Capítulo 37 | Pedazos
𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙
Pude salir del hospital tras el alta, que fue exactamente dos semanas atrás. De haber sabido cómo serían las cosas habría insistido en que seguía mal para permanecer en aquella habitación con olor a antiséptico, que ahora detestaba pero al menos me hacía sentir resguardada y no prisionera.
Prisionera. Encierro. Tortura.
De no ser por los ventanales de mi habitación, no habría vuelto a ver la luz del sol porque Levi no me dejaba salir a respirar aire fresco. De hecho, tampoco tenía permitido bajar a la cocina o a la sala de lectura. Mi habitación tenía un baño así que según él "tienes todo lo que necesitas aquí y de faltar algo, puedes pedirlo".
Las últimas semanas había adoptado una rutina en la que no podía salir de mi habitación ya que bajar las escaleras implicaba realizar esfuerzos que mi cuerpo no podría soportar porque mis heridas no estaban sanas del todo. Estaba harta.
A eso se le sumaba que no me encontraba sola: Levi solo salía si había una emergencia con la empresa, de lo contrario trabajaba desde casa y aplazó muchas reuniones que sabía era importantes pero argumentaba que ya habría tiempo. Matthews, por su parte, volvía a convertirse en una sombra, en un fantasma pero esta vez era más consciente que nunca de su presencia: se había instalado en una de las habitaciones de huéspedes del primer piso. Venía a verme todo el tiempo por si necesitaba algo pero evadía todas mis preguntas en relación a su hermano.
Cuando a mitad de la noche me despertaba gritando y llorando por una pesadilla también aparecía, no se acercaba demasiado, pero permanecía en mi habitación en una silla incómoda hasta que lograba dormirme de nuevo. Me sentía mal por él, pero no podía manejarlo, las pesadillas eran constantes y había empezado a experimentar ataques de pánico. Cuando hablé con Levi dijo que podría ver a un terapeuta profesional, me emocioné porque eso implicaría salir pero me aclaró que él o la profesional vendría a verme aquí.
Me resigné a estar encerrada en mi propia casa pero al menos tenía ayuda profesional.
No quería hablar, me negaba a hacerlo, pero sabía que lo necesitaba. Aunque cada vez que llegábamos al punto de ahondar en lo que ocurrió daba por finalizada la sesión y le pedía que se retirase.
Muchas cosas se arremolinaban en mi mente esos días, no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido y en lo que habían dicho sobre Max. No podía evitar pensar que necesitaba respuestas que nadie parecía dispuesto a darme. Jace y Will me aclararon que no me dirían nada, que no podían meterse, descubrí que Levi no sabía lo que me revelaron lo cual era extraño porque Matthews le daba detalles exactos de todo lo que ocurría.
Había algo raro. Y necesitaba saber, pero no sabía qué hacer.
No lo llamé, no le escribí, no intenté ponerme en contacto porque no estaba segura de que él fuera a responder y de ser así, tampoco sabía qué podría decirle yo. Lo único que sabía con seguridad era que necesitaba verlo.
Era un manojo de nervios, ansiedad y pánico. No importaba las píldoras para dormir ni las herramientas para controlar mis estados de ansiedad repentinos que la terapeuta me haya dado, en mi mente se seguía reproduciendo sin cesar todo lo que había pasado y a eso se le sumaba la incertidumbre que me generaba no tener respuestas.
El lunes de la tercera semana salí de casa porque ya no soportaba permanecer encerrada y vi la oportunidad: Levi estaba en la empresa resolviendo problemas y Matthews tenía que salir, me aseguró que regresaría antes de darme cuenta pero no importaba.
Decir que no me atemorizaba caminar sola sería mentir, porque aunque tuviera un nuevo móvil con un rastreador podía pasar cualquier cosa, aunque llevara mi Mossberg cargada en mi bolso, mi gas pimienta y recuerde las tácticas de defensa que había aprendido de niña nada de eso me aseguraba que estuviera segura caminando sola.
Porque nada de eso había servido semanas atrás.
Así que pedí un Uber sin dudarlo y le aseguré a mi padre que estaría en casa de Penny.
Penny...
De solo pensar en esa mentira todo mi ser se sentía culpable, tenía mensajes de mi mejor amiga los cuales no respondí y llamadas que no le regresé. Porque no podía hacerlo ¿Qué le diría? "Lamento no haber llegado a tu casa, unos tipos me secuestraron y me torturaron durante días. Ah por cierto, mi padre es mafioso, ya sabes".
Simplemente no podía hacerlo. No podía revelar esas cosas ni siquiera a Penny, que era mi mejor amiga, mi hermana y ella confiaba plenamente en mí, pero mostrarle ese aspecto de mi vida era marcar un antes y un después, una línea de la cual no se podría regresar nuevamente.
Era arriesgarme a ponerla en peligro, porque cualquiera que supiera de la organización estaba en peligro si no formaba parte de ella, y también me arriesgaba a que no quisiera saber de mí. Que me viera con otros ojos, que me viera por primera vez de verdad y notara la oscuridad que me consume.
Me moría de ganas de acurrucarme en los brazos de mi mejor amiga y llorar, no había vuelto a llorar de forma voluntaria estos días, solo cuando despertaba de una pesadilla. Necesitaba llorar en la seguridad de un abrazo.
Quizás por eso lo estaba buscando con desesperación, no solo por las respuestas, sino porque quizás, solo quizás, podría encontrar consuelo en los brazos del chico que se había adueñado de mi corazón en poco tiempo.
Me bajé del Uber veinte minutos más tarde, entré al edificio donde Max vivía y al llegar a su piso toqué la puerta con dos toques suaves pero lo suficientemente fuerte para que pudiera oírme.
Esperé pero no abrió. Volví a golpear una vez más y nada.
Las lágrimas me invadieron y comencé a respirar de forma acelerada y rápida. ¿Estaría allí? ¿Sabría que vine por él y no quiere verme? ¿Qué ocurrió estas semanas? ¿Por qué siento el corazón en pedazos y estos se clavan haciéndome sangrar?
Permanecí allí, quieta, frente a la puerta cerrada de su piso pensando que todo esto había sido una mala idea, arrepintiéndome y pensando que debía olvidarme, no solo de conseguir respuestas, sino de él.
Debía olvidarme de Max. Eso me estaba diciendo su ausencia.
En cuanto estuve lista para irme escuché pasos acercarse a la puerta, luego ruidos de llaves y lo siguiente que supe era que Max estaba frente a mí. Pero no se veía como la última vez.
Se veía como yo.
Tenía un corte en su labio inferior, cicatrices en su mejilla que parecían recientes y un moratón oscuro en su ojo izquierdo.
Estaba herido y magullado. Como yo.
Me quedé sin aliento al verlo bien, sus brazos también estaban iguales: heridos y con marcas, todo parecía reciente. Y de repente comencé a temblar porque no comprendía nada y todo parecía retorcerse más.
—Maddox —murmuró.
Sus ojos recorrieron mi cicatriz, tuve el impulso de cubrirla pero me contuve, el me estaba enseñando como estaba y debía hacer lo mismo. Además, a comparación de él, mis heridas estaban sanando bien, estaba claro que Max no había recibido asistencia médica.
Comencé a temblar ante su mirada.
—Max —murmuré.
Se acercó un paso, parecía dispuesto a abrazarme pero por puro impulso me alejé. Llenándome de terror. Él presionó los labios en una fina línea mientras bajaba la vista y me olvidé por un momento de todo lo que sentía dejándome llevar. Me acerqué y lo rodeé con mis brazos, lo escuché gemir por lo bajo de dolor pero cuando intenté apartarme él lo impidió acercándome más a su cuerpo con sus manos en mi cintura.
Permanecimos abrazados en silencio, escuchando nuestras respiraciones afectadas, los latidos de nuestros corazones iban a compás, rápidos y de forma intensa, amenazando con salir de nuestro pecho y fundirse con el del otro.
Dejé caer un par de lágrimas aprovechando que no podía verme, hundí mi cara en su pecho y él comenzó a acariciar de forma lenta mi espalda. Me estremecí, no supe si fue de placer, miedo o pánico pero no me aparté, necesitaba consuelo. Aceptaría cualquier consuelo.
Pero en cuanto notó las marcas por encima de mi ropa, la de aquellas heridas más profundas y que quedarían cicatrices igual de grandes llevó sus manos a mi nuca y permaneció allí. Acariciando y provocando un leve cosquilleo.
No me quiere tocar allí. Y no podría culparlo.
Se separó unos centímetros y alcé la vista para verlo, apoyando mi mentón en su pecho y acunó mi rostro entre sus manos. Sus ojos marrones me observaban con dolor y sufrimiento, una mueca en sus labios me hizo saber que mi cicatriz no le gustaba y lo entendí porque ¿A quién podría gustarle?
No dijo nada mientras cerraba los ojos e inclinaba su cabeza más cerca, hasta que sus labios rozaron mi frente con un suave y dulce beso, permaneció unos segundos allí hasta que se alejó del todo. Tomó mi mano y me llevó dentro de su piso, cerró la puerta tras de mí y nos encaminamos al interior.
No dijo nada. Ninguno dijo nada.
Mi corazón comenzó a latir desbocado, una parte de mi cuerpo estaba en alerta y me decía que no debía ser tan confiada, que debía alejarme, anteponer distancia, no dejar que me conduzca a su cama. Pero otra parte de mi, la parte frágil y dañada, necesitaba con desesperación el consuelo que él parecía ofrecerme ¿Estaba bien? No tenía idea, ¿Lo que él me ofrecía era lo que de verdad necesitaba? No tenía forma de saberlo, pero no me importó.
Aceptaría lo que pudiera darme.
Todo su piso estaba a oscuras, con las cortinas bajas, estaba atardeciendo por lo que algunos rayos de sol se filtraban por las rendijas sin cubrir pero todo parecía calmo y solitario sumido en una oscuridad irremediable. Pensé que él se estaba sintiendo así.
Al igual que yo.
Me dejé conducir hacia su cama, él se sentó y tiró de mi mano para que pudiera imitarlo, nos acostamos, uno frente al otro y él volvió a envolverme con sus brazos atrayendo mi cuerpo a su pecho. Me acurruque contra él pensando que quizás éramos dos piezas de rompecabezas que no encajaban a la perfección, pero podía adaptarme a él y él a mí.
Sus manos acariciaron mi nuca nuevamente y cerré los ojos con fuerza deseando que el dolor se vaya.
Sentí su cuerpo temblar, yo también temblaba y de repente ambos llorábamos, en silencio, sin poder contenernos.
—Estoy destruido, rubia —murmuró sobre mi pelo, amortiguado por las lágrimas silenciosas—. Estoy hecho pedazos.
Mi llanto se llenó de intensidad.
—Lo sé —murmuré con voz suave mientras rodeaba su cintura con mi mano y lo acariciaba, lo sentí estremecerse—. Lo sé, pero puedo cuidarte ¿si? Puedo ayudarte, puedo hacer que tus heridas sanen.
Era mentira. No podía hacerlo. No contaba con las herramientas necesarias y, por sobre todas las cosas, yo estaba más dañada que él. Tenía heridas que no se podían borrar y tampoco cicatrizar, pero estaba lejos de saberlo aún.
En ese momento solo podía pensar que Max era, de alguna manera, una mitad de mi que encajaba perfectamente.
Ambos rotos. Ambos fragmentados. Ambos consumidos por la oscuridad.
Quizás era exactamente lo que necesitaba.
Cuando me diera cuenta de mi error sería muy tarde.
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