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Capítulo 32 | Cadenas

𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙

La oscuridad me engulle al abrir los ojos.

Caigo al vacío en cada ocasión, aunque intente con todas mis fuerzas correr hacia la luz la oscuridad es más rápida.

Y todo se vuelve negro. Una y otra vez.

Intento moverme pero enviarle órdenes a mi cerebro no funciona. Mi sistema nervioso parece trabajar a destiempo. Mi cuerpo pesa una tonelada.

Me niego a abrir los ojos, me niego a ver de nuevo la oscuridad que se ha apropiado de cada rincón de mí, del espacio que me rodea.

Escucho voces, murmullos. Una voz la reconozco pero mi cabeza es un desastre y estoy débil ¿Cuántos días llevo así? Cayendo en el vacío sin retorno.

¿En dónde estoy?

¿Por qué no me puedo mover?

Algo acaricia mis piernas y de repente soy consciente de que apenas voy cubierta con ropa o lo que sea que lleve encima. La caricia se hace más profunda y me obligo a abrir los ojos. Pero no puedo, algo se niega a ver lo que me espera porque sé que es algo peor que la oscuridad, algo peor que el vacío...

—Hora de despertar, bella durmiente.

Abro los ojos.

Me incorporo con rapidez pero unas cadenas en mis muñecas me lo impiden. Lo primero que veo son un par de ojos negros y una sonrisa radiante de dientes perfectamente blancos.

Trago saliva.

No lo reconozco. Pero a esta altura dudo de quién soy yo.

Algo martilla en mi cabeza, millones de alfileres parecen clavarse impidiéndome pensar con claridad, no soy capaz de hacer otra cosa que de mirarlo y desear estar dentro de una pesadilla. Quiero cerrar los ojos y volver a dormir pero sé que es inútil. Él seguirá frente a mí. Inclinado hacia mi cuerpo. Viéndome con los ojos encendidos de... ¿Diversión? ¿Sadismo?

No estoy segura.

No estoy segura de nada.

Me remuevo inquieta pero el sujeto ejerce presión sobre mi pierna haciéndome chillar y retorcerme del dolor, es fuerte y su mano se cierra sobre mi pantorrilla rodeándola por completo. Su sonrisa se acentúa.

Me mareo. Necesito vomitar.

—Me preguntaba cuando ibas a despertar, ya comenzaba a perder los nervios —me recorre con la mirada y entonces lo noto, llevo una especie de vestido viejo que cubre hasta mis muslos. La bilis se me sube a la garganta al saber que me desnudaron y no recuerdo nada—. El jefe quiere verte y ya se estaba impacientando.

No recuerdo nada. Todo es oscuridad.

Intento quitármelo de encima pero es más fuerte y con mis manos encadenadas a ambos lados de mi cara es aún más difícil, estoy mucho más expuesta.

—No lo hagas más difícil, lindura.

—¿Quién diablos eres? —mi voz sale rasposa y me arde la garganta al hablar pero necesito una respuesta, aún mejor, necesito salir de aquí. Despertarme de esta pesadilla.

—Ah, sí hasta hablas y todo —su mano se acerca a mi cara y me retuerzo, él se aparta con una sonrisa—. Guarda esa curiosidad, ¿si? El jefe te espera.

Lo siguiente que veo es oscuridad pero esta vez muy diferente, porque sigo despierta. El sujeto coloca una bolsa de tela sobre mi cabeza impidiendo que pueda ver más allá. Escuchó el ruido del metal soltarse, por un momento siento la libertad y el impulso de huir pero no es más que una ilusión que se desvanece cuando vuelve a encadenar mis manos esta vez juntas.

Sería una estúpida si intentara algo, solo serviría para quemar la poca energía que tengo.

No veo nada, me lleva a rastras por un pasillo del que solo se escucha una tubería en mal estado, gotas de agua que caen y se rompen al llegar al piso, murmullos que resuenan por el pasillo pero no comprendo lo que dicen. Aún estoy mareada, confundida, con ganas de huir, escapar y vomitar. No sé cuánto caminamos ni cuánto tiempo pasa, lo siguiente que escucho es una puerta abrirse frente a nosotros, pasos a nuestro alrededor y mi cuerpo impactando contra el piso frío.

Cuando me quitan la bolsa de mi cabeza parpadeó un par de veces para adaptarme a la iluminación del lugar. Es una sala amplia, con un escritorio y un sofá individual, pero nada más.

El piso es de mármol negro, el frío me cala hasta los huesos y comienzo a temblar, aunque quizás la razón sea el terror. Nunca desee tanto ver las alfombras favoritas de mi padre como ahora.

Alzó la vista en cuanto escucho la puerta cerrarse y unos pasos frente a mí. Lo primero que captan mis ojos es un par de zapatos negros brillantes, recién lustrados, sigo mi camino hasta dar con el rostro de un hombre que parece muy tranquilo.

Es más robusto que mi padre y quizás unos años mayor que él, pero parece en forma. Visualizo algunas canas en su cabello negro y sus ojos son de un negro similar al ónix, sé que no lo he visto jamás pero al mismo tiempo algo en su mirada me resulta familiar.

Ojos negros como el ónix. 

Busco en mi mente algo que pueda recordar, algún fragmento de un suceso o recuerdo que se despierte al ver al hombre, al ver sus ojos... pero es inútil. Ni si quiera puedo pensar con claridad. No recuerdo nada.

¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Quiénes son? ¿Qué me han hecho? ¿Qué van a hacer conmigo?

El hombre se inclina hacia mí para luego arrodillarse sobre una pierna, me observa desde la altura y noto su cercanía. Intento alejarme pero el esfuerzo es inútil ya que me lleva a tropezar sobre mis manos y estas se doblan.

Él ladea la cabeza hacia el costado y me regala una sonrisa tranquila.

—¿Sabes? Todos dicen que el parecido con tu padre es indudable —murmura con voz serena—. Pero yo pienso que tienes la mirada de tu madre, salvaje e intensa.

Sus palabras entran a mi cabeza y no tienen sentido. No hay lógica que me permita armar el rompecabezas y unir los puzzles.

—¿Quién eres? —pregunto en un susurro.

—Se podría decir que soy un viejo amigo de Levi —negué y él sonrió aún más mientras se alzaba sobre su cuerpo —. Por eso lamento mucho el trato que has recibido, debimos adelantar tu estadía y saltarnos parte del plan. Ya sabes como funcionan estas cosas.

Asimilo cada palabra que dice, aunque no la entienda guardo cada fragmento de esta conversación para analizar luego. Cada palabra clave que podrá serme útil después.

Adelantar tu estadía.... Parte del plan... Estas cosas...

Intento levantarme, no lo logro del todo, pero al menos estoy derecha viéndolo desde el suelo. Él alza una ceja expectante.

—¿Qué hago aquí?

—Estás aquí porque necesito información y eres la única que puede brindarla —me mira con más atención—. El plan inicial no salía como me gustaba y no tengo ánimos de perder más el tiempo, me pareciste la mejor alternativa. ¿Verdad que lo eres, Maddox?

—Si piensas que traicionaré a mi padre, estás muy equivocado.

La esquina de su boca se alzó en una sonrisa siniestra.

—Oh, Maddox —susurró mientras volvía a arrodillarse y me tomaba del mentón con fuerza—. Todos traicionan si se ejerce la presión adecuada —tragué saliva—. Llévensela —me dedica otra sonrisa—. Tendremos tiempo para jugar y conocernos, lindura.

Miré para todos lados horrorizada al ver que había más personas en la sala, dos cuerpos de cada lado se cernieron sobre mi para arrastrarme lejos.

—¡No! ¡Por favor! ¡No! —intenté suplicar pero mi voz era apenas audible, las lágrimas bañan mis mejillas y no dejo de moverme entre los dos hombres que me cargan—. No, no, no...

Mi voz se apaga a medida que atravieso el pasillo sin nada que cubra mis ojos y me enfrento, por primera vez desde que desperté, al infierno en el que estoy.

De vuelta en lo que se supone es mi celda, caigo en el piso que lastima mis rodillas ante el mínimo contacto, me retuerzo sobre mi propio cuerpo hasta quedar en posición fetal. Me abrazo y lloro.

No se cuanto tiempo paso en esa posición pero todo sigue oscuro.

Cierro los ojos una vez, lleno de aire mis pulmones y cuando exhalo los abro para llenarme de todo lo que hay a mi alrededor. Sé que no ha pasado mucho tiempo desde que desperté, hay una pequeña ventana en una de las paredes, no mide más de cuarenta o cincuenta centímetros y forma un perfecto cuadrado, pero tiene barrotes y está demasiado alta para que pueda utilizarla de escape.

Puedes saber la hora si miras el sol, puedes tener un hora estimada.

Esas eran las palabras que mi padre me repetía cuando era niña y jugábamos haciendo simulacros. Trago saliva al recordar sus palabras y cierro los ojos un momento para evocar su rostro, las lagrimas brotan de nuevo pero parpadeo con rapidez para apartarlas. 

No es momento de seguir llorando.

La mente fría, Maddox. Siempre la mente fría y clara.

Me obligo a abrir los ojos y mantenerlos así para ver todo, decidida me concentro en la ventana. La uso como una forma de saber el tiempo: es de noche, hay nubes negras y un pequeño haz de luz plateada que indica la presencia de la luna. Pueden haber pasado días desde que me tienen en este lugar, quizás nunca lo sepa, así como tampoco sabré qué manos me tocaron para desnudarme... la bilis amenaza con brotar desde mi garganta pero me contengo.

Me enderezo sobre mi cuerpo y me arrastro hasta el catre que hace de cama, es incómodo pero definitivamente mucho mejor que el suelo. Mis rodillas arden y siento la sangre resbalar por mis piernas. Me lanzo encima del fino colchón y aunque evite gemir de dolor por lo duro que es no puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas nuevamente.

No se con que me enfrentaré mañana pero de algo estoy segura: necesito huir.

No encadenaron mis manos esta vez porque saben que estoy débil.

Pero no están cerca de doblegarme.

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