Capítulo 1 | Regreso a casa
𝑴𝒂𝒅𝒅𝒐𝒙
Mi madre solía decir que ante una nueva etapa de vida siempre es mejor estar preparada y relajada, claro que su concepto de relajación implicaba permanecer en un hotel cinco estrellas en alguna playa paradisiaca de Grecia o Cancún.
Teniendo en cuenta que era una mujer que pasaba sus fines de semanas en alguna de sus quince casas de verano, se podría decir que mi madre era una mujer muy relajada.
Yo era todo lo opuesto.
Estar a su lado me recordaba lo mucho que me parezco a mi padre y las pocas cosas en común que poseíamos.
—Ya lo verás Maddie, pasar las vacaciones conmigo te sentará genial —puse los ojos en blanco tras escuchar cómo me llamaba—. Te va a encantar Grecia, créeme.
—Oh sí, no veo la hora de estar en una playa contigo y una margarita —respondí irónica.
—¡Ese es el espíritu, cielo! —agradecí que no pudiera ver mi expresión al estar del otro lado del teléfono—. Debes estar harta del tiempo que pasas con tu padre, actividades de chicas te vendrían bien —conté mentalmente hasta cinco—. Te veo en una semana, cariño.
La verdad era que no tenía problemas con Grecia, todo lo opuesto. Las playas eran bellísimas, los paisajes me generaban calma y salir a caminar con el sol picando sobre mi piel no me disgustaba en lo absoluto. El problema era pasar las vacaciones de verano al lado de mi madre, la cual ponía muchísimo esfuerzo —en vano, claro— en tener algo en común conmigo.
Creí que con el tiempo se cansaría de intentar forjar un vínculo madre-hija pero parecía que no le significaba ningún problema sus intentos fallidos de llevarnos bien.
En realidad, no nos llevábamos mal. Simplemente no nos llevábamos, ella vivía en París y yo en Chicago, con mi padre.
Una gran distancia, no solo geográfica, nos separaba.
La relación entre ellos siempre fue fría y distante, no tengo recuerdos de ambos juntos y enamorados, supongo que nunca se sintieron así por el otro. Pero pese a ello —y al hecho de que ella había decidido ausentarse dentro de mi crianza—, mi padre en serio se esforzaba porque nos lleváramos bien.
Así que mis intentos de pasar las vacaciones de verano encerrada en la comodidad de mi habitación o en la casa de mi mejor amiga fueron en vano, me obligó a tomar un avión sin escala a Europa.
—No es justo.
Mi padre, que hasta entonces tenía sus ojos verdes clavados en los papeles frente a él, alzó una ceja en mi dirección y curvó sus labios en una mueca que daba entender las pocas intenciones de discutir aquello.
—Es tu madre.
—Es Nora —corregí—. Y no veo porqué unas vacaciones con ella cambiarán algo.
—No lo harán, solo que ella quiere pasar tiempo contigo y no me parece algo tan descabellado —suspiré y me dedicó una mirada severa—. Serán solo dos semanas, aprovéchalas para descansar antes de retomar las clases.
—Prefiero hacer servicio a la comunidad, créeme.
No respondió, solo soltó sobre su amplio y tallado escritorio de madera de roble los papeles que sostenía en su mano con un claro gesto de frustración cercano al enfado. No necesité más que eso para saber que no importaba lo mucho que discutiera, pasaría dos semanas con mi madre aunque sea contra mi voluntad.
Llené de aire mis pulmones mientras sostenía su mirada por unos segundos hasta que terminé por gruñir antes de darme la vuelta y abandonar su despacho.
A decir verdad no fue tan malo, para mi suerte la casa de verano de Nora era lo suficientemente amplia como para mantenerme alejada de ella y de su presencia nociva. Claro que no podía zafarme de los desayunos en la playa o alguna que otra cena juntas, pero la mayoría del tiempo se la pasaba con sus amigas bronceándose o bien bebiendo vinos con personas que supuse eran importantes.
Me gustaba vivir con mi padre porque era todo lo opuesto. Si bien su trabajo implicaba un tipo de vida en el que debía frecuentar personas que muchas veces no conocía, cuando no estaba ocupado trabajando le gustaba permanecer en la soledad de nuestra casa conmigo.
En ocasiones permanecía en su despacho asegurándose que todo estuviera bajo control mientras yo leía un libro en su sofá. De hecho, muchas veces fingía que leía y me concentraba en lo que él hacía, porque bueno, se suponía que el negocio familiar recaería algún día sobre mí. Aunque la idea me aterraba.
Nora era más de mañanas de yoga, tardes de playa y noches de fiestas que incluían famosos, vinos espumantes y mucho Xanax.
Por lo que cuando regresé a Chicago un sentimiento de tranquilidad invadió mi cuerpo, no me quejaba. Había logrado relajarme sin pensar en todos los exámenes que debía dar al final de curso y el sol de Grecia había tenido un buen efecto sobre mi piel que ahora parecía un poco dorada y hacía resaltar mis ojos esmeraldas. Técnicamente no podía quejarme. No debía.
Pero suspiré de felicidad y tranquilidad cuando vi a mi padre esperándome en el aeropuerto, claro que una carcajada se atascó en mi pecho cuando me percaté de que llevaba un cartel con mi nombre escrito en letras cuadradas y negras.
Sus brazos me envolvieron sin darme la oportunidad de mover ni un solo músculo y me alzó de tal forma que mis pies abandonaron el suelo por unos segundos.
—Está bien, aprendí la lección —dijo sobre mi cabello—. No harás otro viaje así jamás.
No pude evitar la carcajada que brotó de mis labios.
—Al parecer si fue una idea descabellada el viaje —me burlé.
—Sí, totalmente. Por un momento creí que no regresarías —cuando me regresó al piso se separó solo unos centímetros para inspeccionar mi rostro en busca de alguna señal que le indicara mi estado anímico, no pude evitar poner los ojos en blanco ante su preocupación— ¿Sabes? Si tu madre quiere verte, deberá subirse ella a un maldito avión.
Le di un breve empujón.
—¿En serio crees que preferiría la vida con Nora?
Se encogió de hombros sin dejar de verme.
—Ella cree que mi trabajo es peligroso, ¿sería tan descabellado?
Bueno, sí. Eso no podía discutirlo.
—Por Dios, si tenía que soportar otra fiesta de ella con sus amigas definitivamente iba a subir a un avión en pijama.
Ahora él se carcajeó divertido.
Pasó un brazo por mis hombros mientras tomaba mi equipaje con su otra mano y nos apresuramos en salir de aquel aeropuerto en dirección a su coche. Pudo enviar a alguien más por mi, un chofer, incluso mi fantasma, pero sabía bien que mi padre necesitaba asegurarse que llegaba en una pieza y tal como me había ido: sana y salva.
—Bien, ¿Qué quieres hacer? Pensé en almorzar en tu restaurante favorito.
—Estoy exhausta y la diferencia horaria no ayuda —mascullé—. Prefiero llegar a casa y dormir, quizás por cinco días.
—Sabes que eso sería imposible con Penny.
Abrí los ojos ampliamente.
—Dime que no está esperando en casa, por favor —le rogué.
Mi padre río con ganas.
—Claro que no —dijo entre risas—. Pero sabe que llegabas hoy, así que sabes bien lo que eso significa.
Suspiré.
Claro que lo sabía, podía estar en otro continente y a casi nueve mil kilómetros de distancia pero mi mejor amiga se encargó de hacerme videollamada todos los días, a veces incluso dos veces al día. Para asegurarse que no me suicidara producto de pasar más de una hora junto a mi madre.
Así que era más que obvio que ella iría a verme en algún momento del día.
—Con más razón —dije mientras subía del lado del copiloto en el Lexus de mi padre—. Debo descansar para poder soportar la lista de preguntas, comentarios y chismes que tendrá mi mejor amiga para mí.
Río por lo bajo sin apartar la vista de la carretera.
—Está bien, pero no lo harás hasta que te alimentes, ¿de acuerdo?
Mordí mi labio inferior para reprimir una sonrisa por la forma tierna pero severa que dijo aquello, en un intento de ser un padre sobreprotector.
Así era Levi Salvatore, uno de los hombres más temidos y respetados dentro de la mafia de Chicago. Y un osito de felpa cuando se trata de su hija.
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