijo todo lo otro que yo intentaba evitar: el tipo al que asesiné en Nueva York, el secuestro, la tortura y la ultima misión casi fallida que yo misma planee.

Cuando lo dijo, estábamos en medio de la sala. Ella tenía una copa llena de vino que casi se hace pedazos entre sus dedos al escucharlo, yo la miraba imperturbable, temblaba de pies a cabeza, Matthews se encontraba al otro extremo, con la espalda recostada en la biblioteca y no fue hasta que mi padre entró a la habitación que el caos explotó.

Desde allí no deja de culparlo por lo sucedido y no he tenido un día sin gritos.

Quizás por eso esta mañana me detengo antes de entrar en la cocina, permanezco al otro lado de la puerta escuchando como hablan en voz baja, por primera vez sin gritarse.

—Me arrepiento todos los días, créeme —es la voz de mi padre la que escucho primero y permanezco quieta sin delatar mi presencia—. No es sencillo para mi verla así, parece...

—Ausente —murmura Nora y puedo escuchar como suspira—. ¿De qué te arrepientes exactamente, Levi? ¿De no haberla protegido lo suficiente? ¿O de haberla involucrado en tu mundo?

Escucho los suspiros, noto la voz de mi padre y el tono cansado que usa, también la intención de mi madre al hacer las preguntas. Aunque no pueda verlos, sé que ambos están agotados de discutir, incluso yo estoy agotada de solo escucharlos.

—¿Qué esperabas que hiciera?

—Que cumplieras tu palabra —dice Nora con voz filosa—, teníamos un trato y no pudiste seguirlo.

¿Trato?

Todo mi cuerpo se tensa.

Está claro que no debo escuchar esa conversación pero el uso de esa palabra hace que quiera tener el poder de la invisibilidad y acercarme para oírlos mejor.

¿De qué trato hablan?

Me inclino hacia delante, apoyando mi costado más cerca de la pared para poder escuchar mejor pero cuidando de que no noten mi presencia del otro lado.

—No deberías escuchar conversaciones ajenas.

Ahogo un grito al escuchar la voz de Matthews a mi espalda, tropiezo hacia atrás pero su cuerpo duro me sostiene y evita que caiga al suelo.

—¿Qué haces? ¡Me darás un infarto! —murmuro mientras vuelvo a incorporarme para poder escuchar.

—No deberías escuchar esa conversación, ¿no crees? —dice mientras apoya su mentón sobre mi cabeza.

No me ve poner los ojos en blanco pero se que lo imagine porque pellizca la piel visible de mi cadera. No puedo evitar que un calor se apodere de mí y suba desde mi cuello hasta cubrir mis orejas.

Me obligo a tranquilizarme.

—Si no quieren que la escuche deberían elegir otro lugar donde hablar —murmuro—, lo único que he escuchado estos días han sido discusiones.

—Están preocupados por ti, Maddox.

Suelto un bufido.

—¿Igual que tú? —lo noto tensarse a mi espalda y cierro los ojos un momento antes de continuar—. ¿Sabes? Ni siquiera me hables, aun sigo molesta.

—¿En serio?

—Sí. Pasaste por encima de mi decisión, lo que yo quería no te importó.

—Te estaba cuidando...

—No puedes controlarme a tu antojo, Matthews.

—De nuevo, Maddox —su aliento cálido me roza la nuca, se inclina hacia mí hasta susurrar en mi oído y toda mi piel se eriza ante el leve contacto—. Te estás equivocando de hermano.

Trago saliva.

Intento alejarme pero su cuerpo permanece quieto, presionando un poco contra el mío para impedir que me aleje. Al parecer, no quiere que escuche la conversación, pero tampoco quiere que me aleje.

Una de sus manos cae en la pared a mi lado y roza mi costado. Estoy enjaulada, pero dándole la espalda.

—No creas que no se que es lo que estás tramando —mantiene su tono de voz bajo para que pueda oírme pero evitando que escucha la conversación de mis padres—. Y déjame decirte que no lo harás. No saldrás de esta casa.

—¿Qué harás? ¿Esposarme junto a mi cama?

—La imagen no me desagrada —murmura de forma tan baja que pienso que lo escuché mal pero la reacción de mi cuerpo está más que clara: mi piel se eriza y mis mejillas se calientan—. Pero no, no creo que sea necesario. Porque te quedarás aquí.

Encojo los hombros fingiendo indiferencia.

La realidad es que me enerva la sangre que él provoca estas cosas y su hermano... nada.

No es culpa de Max, me repito constantemente. Pero ¿Acaso es mi culpa? ¿Es culpa de la chica que vaciaron hasta convertirla en una cascara seca y vacía?

—No pensaba salir —miento.

—Por favor, Maddox. Es el cumpleaños de mi hermano ¿Crees que soy idiota? —vuelvo a tensarme, no había considerado la posibilidad de que Matthews arruinara mi plan—. Eres tan buena que aún decides estar con él, me resulta increíble.

—Yo no diría que soy tan buena —murmuro y en un rápido movimiento me giro para enfrentarlo—. Y creo haber dejado en claro que no puedes controlarme y decidir por mí. Así que...

—Maddox.

—Hazte a un lado, Matthews —digo entre dientes.

El parece enderezarse frente a mi haciendo que me encoja y me sienta mucho más pequeña, doy un paso atrás cuando lo noto más cerca y mi espalda choca contra la pared. Su mano sigue sobre esta, a mi lado, muy cerca. Y todo su cuerpo está inclinado en mi dirección.

Antes de que alguno pueda reaccionar una voz nos interrumpe.

—¿Maddox? ¿Matthews? ¿Qué ocurre?

Con un movimiento suave y grácil se aleja solo un paso, pero se mueve de tal forma que parece una simple sombra, como si nunca hubiera estado a centímetros de mi cuerpo en estado de alerta.

Como si su cercanía y mi piel erizada no fuera más que mi imaginación.

Mi padre nos mira a ambos, sus ojos parecen una pelota de ping pong que va de un lado a otro observándonos, intentando entender qué ocurre.

—¿Cielo? —la voz cantarina de mi madre me llega desde el costado y le lanzo una mirada de reojo— ¿Está todo bien? Pensaba que esta noche podríamos salir a cenar...

—Oh no puedo, Nora —respondo con rapidez—. Le decía a Matthews que quedé en cenar con Penny, ya sabes, noche de chicas —le dedico una sonrisa inocente y mi madre me la regresa sin dudar.

—De acuerdo —asintió aunque su voz no sonaba convencida.

—¿Quieres que te acompañemos? —pregunta mi padre.

—Yo le estaba diciendo a Maddox que podría llevarla hasta casa de Penny.

La sonrisa de Matthews se extiende por su rostro y tengo la intención de patearle en los bajos pero me contengo, le lanzo una mirada de amenaza y él pone toda su atención en mí.

—Si, me parece bien. Así es más seguro —es lo que dice mi padre.

Me doy la vuelta para dedicarle una sonrisa a ambos y solo en ese momento noto que mi madre está seria, con los ojos clavados en Matthews y una expresión que jamás vi en ella. Pero antes de poder decir algo más, como interrogarla sobre aquella expresión tan extraña, siento su mano cerrarse sobre la mía y cómo entrelaza nuestros dedos. Saludo a mis padres con rapidez antes de que me de un tirón para poner distancia entre los cuatro.

Para sorpresa de todos, incluyéndome, Matthews me lleva al piso de Max. Detiene el coche en la acera del frente, con las manos rodeando el volante y sin apartar los ojos del gran edificio antiguo que se extiende frente a nosotros. Al principio creí que me llevaría a casa de Penny, luego de darme algún sermón sobre porqué no debía escapar y permanecer toda la noche allí a salvo y segura.

Pero en su lugar se mantuvo en silencio durante todo el camino, sin mirarme ni una sola vez, como si en el interior del coche yo no me encontrara y el estuviera solo, pero si estaba allí. El ambiente entre nosotros era cada vez más tenso y para este momento no sabría decir cuando comenzó esta tensión que ni siquiera comprendía. Me preocupaba que pudiera explotar en cualquier momento y el no saber los resultados me daba pánico.

¿Sería una buena explosión? ¿Nos gritaremos y discutiremos por mi enfado o el suyo? ¿O nos limitaremos a olvidarnos del otro como si no hubiéramos compartido todo lo que compartimos?

El considerar esa última alternativa hacía que me recorriera un escalofrío por la columna. Podría estar enojada porque me esposó a su coche para evitar que saliera en una misión, pero se que no había tenido otra intención que protegerme, aunque lo hiciera de la manera menos lógica y sana posible.

Pero siempre lo único que ha hecho Matthews por mí ha sido para protegerme, para mantenerme a salvo, aunque me enoje o resulte molesto. Por eso el pensar que podría poner distancia entre ambos luego de que todo explote es una alternativa que no me agrada en absoluto.

Trago saliva y me obligo a apartar aquellos pensamientos.

No tendría que estar pensando en él, en nuestra relación, en las cosas que ha hecho por mi o en todo lo que me provoca. Debería estar pensando en su hermano.

Pero entonces... ¿por qué no pensaba en Max como lo hacía un tiempo atrás?

¿Dónde había quedado todo aquello que provocaba en mí?

Me replantee una y otra vez lo nuestro, ¿servía mantener aquella relación? Pero cuando me hacía aquella pregunta una alarma se encendía y otra pregunta aparecía ¿por qué no lo haría?

Es decir, Max no me había hecho nada malo. Incluso había estado para mi, quizás no de todas las formas en las que lo necesité pero en ocasiones ni siquiera se lo comunicaba entonces él no tenía la culpa, no podía saber cuando lo necesitaba ¿cierto?

Entonces, en retrospectiva, no me había hecho nada malo. Pero no me sentía yo misma últimamente, entonces era normal que pensara en echar todo por la borda y que me dejaran de importar cosas que sentía o quería. Ahora, no sabía quién era Maddox con exactitud, pero no era una cuestión con Max sino que yo misma debía resolverla.

Pero mi cuerpo... mi cuerpo parecía en estado de alerta cada vez que estábamos cerca. Cuando él me acariciaba, me tocaba, me besaba... todo eso hacía que me estremeciera y no me sintiera cómoda muchas veces a mi lado.

Y ¿para que mentir? Me daba pánico el saber que había partes de mi que no le gustaban, que yo no le gustaba lo suficiente para tocar mi piel magullada y marcada. Por de ser al revés, yo lo haría. Lo aceptaría con cicatrices y todo lo que lo hacía ser él.

Hasta que me llevó a destruir aquella construcción, cuando me liberé de todo el peso que la ira significaba pude sentir en nuestro beso un atisbo de la Maddox que solía ser y que a él solía gustarle, entonces quizás podía aferrarme a una mínima esperanza de recuperar lo que teníamos y así de recuperarme a mi misma. Por eso hoy había planeado esta cena, para demostrarle aún era la Maddox que él quería.

—Deberías bajar, quizás está esperándote —la voz de Matthews era neutral y seca.

Asiento despacio.

—Claro, sí —murmura—. Gracias por... traerme hasta aquí. Aunque de seguro no querías hacerlo.

Ahora él asiente con lentitud sin apartar los ojos del frente, sin detenerse a verme ni una sola vez.

—No entiendo porqué estás con él —admite en voz baja—. Pero si esto es lo que quieres, no me interpondré, Maddox. Yo haría cualquier cosa con tal de verte feliz y si mi hermano te hace feliz entonces deberé aceptarlo.

Algo se calienta en mi interior, el corazón me da vueltas, gira y da una voltereta antes de volver a mi pecho, todo en una milésima de segundos. Trago saliva intentando apartar el nudo que se ha formado en mi garganta al escuchar su confesión, pero es la forma en la que lo dice: con un tono sombrío y un tanto frustrado, lo que más me conmueve. Se que detesta decirlo en voz alta, pero lo hizo. Por mi, porque sabe lo que significa.

Me inclino y le doy un rápido beso en su mejilla antes de abandonar el coche, la brisa fresca de principios de invierno me recibe y me acompaña hasta que atravieso la entrada del edificio. Cuando llego a su piso me detengo y extraigo la llave de repuesto que suele guardar bajo el tapete de la entrada, sonrío victoriosa y me adentro en el interior cálido del apartamento de Max.

En realidad, él no se encuentra allí. Y nuestro plan fue cenar juntos en la tranquilidad de su piso, le aseguré que iría con comida lista y podríamos pasar la noche juntos. Lo que no le dije fue que iría a su piso un par de horas antes de nuestro encuentro para preparar la cena y todo el lugar, había comprado velas y unas pequeñas luces cálidas para ambientar el lugar.

Me dispongo a preparar la cena, algo simple y una receta que ha estado en mi familia desde siempre: lasaña de vegetales, mi abuela solía hacerla para mi padre y él siempre la cocino para mi cuando estaba triste. Es un plato exquisito con una receta original italiana, nada podría salir mal.

Mientras dejo la lasaña en el horno me dispongo a encender las velas, busco en el interior de mi bolso pero maldigo por lo bajo al darme cuenta que olvide llevar algo para encenderlas. Así que me dispongo a revolver por todos los cajones de Max, jamás lo he visto fumar cigarros pero cualquier persona debería tener un encendedor, como algo básico de un hogar.

El problema es que busco por todos los cajones de la cocina y no encuentro nada semejante a un encendedor o que sirva para encender una vela, lo cual no debería resultarme extraño porque su horno es eléctrico y no requiere de un mechero, pero aún así... sigo buscando.

Abro y cierro cajones, reviso cada estante, me detengo en las pequeñas mesas a un lado de la cama, pero tampoco encuentro lo que busco. No es hasta que me desplomo en una de las sillas de madera que me doy cuenta: la mesa frente a mi tiene cajones, que son casi imperceptibles pero ahí están.

Hago una mueca de confusión porque jamás he visto a Max usarlos antes pero sin dudarlo intento abrir uno... nada. Intento con otro y vuelve a suceder. Voy por el tercer cajón, que al parecer es el ultimo y se niega a ceder.

Un sentimiento extraño me invade de pies a cabeza, no tendría que significar nada. Yo también tengo cajones con llave que uso para guardar cosas que no quiero que nadie más vea, pero entonces... ¿Qué es este sentimiento? ¿A qué se debe esta opresión que siento en el pecho? ¿Por qué todo esto me da mala espina?

Trago saliva.

No debería. Nada me da el derecho a invadir su privacidad pero una alarma con forma de bandera roja aparece en mi cabeza llenándome de miedo e indicando que quizás Max me oculta algo.

No lo conoces, Maddox, no del todo, me dice mi mente.

Y se que tiene razón, pero eso no es motivo suficiente para forzar esa cerradura.

Pero lo hago. Fuerzo la cerradura de los tres cajones y los abro. Frente a mi se extienden una infinidad de papeles, sobres color madera y carpetas del mismo tono, por un momento me recuerdan a los expedientes, planeo volver a cerrarlos para darlos por olvidado pero entonces es que lo noto.

En realidad, lo leo:

𝐒𝐀𝐋𝐕𝐀𝐓𝐎𝐑𝐄, 𝐋𝐄𝐕𝐈 𝐃𝐀𝐍𝐓𝐄

Trago saliva con fuerza.

Son cajones pequeños en apariencia pero entran muchos papeles así que los extraigo de a uno, con cuidado, revisando de manera superficial y no es hasta que encuentro mi nombre que comienzo a temblar.

𝐒𝐀𝐋𝐕𝐀𝐓𝐎𝐑𝐄, 𝐌𝐀𝐃𝐃𝐎𝐗 𝐅𝐑𝐀𝐍𝐂𝐄𝐒𝐂𝐀

Más de un sobre lleva mi nombre, más de una carpeta lleva el de mi padre.

Hay fotografías. Muchas.

Y algo dentro de mí se enciende, algo que me dice que en el fondo sabía que esto podría pasar. Que podría ser posible.

Comienzo a leer.

El mundo comienza a dar vueltas.

Y todo se vuelve negro.

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