Capítulo 25 | Muerte y caos
𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙
El material sintético de las alfombras absorbía la sangre como si se tratara de una aspiradora. Estaba claro porque mi padre estaba obsesionado con llenar nuestra casa de ellas.
La sangre manchó mi vestido y podía sentirla sobre mi piel, aunque no me haya visto en el espejo porque traté de esquivar mi reflejo en el elevador podía sentirla, pero no me incomodaba, como si se tratara de otra parte de mi cuerpo que no era extraña. El sentimiento me atemorizó y me excitó en partes iguales. Cuando las puertas del elevador se abrieron mi padre me persiguió por todo el piso mientras yo caminaba en dirección a mi habitación. En lo único que podía pensar era que necesitaba deshacerme de esta ropa cuanto antes.
Poco me importaron los gritos de mi padre en el trayecto hasta aquí, o que una docena de puntos rojos aparecieran sobre mi pecho en señal de que en la oscuridad había hombres armados por si a alguien se le ocurría disparar: yo en este caso. Tampoco me importó que Max, Jace y Will me observen horrorizados al verme cruzar el pasillo.
Supuse que había más sangre sobre mi piel de la que imaginaba.
Dios, necesitaba quitarme este vestido.
—¡Maddox! —el gritó de mi padre me detuvo al llegar a la puerta pero no me giré—. ¡Maddox Francesca Salvatore! ¿Qué demonios fue eso?
Cerré los ojos con fuerza, solo tenía que abrir la puerta y entrar a mi habitación, podía hacerlo. Solo un paso más y estaría lejos del desastre que yo mismo había causado.
Pero aunque yo me alejara, el desastre seguiría ahí. Al inicio de la noche me prometí que no le daría la espalda a mi apellido, al negocio que caía sobre mí, a toda esta extraña herencia. Y eso implicaba hacerme cargo de mis decisiones y acciones.
Como esta.
Me di la vuelta despacio. Todos los ojos presentes estaban sobre mí, de un rápido vistazo note como Max parecía más pálido que de costumbre, una mezcla de sorpresa y confusión se arremolinaba en su mirada pero Matthews... él ni siquiera se inmutó cuando hice lo que hice. Como si de alguna forma lo estuviera esperando, ahora me observaba serio y con la barbilla en alto.
De una extraña forma, lo sentí como una señal de respeto.
Miré a mi padre. Él me miró a mí.
Y sus ojos brillaban, contenían fuego como el de un dragón y sabía que me había pasado de la raya. ¿Qué digo pasado? La había atravesado, la había desdibujado a mi antojo.
¿Y lo peor? No me arrepentía ni un poco.
—Creo que sabes muy bien lo que ocurrió —ni siquiera yo reconocí mi voz vacía y monótona, la expresión que me dedicaron los soldati fue extraña.
—No me tomes el pelo, Maddox —mi padre se acercó un paso—. Mataste a un hombre, le disparaste en la maldita frente ¿¡En qué pensabas!?
Alcé una ceja.
Dios, ¿en serio estaba tan molesto?
Es decir, sí, había arruinado lo que había sido un perfecto acuerdo que nos beneficia muchísimo y lo habíamos conseguido con facilidad. Yo lo había conseguido con facilidad. Y ahora lo más probable era que ese negocio fuera historia antigua.
Ni siquiera me sorprendería si las puertas del elevador se abrían de par en par y nos dejaban ver a los hombres de Sullivan a punto de matarnos a todos.
Pero pese a todo esto, ¿En serio era tan descabellado lo que acababa de ocurrir? Quizás aún no estaba procesando del todo el hecho de que había asesinado a alguien pero por favor, en este mundo mueren personas a cada segundo.
—Disculpa, ¿no te gustó donde le disparé? Siempre dices que la mejor forma de matar a alguien es...
—No es momento de bromas, Maddox. —dijo entre dientes, estaba muy cerca de mi rostro, no supe en qué momento se había acercado tanto. Jamás lo había visto tan molesto conmigo, estaba furioso—. Tiraste por la borda un acuerdo que acabamos de conseguir...
—¡Que yo conseguí!
—¡Y ahora por tu culpa ya no existe!
Nada se escuchó más que el grito de mi padre, como si el tiempo hubiera quedado suspendido en el aire y las respiraciones se habían pausado. Sabía que no era así pero todo estaba demasiado silencioso y quieto, como si al primer movimiento alguien más pudiera morir esta noche.
—Escúchame bien...
—Cálmate, Levi.
Todos nos giramos para ver al dueño de la voz. Matthews puso los ojos en blanco. Y se dirigió a mi padre con un claro tono de impaciencia.
Definitivamente iba a correr más sangre esta noche.
—¿Disculpa? —La voz de mi padre era tan filosa que podría haber cortado la piel como un bisturí—. ¿Tú qué demonios estabas haciendo? ¿No te diste cuenta que llevaba un arma y estaba a punto de usarla? ¿Acaso no viste...?
—¡Basta! —intervine y me acerqué un poco, mi padre posó sus ojos sobre mí para dedicarme una mirada asesina pero no me dejé intimidar—. Deja de hacer eso, si tienes un problema conmigo y estás molesto conmigo enfréntame a mí. Ni Matthews ni los demás tienen que ver en esto.
Los ojos de Max, Jace y Will parecían seguir un partido de ping pong, saltaban de un lado a otro y ni siquiera se inmutaban, no decían nada, porque sabían que meterse en algo así no era bueno y porque también, fui muy consciente, estaban algo fascinados con lo que ocurría. Al parecer era la primera vez que veían a mi padre perder los nervios de esta forma y claro que se trataba de la primera vez que me veían llena de sangre que no era mía.
—Claro que tengo un problema contigo, con tu impulsividad más precisamente. ¡Cometiste una imprudencia y si quieres formar parte de esto no puedes actuar así! ¡Nosotros no trabajamos así.
—Por favor Levi, has hecho cosas peores que lo que yo hice esta noche.
—Lo que yo haga o deje de hacer no pone en peligro el negocio y siempre tengo una buena razón. —ladeo la cabeza para verme mejor— ¿Qué razón tenías tú?
Presioné los labios en una fina línea. Y Matthews habló:
—La estaba tocando.
Cerré los ojos con fuerza, en un intento de evitar la mirada de todos sobre mí. Tenía miedo de no encontrar comprensión, que me juzgaran por haber usado esa razón para depositar una bala en la frente de un hombre.
Después de todo, era una extraña en esto. Una intrusa que había aparecido de la nada desestructurando su trabajo y como hacían todo, fácilmente podían culparme. Podían tratarme de exagerada y poco importaría que fuera la hija de Levi, quizás no lo dirían en voz alta pero podía pasarles por la cabeza y me moriría de vergüenza de solo pensar en esa posibilidad.
—Tardé en reaccionar, para cuando supe la razón de su incomodidad, ella ya había extraído su Mossberg y le estaba apuntando en su frente —explicó Mathews con voz calma, como si estuviera relatando un cuento tranquilo y sin sangre—. Quizás la podría haber detenido, pero... —abrí los ojos y vi como se acercaba a mi padre con actitud desafiante— ¿Te soy sincero? No lo habría hecho. Y no pienso reclamarle nada.
El pecho se me calentó y mi corazón se aceleró, tanto que se saltó varios latidos. Los ojos de Max estaban fijos en mí, con los labios ligeramente separados y una expresión de impotencia y tristeza que me provocó ternura porque sabía, aunque no lo dijera, que no me estaba echando la culpa de nada. Matthews tampoco.
—Creo que es razón suficiente —la voz de Jace me sacó del trance y lo miré—. Bien hecho, princesa.
Mi padre alzó una mano en su dirección haciendo que no siguiera hablando.
—Nadie les dio permiso de hablar —zanjó con voz cortante. Noté que no me miraba, evitaba mis ojos y toda la emoción que estaba experimentando se hizo añicos.
Mi padre no me miraba.
Mis ojos se llenaron de lágrimas pero las contuve.
—No estamos en una reunión, señor —la voz de Will era firme pero con un toque de aburrimiento, como siempre solía ser—. Y si a Maddox no le molesta que demos nuestras opiniones, creo que podemos hablar libremente.
Los tres soldati me observaron con la barbilla en alto y separé los labios por sorpresa, arrugué la frente... ¿Estaban desafiando a mi padre poniéndose de mi lado? ¿Estaban dándome un lugar? ¿Dejaban que mi voz importara?
Inspiré con fuerza, armándome de valor para enfrentar a mi padre, quien aún seguía con la vista en Will y los labios apretados, evitando mis ojos. Pero antes de poder decir algo, las puertas del elevador se abrieron dejando al descubierto a un Sullivan con aspecto de... ¿aburrimiento?
Arrugué la frente, ¿No debería estar furioso?
Clavó la mirada en mí, o quizás en mi padre, quizás nos miraba a todos porque nos encontrábamos a mitad del pasillo reunidos en un círculo como si de una secta se tratara.
Harry avanzó con paso lento sin apartar la mirada, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de vestir y todos permanecimos en silencio, a la espera de su reacción. En el ambiente se había instalado algo denso y pesado. Todos estábamos tensos, intentábamos mantenernos lo más quietos posibles. Se detuvo a dos metros y habló con voz tranquila:
—Tenemos que hablar en privado.
Mi padre asintió y se acercó unos pasos en su dirección.
—No, no contigo —se detuvo, lo miró solo un segundo y todos nos dimos cuenta que se refería a mí—. Contigo —dijo sin quitarme los ojos de encima y tragué saliva mientras asentía.
Cuadré los hombros y alcé la barbilla mientras me acercaba. Mientras caminé noté la presencia de todos tras de mí, dispuestos a seguirme, aunque no supe si mi padre también se encontraba a mi espalda. A esta altura de la noche y tras todos los acontecimientos no estaba muy segura.
—Dije en privado —la esquina de sus labios se elevó hacia arriba y ladeó un poco la cabeza, me quitó los ojos de encima para ver a mi espalda.
Suspiré y continúe caminando pero sabía que no lo hacía sola.
—Dioses, ¿no entienden? Necesito hablar a solas con la señorita Salvatore. Sin el dúo de guardaespaldas idénticos, gracias —por su voz supe que se estaba quedando sin paciencia.
—No —contestaron los hermanos y me giré para enfrentarlos.
Los demás estaban a unos pasos de nosotros, se habían quedado rezagados al comprender a qué se refería Harry con "en privado". Pero Max y Matthews estaban frente a mí, muy cerca, con la mirada fija en el pelinegro. Eché un rápido vistazo hacia mi padre y noté que estaba serio y con la vista baja, entendía que seguía enojado pero ahora yo me estaba empezando a molestar.
Decidí apartar esos sentimientos y dejar mi mente fría, no era momento para dejarme llevar por mis impulsos nuevamente.
—Debo ir sola.
—No —dijeron al mismo tiempo y cerré los ojos por un segundo.
Cuando volví a verlos me sobresalté, estaban un poco más cerca y al notar los dos pares de ojos idénticos sobre mí se me calentó todo el cuerpo.
Definitivamente había algo muy malo conmigo, pensé.
Suspiré.
—Creo que todos se dieron cuenta que no necesito que me defiendan —remarqué cada palabra y ambos cerraron los puños al mismo tiempo. Dios, iban a matarme si seguían mirándome con esa mirada cargada de sobreprotección—. Esperen aquí, es una orden.
Max alzó una ceja pero Matthews asintió.
Aún así no se movieron.
Me giré convencida de que ahora nadie me seguía y caminé con paso firme hacia el elevador junto a Harry, al entrar ninguno dijo nada y el silencio se mantuvo mientras volvíamos al último piso. Cuando llegamos no nos dirigimos a la mesa donde tuvimos la cena y sucedió el asesinato, me guío por una puerta en la pared que no había visto antes y que desembocaba en un despacho con una decoración mucho menos llamativa que el resto del salón.
Aquí no había esculturas ostentosas y cosas doradas. Era todo negro, a excepción de la luz de la luna que entraba por una gran ventana y las luces cálidas que se extendían por el techo. Había dos sofás individuales de terciopelo rojo frente a un escritorio amplio de roble, detrás de este una silla giratoria de cuero sintético. La combinación era rara.
A un costado había una pequeña mesa con botellas de vidrio sin etiquetas, pero por el color me imagine que era whisky o bourbon.
Me detuve a medio camino y observé todo el lugar mientras él se dirigía a la mesa, servía en dos vasos pequeños la bebida de color ámbar oscuro. Dejó un vaso en el escritorio frente a mi y el otro se lo llevó a los labios mientras se sentaba en su silla giratoria. Me observó sin decir nada por unos segundos que parecieron eternos, apoyó el codo en la silla y dejó caer la cabeza en su mano. Mientras que en la otra tenía el vaso y lo movía lentamente, con suavidad, sin dejar de verme.
Me estaba evaluando y me ponía nerviosa.
—Siéntate, por favor.
—No, gracias...
—Maddox, no estás en posición de discutir conmigo.
Tenía razón. Hice lo que me dijo sin rechistar, tomé el vaso con una mano y recosté mi espalda sobre el respaldo del sofá, el terciopelo acarició mi piel desnuda y crucé las piernas bajo su atenta mirada. Lo vi sonreír de costado.
Mi piel seguía cubierta de sangre. Era lo único en lo que podía pensar.
—¿Cómo funciona? —murmuró y lo miré sin comprender—. ¿Sales con ambos? Me resulta imposible de creer que les guste compartir, no parecen de ese tipo.
—¿Qué?
Mi cabeza daba vueltas, ¿Estaba insinuando...?
—Pero tiene sentido, mejor tenerte ambos que no tenerte ninguno ¿verdad? Es increíble, como te miran...
—Estas insinuando cosas que no ocurren y te pido, de forma amable, que no sigas —mi tono de voz lo sorprendió pero fue solo un segundo, se inclinó más cerca del escritorio sin dejar de verme.
Chasqueó la lengua.
—Claro, ahora comprendo —asintió aun con una sonrisa traviesa en el rostro—. Sales con uno de ellos, ¿verdad? Si, claro que sí —su sonrisa se extendió—. Pero ¿con cual?
—Sullivan...
—Con el mayor, ¿cierto? Es obvio por como te mira —negó con la cabeza con un deje divertido—. Te ve como si quisiera esconderte en una habitación sin dejarte salir para que nada malo te pase pero al mismo tiempo como si quisiera sentarte en un trono y arrodillarse ante ti, es absolutamente fascinante...
—Para —pedí.
Todo lo que salía de su boca eran estupideces. Dios, Matthews jamás me vería de esa forma.
—Tu vida debe ser muy entretenida —se recostó sobre el respaldo de su silla—. ¿Sabes? Deberíamos intercambiar números, así me mantienes al tanto de lo que ocurre, mi vida aquí es muy aburrida, ¿No tendrás una amiga para presentarme? Puedo ser un buen partido, luego podríamos salir los cuatro y...
—¿Qué demonios? ¿Me trajiste aquí para contarme tus estúpidas teorías sobre mi vida?
—No son teorías, ¿Es que no te das cuenta...? —en su mirada se abrió paso la comprensión y dejó escapar una carcajada—. ¡Ese es el problema! ¡No te das cuenta!
¿Este hombre era el que llevaba el mando de un negocio turbio y ligado a la mafia? ¿El que traficaba joyas y diamantes de contrabando valuados en millones? Estaba más cerca de parecer un adolescente desesperado por un chisme.
Cerré los ojos con fuerza mientras masajeaba mis párpados. Me acerqué el vaso a los labios y le di un largo trago tratando de calmarme. Aún tenía mi Mossberg cargada y podía fácilmente vaciarla sobre su frente pero lo más probable era que me tendría que enfrentar a un problema diferente más tarde. Porque hacerlo implicaría declarar una guerra de territorio hacia otra organización, por no mencionar que estábamos en su ciudad.
Demasiado complicado.
Tranquila, Maddox. Piensa que estás con Penny... Dioses, se llevaría estupendamente bien con Penny.
—Sullivan, ¿Qué hago aquí?
Él me dedicó una mirada tranquila. Se le formaron pequeñas arrugas en las esquinas de sus ojos producto de la sonrisa, parecía un niño completamente feliz de que su madre le haya comprado el dulce que más quería.
—En primer lugar, me gustaría agradecerte. Los acontecimientos de la noche salieron mucho mejor de lo que yo esperaba. Así que gracias —alzó la mano donde tenía el vaso de whisky como si quisiera brindar con él antes de acercarlo a sus labios.
Lo miré atónita, sin comprender ni una palabra de lo que decía.
De forma disimulada aparté mis ojos y miré mi pecho, para ver si todo esto era un truco y aparecían los pequeños puntos rojos que indicaban que estaban a punto de dispararme.
Nada.
Volví a verlo, él alzó una ceja.
—Verás, déjame hablarte un poco sobre mí —cerré los ojos, estaba claro que le gustaba el sonido de su voz—. El negocio lo inició mi padre, no existen los imposibles para un hombre enamorado y como mi madre amaba las joyas él le conseguía las que ella quería. Exóticas, extrañas, costosas y preciosas.
—Deberías trabajar en un centro comercial —murmuré.
—Al principio inició como un capricho, no eran más que gestos románticos hacia mi madre —continúo sin prestarme atención—, pero luego se dio cuenta del dinero que podía ganar. Ya sabes, conseguir diamantes bellísimos y difíciles de adquirir para luego subastarlos.
—Claro, lo normal, nada ilegal —ironicé.
—Por favor, linda. Tu apellido es Salvatore —hizo una mueca y su tono de voz dejó a entender que era una ridiculez mi comentario—. El punto es que así inició el negocio, que se mantuvo a flote todos estos años, pasando de generación en generación.
—No exageres, eres la segunda generación —puse los ojos en blanco.
—¡Le sacas lo divertido a todo! —dijo con burla y un resoplido—. Me gusta el negocio, como tú, herede un trabajo sucio e ilegal pero visto desde afuera esto no existe. Me gusta trabajar en las sombras, que todo sea... exclusivo.
No comprendía a donde quería llegar pero mi paciencia se estaba agotando, el pareció notarlo porque se mordió el labio inferior para reprimir la risa.
Lo hacía adrede, por supuesto.
Abandonó su silla para rodear el escritorio con tranquilidad, aún con el vaso en su mano y cuando llegó frente a mí apoyó su cadera sobre la madera sin apartar los ojos de mi rostro. A esa distancia estaba lo suficientemente cerca para no perderse cada detalle de mi expresión.
—Joffrey lo complicaba todo —alcé una ceja—. Oh claro, no los presente. Lo siento, tu víctima es Joffrey Sullivan, el medio hermano de mi padre —hizo una mueca de desagrado—. En realidad lo era, ahora no es más que un cadáver innecesario, pero ya llegaremos a ese punto.
—Por favor, a donde sea que esto se dirija, trata de que lleguemos rápido.
—Que ansiosa —murmuró poniendo los ojos en blanco—. Joffrey estuvo desde siempre en el negocio, como medio hermano de mi padre tenían una relación estrecha y su palabra antes de morir fue que por favor le diera un lugar en el negocio. Así que mi padre antes de morir me ató de manos y piernas sin la posibilidad de encargarme de él. Verás, no habría sido un problema de ser una persona distinta, pero Joffrey era... bueno, tú lo viste. No podíamos hacer negocios con él presente porque lo arruinaba todo, a él no le gustaba lo exclusivo y era un peligro para el negocio. Gracias a él debemos cuidarnos bastante porque mucha gente supo lo que hacemos en la sombras, además de que jodió muchos negocios intentando pasarse con la esposa de otro socio pero eso es otra historia —barrió el aire con la mano—. El punto es que tratábamos de no incluirlo en las reuniones pero él insistía. Yo no podía hacer nada, como te dije no puedo faltar a la palabra de mi difunto padre —puso una mano en su pecho, estaba serio pero un segundo más tarde sonrió inclinándose hacia mí—. Y ahí es donde entras tú.
Las piezas del rompecabezas encajaron a la perfección. La ira comenzó a hacer ebullición dentro de mi cuerpo y necesité de todo mi autocontrol para no sacar mi Mossberg y empezar otra guerra.
El me veía con una sonrisa tranquila, dejo el vaso de whisky sobre el escritorio y se cruzo de brazos expectante a mi reacción.
—Lo planeaste —sentencié.
—Eres tan inteligente, eres una delicia...
—¡Asesiné a un hombre por tu culpa! ¿Cómo pudiste...?
—No, linda. Lo asesinaste porque es un maldito pervertido y créeme te comprendo. De ser mujer, ya lo había hecho, pero por mi posición en esto no podía hacerlo.
—¡Tu...!
—Cálmate —alzó ambas manos—. Ni siquiera es mi culpa ¿De acuerdo? No creí que fueras a estar armada. Pensé que el oso de tu guardaespaldas se encargaría, pero bueno me equivoqué. No te conocía, pero ahora te conozco.
—No, no me conoces —dije entre dientes.
Cuando me levanté el sofá hizo un movimiento hacia atrás por mi propia fuerza pero no se cayó, intenté alejarme pero me lo impidió al sostener mi brazo y atraerme hacia su cuerpo. Era tan alto como Matthews pero su cuerpo no lo igualaba, le faltaba mucho entrenamiento para llegar a su complexión física y... ¿por qué demonios los estaba comparando?
—Tenemos un acuerdo, dulzura —dijo entre dientes, su aliento golpeó mis labios, intenté zafarme pero fue inútil, era más fuerte que yo. Su semblante ya no era de diversión sino que estaba serio, dandome a entender que se tomaba con seriedad su negocio—. No pienso disculparme por lo que hice, pero yo no te obligué a hacerlo. Deberías estar acostumbrada ¿No? Eres la princesa de la mafia, Maddox. No me vengas a decir que es la primera vez que te manchas las manos.
Sí, era la princesa de la mafia. Pero no estaba acostumbrada. Era la primera vez que asesinaba a alguien.
Y ni siquiera lo había procesado de forma correcta, era como si esa hubiera sido otra Maddox, una personalidad de mí totalmente diferente e independiente a la vez. Pero ahora era mi yo normal y no sentía que eran mis manos las que llevaban la sangre de otra persona.
—Y, por sobre todo, me encuentro en deuda contigo —admitió con un deje de pesar.
Alcé una ceja y sonreí.
—Claro pero todo tiene un precio —dije despacio, no era tonta y él lo sabía—. Hay pruebas ¿Cierto? Hay cámaras, no eres idiota, así que si quieres librarte de toda culpa tienes como hacerlo.
—Eres tan inteligente que me excita —debí reprimir la mueca de asco y él dejó escapar una risa—. Tranquila princesa no eres mi tipo —murmuró más cerca—. Además, sé que estás ocupada.
—Deja de decir esas idioteces —dije cortante y esta vez cuando intenté apartarme no me detuvo. Caminé hacia la puerta, con mil pensamientos arremolinándose en mi mente, imágenes e incluso voces que necesitaba callar. Antes de salir de la oficina me giré para verlo, él aún seguía apoyado sobre el escritorio con actitud relajada y las manos en los bolsillos—. Tenemos un acuerdo, así que estaremos en contacto.
Cuando estaba a punto de salir su voz me detuvo.
—No sales con el correcto, Maddox.
Deseé haber salido de allí y no haberlo escuchado. Pero sus palabras se metieron de lleno en mi cabeza y no pude ignorarlas.
—¿Disculpa? —me giré solo un poco.
—No deberías salir con él, no es el adecuado.
Inspiré y exhalé lentamente, armándome de paciencia.
—¿Y cómo lo sabes? ¿La forma en que Max me mira no es la correcta? —pregunté con burla.
—Exacto —dijo con simpleza.
Arrugué la frente.
Debí irme en aquel momento y restarle importancia, ignorar lo que insinuaba y sus estúpidas palabras, pero aún así... la curiosidad pudo conmigo.
—¿Cómo me mira? —murmuré en voz baja, sin atreverme a alzar la voz por miedo a la respuesta.
—Como si quisiera poseerte —estaba serio, ya no sonreía—. Los humanos estamos hechos para poseer cosas y en cuanto nos cansamos de ello lo desechamos. Y tú no eres una cosa, Maddox. Tenlo en cuenta.
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