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Capítulo 5 | Una agenda algo extraña

𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙

Observé la pantalla de mi móvil una vez más y arrugué la frente confundida. De manera sorpresiva había cambios en mi agenda diaria.

Sí, por supuesto que tengo una agenda. Y ni siquiera por iniciativa propia, sino porque a mi padre le gusta saber que hago a cada momento del día, así que sabe los días que entreno, los días que tengo clase de boxeo, los días que tengo que ir a la universidad y, cuando surge un evento de lo más ordinario como ir al cine con Penny, también debo dejarlo asentado en la agenda.

No se trata de una agenda privada, sino más bien de una a la que mi padre tiene acceso y puede modificarla a gusto y antojo, como acababa de ocurrir.

Habríamos tenido una discusión hace meses porque me olvidé de avisarle que luego de la universidad estaría con Penny, me buscó por todo Chicago ya que no respondía el teléfono por estar ocupada con una rutina de skincare de mi mejor amiga y desde ese momento me dejó en claro que solo podía seguir teniendo una vida "normal" si llevaba un rastreador. Claro que me negué de forma rotunda, la discusión duró una semana hasta que acepté que podía ceñirme a una estúpida agenda a la que él tendría acceso total.

Siempre que tuviera un plan de lo más ordinario debía incluirlo en la agenda y solo cuando él lo resaltaba con un color era que tenía su permiso. Era agotador que supiera cada paso que doy y que siempre debiera recordar completar la agenda aunque sea con un "Ir por helado con Penny", pero era mucho mejor que llevar un rastreador.

Mis clases de boxeo y lucha son dos veces a la semana, lunes y miércoles siempre por la tarde. Por eso cuando salí de clases hoy me extrañó ver que mi padre había hecho cambios en la agenda sin avisarme. La clase de hoy que iniciaba en una hora se cambió para mañana martes a la misma hora, por lo general siempre me informaba ante un cambio y las razones eran porque Matthews no podía vigilarme.

—Matthews no está ahí para vigilarte, abejita. Sino para cuidarte —era lo que siempre decía mi padre cuando hacía un comentario por el estilo—. Eres mi hija, sabes muy bien que eres un blanco fácil.

Yo me limitaba a suspirar y poner los ojos en blanco.

No necesitaba un rastreador si Matthews se escondía entre las sombras todo el tiempo.

Entendía el hecho de que fuera un padre sobreprotector, por ello tampoco usaba su apellido sino el de mi madre, quien a pesar de no tener presencia en mi vida había aceptado darme su apellido para resguardarme del peligro de ser la hija de un mafioso. No llevaba el apellido Salvatore, a los ojos de las personas era Maddox Buffay.

De verdad comprendía su punto y no me resultaba tan malo tener a Matthews observando desde las sombras cada uno de mis pasos y cuidando que nada me ocurriera, de seguro para él si era un trabajo detestable tener que hacer de niñera no oficial.

Jamás me había ocurrido nada cuando estaba bajo su cuidado, que era literalmente las veinticuatro horas del día. Aunque muchas veces no me percataba de su presencia física, sabía que me observaba, estaba allí atento por cualquier cosa que pudiera ocurrir. Y mi padre le tenía mucha confianza, por eso podía salir de viaje y quedarse tranquilo de que nada le ocurriría a su hija si su mano derecha la cuidaba.

Debía soportar al menor de los Hardaway en la universidad, el cual me odiaba sin que tuviera una razón porque jamás le había hecho nada, y fuera de esta debía lidiar con la presencia fantasmagórica y constante del hermano mayor. 

Conocí a Matthews cuando yo tenía doce años y él veinte, sus padres acaban de morir por un accidente y los dos hermanos quedaron huérfanos. Su padre y el mío eran amigos, los mejores, por eso él los había cuidado sin pensarlo, aunque manteniéndolos un tanto alejados de mí, solo al inicio.

Matthews no tardó en ganarse la confianza de mi padre, Levi lo apreciaba y lo veía como un hijo, sabía que el mayor de los Hardaway lo veía como un padre y por lo que jamás había roto su confianza ni defraudado de ninguna forma. Por eso era el único que sabía de mi existencia, sabía quién era y cómo encontrarme.

Lo cierto era que si alguna vez me quejaba era solo para molestar, porque me gustaba saber que él estaba entre las sombras velando por mi seguridad y cuidado. Estaba segura cuando él estaba cerca y me agrada, de verdad que sí.

Era mi fantasma.

Por eso ahora, mientras caminaba hacia mi casa lo hacía con tranquilidad y con una sonrisa. Sabía que él estaba ahí, más precisamente a mi espalda. Lo conocía desde niña y con el paso de los años me había acostumbrado a su presencia, sus gestos, su respiración pesada.

—Tu presencia fantasmagórica resulta exasperante —bromeé.

Lo escuché reírse por lo bajo.

—Pues ya deberías estar acostumbrada ¿no crees?

Encogí los hombros.

—Supongo que sí, ya que no te despegas ni un segundo de mí.

—Cuidado, podría pensar que en serio te molesto.

—¿Y si así fuera qué? —lo desafié divertida.

—Por mi no hay problema, eres tú la que no tendrás a quien llamar cuando a mitad de la noche te quedes sin dulces.

Me giré para enfrentarlo y lo fulminé con la mirada, él alzó ambas cejas mientras ladeaba la cabeza hacia un lado y volví a darme la vuelta para seguir caminando.

No había cosa que no hiciera, incluso una vez lo llamé cuando estaba en mis días y le pedí que fuera a comprar tampones. Creí que no lo haría pero media hora más tarde se presentó en mi habitación con los más costosos que había conseguido.

Y sí, quizás lo llamaba de vez en cuando para que me trajera dulces a mitad de la noche pero lo cierto es que él jamás se quejaba, quizás porque pensaba que lo acusaría con mi padre pero si Levi se enteraba que se aparecía en mi habitación a mitad de la noche le darían tres infartos seguidos.

Así que suponía que le gustaba tanto como a mí la rutina que se había instalado entre nosotros desde hacía mucho tiempo.

—¿Hoy tienen una misión? —pregunté de repente.

Lo escuché gruñir en señal de advertencia y rodé los ojos.

—No deberías hacer esas preguntas en un lugar como este —dijo en voz baja y grave.

Aún seguía dándole la espalda pero me imaginaba la expresión que tendría ahora, las cejas levemente fruncidas y observando hacia los costados por el rabillo del ojo para asegurarse que nadie había escuchado.

—Por favor, nadie nos escucha. La calle está vacía, de forma muy literal.

Resopló.

—Como sea, debes ser cuidadosa, sabes que si algo te ocurriera...

—Si algo me ocurriera, estarías ahí para dejar en claro que nadie puede tocarme.

Lo interrumpí y en ese momento me di cuenta que estaba a mi lado, me sacaba dos cabezas de altura por lo que debía inclinar la cabeza hacia atrás para verlo. Él seguía observando hacia los costados, algo que siempre hace, pero pude ver como sonreía de forma tímida.

¿Por qué su hermano tenía que ser un imbécil?

Era increíble lo diferente que podían ser, claro que físicamente eran muy parecidos. Ambos llevaban su cabello castaño un tanto largo, él peinado de forma prolija y tenían los mismos ojos marrones claros, incluso ambos compartían el mismo tatuaje. Salvo que Matthews lleva el suyo en su cuello, me fascinaba verlo porque la serpiente recorría toda la piel que dejaba a la vista y se extendía por debajo de éste, hacia su pecho.

Tragué saliva. No lo iba a negar, me habría encantado verlo sin camisa porque sabía que tenía un cuerpo tonificado.

Aunque solo sea por el tatuaje, por supuesto.

Entendía el sentido que poseía, era una marca que representaba a la familia. Yo llevaba uno que representaba la mía, me lo había hecho hace un año y cuando Levi lo supo puso el grito en el cielo, de forma muy literal. Con el tiempo terminó por aceptarlo.

No tenía mucho sentido su molestia, él llevaba un dragón en su brazo, pero con tinta negra.

Solo eran cualidades físicas las que compartía con su hermano menor, porque mientras Máximo era egocéntrico y se dedicaba a dejar en claro lo molesta que le resultaba, Matthews era todo lo contrario.

Quizás se debía al hecho de que los conocí de forma diferente, quizás para Matthews soportarme era un trabajo más que hacía para mi padre y no porque de verdad le cayera bien, pero al menos se esforzaba en tratarme bien. Mientras que el idiota de Max me odiaba sin una razón.

Estábamos a unos metros de mi casa cuando volví a hablar.

—¿Entonces...?

Sus ojos marrones me observaron expectantes.

—¿Tienen una misión o qué?

Por lo general esa parte de la vida de mi padre no me interesaba, me esforzaba mucho en ser alguien normal, alguien que no asistía a clases de defensa porque era hija de un mafioso, alguien que no debía usar un apellido de una mujer que no la quería, alguien que no tenía una agenda controlada por su padre y a la que no vigilaban las veinticuatro horas del día.

Que no hablaba seis idiomas porque debía saber comunicarse en cualquier ocasión, una chica que no había aprendido a preparar una granada con quince años o los diferentes tipos de navaja que existían, incluso pretendía que no tenía idea cómo disparar una pistola. Aunque tenía una en mi habitación solo para emergencias, como decía Levi.

Pasaba la mayor parte del día fingiendo y era agotador, lo detestaba. Pero lo hacía por mi padre, así que lo último que necesitaba era preocuparme por sus misiones, estar dentro de ese mundo era lo último que deseaba.

Así que la pregunta era solo por curiosidad, y por el pedido que el imbécil de Max me había hecho.

Estaba soñando si pensaba que haría un estúpido trabajo sola y le daría crédito.

—Sí, esta vez será algo tarde, ya sabes —dijo en voz baja—. Así que intenta no quedarte sin dulces esta noche, ¿de acuerdo? —lo dijo con un dejo de diversión que me sacó una sonrisa.

Nos detuvimos en la entrada de mi casa, lo vi alejarse en dirección a su coche de lujo que se encontraba a unos metros de distancia y estuve a punto de entrar a mi hogar pero tuve un impulso.

—¿Lo harías por mí? —Se dio la vuelta para observarme confundido, estaba a punto de montar su BMW negro matizado—. Si te llamo porque necesito dulces, ¿abandonarías una misión?

Sabía que era una pregunta estúpida, era una misión del jefe de la mafia y él era su mano derecha, no había posibilidades de que abandonara algo así.

Quizás por eso su respuesta me sorprendió.

—Existen muy pocas cosas que no haría por ti, Maddox.

Sonreí.

¿Por qué su hermano tenía que ser un imbécil?


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