Acto I: Capítulo 3
Carcosa, 18 de marzo de 1912
Como era de esperarse, la mujer se despertó tarde. El sol aún no había alcanzado el cénit, pero ya brillaba fuerte, pintando dorado a su cuerpo desnudo.
La tormenta del día anterior había sido superada. Afuera, el cielo estaba azul, claro, limpio. El viento ya no rugía, apenas susurraba. Las ventanas ya no temblaban y habían sido abiertas, dejando entrar al frescor matinal, el canto de los pájaros y el lejano bullicio de la ciudad.
El mundo ya no parecía estar llegando a su fin.
Hundida entre las almohadas en una cómoda posición, ella soltó un bostezo antes de levantarse despacio y estirarse como una gata, dejando que su espalda se acostumbrara al cambio de postura de a poco.
Miró alrededor, percibiendo que el desorden ocasionado por la crisis de Jean ya había sido limpiado, y dedujo que él mismo lo había hecho, ya que no pudo encontrarlo en sus cercanías. Bostezando de nuevo, se cubrió con una manta y estiró una mano hacia la mesa de noche, buscando su broche para el cabello. Cuando terminaba de acomodar sus mechones, escuchó pasos en el pasillo. La puerta se abrió y él reapareció, sin su bastón, sujetando una bandeja de plata entre las manos.
—¿Desayuno en la cama? —Le sonrió, dejando el recipiente sobre el colchón, antes de regresar al corredor, decirle algo a una de sus empleadas y volver con dos vasos de jugo, más su bastón.
—Buenos días para ti también —ella respondió, viendo como la puerta se cerraba—. ¿Dormiste bien?
—Contigo cerca, obvio que sí —Jean respondió, dejando las bebidas sobre la mesa de noche. Además del zumo de naranja, había traído dos abultados sándwiches, un tazón lleno de frutas cortadas, y trozos de jamón serrano—. Considera esto un pedido de disculpas... Y un agradecimiento de mi parte. Por todo.
—Pues, gracias —Ella se robó un pedacito del jamón—. ¿Cómo está tu mano?
Él se hundió de hombros, dejando el bastón apoyado en el velador, antes de cojear hacia el otro lado de la cama, y sentarse ahí.
—Está bien...
—Dime la verdad.
—Me duele un poco. Pero no es nada que no pueda soportar.
—¿Seguro?
—Sí. Ya pasé por cosas peores —Recogió la muñeca de su novia, levantando su palma a sus labios. Le plantó un beso suave antes de soltarla, y sonreírle—. Ahora comamos, por favor... estoy hambriento.
—Créeme que yo también —Ella se inclinó adelante y aproximó la bandeja de plata a ambos. Le pasó un sándwich a Jean antes de agarrar el suyo y darle la mayor mordida que podía. Mascó un poco antes de seguir hablando:— Esto está delicioso...
—Lilian lo hizo... Tiene queso cottage, huevos revueltos con mantequilla, pimentón, cebolla tostada, y ¿perejil?... ¿Creo? —A su lado, Elise se rio—. Nunca logro distinguir entre el perejil y cilantro.
—Las hojas del perejil son puntiagudas y más estrechas. Las del cilantro son redondas.
—Ya, pero su color es el mismo.
—Como cocinera, eso me ofende —Ella alzó un dedo al aire—. El perejil es ligeramente más oscuro.
—Tienen el mismo sabor.
—¡Eso sí es una mentira! —la mujer exclamó y él carcajeó, mordiendo otro pedazo de pan.
—Está bien... Lo reconozco, no tienen el mismo sabor.
—Gracias...
—Pero sus tallos son iguales.
Ella alzó una ceja, fingiendo irritación. Él desvió la mirada, riéndose, y siguió comiendo. Permanecieron quietos, cómodos en su silencio, hasta darle el último mordisco a sus sándwiches. Elise entonces le entregó su vaso de jugo, recogiendo después algunos trozos de fruta, a los que llevó a la boca.
—Entonces... —Él aclaró su garganta, ojeándola con una expresión traviesa—. ¿Te gustó acostarte conmigo ayer?
La súbita indagación la hizo atragantarse, enrojecerse, y reírse por su asombro. Jean, habiendo logrado su cometido, sonrió y volvió a beber su jugo, antes de dejar el vaso vacío sobre el velador.
—Pero en serio... —La miró—. ¿Cómo te sientes respecto a todo?
—Bien —ella contestó con un poco más madurez, y luego se inclinó a un lado para besarlo. Él no rechazó la oportunidad de hacerlo—. Y pese a la situación que nos llevó a ello... No me arrepiento de nada.
—Yo tampoco. Pero creo que deberíamos hablar...
—¿Sobre tu pelea con Claude?
—No —Jean hizo una mueca arrepentida—. No, sobre... el hecho de que esta es nuestra primera vez desde que volviste a mi vida.
—Primera vez... —Elise sacudió la cabeza—. Suena tan raro oír eso a mi edad... —Amplió su sonrisa—. Pues, ¿qué quieres saber?
—Tengo algunas dudas sobre el tiempo en que no nos vimos.
—¿Cuáles? —Intentó motivarlo a hablar.
El comandante, algo inquieto, sacudió la cabeza.
—No te quiero ofender...
—Puedes preguntarme lo que sea. Aquí no hay espacio para prejuicios. Literalmente te vi desnudo ayer y hoy, créeme que la vergüenza ya se marchó...
Él se rio y sacudió la cabeza, pero eso no le quitó lo nervioso.
—Bueno... Si lo dices. Eh... alguna vez, durante estas dos décadas... ¿Estuviste con alguien más? Sé que suena absurdo preguntar eso, porque fueron veinte años los que estuvimos separados al final de cuentas, y yo no espero nada...
—Románticamente, no —ella lo interrumpió.
—Pero sexualmente...
—Sí —Elise confesó, atenta a su reacción. Lo vio respirar hondo y fruncir el ceño por un instante, antes de mirarla a los ojos y relajar su expresión—. Solo fueron dos veces y no puedo decir que las disfruté demasiado —Bajó el volumen de su voz—. ¿Estás molesto conmigo?
—No, claro que no. Como dije, fueron veintitrés años de solitud... Sería ridículo de mi parte estarlo —él razonó, reprimiendo a sus celos—. Pero... si no te incomoda decirlo...
—¿Quieres saber con quién fue?
—Bueno... sí.
—Primero con un oficial de la marina... —ella reveló, con una expresión insatisfecha—. Estaba en una misión junto a un par de Asesinas cuando sucedió. Teníamos que ejecutar al capitán James Phillips y nos infiltramos en una fiesta que él estaba haciendo en su casa, queriendo emboscarlo cuando estuviera a solas y matarlo.
—Me acuerdo de ese asesinato... Salió en todos los periódicos de Merchant —Jean no escondió su asombro—. Pero siempre pensé que había sido obra de los propios mercenarios. Una quema de archivos interna, o algo así.
—No... fuimos nosotras. Él abusó de una amiga de Linda... —mencionó a su mentora—. Y obvio, ella no lo dejó barato. Nos dio la orden de matarlo en persona.
—Se mereció su destino, entonces.
—Sí... lo hizo —Elise asintió—. Pero, en fin, después de certificarnos de que Philips estaba muerto, yo volví a la sala y empecé una conversación casual con uno de sus invitados, queriendo pasar desapercibida entre la multitud cuando el cuerpo fuera encontrado. Pero el sujeto me terminó agradando de verdad y nos fuimos a su casa, antes de que la conmoción siquiera empezara.
—¿Y qué le pasó?... ¿Se volvieron a ver?
—No... —Ella fue sincera—. Lo que tuvimos fue solo un capricho momentáneo... Algo para pasar el tiempo. Nada más que eso.
—Entonces... ¿con quién fue la segunda vez? —Él la vio retener su aliento—. Insisto, si no me quieres contar, estás en tu derecho.
—No, no... lo quiero hacer, pero...
—¿Pero?
—Puede que te sorprenda un poco. Tal vez hasta de escandalice.
—A este punto de mi vida, ya nada me sorprende, ni escandaliza, tranquila.
—Está bien... Pues, ocurrió en Melferas. Específicamente, en Kohue... —Dejó la primera pista, esperando que él entendiera el recado.
—¿Kohue?
—Sí.
—¿En qué parte?
—La casa morada... —Ella le entregó la segunda pista, con una mueca nerviosa.
La isla de Melferas poseía dos grandes polos urbanos: el de los aborígenes — el bosque de Dhaor— y el de los forasteros -la ciudad de Kohue—. Los Piratas, Ladrones, y las Asesinas que acudían a la isla para reabastecerse y que la defendían de constantes intentos de invasión por parte de las fuerzas armadas habitaban este último sector.
Allí, dichos criminales vivían bajo leyes, principios morales y códigos de ética totalmente distintos al de la sociedad de la Gran Isla y de Isla Negra. Relaciones entre ambos sexos, entre dos o varias personas, no eran estigmatizadas. La cultura de los nativos también era bastante relajada con respecto al tema, lo que reforzaba aún más sus ideales y ritos; hasta matrimonios se efectuaban entre las parejas más leales. Jean sabía que esto era algo común —habiendo visitado Melferas varias veces en su vida— y logró comprender la implicación del comentario de Elise de inmediato.
Oír la especificación "casa morada" apenas fortaleció su teoría, porque esa era la sede de las Asesinas en la isla, y ningún hombre era permitido adentro.
—Estuviste... —Jean alzó sus cejas—. ¿Con una mujer?
—¿Sí? —Elise contestó con cierto recelo—. Pero solo lo hice porque me nació la curiosidad, luego de ver a Linda Stix besar a su esposa... Me pareció una idea tan ajena y fascinante, que decidí intentarlo.
—¿Y?...
Ella inclinó la cabeza.
—La chica con la que estuve besaba bien, eso no lo niego... —Su tono se volvió incierto—. Pero todo lo demás... no lo disfruté. No sentía placer alguno. Ella creo que sí, a juzgar por su entusiasmo, pero... yo concordé que esa sería la única y última vez que hacía algo así. Y eso fue todo.
—Huh —Él la miró con asombro—. Llegaste más lejos de lo que yo llegué, entonces.
—¿Qué? —Elise sonrió y alzó una ceja de vuelta. Había pensado que él se enojaría, no que respondería con palabras tan... vagas e intrigantes—. ¿A qué te refieres con eso?
—Pues... —Jean se rio—. La primera vez que visité Melferas fue después del escape de Isla Negra. Yo estaba en el barco del capitán Zarayvo y una noche, para celebrar el éxito de nuestra fuga, él decidió hacer una fiesta en el muelle. Todos bebieron demasiado y se pusieron muy cariñosos... —Se rascó su cuello—. Estaba caminando por la popa cuando uno de sus hombros me agarró por la solapa de mi camisa y me besó, sin aviso alguno.
Elise, al imaginarse la desastrosa escena, carcajeó.
—¿Y cómo reaccionaste?
—Lo empujé a un lado, más confundido que enojado. No sabía que había pasado... Ni lo entendí. Al menos, no hasta que descendí a tierra firme y vi que allí las relaciones entre hombres eran normales. Y entonces tuve un pequeño... colapso moral y mental.
—Fue una gran sorpresa para ti, me imagino.
—Pues sí. Nunca había contemplado que aquello siquiera era una posibilidad... Creo que nadie aquí en la Gran Isla lo hace.
—Y los que sí creen que es algo inmoral o perverso.
—En efecto... pero son unos hipócritas. La gran mayoría de los ciudadanos de las Islas de Gainsboro en general lo son. Hacen cosas peores en las sombras y se creen en el poder de juzgar a los demás, por principios religiosos que ni siquiera ellos siguen al pie de la letra —Jean sacudió la cabeza—. Y, aprovechando que ahora estamos hablando sobre ello... yo confieso que, aunque dejar atrás mi vida como un Chassier fue un desafío, me enseñó muchas lecciones. En especial que para vivir uno no necesita seguir tantas reglas, o restringirse tanto. Me enseñó que todas las convenciones sociales y todas las expectativas que tenemos no son algo innato a nuestra existencia, son algo que nos imponen nuestros padres, nuestros amigos. Estas reglas y códigos de conducta no son algo natural. ¿Me entiendes?
—Sí. Mejor de lo que crees, porque comparto tu punto de vista —Elise llevó una frutilla a la boca—. Hay tantas cosas de las que solo me enteré cuando me alejé de la sociedad. Por ejemplo, la real importancia del rol de la mujer en el mundo —Se entusiasmó—. Imagínate mi sorpresa al descubrir que en el círculo social de los Dhaoríes las mujeres son las encargadas de la caza, no los hombres. Y todo porque logramos permanecer más tiempo en el frío que ellos, según los nativos... —Se rio—. Me descompuso la cabeza, te lo juro. Ver que teníamos más potencial de lo que yo creía; de lo que mi propia familia me hizo creer, mientras crecía; me devolvió una fe en mí misma que no había sentido desde mi niñez más temprana. Y eso solo fue una de las muchas cosas que aprendí por ahí...
—¿Ya conociste a un chamán Dhaorí? —Jean sonrió.
—Nunca tuve el placer, no... Pero creo que ya sé de lo que hablas. ¿Ellos no tienen género, cierto?
—Así es. No usan pronombres y los nativos solo los llaman de "Wairu" o "Espíritu elevado" ... —Su expresión reflejaba el mismo asombro de antaño—. ¿Es o no es sorprendente?... La diferencia entre sus costumbres y creencias, y las nuestras.
—Lo es. Bastante —Elise, acercándosele, se apoyó en su hombro—. Ahora que lo pienso, creo que me gustaría visitar Melferas de nuevo. Aprender más sobre la cultura de los Dhaoríes, sobre sus costumbres, tradiciones... Pero de esta vez, quisiera hacerlo contigo.
—Podemos ir. Tengo una casa en Kohue, cerca del mar. ¿A finales de año, tal vez? ¿Qué te parece? Sé que el sur no tiene playas tan bonitas como las de Levon, pero...
—Es una excelente idea —Ella lo cortó con una sonrisa contenta—. Y acepto ir, con una condición.
—¿Cuál?
—Que te cases conmigo allá —Él se rio, creyendo que era una broma. Ella siguió sonriendo—. Hablo en serio.
—¿Tú? ¿Te quieres casar conmigo?
—En una ceremonia Dhaorí. Ya que no lo podemos hacer por los medios tradicionales, ya que yo sigo legalmente muerta, hagámoslo así.
—¿Conmigo? —Jean se repitió y la vio asentir con entusiasmo. Tomado de sorpresa por su propuesta y profundamente conmovido por la misma, él se volvió a reír—. ¡Claro que acepto!... Pero, ¿estás segura?... —No pudo seguir hablando, Elise lo cortó con un beso largo e intenso—. Dieu... J'ai vraiment beaucoup de chance*.
Ella, al oír su desliz, se divirtió.
—Hace tiempo que no te escuchaba hablar en francés porteño.
—Perdón, pero me desorientaste por un minuto —él confesó, abochornado—. Dije que realmente soy un hombre de suerte...
—Pues hago mío tu sentimiento... También soy una mujer de suerte —Se volvió a inclinar adelante, atrapando sus labios con los suyos—. Je veux te baiser*... —Él volteó la cabeza a un lado y soltó una carcajada—. ¿Qué?
—Eso no significa lo que tú crees...
—Significa exactamente lo que creo —La mujer lo besó de nuevo—. Caso contrario te hubiera dicho "je veux t'embrasser"*...
—Elise... —Jean arrastró cada silaba de su sílaba con una inflexión traviesa, queriendo enmascarar sus nervios.
—Me encanta saber que aún te puedo ruborizar —Ella se rio con picardía, apartándose para remover la bandeja del desayuno de la cama y dejarla a un lado.
—¿En qué momento aprendiste a hablar francés porteño?
—Trabajando para las Asesinas, una aprende de todo —Se sentó en el costado de la cama y recogió su bata de dormir, vistiéndose con ella—. Pero, volviendo al tema anterior... Yo ya te conté con quien estuve y qué hice durante todos estos años; tú sigues callado.
—No me preguntaste nada —Jean aparentó inocencia—. Pero si tengo que responder... —Respiró hondo—. No hice nada, con nadie.
—¿En veintitrés años? —Ella no ocultó su estupefacción—. No puede ser...
—Nunca me sentí atraído hacia otra persona que no fueras tú... —Jean se detuvo, percibiendo el peso de su confesión—. Perdón, sé que eso suena demasiado extraño.
—¿Lo dices en serio? —De pronto, el aire burlón y liviano de Elise se disipó.
—Sí —El comandante bajó la mirada—. Juro que hasta intenté, algunas veces, besar a otras mujeres y seguir adelante con mi vida, pero... jamás llegué a tocarlas, mucho menos a amarlas, como debería. El sentimiento no estaba ahí... La pasión no estaba ahí. Ni la atracción... Nada. Y todas las veces que cerraba los ojos, te imaginaba en su lugar. Sabía que no era correcto usarlas para distraerme de mi tristeza y de mi luto, así que siempre me detuve antes de que fuera demasiado tarde. Y por eso nunca estuve con nadie, más allá de unos besos y caricias —Jugó con la tela que recubría su mano herida, ansioso—. Puede parecerte ridículo y probablemente lo sea, pero... no lograba, ni logro, querer a nadie más.
—No es ridículo.
—Lo es...
—Jean... mírame.
—No quiero que te enojes.
—No estoy enojada —Elise regresó a la cama, llevando una palma a su mejilla—. ¿Cómo puedes creer eso? —Su inflexión amable lo hizo levantar los ojos otra vez—. Estoy... cautivada. Conmovida... Diablos, ni sé cómo explicarte lo que siento —Corrió los dedos por su cabello, tranquilizándolo—. Pero las emociones en mi corazón no yacen ni un poco cerca del enojo.
—Yo debería.... —Él pestañeó, frunciendo el ceño—. Tengo que decirte algo más.
—¿Qué?
—Una de las mujeres a las que besé... fue Lilian —Elise se estremeció por un instante, pero él continuó hablando—. No fue algo mutuo, ¿de acuerdo?... Fue una tontera mía. Ocurrió después de mis horribles años en Brookmount. Yo no estaba en un buen estado de espíritu, ni de mente... —Tragó en seco, desasosegado—. Ugh... Quiero contarte lo que pasó, pero solo pensar en ello...
—Solo dímelo.
Percibiendo su temor, él se forzó a abrir la boca:
—Estaba bebiendo demasiado para controlar mi dolor en ese entonces. Mezclaba whiskey con láudano y lo tragaba como si fuera agua. Vivía durmiendo, o tirado en algún lado, como un vagabundo cualquiera... —El arrepentimiento en su tono hizo con que ella lo tomara de la mano, insistiendo en que lo oía, y que no condenaba por nada—. Pero la Hermandad era mi responsabilidad y tenía que mantener todo funcionando. Así que, para balancear el efecto del láudano, empecé a consumir sustancias más... estimulantes —Jean no necesitó ampliar su explicación para que su novia comprendiera cuán grave había sido su derrumbe—. Y no te quise contar esto antes por la vergüenza que me trae, pero tienes que saberlo. No puedo seguir ocultando la verdad...
—¿Qué?
Él bajó la vista.
—Yo terminé colapsando. Me desmayé y al caer, acabé vomitando... Y por poco no morí asfixiado.
—Dios...
—Eric me encontró, junto a Frankie, y ambos llamaron a David a gritos. Ellos me salvaron. Y, mientras me recuperaba, tuvieron una conversación bastante dura conmigo sobre mis vicios y sobre el camino sin regreso que representaban para mí. Los tres me convencieron a pasar una temporada lejos del sur, para que pudiera pensar en otras cosas que no fueran mi venganza o mi trabajo, y para que pudiera dejar de consumir... todo lo que consumía. Fue en ese entonces cuando me reencontré con Lilian aquí en Carcosa, y compré esta casa. Intenté alejarme de mis adicciones y concentrar todas mis energías en convertir este lugar en un palacio, y también traté de procesar tu pérdida en el entremedio, esperando eventualmente aceptarla... Pero claro, no lo logré. Nunca —Sacudió la cabeza, sin querer alejarse del tema—. Contraté a Lilian para que se volviera mi ama de llaves porque no tenía a nadie de confianza en esta maldita ciudad. Ella aceptó el trabajo sin siquiera pedirme un tiempo para pensarlo. Me dijo que estaba harta de la fama y que su salud ya no condecía con su rol en el teatro. Además, quería tener una vida normal. Pobre alma, si tan solo supiera de antemano lo que tendría que ver a seguir...
—¿Qué pasó? —Elise presentía que nada bueno.
—Una noche, tuve otra de mis recurrentes pesadillas y en mi pánico, intenté salir corriendo de mi cama, olvidándome de lo que le había pasado a mi pierna... —Cerró los ojos—. Durante aquella madrugada y la mañana del día siguiente, sentí un dolor tan absurdo que perdí mi determinación a mantenerme alejado del láudano. Sin que ella lo supiera y rompiendo la promesa que le hice a Eric, Frankie y los demás, fui a la botica más cercana y compré un frasco, al que diluí en media botella de Whiskey... —Bajó el mentón, derrotado—. Cuando el entumecimiento del alcohol se fue y la náusea, los calambres, y el cansancio extremo volvió, Lily me cuidó... Y no sé por qué, pero en medio a mi confusión, pensé que ella era tú... y la besé.
—¿Y qué hizo ella?
—Me empujó hacia atrás.
—¿Se enojó?
—No... pero pude percibir que estaba decepcionada conmigo —Hizo una mueca de desagrado y respiró hondo—. Conversamos sobre ello el día siguiente y yo le conté todo. Desde lo qué me había pasado en Brookmount, hasta porqué actué de manera tan errática la noche anterior. Por suerte, ella perdonó mi equívoco y entendió que no lo hice por mal. Me demostró más respeto y empatía que algunos de mis propios amigos... —Abrió los ojos al fin, pero no los subió al rostro de su amada—. Me ayudó a levantarme de las ruinas y me hizo ver que merecía tener una vida mejor. Que merecía ser feliz. Fue ella, de hecho, quién insistió en que debía volver a Merchant. Me incentivó a convertirme en el vocero del Sindicato de Trabajadores y después volverme alcalde. Ella, Eric, David, Victor, Frankie... Al menos mientras él seguía vivo. Fueron mis ángeles guardianes. Sin ellos, yo... estaría muerto.
—Y pensar que yo estaba preocupada por un beso —Elise bromeó, pero en su voz se notó lo angustiada que estaba—. Lo siento... Que hayas tenido que pasar por todo esto es horrible. Si tan solo tuviera una manera de regresar al pasado y salvarte de toda esta mierda, lo haría.
—Lo sé —Jean la miró—. Pero estoy bien ahora, lo juro. Mejor de lo que he estado en décadas.
—Eso sí es un alivio oír —Ella se le acercó, lo volvió a besar y suspiró. Pasó un largo instante en silencio, antes de continuar:— Eres el hombre más fuerte que conozco. Que no se te olvide eso.
El comandante, abochornado, sonrió.
—Y tú eres una de las mujeres más fuertes que conozco. Siempre lo has sido.
Queriendo levantar sus ánimos, ella fingió engreimiento:
—Lo sé —Sacudió su cabello, divirtiéndose. Él se rio, apoyando su cabeza en su hombro, recostándose en ella—. Estoy orgullosa de ti. Eres un sobreviviente. Un luchador... y no sabes cómo te amo por eso —Jean sacudió la cabeza, pero no repudió su halago. Ambos permanecieron sentados en la cama, lado a lado, por algunos minutos más, en completo silencio—. Cariño...
—¿Hm?
—Tengo una pregunta, que ya está circulando en mi cabeza hace un tiempo... ¿Es por todo esto que construiste la piscina en el jardín? ¿Por tu pierna? ¿Para ver si lograbas aliviar un poco el dolor que sentías sin tener que voltearte al opio?
El ladrón alzó sus cejas, sorprendido por la aleatoriedad de la duda, antes de asentir.
—Pues, sí... Flotar en el agua me ayuda a reducir parte de mi dolor. David me lo recomendó, como parte de un tratamiento alternativo que él estaba estudiando hace años. ¿Cómo lo averiguaste?
—Las Asesinas teníamos una piscina en nuestra sede, por el mismo motivo. Solo que antiguamente se llamaba sala de baño y estaba protegida por una estructura de madera, en vez de estar al aire libre como la tuya.
—Huh... No tenía idea de eso.
—No le digas a nadie que te lo conté, entonces.
—Claro que no... Yo no oí nada.
De pronto, Elise miró hacia la ventana.
—Deberíamos ir a nadar —Se apartó, enseguida levantándose—. Ahora. Antes de que te vayas a la Hermandad. Después de todo el estrés de ayer, puede que tengas otra de tus crisis más tarde. Y hacerlo podría ayudarte a evitarla.
El comandante contempló su pedido.
—Esa es una buena idea.
—Entonces... —Le ofreció la mano—. Vamos.
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La piscina de la mansión era limpiada dos veces a la semana por el mayordomo, el señor Adolph, y por sus tres sirvientes auxiliares. Por ello, pocas hojas sueltas la cubrían y el agua era casi siempre cristalina. A su alrededor existían algunas tumbonas, igual de aseadas, un par de mesas con sombrillas, un estand de toallas y un compartimiento de madera que servía de vestuario. Elise y Jean entraron al último.
—Una pena que Lilian no haya querido tomarse un descanso... —la mujer comentó mientras lo ayudaba a desvestirse, adentro de la cabina—. El día está tan agradable para nadar...
—Ella le tiene cierto terror a este lugar —él contestó, alzando su pie para que su acompañante pudiera removerle los zapatos—. Una vez dio unas cuantas brazadas hacia la parte más profunda, sin saber cuan honda realmente era la piscina, y casi se ahoga. Por suerte, yo estaba sentado en la orilla y la saqué del agua antes de que algo más grave le pasara.
—Pobre... —Elise se rio, pese a genuinamente sentirse apenada por la rubia.
—Fue tan agradable como retirar a un gato de una bañera; me rasguñó intentando aferrarse a mí y hasta cuando llegamos a la parte rasa, no me quiso dejar ir. Solo faltó que me siseara.
—Oír eso me sorprende. Ella no le teme a nada. Para exagerar tanto debió estar aterrada de verdad.
—Lo estuvo. Y por eso no ha vuelto a pisar aquí desde entonces.
—Bueno, al menos conmigo te puedes quedar tranquilo. Parte del entrenamiento básico de las Asesinas era aprender a nadar en los lagos congelados de Merchant. Así que una piscina como la tuya para mí no es nada.
—Espera, ¿oí bien?... ¿Congelados?
—Sí. Era todo un evento. Primero había que romper el hielo a hachazos, luego sumergirse sin ropa bajo el agua, y permanecer bajo la superficie el mayor tiempo posible, dando vueltas en la oscuridad hasta que alcanzar nuestro límite de tiempo. Ah, y siempre había alguien cronometrando nuestros minutos en la superficie. Si no me equivoco, mi record fue de tres minutos y medio... Algo mediocre, comparado con algunas de mis colegas, que podían soportar cinco completos, pero... igual no es una mala cifra.
—¿Mediocre? ¿Tres minutos en un lago congelado? —Él se rio—. Yo con suerte lograría pasar treinta segundos... —Su rostro se iluminó—. ¿Cuánto tiempo duraba Linda?
—¿Curioso, monsieur Jean-Luc?
—Pero claro, ella es mi rival...
Elise sacudió la cabeza, sosteniendo su risa.
—No creo que será bueno para tu ego que lo sepas —Agarró su propio traje de baño, atravesando sus piernas por la baja del short.
Meses atrás, cuando Jean llamó a su sastre para que le fabricara a ella cualquier prenda que su corazón deseara, Elise le encomendó al hombre dos trajes de baño —uno femenino y otro masculino— junto a sus faldas, camisas y vestidos. Aquel día, queriendo mantenerse cómoda, ella había decidido usar el segundo.
—Vamos, por favor... —su novio insistió, mientras también se vestía—. ¿Cuánto tiempo duraba Linda sumergida? Necesito saberlo.
Elise, terminando de acomodar su ropa, contestó:
—Siete minutos.
—Es una broma —La boca del ladrón se desplomó—. ¡¿Siete?!
—Sí.
—¿Qué es esa mujer? ¿Mitad sirena?
Elise carcajeó, ayudándolo a levantarse de su asiento.
—Y acuérdate que Linda no tiene la mano izquierda; usa un gancho prostético... A veces cuando volvía a la superficie, luego de darle la vuelta completa al lago Colburgue, lo hacía con una trucha atravesada en la punta, diciendo que había ido a pescar.
Jean, divirtiéndose con la revelación, se vistió su camisa.
—Esa mujer me aterra en la mejor manera posible, pero no le digas eso nunca.
Elise sacudió la cabeza y le entregó el bastón, antes de caminar a la piscina. Al llegar la observó con atención, viendo que poseía una escalera con pasamanos y que su novio podría entrar al agua por sí solo. Con eso en mente retrocedió unos pasos, tomó impulso y se lanzó a la parte más profunda de la misma, cortando la superficie con sus manos, hundiéndose con la misma agilidad y maestría de un Martín Pescador, cazando en un río.
Sorprendido por su intrépido salto, el comandante se inclinó sobre el estanque y la vio deslizarse por los azulejos abajo con las cejas levantadas y el semblante en blanco, hipnotizado por su rapidez y su elegancia. Cuando su amada emergió, con el cabello suelto apegándose a su rostro y espalda, él pestañeó un par de veces y volteó la cabeza a un lado, ocultando su fascinación y el enrojecimiento de sus mejillas con cierta timidez.
Jean luego caminó hacia los peldaños y dejó su bastón apoyado en el pasamano, descendiendo al agua helada con pasos lentos, acostumbrándose a la temperatura de a poco. Al contrario de ella, el frío no le resultaba tan amigable.
—¿Quieres ayuda?
—No... —Le hizo una seña—. T-tranquila... Sigue n-nadando.
Elise lo ojeó con desconfianza, pero continuó con sus actividades conforme lo ordenado. Cuando regresó a aquel lado de la piscina, él ya se había sentado en el escalón más profundo. Apenas su cabeza no estaba sumergida.
Jean estiró su pierna lesionada hacia adelante, dejando que flotara en el vacío. Cerró los ojos, hizo una mueca dolorida y luego de un minuto, se relajó por completo.
—¿Calambre?
—Sí... —Respiró hondo—. A veces tengo algunos... —Se volvió a levantar.
Caminar sin su bastón siempre le resultaba raro, luego de tantos años usándolo. Se movió hacia su compañera con lentitud, como si tuviera cierto recelo a caerse —pese a la seguridad que el agua le entregaba—.
—¿Veamos quién nada más rápido? —bromeó al llegar al centro de la pileta.
—¿Me estás retando? Sabes que te ganaría.
—Competitiva, ella.
Su novia le ofreció su mano y él la tomó, acercándose más.
—¿Haces algún ejercicio cuando vienes aquí? ¿Sentadillas? ¿Bicicletas?
—Sí... Pero hoy solo quiero flotar. No quiero hacer nada más que eso —Él enseguida besó su mejilla, luego se apartó de su toque y se movió a las profundidades.
Mientras Jean deambulaba de un lado a otro en la lejanía, haciendo lo suyo, Elise decidió ejercitar su cuerpo con unas braceadas. Extrañaba su antigua rutina de entrenamiento, si era honesta. El constante movimiento la ayudaba a deshacerse de su estrés e inquietud, y despejaba su mente por unos instantes.
Cuando joven, hizo de todo junto a las Asesinas; boxeo, corrida, gimnasia, escalada, natación, esgrima, y muchas otras cosas más. Pero desde su separación del grupo, no había tenido tiempo para practicar ninguna actividad más que abdominales y flexiones. Sabía que ahora podía cambiar esa realidad y decidió comenzar de inmediato, por el bien de su salud.
Cuando eventualmente se detuvo, queriendo recuperar su aliento y tomar un descanso, se sorprendió al ver a su amante estirado sobre el agua, flotando como una mosca muerta.
—¡Hey! —Jadeante, se le aproximó—. ¿Todo bien?
—Sí... —él dijo, alargando la vocal, claramente relajado.
Sonriendo, ella deslizó una mano bajo su cabeza y otra en su espalda, asegurando su postura.
—¿Cómo vas con tu dolor? ¿Has tenido algún otro calambre?
—Hasta ahora no, por suerte... —Entreabrió los ojos—. Gracias por traerme aquí. No lo sabía, pero lo necesitaba.
—No eras el único... —Respiró hondo y miró alrededor, apreciando la atmósfera serena del jardín—. Después de todo lo que pasó ayer... Los dos necesitábamos un descanso.
Luego de esa breve interacción, ambos volvieron a su quietud; Elise escuchando el canto de los pájaros cercanos, Jean inmerso en el silencio imperturbable del agua. Ninguno supo decir cuánto tiempo pasó hasta que él se volvió a levantar, hundiendo sus pies, estirando su espalda.
—¿Quieres salir de aquí?
—Aún no... —Él acomodó su cabello, desenmarañándolo con sus dedos—. Pero ¿vamos a lo raso? Quiero conversar contigo sobre algo.
—Claro.
Dieron algunas brazadas y volvieron al otro extremo de la piscina, donde las olas golpeaban sus cinturas.
—Amor...
—¿Hm?
—Mañana algo importante ocurrirá en Las Oficinas.
—¿Finalmente instalarán los teléfonos?
—No, eso debería ocurrir la próxima semana —El comandante limpió su oído con su dedo, quitando el líquido que le había entrado.
—¿Pues entonces?
Él respiró hondo y apoyó ambas manos en su cadera.
—Mañana será la votación para elegir el próximo Primer Ministro.
—¿Qué?
—Me enteré de ello cuando bajé a buscar el desayuno. Recibí una carta del ministro de Defensa, avisándome al respecto. Y aunque pasó antes de lo previsto, el gran día que la Hermandad esperaba llegó —Él frunció un poco el ceño.
—¿Gran día?...
—Sí. Es un día bastante especial. Algo por lo que hemos estado trabajando a años. Y aunque no debería contarte nada al respecto, por temas de seguridad y de lealtad hacia mis hombres... No puedo mentirte. Después de la conversación que tuvimos ayer y de todo lo que pasó después, no sería correcto. Así que debo dejártelo claro: tenemos algo planeado.
—¿Y qué sería ese "algo"?
—Vamos a derrumbar al gobierno.
La afirmación fue tan sutil como un golpe repentino a su cara.
—¡¿QUÉ?! —El rostro de Elise pasó por una miríada de emociones hasta decidirse por una: aprensión—. ¿Pero?... ¿Cómo?...
—Los detalles del plan los discutiremos hoy, en la sede de la Hermandad. Pero, para resumir, ya tenemos el apoyo de las Asesinas y los Piratas respecto a todo esto, y así que Las Oficinas caigan, yo asumiré como jefe de Estado interino... En el plazo máximo de dos semanas, llamaré a un plebiscito nacional. Se preguntará al pueblo si desea la instauración de una nueva república presidencialista. Si se escoge mantener la ministerial que tenemos ahora, daré procedencia a una revisión de la constitución y llamaré al sufragio universal. Si se acepta la presidencialista, haré lo mismo, pero las urnas se abrirán lo más rápido posible para elegir a un presidente y para organizar un congreso.
Elise sacudió la cabeza y movió la boca varias veces, sin poder decir nada, hasta finalmente lograr escupir sus dudas:
—¿Y qué harán con el ejército? ¿La guardia gris?...
—Contaremos con la ayuda del General Tremblay, Morin y Dupin para realizar todo esto. Ellos están de nuestro lado. Ya están cansado de los Mercenarios y los Bandoleros, y quieren restablecer el orden en la nación. La guardia gris es bien entrenada, pero no servirá de nada, no cuando tenemos el apoyo de las casacas rojas —Mencionó a los militares regulares.
—Jean, esto es demasiado arriesgado.
—Lo sé —él concordó—. Pero es lo que debe ser hecho para que la desigualdad se acabe, y para que la miseria termine. El gobierno debe caer.
—Entonces tengo que estar a tu lado cuando suceda.
—No, no puedes.
—No me voy a quedar de brazos cruzados mientras el mundo se derrumba a mi alrededor. Y si me dices que es muy peligroso, reevalúa tu opinión.
—No, no es por eso... —Movió la boca un par de veces pensando cómo explicarle sus ideas—. Necesitaré que vayas a otro lado por mí.
—¿Otro lado?...
—Sí, esa es otra de las razones de por qué te estoy contando esto. Decidí dividir las tareas de Eric en dos, y te daré una misión a la que realizar. Una de suma importancia para nuestro plan.
—Ahora tienes todo mi interés; ¡habla!...
Él miró alrededor, exhaló e hizo un gesto para que ella lo siguiera a las escaleras.
—Ven conmigo —Agarró su bastón, saliendo del agua—. Te explicaré todo en el camino a la sede de la Hermandad. Tenemos que irnos allá ahora.
Curiosa y angustiada, Elise no tuvo otra opción a no ser hacerle caso.
—De acuerdo.
Y con esto, también dejó atrás la piscina.
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*"Te quiero joder" en francés.
*"Te quiero besar" en francés.
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