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Capítulo 34 | Tachando días

𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙

Han pasado cuatro días desde que desperté, noventa y seis horas desde que abrí los ojos en esta habitación oscura y fría, llena de humedad y terror.

Y tres días desde que inició la tortura. Setenta y dos horas desde la primera herida.

Agradezco no disponer de un espejo porque así no ten+ia la obligación de encontrarme con mi reflejo magullado. Al menos, si evitaba ver mis heridas estas dolían menos. Pero estaban allí, las sentía, no solo en mi piel, sino colándose en mi mente. Sabía que daba igual que no pudiera verlas, aunque de a momentos mi cuerpo entero se entumeciera y no sintiera nada, las marcas estaban allí.

El recordatorio de lo que me hicieron. De lo que podían hacerme. De lo que seguirían haciendo.

Mi cuerpo arde, tiemblo de pies a cabeza. Se que mis heridas están muy lejos de cicatrizarse y sé que lo peor que podría pasarme es morir por una infección. A esta altura no he abierto la boca, me niego incluso a gritar o quejarme, mucho menos a traicionar a mi familia. Así que desde esa perspectiva estoy lejos de serles de ayuda, quizás lo mejor que podría pasarles es que mis propias heridas acaben conmigo.

Quizás incluso lo esperan...

Concentro mis ojos en el techo de piedra, toda la celda es igual. Las paredes venidas a menos llenas de moho y humedad. Lo único que me da un atisbo de esperanza es la pequeña ventana con barrotes por donde se filtran los primeros rayos de la mañana. Y por donde luego puedo ver las estrellas cuando me regresan a la celda tarde en la noche, me consuela saber que mi padre está viendo el mismo cielo y que de alguna forma puedo sentirlo cerca.

Cierro los ojos, siento una lágrima resbalar por mi mejilla y me obligo a abrirlos.

La luz natural del sol se filtra por la pequeña ventana y si mis cálculos no fallan estaban a punto de llegar. Se repetiría la rutina: me llevarían a rastras hacia aquella sala que hacía contraste con lo lúgubre de la habitación en la que me encontraba ahora. Me colgarán desde las muñecas al ras del suelo y me mantendrán allí soportando las atrocidades que mi cuerpo recibía.

Pero no hablaba. Mis labios estaban sellados y solo gemía de dolor en los momentos en que ya no lo soportaba, pero aguantaba. Mi padre estaba a punto de llegar, lo sabía, tenía que ser así, era la única forma de conservar la cordura. Debía aferrarme a esa posibilidad, a ese pequeño atisbo de esperanza que aún palpitaba en mi interior.

Podrían intentar cualquier cosa para doblegarme pero no lo haría, incluso dudaba que se les ocurriera peores técnicas que las que aplicaron en estos días. 

Cierro los ojos pero es en vano, no dormía, todo mi cuerpo estaba en alerta por los ruidos que escuchaba. Las voces que llegaban desde fuera y los murmullos que mi mente no lograba comprender.

Me removí inquieta, debía cambiar de posición porque las gruesas sábanas generaban comezón en mis heridas. Ahora que lo pensaba, morir de una infección también sería algo bueno para mi. Si una infección acababa con mi vida ya no tendría que lidiar con este infierno y mi cuerpo podría descansar, ya no debía sentirme sucia y ultrajada.

Sangre. Heridas. Golpes. Fuego. Latigazos. 

Quizás esto también es parte de la mafia. 

Por supuesto, no era la primer persona en el mundo a la que torturaban. 

Yo misma me adentré en este mundo, yo misma acepté esta oscuridad y quise jugar a la chica que podría y sabría como sobrellevarla. No estaba preparada. Aunque me resistiera a no hablar, no podría seguir soportando la tortura, las cosas que le hacían a mi cuerpo no me las habría imaginado ni en un millón de años.

¿Era yo la culpable de recibir este castigo? ¿Era esto lo que implicaba cargar mi apellido?

Vuelvo a cerrar los ojos con fuerza intentando contener las lágrimas pero cualquier intento es en vano. De nuevo, cambio de posición y siento algo clavarse con fuerza en mis costillas, al principio creí que era una de tantas heridas pero luego, cuando puse mi mano entre el colchón y mi cuerpo sentí algo punzante y duro. Con esfuerzo me hice a un lado hasta caer al piso, el impacto con el suelo de piedra no me provoca dolor así que me siento y levanto el colchón, agradeciendo por primera vez que sea lo suficientemente fino y liviano para que pueda sostenerlo. Pero incluso ese mínimo esfuerzo hace que mi cuerpo tiemble.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza, desbordándose en mi pecho al notar un trozo de hierro salido del catre, tenía punta filosa y vi mi oportunidad al instante. Me apresuré para sacarlo, desenredando los demás alambres que lo sostenían y agradecí que estuviera flojo y oxidado.

Alterné mi vista entre la puerta y la cama, con la esperanza de hacerme con el hierro punzante antes que de que vengan los hombres de siempre. No sabía qué hora era pero mi cuerpo se alertaba cuando estaban cerca de aparecer y sabía de alguna forma que no tenía mucho tiempo.

Sostuve el trozo de hierro afilado con manos temblorosas y sonreí cuando logré sacarlo del todo. Volví a dejar el colchón como estaba mientras lo escondía anudado a mi ropa interior.

Tragué saliva mientras esperaba impaciente, sentada sobre el colchón, que abrieran la puerta. El pánico y el terror me invadieron ante la posibilidad de fallar porque no sabía lo que hacía y no tenía nada planeado, solo esperaba y ansiaba tener una oportunidad.

Una oportunidad...

Si hay una forma de entrar, hay una forma de salir.

Mi mente era un caos, un remolino de frases y fragmentos de palabras que ahora me costaba entender. Lleve mi mano a mi frente y noté lo caliente que me encontraba, el sudor caía resbalando por mi piel y estaba más que claro que en unos instantes comenzaría a delirar.

Fiebre. Infección. Heridas.

 Trague saliva deseando que aun tuviera tiempo. Solo necesitaba una oportunidad...

Y no fallar.

La puerta se abrió y los dos hombres entraron. La rutina se repitió.

Volví a entrar en la sala que, pese a la escasa iluminación, comenzaba a conocer a la perfección. Pero esta vez me dejaron en el piso, no me encadenaron, simplemente dejaron que cayera de rodillas y se alejaron. Apoyé las palmas de mis manos sobre el suelo y dejé mi cabeza baja mientras llenaba de aire mis pulmones, en un intento de armarme de valor y coraje. Sentí los ojos oscuros del hombre sobre mi cabeza y pude ver sus zapatos perfectamente limpios acercarse a mí mientras dejaba colgando la fusta que había utilizado estos días contra mí.

Había usado muchas cosas para infringir dolor pero siempre empezaba por la fusta, su sadismo era tal que veía la diversión en sus ojos mientras me golpeaba.

 Tragué saliva al sentirlo cerca, mi cuerpo tembló por el miedo y la anticipación.

—¿Sabes, Maddox? No es divertido si no sufres —murmuró con un deje de frustración—. Sé que puedes soportarlo más, mi hijo me advirtió que te gusta poner las cosas un poco... difíciles.

Alcé la vista para verlo, él arrugaba la frente mientras evaluaba mi estado y en ese momento lo noté. Sus ojos negros como el ónix me resultan familiar... por Luc.

Todas mis sospechas se hicieron realidad y las piezas del puzle en mi mente empezaban a encajar.

—Por eso, sé que puedo seguir presionando, todos en algún punto se doblegan, tú no serás la excepción —me enderecé sobre mi cuerpo y apreté los puños a cada lado, conteniendo el impulso de saltar sobre él pero yo tenía una gran desventaja—. Pero... me pidieron que no te lastime, no demasiado... —apartó la vista para dirigirla a un punto por encima de mi cabeza, mucho más arriba y entendí que estaba hablando de alguien más. Alguien que no era Luc pero que estaba viendo todo, todo en mi cabeza volvió a confundirse—. ¿Quién diría que uno de mis hombres estaría obsesionado contigo? —murmuró y volvió a verme— ¿Qué es lo que tienes de especial?

Arrugué la frente.

¿De qué demonios hablaba?

No dejé que esos pensamientos me bloquearan, él giró sobre sus pasos para caminar en dirección a su escritorio. Me dio la espalda como otras veces lo hizo, pero esta vez no estaba encadenada. 

Y esta vez tenía un arma.

No lo pensé. Me abalancé sobre él mientras extraía el hierro de debajo de mi ropa y se lo clavé en su hombro izquierdo. El chilló y con un rápido movimiento me empujó hacia el suelo, caí de espaldas pero volví a ponerme de pie, mi adrenalina no duró por mucho tiempo porque él hizo girar la fusta en el aire hasta caer en mi cara.

—Maldito... —maldije entre dientes mientras acercaba una de mis manos, la aparté para verla y estaba llena de sangre.

Sangre. Mi rostro. Mi ojo.

Antes de poder reaccionar, el hombre se abalanzó sobre mí hasta quedar a mi misma altura y tomó mi nuca con fuerza tirando de mi cabello para llevarme más cerca de él.

—Hasta aquí llegó la compasión, niña —masculló entre dientes.

Comencé a reír como histérica. El último atisbo de cordura se escapó de mi en aquel instante y él arrugó la frente confundido al ver mi reacción.

¿Iba a morir en aquel lugar? ¿En manos de ese hombre? Bien. Lo haría. Aceptaría mi muerte, pero él se iría con el recuerdo de mi rostro, de mi voz y mi risa.

—Él te va a encontrar ¿Sabes? Y te vas a arrepentir de haberme puesto una mano encima.

Ahora él sonreía.

—Cuento con ello, cuento con que tu padre aparezca e intente cobrar venganza...

Negué aún riendo como desquiciada, su confusión fue en aumento.

—Te va a ahorcar con una serpiente y te hará tragar su veneno —murmuré. Su sonrisa se desvaneció y la mía se acentúo. Escuché disparos a lo lejos y dejé escapar una risa más suave esta vez—. Tú no eres el diablo, pero estás a punto de conocerlo.

Me soltó con brusquedad. El impulso creció en mi pecho hasta tomar forma de una risa desmedida, aunque me encontraba llena de sangre y el piso frente a mi se llenaba de pequeñas gotas que caían de mi rostro, no me contuve.

Escuché como le ordenaba a sus hombres que me llevaran de vuelta a la celda, esta vez dejé que lo hicieran sin oponer resistencia.

Habían llegado.

Esta vez no grité cuando me arrastraron de vuelta a mi celda, tampoco luché, en cambio me reí. Con fuerza, con intensidad, hasta que la garganta comenzó a dolerme y un ardor se extendió hasta llegar a mi boca.

Reí, no dejé de reír. La cordura ya se había esfumado pero no importaba.

Porque los disparos y gritos que se escuchaban solo significaban una cosa.

Habían llegado.

De vuelta en mi celda, caí sobre el fino colchón y escupí sangre. 

Gracias a mi crisis de histeria me había olvidado que tenía un tajo que abarcaba gran parte de mi cara y al acercar mi mano note el líquido caliente derramarse por mi mejilla. No tenía tiempo de hacer un vendaje improvisado y no había nada estéril para usar así que no intenté nada estúpido. Permanecí quieta en el catre esperando, sin apartar los ojos de la puerta.

Los gritos se escuchaban cada vez más cerca... apreté los puños a mi alrededor, tomando un poco de las sábanas para evitar clavar mis uñas sobre la piel ya magullada de mis manos. Dudaba que existiera una parte de mi cuerpo libre de marcas.

La puerta se abrió y alcé la vista.

La esperanza fue reemplazada por terror.

Jack entró a la habitación tras cerrar la puerta con demasiada violencia. Mi corazón comenzó a latir con fuerza en mi pecho y escuché la sangre palpitar por mis venas.

No, no, no, no.

Él me regaló una sonrisa a medida que se acercaba, ladeó un poco la cabeza hacia un lado. Me puse en alerta y abandoné el catre para enderezarme frente a él, no supe de donde saqué la fuerza pero de seguro era la adrenalina en mi sistema.

—¿Qué le hicieron a tu rostro, lindura? —susurró—. A tu cuerpo, en realidad —hizo una mueca mientras me observaba. Comencé a caminar con la espalda apoyada en la pared, lista para correr y huir, él seguía caminando mientras yo me movía. Caminamos en círculos enfrentados—. Mi jefe me dijo que tuviera compasión, que ya te habían hecho demasiado... —su sonrisa me asquea y la bilis se me sube a la garganta—. Pero te prometo, lindura, que te va a encantar.

Corrí hacia la puerta.

Él se abalanzó sobre mí.

Intentar pelear era inutil, lo sabía. Estaba débil y herida, él está recuperado y es fuerte, sé que cualquier esfuerzo es en vano en cuanto me lanza a la cama de un rápido movimiento y trepa sobre mi cuerpo. No dejo de removerme y luchar pero me acorrala contra el colchón, le clavo las uñas en su cara, él maldice mientras me aparta y me da un golpe tan fuerte en el ojo izquierdo que por un momento pierdo la conciencia. 

Solo es un segundo, pero lo suficiente para que separe mis piernas y presioné su cuerpo sobre el mío.

Iba a vomitar. Estaba asqueada y mareada, no tenía forma de zafarme. Agarró mis muñecas con una mano y las presionó por encima de mi cabeza con fuerza. No tenía escapatoria, pero no dejaría de luchar.

Su mano libre acarició mis piernas desnudas, le di un cabezazo en cuanto lo tuve a centímetros y aproveché ese momento para forcejear, se recuperó con rapidez y tomó mi mentón con fuerza, provocando que lo viera.

—No lo hagas tan difícil, niña —dijo entre dientes.

Seguí luchando, las lágrimas se resbalaban por mi mejilla mezcladas con la sangre. Estaba aprisionada, pero no dejé de luchar.

Si se iban a llevar todo de mí, iban a tener que soportar mi lucha.

Su cuerpo sobre el mío. Su aliento impactando en mi cara. Sus manos por todas partes. Asco. Asco. Asco.

Su mano abandonó mi mentón y la vi desaparecer por debajo de su pantalón. Cerré los ojos con fuerza deseando que termine, deseando estar en otro lugar, deseando que todo sea una pesadilla de la cual despertaré en cualquier momento, deseando ser libre, deseando...

Un disparo.

Sangre.

Y la oscuridad me engulle por completo. 

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