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Capítulo 26 | Sangre

𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙

Había sangre por todas partes.

Mi piel chorreaba sangre.

La habitación estaba a oscuras pero el brillo de la sangre era inconfundible, el rojo intenso siendo absorbido por el negro de las alfombras.

Sangre. Sangre. Sangre.

Un zumbido en mis oídos que comenzó a aturdirme no me dejó pensar, de repente mis pulmones se bloquearon, una mano se cerró sobre mi garganta y me ahorcaba.

Algo estalló contra los cristales de la ventana y una brisa fresca recorrió mi piel desnuda, quizás era el impacto del cuerpo al caer. El cuerpo del hombre al que asesiné.

Y más sangre...

Un disparo.

Me desperté sobresaltada. 

Mi pecho subía y bajaba con frenesí como consecuencia de mi respiración acelerada. Mi cuerpo entero temblaba y veía borroso, sin poder concentrarme. Cerré los ojos con fuerza, me obligué a calmarme y volví a abrirlos. Observé todo el lugar: no había cristales esparcidos por el piso ni alfombras que lo cubrieran, estaba en mi habitación.

Deje salir el aire de mis pulmones y sentí como me vaciaba en el proceso.

Todo había sido un sueño.

Un sueño...

Pero se sentía muy real...

Claro que es real, porque asesinaste a un hombre.

Cerré los ojos con fuerza en un intento de apartar esa vocecita que me recordaba lo que había sucedido un par de horas atrás.

Luego de la conversación con Sullivan regresé a mi suite, todos, a excepción de mi padre, seguían en el pasillo aguardando por mí. Cuando salí del elevador no me dirigí hacia nadie, fui directo a mi habitación ignorando la expresión de curiosidad y preocupación de todos. Al llegar cerré la puerta y eché el seguro, lo último que necesitaba era que alguien se acercara. Aunque sabía que tenía una conversación pendiente con Levi pero no me sentía en condiciones de tenerla.

No quería ver a nadie, ni hablar con nadie, ni pensar en nada más.

Solo podía pensar en sacarme el vestido y los zapatos, fue exactamente lo que hice al atravesar la puerta. Luego abrí la ducha y permanecí horas sentada en el piso mientras el agua caía a raudales por mi cuerpo. Estuve allí hasta que sentí que por fin estaba limpia, aunque solo fuera mi cuerpo, porque mi mente se encontraba lejos de estarlo.

Cada vez que cerraba los ojos manchas rojas aparecían y me obligaba a mantenerlos abiertos, quizás así evitaría aquella imagen tan desagradable. 

Pero pese a mis intentos de mantenerme despierta, cuando toqué la cama el sueño me invadió y me dejé llevar pensando que quizás todo esto pasaría a la mañana siguiente, que cuando la luz del sol saliera sería otro día y lo que había ocurrido no tendría tanta importancia.

Me equivoqué.

Busqué mi móvil entre las sabanas y cuando la pantalla me iluminó debí entrecerrar los ojos debido al brillo, eran las cuatro de la madrugada y aunque el sol aún no salía, estaba lejos de sentirme mejor. Muy lejos de poder olvidar lo que pasó.

Lo que hice.

Cerré los ojos con fuerza, obligando a mi mente a mantenerse quieta donde estaba, evitando pensar en otras cosas. Cuando los abrí de nuevo marqué su número y lo llamé. No respondió, el sonido de la línea vacía me envolvió, indicando que la persona con la que intentaba comunicarme no estaba disponible.

Suspiré mientras un nudo se formaba en mi garganta ante esa perspectiva.

Intenté llamar otra vez, necesitaba una voz familiar, necesitaba su voz, pero nada. Al tercer llamado el móvil rechazó la llamada por estar apagado.

Abandoné la cama y solo ahí fue consciente de que mi cuerpo seguía temblando. No podía dormir aunque lo intentara, no podía soportar otra pesadilla y tampoco quería estar sola. Mi mente era un caos, manchada de sangre.

Sangre por todos lados.

Seguí el impulso de buscarlo y salí de mi habitación.

El pasillo se tambaleo, o quizás fui yo mientras avanzaba a paso lento. No llevaba calcetines y mis pies tocaban el frío piso de porcelanato, llevaba puesta solo una camisa de dormir que tapaba mis muslos y mis brazos pero aún así sentía mi cuerpo completamente helado.

Quizás eran las náuseas.

Estaba más que claro que mi mente no funcionaba correctamente, porque debería haber permanecido en mi suite. No me respondió las llamadas pero aún así no estaba bien que me dirigiera a su habitación porque alguien podía vernos, mi padre podía vernos. Pero lo cierto era que no me importaba, lo único en lo que podía pensar era en que necesitaba de su compañía.

Golpee la puerta con suavidad, dos toques que intentaban pasar desapercibidos pero no supe si lo logré porque temblaba y en mi cabeza se escuchaba un zumbido que me aturdía impidiendo pensar.

Apoyé mi frente contra la puerta y cerré los ojos por una punzada de dolor.

Intenté otra vez pero nada. Acerqué mi oído a la puerta intentando escuchar voces o lo que me indicara que estaba allí, pero fue inútil.

En cualquier otra situación, la Maddox normal habría dado media vuelta y emprender el camino hacia su suite pero hoy no era la Maddox normal. Quizás lo había dejado de ser hace mucho tiempo. Quizás nunca lo fui.

Debería haberme alejado... pero abrí la puerta, la oscuridad de la habitación me recibió invitándome a pasar, no lo pensé demasiado y entré. No había nadie, la habitación estaba vacía, la cama estaba hecha como si nunca hubiera estado allí. De no ser por la ventana y que esta tuviera las cortinas descorridas no podría ver nada, pero la luz de la luna entraba libremente formando líneas verticales en la cama.

Giré sobre mi cuerpo y me encontré con una maleta media cerrada, un poco de ropa sobresalía pero nada estaba desacomodado. Como si Max nunca hubiera estado en su habitación.

Me dirigí al baño intentando mantener la esperanza de que quizás se encontrara en la ducha, aunque no había ningún ruido que lo indicara, pero mi mente necesitaba aferrarse a una posibilidad de esperanza por más mínima que sea.

No estaba. No estaba. No estaba.

Estaba sola. 

Me senté en la cama y subí mis piernas para abrazarme a ellas, hundí mi cabeza en mis rodillas y permanecí allí por unos segundos intentando tranquilizarme.

Aún temblaba. Mi cabeza daba vueltas. Estaba mareada y tenía náuseas.  La punzada de dolor aún persistía y si cerraba los ojos esta parecía empeorar. El corazón me latía con tanta fuerza que parecía a punto de explotar en mi pecho.

Como los cristales explotaron por el impacto del cuerpo...

Cerré los ojos con fuerza. No podía dejar que mi mente escapara y comenzara a recordar, a pensar en la pesadilla. Pero me resultaba cada vez más difícil evitarlo y sentía como mi cuerpo se quedaba sin fuerzas. Solo quería llorar.

Necesitaba liberar todo este pesar y culpa, necesitaba sacarlo de mí. Necesitaba que Max me abrazara y me dijera que estaría todo bien, no éramos pareja pero éramos... algo. Esperaba que él estuviera aquí, para mí.

Pero no estaba.

Y fui consciente de lo dependiente que estaba siendo. Tenía que superar esto sola pero estaba cansada, estaba mareada y solo quería dormir pero tenía miedo, mucho miedo y...

Unos brazos fuertes me rodearon, un segundo después mi cuerpo ya no tocaba la cama sino que estaba pegado a un pecho duro y fuerte.

—No llores, tesoro —la voz de Matthews me envolvió, parpadee confundida ¿estaba llorando?—. Dime que necesitas, solo dilo y yo lo conseguiré. Lo que sea.

No supe qué responderle, ¿Qué necesitaba? Dejar de sentirme así, pero no podía decir eso. No era justo, ¿Matthews se había sentido igual la primera vez que le disparó a alguien? Quizás no.

Quizás mi mente lo estaba exagerando a todo, eso tenía que ser. Me estaba comportando como una niña que no se hacía cargo de sus acciones, estaba siendo egoísta, exigiendo al chico que me gustaba que estuviera para mi cuando todo esto no tenía porqué ser algo grave.

Pero entonces ¿Por qué sentía que mi cuerpo ardía y mi mente era un caos? ¿Por qué temblaba como si alguien me estuviera atacando? ¿Por qué no podía dejar de pensar en ello? ¿Era débil? ¿Esa era la respuesta?

—Maddox, por favor di algo.

Incliné la cabeza hacia atrás, Matthews me miraba con aspecto preocupado, una arruga se formó en su frente y la cicatriz en su mejilla se acentúo más.

¿Se la había hecho su primera víctima? ¿Cómo pudo superarla?

Mi mente era un caos de preguntas sin respuestas y de repente me quedé sin aire, no podía respirar.

Noté como su semblante cambió, de preocupación a sorpresa y se puso en marcha con rapidez, como anticipando lo que estaba a punto de ocurrir incluso antes que yo.

En un segundo me encontraba en el baño de mi suite, Matthews me depositó frente al inodoro y sostuvo mi cabello. Fue como si mi cuerpo hubiera recibido el estímulo correcto que me llevó a sostenerme con ambas manos y dejar que todo saliera de mi cuerpo en forma de vómito.

No supe cuanto tiempo estuve así pero no estaba sola, él se quedó conmigo y acariciaba mi espalda con una mano mientras que la otra sostenía mi cabello.

Cuando de mi cuerpo no salía más que bilis y mi garganta comenzó a secarse me alejé. Matthews se separó unos centímetros de mí, algo inclinado y arrodillado frente a mi cuerpo, me arrastré hasta que mi espalda tocó la pared y abracé mis piernas para esconder mi rostro en mis rodillas.

Comencé a llorar, sentí su mano sobre mi rodilla dibujando círculos invisibles.

—Está bien, puedes llorar —murmuró con voz dulce y sentí su presencia más cerca, irradiando calor—. Estás helada, espera aquí iré por...

—No te vayas —sostuve su mano impidiendo que se aleje, no sabía qué aspecto tenía pero por la expresión de preocupación de Matthews no me sorprendía que estuviera hecha un desastre. Notaba mis párpados hinchados producto del llanto y mi cuerpo aún temblaba—. No te vayas por favor, no tengo frío.

Era mentira. Pero no podía permitir que me dejara sola, estaba aterrada.

Él asintió poco convencido y volvió a sentarse a mi lado, esta vez más cerca. Dejé que mi cabeza cayera sobre su hombro pero él pasó su brazo por mis hombros para acercarme más, tenía medio cuerpo apoyado y acurrucado encima del suyo, él me acunaba como si fuera un bebe pero mis piernas tocaban los azulejos del baño.

—Está bien, Maddox —susurró sobre mi pelo—. Solo fue un ataque de pánico, es normal...

—¿Lo es? —pregunté con un hilo de voz, mi garganta raspaba cuando intentaba hablar.

—Por supuesto que sí, asesinaste a un hombre, es normal que estés impresionada.

—Me siento aterrada, Matthews —admití con la voz rasposa—. No sabía que era capaz de reaccionar así, fui muy impulsiva...

—Fue en tu defensa, Maddox —me interrumpió con voz cortante.

—Solo me estaba tocando...

—Dime, de no haberte defendido ¿Piensas que no hubiera hecho algo más? ¿Algo peor? —tragué saliva ante esa posibilidad y sentí pánico—. Reaccionaste como cualquiera lo habría hecho en tu lugar y no tienes que sentirte culpable, es normal que sigas en shock porque eres humana pero no te sientas mal por él. Piensa que el mundo es un mejor lugar sin una persona así.

El mundo es un mejor lugar sin alguien como él... ¿pero con alguien como yo?

Cerré los ojos con fuerza.

—Habla conmigo, Maddox —insistió con voz tranquila pero noté un leve temblor al ver que no hablaba.

Pero... ¿Qué podría decirle? Mi cabeza no dejaba de dar vueltas y nada de lo que él pudiera decirme me haría sentir mejor conmigo misma.

—¿Soy una mala persona? —pregunté en voz baja.

—Claro que no, ¿Cómo puedes pensar eso? —sus brazos se tensaron a mi alrededor y sentí su nariz hundiéndose en mi cabello, inhalando mi aroma y cuando volvió a hablar parecía más tenso—. En este mundo todas las personas asesinan gente, incluso gente inocente. Así funciona, pero créeme de poder volver el tiempo atrás y poder cambiar tu lugar lo haría, para quitarte ese peso de encima.

—¿En serio lo harías?

—Por supuesto —admitió—. Pero al mismo tiempo, siento que esto fue necesario —alcé la vista para verlo horrorizada por lo que sus palabras implicaban, intenté alejarme pero él lo impidió—. Escúchame —acarició mi cabello—. Tienes un lugar dentro de esta familia y te enfrentarás a situaciones mucho más complicadas de lo que sucedió, tendrás que tomar decisiones mucho más difíciles y, aunque me pese admitirlo, tendrás que volver a hacerlo.

—Tendré que volver a hacerlo... —repetí en voz baja—. No creo que esté hecha para este mundo, Matthews.

—Nadie nace listo para esto, el mundo nos golpea hasta que nos adaptamos. Y eso te sucedió a ti, pero estás lejos de ser una mala persona.

Me habría gustado grabar esas palabras en mi mente, repetirlas como un mantra, como una canción de cuna que me ayuden a dormir. Pero pese a mis intentos el sentimiento que me embargaba era imposible de ignorar.

Me sentía manchada de sangre.

—Quedate conmigo —le pedí en un murmullo—. Por favor, abrazame... No me dejes sola, por favor.

Sus brazos me rodearon con más fuerza y supe que se quedaría conmigo, no necesitaba una respuesta. Él se quedaría a mi lado.

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