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Acto I: Capítulo 14

Antonio Camellieri se había enterado del secuestro del jefe del departamento de policía a través de una charla que había tenido con Tony, en las primeras horas de la mañana.

El periodista había ido a al arsenal de la Hermandad a buscar unos materiales que le había comprado para realizar sus experimentos fotográficos; nitrato de plata, glicerina, ácido tánico, colodión, aceites de hierbas, arsénico y un puñado de Hongos Negros —para nombrar algunos—. Mientras revisaba los productos, el armero le contó por libre y espontánea voluntad lo que había ocurrido con Thiago, y los consecutivos planes de Jean, en una conversación corta, que duró menos de diez minutos.

Lo poco que Antonio escuchó de su parte fue suficiente para que recogiera sus cosas, dejara el edificio, y saliera corriendo a su estudio a buscar su cámara, su cuadernillo, sus lápices y su bolso —dónde también llevaría escondido un revólver, por si algo salía mal—.

Luego de comprarse unos panecillos y una botella de agua, se subió a un tranvía e hizo su camino hacia la rue Saint-Michel, llegando ahí antes de las diez de la mañana. Escaló una de las casas vecinas a la residencia Pettra y se acomodó sobre el techo, ocultándose detrás del follaje de un árbol que crecía cerca de la propiedad. Desde las alturas, podía observar el ir y venir de la calle, teniendo una perspectiva perfecta para fotografiar la batalla que sin duda alguna ocurriría en unas cuantas horas más.

El único ser humano que logró identificarlo detrás de las ramas fue su hijo, Eric —quien decidió ignorar su presencia, a fin de permanecer atento a la aparición de sus reales y más poderosos enemigos—. El muchacho, de pie al frente de la casa, sabía que el periodista no estaba ahí para luchar, apenas para registrar cualquier conflicto entre los Ladrones y la policía y después ganarse una pequeña fortuna vendiendo sus fotos a la prensa.

—Tú quédate por aquí... —Jean orientó a su consejero, quien dejó de mirar a su padre para encararlo—. Iré  adentro con Lilian a conversar con Thiago. Si ves o escuchas algo sospechoso aquí afuera, avísame.

—Lo haré —Eric asintió, con una actitud fría y severa, bastante profesional—. Suerte.

El comandante, reconociendo lo angustiado que él estaba pese a su superficial templanza, le dio una palmadita de aliento en el hombro.

—Lo lograremos disuadir. Ten fe.

—Ojalá, tengas razón Jean —El moreno suspiró—. Ojalá.


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Marcus ya no sabía cuánto tiempo había pasado desde el ataque a Las Oficinas, mucho menos si viviría para averiguarlo. Se sentía débil, mareado, y sabía que de tanto sudar ya se había deshidratado. Sus piernas le dolían, su garganta ardía, y sus músculos acalambrados no lo dejaban dormir. Pero, pese a la precariedad de su situación, estaba determinado en escapar de allí.  Por eso seguía siendo tan vago con las respuestas que le daba a su hijo. Quería hacerlo caminar en círculos y posponer el día de su ejecución una y otra vez, en la esperanza de que, en el entretiempo, alguien lo encontrara.

Fue en una de estas conversaciones sin sentido cuando ambos escucharon golpes arriba. 

El muchacho, ya irritado, lo volvió a amordazar y recogió sus armas, caminando hacia la puerta principal de la residencia con apuro. No necesitó preguntar quién los visitaba; los gritos que sacudían las paredes a su alrededor eran de un timbre muy familiar.

—¡THIAGO! —Jean continuó golpeado la madera con su bastón—. ¡SÉ QUE ESTÁS AHÍ!... ¡DÉJAME ENTRAR!

—¡¿Y por qué haría eso?! —él indagó, llevando una mano a la manija y viendo al comandante por la mirilla.

—¡Porque yo estoy aquí también y necesito hablar contigo! —Lilian exigió, y como si supiera que estaba siendo observada se acercó a la puerta, confrontándolo.

Al notar su aprensión y su molestia, el rubio finalmente cedió a los pedidos y los recibió, de mala gana.

—¿Qué quieren?

—Que sueltes a tu padre.

—No puedo hacer eso.

—Hijo.

—Necesito respuestas.

—Y las tendrás —Lilian se le acercó—. Pero por favor, déjalo ir primero. Luego conversamos.

Que la demanda fuera enunciada por los propios labios de su madre hizo al Ladrón perder gran parte de su motivación. Al percibir que su causa era hueca, ya que ella no lo respaldaba en sus acciones, el estímulo necesario para realizarlas se desvaneció. Frustrado, permitió al dúo entrar a la residencia y les dijo que lo esperaran en la sala de estar, mientras iba al sótano a buscar al policía. Más molesto que entristecido por la inutilidad de sus planes, masajeó su rostro con ambas manos antes de bajar con pasos pesados y derrotados al subsuelo.

—Es tu día de suerte, Pettra —le dijo a su rehén, acercándosele—. Vinieron a rescatarte —Como respuesta, escuchó un gruñido que se asemejó al nombre del ministro de justicia—. No, los que vinieron aquí no son amigos tuyos... En verdad, ni sé por qué te quieren suelto, pero sus órdenes son soberanas. Debo obedecer —Le quitó la mordaza al fin.

—¿Quién está ahí arriba? —la voz ronca de Marcus preguntó—. ¿Jean-Luc?

—Él y mi madre.

—Ingrid está muerta.

—No, no lo está —Thiago lo desamarró, irritado—. Ya te dije que no lo está.

Pettra, sintiendo como las sogas se resbalaban al piso, tomó aquella oportunidad como la única que tendría para escaparse. Se levantó de la silla, golpeó al muchacho con toda la fuerza que aún tenía  y se escabulló por las escaleras, corriendo con una velocidad que a años su cuerpo no conocía. 

Considerando sus múltiples problemas de salud y su avanzada edad, moverse tanto en tan poco tiempo no le hizo ningún bien. Al llegar a la sala de estar ya estaba jadeante, su rostro se había arrugado tanto como el de un perro carlino obeso, y su presión se había elevado a cifras peligrosas. 

Pese a estos factores, estaba determinado en huir. Pensar en lo que Jean podría hacerle, en el sufrimiento que podría imponerle, lo aterró más que la posibilidad de tener un infarto. Por ello, luchó contra su propio aguante y se lanzó hacia la puerta principal, hacia la libertad que se le había sido arrebatada y que anhelaba recuperar más que nada.

Fue frenado, sin embargo, por la mano firme del criminal que lo había venido a rescatar, y terminó siendo jalado por la camisa hacia el sofá, como si fuera algún tipo de animal salvaje.

—¡No te vas a ningún lado! —El comandante lo sentó a la fuerza.

Aun así, Marcus se resistió:

—¡DÉJAME IR!

—¡No! ¡Y quédate quieto! —El Ladrón le dio una palmada en el rostro, para despertarlo de su temor—. ¡¿Acaso no ves que soy yo?!

—¡¿Y eso debería tranquilizarme?!

—Jean —Lilian interrumpió la disputa de ambos con una voz temblorosa, acercándoseles con una calma meramente superficial—. Suéltalo.

—Pero...

—Suéltalo.

El mayor de los hermanos Chassier giró los ojos y se apartó del anciano, contrariado. Pero, para su sorpresa, la voz de la rubia realmente tranquilizó al secuestrado. Eso, o la confusión misteriosa que él sintió al oírla. Queriendo determinar cuál era la raíz de su repentina quietud, Jean apuntó hacia su amiga e indagó:

—¿Sabes quién es ella?

El viejo, aún corto de aliento, la ojeó de arriba abajo, receloso.

—La vi en tu juicio... y en la boda de Claude... —Mientras Marcus hablaba, su hijo reapareció en la puerta de las escaleras, irritado por el puñetazo que había recibido—. Sé que era amiga tuya, pero... no sé qué hace aquí.

El comandante sacudió la cabeza y se rio, molesto.

—¿De verdad su rostro no te hace pensar en nada más?... ¿Ni su voz? ¿Su manera de actuar?

—No me sorprendería si no se recordara de mí. Él nunca me dio demasiada atención, no hasta que dejé su vida... No hasta que perdió su objeto de tortura favorito —Lilian cruzó los brazos—.  Pero déjame refrescarle la memoria.

—Adelante —Jean soltó una risa sin humor, apoyando todo su peso en su bastón.

—Marcus —Ella se aproximó al secuestrado—. Imagíname cuando joven, con unos dieciséis a diecisiete años... Con una fisionomía más joven, voluptuosa, saludable... Rodeada de familiares parlanchines, vestida con ropas caras, elegantes... Ojeándote con disgusto mientras tú discutías los detalles de nuestro matrimonio con mi padre —Sus facciones se volvieron aún más rígidas—.  ¿Te suena, el apellido Chapman?

Era aparente que el anciano estaba perplejo, pero no sorprendido. Sus ojos no habían aumentado de tamaño, su boca no se había caído; su semblante solo se había vuelto más serio y pensativo.

Como el estratega que pondera con sabiduría el futuro de su campaña, él contemplaba qué debía decir y cómo debía proceder, entendiendo que ahora estaba a merced de sus dos mayores enemigos en vida, arrinconado por aquellos que más había prejuiciado, con el puñal de la justicia tocando su garganta.

—Ingrid. Eres tú.

—Lo soy.

—Sigues viva... siempre lo desconfié, pero... nunca pensé que podría ser verdad —Marcus pestañeó lentamente, examinando sus reminiscencias con cuidado—. Cuando te vi en ese juicio, años atrás, yo te reconocí... por un instante, lo hice. Pero las cartas que me mandaste me hicieron dudar de mis instintos. Pensé que estaba confundiendo otra persona contigo.

—Eran mentira —ella confirmó sus sospechas—. Nunca estuve enferma, ni Thiago. Te engañé para que desistieras de hallarnos.

—Pero...

—Yo quería desaparecer —lo interrumpió—. Y sabía que fingir mi muerte era la mejor manera para ello.

—Pero los documentos del médico...

—Fueron fabricados. Hice un acuerdo con un doctor y los conseguí.

—Me imagino que tipo de acuerdo fue —Él hizo cuestión de exagerar su asco.

Lilian bajó la mirada.

—Hice lo que debía. Lo que tenía que hacer.

—¿No te da vergüenza? —Marcus se inclinó adelante—. ¿Todos los pecados que cometiste? ¡Eres una mujer casada!...

Ella soltó una risa malhumorada.

—Ya no. No lo soy a años.

—¡Sigues siendo mi esposa!

—Tu propiedad, te refieres —Lo miró de nuevo, con sus iris ardiendo por la ira—. No te engañes. Podrás haber comprado mi cuerpo en ese matrimonio, pero mi alma nunca te perteneció. Y por eso mismo lo afirmo con total seguridad; no soy tu esposa.

Jean, sintiendo la creciente tensión entre ambos, se deslizó al frente de la rubia antes que una pelea estallara. Miró al reloj de la sala, revisó la hora, y sugirió:

—Creo que es un buen momento para que nos retiremos todos de aquí...

—No sin que conversemos antes.

—No tengo nada que conversar con él —La mujer calló a Thiago—. ¡Vámonos de una vez!

—¡Tenle piedad al muchacho! —El oficial le siguió—. ¡Es evidente que el muchacho no sabe nada sobre nuestra separación! ¡Sobre lo que hiciste! ¡Sobre Stern!...

—¿Tú quién eres para hablar de piedad? —Lilian sacudió la cabeza.

—¿No sería mejor si aprovecháramos este tiempo para aclarar todas sus dudas?

—¡Tú no quieres aclarar duda alguna! —ella bramó, más y más enfurecida con Marcus—. ¡Lo único que quieres es comenzar una riña sin sentido entre nosotros! ¡Lo que quieres es que él me odie para siempre!

—¡Dices eso porque es más fácil para ti culparme de intenciones que no tengo, a aceptar que él estaría repugnado por tus acciones! ¡Porque no quieres aceptar que él sentiría asco de ti!

La rubia alzó un dedo al aire.

—No te atrevas a decir una sola palabra al respecto...

—Entonces hazlo tú... ¡Vamos! ¡Dile la verdad! —Marcus apuntó a su hijo—. ¡Él no me secuestró porque quería herirme, lo hizo porque está lleno de dudas respecto al pasado y quiere respuestas! ¡Respuestas que tú te niegas a darle, claramente! ¡Pero que ahora yo tengo todas las ganas del mundo de compartir!

—¡THIAGO TENDRÍA TODAS LAS RESPUESTAS DEL MUNDO SI HUBIERA CRECIDO BAJO MI CUSTODIA! ¡BAJO MI CUIDADO! ¡PERO POR TUS ACCIONES Y TU EGOÍSMO, FUI FORZADA A ENTREGARLO A UN DESCONOCIDO! ¡FUI OBLIGADA A PERDERLO! —La poca paciencia de la rubia se agotó—. ¡Vete al carajo! ¡¿Sabes qué?! ¡No quiero hablar contigo! ¡No hoy, no ahora! ¡Nunca! ¡Nos vamos! Jean...

—Pero yo quiero saber la verdad —Thiago se atrevió a interrumpirla—. Porque mi padre está en lo correcto, no lo secuestré con el objetivo de matarlo, lo hice para sacarle más información sobre ti, sobre tu vida, tu paradero...

—Hijo... —Lilian respiró hondo—. Podemos hablar sobre todo lo que quieras más tarde. Juro, de rodillas si es que quieres, que no me negaré a contarte nada, por más humillante que la verdad sea para mí. Pero insisto, no es una buena idea hacerlo aquí. La policía pronto vendrá y nos arrestará a todos si es que no nos vamos ahora...

—¡Si no le cuentas la verdad, lo haré yo!

Al oír la amenaza, la mujer cerró los ojos y la boca, haciendo una mueca que mezclaba tanto su dolor como su odio. Jean, percibiendo además su aprensión y su recelo, levantó su bastón hacia Marcus y lo empujó con la punta contra el respaldo del sofá. El oficial ni había percibido lo mucho que se había encorvado adelante, queriendo intimidarla.

—Tú te quedarás quieto, sin emitir un solo sonido.

El anciano tragó saliva, amedrentado, pero no silenció sus opiniones:

—La verdad saldrá a la luz, Ingrid, ahora o después. Lo sabes. Y sabes también que no podrás ocultarte para siempre tras la sombra de este pobre diablo...  —Señaló al comandante.

Implicar que la dama era una cobarde fue la gota de lluvia que rompió la represa. Lilian, furiosa, usó todos los años de resentimiento que le tenía a ese viejo decrépito como arma y armadura. E inició la batalla que él tanto quería luchar:

—¡De acuerdo! ¡Ya que quieres que le diga la verdad!... —Abrió sus párpados de nuevo y miró a su hijo con lágrimas de frustración corriendo por su rostro, sabiendo que estaba a punto de perderlo de nuevo y que, de esta vez, podría ser para siempre—. Joseph Stern era el rector y dirigente de la universidad de Duke Evans, en Merchant, dónde yo estudié Historia por dos años, hasta que mi familia perdiera todo prestigio y privilegio y nos viéramos forzados a migrar a Carcosa —Al oírla, Thiago dio un paso adelante, intrigado. Ella siguió hablando:— Monsieur Stern logró ingresarme a lista de estudiantes de la universidad junto a Leónie Ferrer; juntas fuimos las dos primeras mujeres de Merchant en entrar a la carrera... Lo logramos porque éramos amigas muy cercanas de su hermana menor, Martha Stern, y él nos tenía cierta estima... —La rubia hizo una pausa para respirar y vio cómo su hijo abría más los ojos, fascinado por sus palabras—. Leónie se quedó en el sur y logró titularse, pero Martha... ella me siguió a la capital,  después de que todo se viniera abajo. Según lo que me dijo al inicio, no lo hizo por mí. Había sido admitida en la Universidad de Leyes de Carcosa y decidió que perseguir la segunda vocación le era más importante. Quería ser una abogada, no una profesora u historiadora. Pero después me confesó que en realidad había dejado el sur porque me extrañaba —Su tono pasó de determinado a melancólico—. Como dije... éramos muy cercanas. Lo terribles es que, para cuando ella se vino a la capital, nuestra amistad ya era prohibida. El nombre de mi familia había caído en la desgracia y si alguien la viera conmigo, probablemente hallarían una manera de expulsarla de su carrera... Mi padre era un hombre corrupto, investigado por la fiscalía, y ella era una de las primeras mujeres en todo el país a estudiar Derecho... La combinación no era ideal. Así que nuestra amistad continuó existiendo en secreto. Y nos encontrábamos siempre que podíamos en un lugar seguro y privado, dónde nadie nos podría observar: la Biblioteca Nacional.

—Dile lo que pasó.

—No la interrumpas —Jean volvió a amenazar a Marcus con el bastón, con una voz que no dejaba dudas de que lo mataría si insistiera en ser un patán. Luego, miró a su amiga, con una dulzura y compasión opuesta—. Sigue, Lily.

La rubia, con los ojos ya llenos de lágrimas, respiró hondo y asintió.

—Una tarde, las dos quedamos atrapadas ahí por culpa de la lluvia. La calle se inundó y no había manera de salir del edificio. Yo aproveché la instancia para contarle a Martha sobre los planes que mi familia tenía para mí, y lo mucho que yo detestaba la idea de casarme con cierto teniente del ejército...  —De reojo, ella notó al oficial enojarse aún más—,  Quien era mucho mayor que yo, y era además extraordinariamente altanero, presuntoso, y maleducado. Ella me escuchó con atención, pero así que le hablé sobre el posible fin de nuestras reuniones, por mi nuevo compromiso... Martha... —Su labio inferior tembló. Lilian bajo la mirada—. N-No puedo decirlo.

—¡Hazlo, maldita degenerada! —La última parte del grito de Marcus fue interrumpida por un golpe del bastón de Jean, a su pierna.

Thiago dio un paso adelante, pensando que su jefe perdería la cordura, pero el hombre respiró hondo y dejó que el oficial se quejara sobre su dolor en paz.

—Continúa, Lily —el comandante insistió, todavía con el mismo tono afectuoso de antes.

La mujer se secó las lágrimas del rostro y desvió la mirada a la pared más cercana, mientras su labio inferior temblaba.

—Ella m-me besó.

—¿Qué? —Thiago frunció el entrecejo y sacudió la cabeza, pasmado—. ¿Cómo así?...

—Ella se declaró —Lilian continuó con su confesión, aún sin mirar a su hijo—. Me r-rogó que no me casara con Marcus... y que no la d-dejara...

—¡Y esta zorra degenerada la besó de vuelta!... —El veterano en cuestión gritó al mismo tiempo.

Jean volvió a perder la cordura. Con un rugido él calló las ofensas del viejo, dándole un golpe certero a la mandíbula y derrumbándolo a un lado del sofá, sin sus dientes. Los ruidos patéticos que Marcus soltó en el auge de su agonía no fueron largos lo suficiente para rellenar el tenso silencio que prosiguió su afirmación, pero al menos le causaron un poco de felicidad a Lilian.

Sabía que siempre podía contar con su mejor amigo para defenderla.

—Mamá... —Thiago la llamó, aún confundido—. ¿Es eso cierto?

—Sí... Tu padre no miente. Yo la besé... y acepté ser su amante —la ama de llaves concordó, al darse cuenta de que ya no tenía nada a perder. Ante el asombro silencioso de su hijo, se volteó a su ex esposo—. ¿Y sabes qué?... No me arrepiento de nada. Porque a diferencia de ti y tus múltiples cortesanas, yo sí sentía algo por ella... amor —Lilian dio un paso adelante y lo obligó a mirarla—.  Y he ahí la verdad que querías que Thiago escuchara... yo la amaba. ¡Ese fue mi gran pecado! ¡Amar a mi mejor amiga, más de lo que amé a mi esposo! Pero, ahora que yo ya compartí todos mis errores, me pregunto... ¿Ya le has hablado tú de los tuyos? ¿Ya le has contado a nuestro hijo como llegabas a casa ebrio día sí, día no? ¿Ya le dijiste como a veces me dabas golpizas inhumanas, por la menor de las inconveniencias? ¿Le has comentado sobre tu costumbre de dejar la cama por la noche e ir a la casa de la vecina a joderla hasta el nacer del sol? Más importante todavía, ¡¿le confesaste que tus últimas palabras hacia él fueron una plegaría para que muriera en mi vientre?!... ¡¿Para que yo muriera en las calles?!... —El policía retrocedió contra la base del sofá y bajó la cabeza, como un perro arrepentido—. No, obvio que no... La sinceridad nunca fue lo tuyo. Y por eso y mucho más, me das asco, Marcus... Pretendes ser un héroe, cuando en verdad eres el hombre más vil, deplorable y repugnante que camina en esta jodida tierra. Tu corazón es tan podrido como tu lengua. Y si el mundo supiera la mitad de las cosas que yo sé, ya estarías ardiendo en el más abrasador de los infiernos, sin posibilidad de redención, sin ninguna vía de escape.

La quietud regresó, más violenta y tormentosa que antes. La electricidad del aire se había acumulado y la estática empeorado. Fue inevitable entonces, que múltiples rayos de ira, rencor y desprecio estallasen por doquier, energizando e influenciando hasta la más neutral de las perspectivas.

La narrativa de Lilian había sido impecable. Lo bastante corta para no confundir a sus acompañantes y detallada lo suficiente para contestar todos sus cuestionamientos.

Thiago, comprendiendo al fin el recelo de su madre en contarle por qué exactamente Marcus la había abandonado, sintió su desprecio hacia su padre crecer como una masa fermentada. Jean, sabiendo apenas parte de la historia de antemano, compartió su odio. Y la rubia, al fin libre de las cadenas de su pasado y de las múltiples mentiras que había contado para sobrevivir a él, logró recobrar parte de su tranquilidad. Incluso abrió la boca, queriendo retornar a su relato y rellenar los huecos que faltaban en su historia, pero no logró decir nada más; la puerta principal se abrió de golpe y Eric entró corriendo, asustado.

—Jean... La policía llegó.

—¿Ahora? —El hombre en cuestión alzó las cejas ocupado. – Pero si aún faltaban horas...

—Olvídalo. Ya están aquí.

—¿Cuántos?

—Muchos. Hicieron una barricada al inicio y al final de la calle... —La voz del moreno se cortó al mirar a su antiguo amante.

Thiago estaba conmovido por todo lo que acababa de oír, al punto de no lograr reaccionar al enterarse sobre la aparición de los gendarmes. Su rostro lloroso, generalmente rudo e imperturbable, lo demostraba. 

Su padre en la otra mano, no enseñaba la mínima compasión por nada. 

—¿Qué está pasando? —Marcus indagó, pero nadie lo escuchó. 

Jean, al mismo tiempo, caminó hacia su consejero. Su expresión era una de recelo mezclada con irritación. 

—Eric, debemos sacarlo de aquí ahora.

—No sé si podremos hacerlo.

Todavía más angustiado, él se movió a la entrada de la casa a seguir.

Desde la puerta, el comandante les echó una mirada a ambos lados de la calle. Tal como lo había dicho su amigo, cuatro carruajes de la policía habían cortado el tránsito del área. Algunos oficiales ya habían descendido de sus vehículos y se acercaban a la propiedad, en grupos.

Realmente querían evitar que Marcus fuera removido de ahí.

—Mierda... —Volvió adentro—. Cambio de planes. Es muy arriesgado salir. Thiago, lleva a tu padre y madre hacia el segundo piso. Eric, quédate aquí en el primero y cómpranos tiempo. Iré a buscar nuestros refuerzos. 

—¿Y cómo hago eso? —preguntó su consejero.

—¿Trajiste las dinamitas que te pedí?

El muchacho se mostró aprensivo. 

—¿No hay una manera más sutil de alejar a esas ratas de aquí?

—¿Tienes alguna idea mejor? —Jean indagó, y él no le respondió, ya sabiendo que había perdido el argumento—. Si no la tienes, tíralas... Yo por mientras voy a por Victor. Él y los demás están en la plaza La Montagne. Necesitaremos su ayuda para asegurar la casa y sacar a este infeliz de aquí...  —señaló a Marcus y luego de finalizar la conversación con Eric, caminó hacia Lilian—. Hey, antes de que me vaya... 

—¿Hm?

—Espero que sepas que estoy muy orgulloso de ti, por lo que acabas de hacer.

—Jean, no necesitas decir eso...

—Lo hago. Porque lo estoy —Tomó su mano y la besó—. Sé que no fue fácil. Decir la verdad al frente de tu hijo, y bajo toda esta presión...

—¿No me odias?

—¿Por qué lo haría?

—¿Por Martha?

—No —Él frunció el ceño por un segundo y enseguida la abrazó—. Jamás por eso. Jamás por nada. Eres mi mejor amiga, y te amo. Eso es inmutable. Eso es eterno —Ella lo abrazó con más fuerza y al separarse, lo hizo con lágrimas en los ojos, y un deseo profundo, latente, de no dejarlo ir. Solo lo hizo porque sabía que estaban en peligro, y que se estaban quedando sin tiempo para defenderse—. Volveré en breve y conversaremos sobre todo esto con calma, en nuestra casa. ¿De acuerdo?

—Sí —La rubia asintió—. Ten cuidado allá afuera.

—Lo tendré —El besó su cabeza—. Ya vuelvo.

—¿Y Jean?

—¿Sí? —Se giró una última vez.

Lilian, con los ojos anegados y su rostro tomado por una expresión de cariño profundo, que ni quiera Martha en sus mejores días había logrado merecer, afirmó:

—También te amo.

Jean le sonrió de vuelta, reflejando dicho afecto. Pero en su propia mirada, una angustia profunda residía. Un sentimiento tan grave, tan desesperado, que lo hizo acortar su sonrisa y darle la espalda, sin poder decirle nada más, ni un adiós.

Él se alejó del grupo con el semblante ungido en temor, y se desplazó lo más rápido que podía hacia la puerta trasera de la propiedad, saliendo a los pasajes paralelos a Rue Saint-Michel con la vista en alto y los oídos atentos a cualquier ruido, por más pequeño e insignificante que fuera.

Al mismo tiempo, adentro de la residencia, Eric cargaba su rifle y contaba sus respiros, determinado en mantener la calma.

—Hey...

—No tengo tiempo para hablar contigo ahora, Thiago.

—Podemos no hacerlo nunca más.

—¿Y quién es el culpable por eso?

—Sé que estás enojado, pero...

—No hay peros. Dejaste bien claro todo lo que pensabas sobre nuestra relación ayer...

—Te amo.

—No me digas eso si no lo sientes.

—Te amo —el rubio insistió—. Y no hay nada de lo que me arrepienta más que haberte convencido de que no lo hago.

Eric continuó concentrado en su arma, sin elevar la vista por un segundo siquiera. Unas cuantas lágrimas se derrumbaron por sus mejillas, pero él las limpió sin considerar su importancia.

—Ve arriba... Tus padres ya te están esperando —Se apartó y caminó a la ventana.

—¿No vas a querer ayuda?

—¡Ve arriba!

Herido por su actitud fría, pero entendiendo el porqué de su existencia, Thiago siguió las órdenes del otro hombre y se dirigió al segundo piso, donde sus progenitores ya habían vuelto a discutir entre ellos, en los interiores de la suite principal.

—... No estaríamos aquí si tu hijo no fuera un criminal —Alcanzó a escuchar el último tramo de las ofensas de Marcus, así que abrió la puerta.

—¡Él no se hubiera convertido en uno si hubiera tenido la oportunidad de vivir una vida tranquila, a mi lado! ¡Tú lo privaste de eso!

—¡Que viviera junto a ti sería aún peor! ¡¿Qué ejemplo le darías?! ¡Corromperías su espíritu y su moral con tus impulsos bajos!...

—¿Yo lo corrompería? —Lilian se rio—. ¡Tú eras el mujeriego irresponsable! ¡Un sátiro viejo y enfermo! ¡Inestable!... ¡No lo niegues, sabes que es verdad! ¡Gastabas todo tu dinero en bares! ¡En cabarets! ¡En regalos pomposos para tus amantes!... ¡Desaparecías de la noche a la mañana y cuando regresabas, lo hacías con el diablo en el cuerpo! ¡Cualquier mínima discusión me garantizaba un castigo horrendo! ¡Las cicatrices que tengo lo prueban!

—¿Y acaso no lo merecías? —Un tiroteo comenzó en el piso de abajo, deteniendo sus quejas.

Balas rompieron los vidrios de las ventanas, gritos energéticos se escucharon en la lejanía. Asustados y temiendo lo peor, los presentes se agacharon y se movieron a hurtadillas hacia el mueble más cercano, buscando protección de la batalla. Lilian se ocultó detrás de la cama, Marcus de la mesa de noche y Thiago permaneció agachado cerca de la puerta, donde podía observar ambos al recinto y el pasillo. El peligro al que eran expuestos, sin embargo, no logró finalizar la pelea. Apenas la alargó y empeoró:

—¡Ninguna mujer merece pasar por lo que yo pasé! ¡Ninguna muchacha merece sufrir lo que yo sufrí!

—¡Eres una malagradecida! —El oficial reclamó con disgusto, mientras el caos abajo empeoraba—. ¡Tuviste suerte de haberte casado conmigo! ¡Al menos yo intenté curarte! ¡Intenté convertirte en una mujer! ¡En alejarte de las tentaciones del tercer género!

—¡Claro! ¡Aún crees en esa estupidez! ¡En esa falacia! —Lilian sacudió la cabeza—. ¡Fui una tonta al creer que te arrepentías de algo!

—¡Lo único de lo que me arrepiento es de no haber logrado mi cometido!

—¡¿Y cómo esperabas lograrlo?! —ella rugió, furiosa—. ¡¿Violándome otra vez?! ¡¿Abusándome otra vez?!...

—¡Hice todo lo que pude y lo que era necesario para corregir tu comportamiento!

—¡LO QUE HICISTE NO ES JUSTIFICABLE! ¡ENTIÉNDELO, MIERDA!

Levantar la voz con semejante fervor fue un error gravísimo de su parte, al estar tan cerca del veterano. Ultrajado por su atrevimiento, él alzó su mano y la calló con una bofetada bruta, que apenas sirvió para reforzar el punto que Lilian defendía: su caballerosidad era superficial y su amabilidad nada más que una farsa.

—¡NO ME GRITARÁS EN MI PROPIA CASA! ¡NO ME OFENDERÁS, NI CUESTIONARÁS MI PROCEDER EN MI PROPIA CASA!

—¡¿CREES QUE TE TEMO?! —La dama se rio, pese al ardor de su mejilla y la herida punzante en su orgullo—. ¡ME QUITASTE TODO LO QUE TENÍA Y AMABA! ¡¿Y QUÉ SI TE GRITO?! ¡¿QUÉ ME HARÁS, QUE YA NO HAYAS HECHO?! ¡¿CUÁLES SERÁN TUS MEDIOS DE TORTURA, SI YA LOS HAS EMPLEADO A TODOS?!

Marcus volvió a perder la compostura al oír su declaración. Pero de esta vez no se contentó con darle una palmada. No, él avanzó como un lunático, con la fija idea de herirla hasta matarla. No contaba, lo obstante, con la interrupción de su hijo, quien lo enfrentó con el coraje de un soldado y la ira de un prisionero, empujándolo hacia atrás y al suelo.

—¡Tan solo necesitaba un motivo para matarte y me lo has dado! —El joven lo ahorcó con ambas manos, prensándolo contra las tarimas del piso con todo el peso de su musculoso cuerpo, apretujando su cuello hasta que sus dedos se marcaran en su arrugada piel.

Bajo su agarre, Marcus se sacudió y alzó las cejas; sus ojos por poco no abandonando sus órbitas, dado su terror.

—¡Thiago! —Lilian saltó a su lado—. ¡Suéltalo!

—¡¿Por qué debería?!

Ella no logró responderle. De todas formas, el rubio decidió seguir su consejo y se apartó segundos más tarde, dejando a su padre recuperar su aliento con una tos áspera, dolida, que —pese a su elevado volumen— no logró distinguirse del estruendoso tiroteo de afuera.

Pero haber cedido ante la petición de su madre no era lo mismo a decir que había reconsiderado su deseo de venganza, o que había decidido ser misericordioso con el alma que se retorcía y carraspeaba a su frente.

—No voy a dejar que nadie más sufra o muera por tu culpa —Thiago le dijo, con una calma escalofriante—. Los dos vamos a ir abajo y tú le pondrás un fin a todo esto —Sin más preámbulos lo agarró de la tela de su camisa y lo obligó a levantarse junto a él.

En este preciso instante, Eric detonó todos los explosivos que había traído consigo. La casa completa se sacudió, el jardín frontal cesó de existir, y el automóvil de Marcus— aparcado al frente de la propiedad —voló como las golondrinas de los árboles cercanos, siguiendo el estallido con una explosión propia. El fuego lo consumió y dificultó el paso de los gendarmes de la policía, que querían entrar a la residencia. El moreno les siguió disparando desde las ventanas de la fachada.

—¡Vamos! —Thiago, sobresaltado y sin saber lo que sucedía abajo, obligó a su padre a moverse hacia el pasillo, sin darle importancia a los detritos que caían del techo o el temblor del suelo a sus pies.

—¡¿Estás loco?! ¡Nos van a matar! —Marcus se resistió.

—¡PUES QUE LO HAGAN! ¡Pero no te dejaré ocultarte como una puta rata! ¡Muévete!

Lilian, al oír la rabia en la voz de su hijo, lo siguió con las cejas curvadas al cielo y el corazón en la garganta. Tenía un revólver escondido en su falda —al que había traído por insistencia de Jean— y decidió sacarlo de su lugar antes de entrar al corredor. El arma le brindó un poco de tranquilidad, pero no logró opacar el miedo que sentía de perder su vida, o de ver morir al muchacho que recién había recuperado.

Dicho temor, paralizante y enfermizo, era compartido por Eric, quien acabó quedándose sin balas en medio de su fusilamiento, y se vio obligado a desplazarse al interior de la casa, a buscar más.

La explosión de las dinamitas aplazó la entrada de la policía, pero la misma fue inevitable. Al verlo retroceder los oficiales tiraron la puerta de entrada abajo, y lo arrinconaron en el comedor. Con su arma recargada, él les disparó desde la puerta. Pero dichos uniformados eran como hormigas; así que aplastaba a uno, otro venía a retomar su lugar.

Sabiendo que aquella batalla era una imposible de ganar, y sabiendo que su esperanza le duraría tanto como su munición, él tomó una decisión arriesgada. Desafiando a la muerte, corrió a la mesa, jaló la toalla, y tiró al suelo todo el armamento traído por Thiago, antes de tumbar el mueble y usarlo como barricada. Una vez agachado y protegido por a madera, tomó la primera arma que vio en su campo de visión y continuó disparándole a sus enemigos, gritándoles improperios desesperados mientras recargaba con una velocidad sin precedentes.

Solo y asustado, le imploró a Dios que le fuera piadoso y garantizara el rápido regreso de su comandante. Porque no lograría sobrevivir por mucho tiempo así. La policía lo estaba masacrando.

Él luchó con todo su brío, pero eventualmente supo que debía rendirse. Estaba exhausto, y sin alternativas para seguir defendiendo su posición. Al ser herido en el brazo izquierdo, percibió que la única manera de salir de ahí vivo era aparentar su muerte. Así que lo hizo; se aprovechó del impacto y se lanzó a un lado, fingiendo inercia.

Más balas rebotaron en la pared a su frente y en el suelo que lo rodeaba. Él, pese a su pánico, no pudo hacer más que cerrar los párpados y reemplazar el estruendo metálico de las armas por el de los acelerados latidos de su corazón.

Thiago, Marcus y Lilian no supieron cuán grave era la situación a la que entraban hasta bajar por los peldaños. Tan solo al llegar al pie de las escaleras, percibieron el grave error que habían cometido al abandonar su refugio.

Eric estaba atascado en un lugar de la residencia al que ellos no podían acceder. Y la sala estaba repleta, de inicio a fin, de gendarmes armados.

En ese instante de tensión y de terror, el tiempo pareció moverse de manera morosa. Pero en realidad, su parsimonia no existía, era una mera ilusión. Y todo lo que sucedió a seguir, pasó en una cuestión de segundos.

Al notar la presencia del grupo, decenas de rifles se giraron hacia sus siluetas, callando a sus lamentos antes de que fueran enunciados, borrando sus pensamientos antes de que fueran contemplados.

De los tres, apenas la rubia reaccionó a tiempo; empujó a Thiago a un lado, levantó su mano y jaló el gatillo de su revólver, decidida a luchar contra su enemigo hasta su último aliento. Si moría, Lilian lo haría con la serenidad de saber que había defendido a su hijo, y con el honor de haber experimentado su amor, por más breve que su reencuentro hubiera sido.

El sonido de su disparo fue tenue, comparado al del ametrallamiento que lo siguió. Pero la macabra sinfonía no la asustó. La cascada de sangre que descendió por las escaleras tampoco. Ella cerró sus ojos por instinto, pero su visión no le fue arrebatada. Y mientras su cuerpo descendía, cayendo por los peldaños como si nada pesara, su espíritu se elevaba y el mundo a su alrededor se desvanecía. Rodeada de blanco, Lilian supo que los ángeles habían visto sus desafíos y tribulaciones, y que las puertas del paraíso se habían abierto para recibirla.

Su sufrimiento había terminado. Su alma era libre, al fin.


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Reconociendo que su cojera lo impediría de realizar un ataque rápido a la residencia Pettra, Jean dejó que Victor condujera su ejército hacia la propiedad, mientras él y un grupo pequeño de Ladrones les cubría la retaguardia.

Mató cerca de quince gendarmes mientras avanzaban, hiriendo y desorientando a unos otros. Cuando al fin regresó al terreno, percibió que tres cosas bastante importantes ya habían ocurrido: primero, la reja que protegía el jardín trasero de la propiedad había sido derrumbada; segundo, la puerta y parte de la pared de la cocina también; tercero, el altercado había pasado de un tiroteo intenso a una lucha física —que los atolondrados oficiales de la policía claramente no estaban preparados para librar, mucho menos ganar—.

—¡Eric! —exclamó al encontrarlo, caído detrás de la mesa del comedor.

—Estoy bien...

Jean lo ayudó a levantarse.

—Tu brazo...

—Fue un tiro de raspón —el moreno aseguró, corto de aliento—. Me quedé arrinconado. Tuve que fingir estar muerto para que no me mataran de verdad...

—Hiciste lo correcto —el comandante lo calmó, quitándose su corbata—. ¿Qué pasó con los demás?

—No lo sé... —Eric rechinó sus dientes mientras el hombre le hacía un torniquete—. Deben estar arriba todavía. Les dije que no salieran de allá.

—Yo voy a buscarlos entonces.

—Voy contigo.

—¡NO! —Un grito desesperado de Victor los hizo terminar su conversación y voltear sus cabezas hacia la sala—. ¡MALDITOS HIJOS DE PERRA! ¡NO!...

Ambos no necesitaron oír más palabras para salir a buscarlo y descubrir qué había ocurrido. Cruzaron cuerpos deformados, charcos de sangre, casquillos vacíos, muebles tumbados, y lucharon contra un par de policías más antes de alcanzar su destino.

Su curiosidad los hirió más que cualquier lesión adquirida en la travesía. Al ver el cuadro que los aguardaba en la sala los dos se sintieron tan desconsolados y arruinados como el Ladrón que lo había descubierto.

Lilian estaba muerta. Un tiro le había atravesado la cabeza, pintando su dorado cabello con pinceladas rojas, espeluznantes. Caído al pie de las escaleras con el torso cubierto de sangre y con dos agujeros atravesando su pecho y pierna, su hijo agonizaba, junto a Marcus. La familia completa había sido avasallada por la policía, que minutos después también terminó siendo fusilada.

—¡No!... ¡No me t-toques!... —El rubio moribundo levantó la mano, mientras Victor le abría la camisa, inspeccionando la gravedad de sus heridas—. ¡AHHH!... ¡P-PARA!

—Shh...

—¡Me duele!... —Se sacudió, al sentir su mano palpar el rebosante agujero de la bala—. ¡P-PARA!...

—¡Guarda tus fuerzas! ¡Estarás bien!... Estarás bien... —el hombre que lo socorría juró, pese a su expresión agobiada—. ¡Eric! ¡Ven aquí y haz presión en esa herida!... ¡Iré a buscar a David!

Victor le dio tiempo al muchacho de decir nada. Recogió su rifle y dejó la sala, a encontrar al médico.

Con la llegada de los Ladrones, gran parte de los oficiales de la policía habían retrocedido a la calle y algunos otros, saltado las murallas de las casas vecinas y usado su estructura como refugio para el combate. Los poco uniformados que restaban en el lugar estaban muriendo, o luchando con los criminales presentes a mano limpia, sabiendo que defendían una causa perdida.

Gracias a esta división en las fuerzas enemigas la organización de la Hermandad también estaba fracturada. Lo que significaba, en palabras más simples, que encontrar al médico podría ser una labor demorada, y que Thiago podría fallecer antes mismo de su llegada.

Al entender aquella posibilidad, Eric se derrumbó sobre sus rodillas. Con manos temblorosas recogió el cuerpo de su novio y lo trajo a su regazo.

—¿Qué te hicieron? —balbuceó, perplejo.

—Lo s-siento... no quería... no quería apartarte... de mí... —La mano del malherido empuñó la tela de su abrigo, aferrándose con desespero a su presencia, a su calor. El moreno, al ver las manchas rojas que sus huellas crearon en su ropa, se volvió aún más desesperado—. Te amo... yo... te a-amo...

—Yo también te amo, p-pero...

—No quiero morir... —el otro confesó, con los ojos anegados—. Yo... no q-quiero morir...

Nuevamente, Eric no supo cómo reaccionar. Solo lloró junto a él, rindiéndose a la desolación de un luto inescapable, e intentó con todas sus fuerzas detener el sangrado que oscurecía el torso de su novio.

La fortuna no les sonreía, pero tampoco los ignoró. Victor logró encontrar a David a los pocos minutos, y lo ayudó a llevar su caja de insumos al pie de las escaleras, donde su atención era requerida con urgencia.

Al ver las condiciones de su paciente, el médico dejó de respirar por un instante. No lo diría en voz alta, pero las posibilidades de una recuperación rápida eran nulas. Thiago podría sobrevivir, pero su calidad de vida sería bastante reducida.

—Eric, necesito que me des espacio... —le imploró al amante angustiado, con toda la delicadeza que le podía demostrar en un momento tan caótico—. Hey... Frederico —lo llamó por su nombre completo, haciéndolo despabilar—. Necesito que te muevas. Puedes seguir sujetando su mano, puedes seguir estando cerca, pero acuéstalo, ahora. Necesito examinarlo.

—Hazlo... —Thiago rogó y él al fin cedió.

A un lado de aquella conmoción, Jean permanecía quieto, en apesadumbrado silencio, todavía mirando al cuerpo caído de Lilian. Se hallaba tan perplejo, tan lánguido, tan destrozado, que no escuchó los disparos finales de la batalla, los aullidos agónicos de Thiago, o siquiera percibió el peligro al que se había expuesto al permanecer inmóvil, de pie en medio al fuego cruzado. Tampoco oyó el anuncio de retirada del coronel a cargo de la ofensiva policíaca, ni se volteó a ver cómo él era fusilado a muerte por sus hombres.

Apenas permaneció allí, derramando lágrimas furiosas, recordando todos los buenos momentos que había vivido junto a su mejor amiga, su alma gemela, y conciliando el hecho que jamás la vería sonreír otra vez, jamás escucharía su risa jovial y entusiasmada de nuevo, ni crearía nuevas memorias de cariño y amor junto a ella.

Su amistad había muerto al momento de su fallecimiento y parte del corazón del criminal había perecido junto.

—Ella se lo merecía —Marcus osó abrir la boca, sentándose contra la pared con un quejido pronunciado.

Incrédulo y ofendido, Jean llevó sus titilantes ojos verdes al veterano. Había sido herido en las piernas y en el hombro, pero se había salvado de lesiones graves que su esposa e hijo compartían. A diferencia de ellos, viviría.

—¿Sabes quién lo hizo? —El comandante señaló con el bastón al cadáver, con una voz profunda, carente de piedad—. ¿Sabes quién la mató?

—No... pero ¿h-haría alguna diferencia?

—Claro que lo haría —La tristeza en su tono fue nítida—. Porque si no me dices quién fue, la culpa será tuya.

—No tengo respuesta a-alguna que darte... No vi quién la mató. N-Ni sé q-quién me disparó a mí...

El criminal levantó la mano, ya empuñando su revólver. Estaba cansado de fingir bondad. De ver su vida siendo invadida y destrozada por las mismas viejas tragedias, de batallar por una paz que sabía, era fugaz y esquiva. El odio siempre lo había reconfortado. ¿Por qué debía favorecer entonces a aquél ilusoria emoción llamada compasión? ¿Y por qué debía hacerlo ahora?

—Si no sabes quién fue, la culpa es tuya —repitió, dejando implícita su amenaza: asesinaría al oficial si es que no hablaba.

—No serías capaz de...

Jean no dejó a Marcus terminar su respuesta. Bajó el martillo con un terrorífico "click".

—Sería. Y sabes que lo haría con gusto.

Por la imperturbable calma que el comandante traspasaba al hablar y por el frío, atípico tono de sus palabras, el jefe del departamento de policía supo que su fin había llegado.

Moriría, sin importar lo que dijera o hiciera. Sin importar qué respuesta le diera, o no le diera.

Él genuinamente no sabía quién había matado a Lilian, y Jean lo tenía claro. Lo estaba forzando a darle una respuesta apenas para jugar con sus emociones y hacerlo sufrir con su miedo.

Paralizado por su dolor, incapaz de luchar por su sobrevivencia, Marcus respiró hondo e intentó relajar los músculos, para al menos fallecer con comodidad.

Luego, miró a Jean a lo profundo de sus ojos verdes, inundados de lágrimas y de odio, y aceptó su derrota como un general caído lo haría; con el mentón en alto, la cabeza erguida y la gloria de haber peleado inflando su pecho, elevando su moral.

Sin embargo, antes de abandonar el campo de batalla, él quiso infligirle una última pérdida a su adversario.

Y por eso, decidió contarle la verdad sobre sus propias artimañas, haciéndole añicos la única cosa que al villano le restaba, su resentimiento injusto hacia su hermano:

—El d-día de tu juicio, hice un acuerdo con Aurelio —Su comentario, directo y sin misericordia, tomó por sorpresa a Jean-Luc, por haber surgido de la nada misma, sin ningún contexto—. Yo intercambié tu v-vida por la de Claude.

El hombre demoró en entender el real significado y peso de aquella letal confesión, pero cuando lo hizo, tambaleó hacia atrás.

—¿Qué?

—Aurelio... él ya h-había arruinado su carrera con l-lo de su despedida d-de soltero... algo que t-también me perjudicó. Yo s-sabía que él quería m-matarlo... y yo no p-podía dejarlo morir. No p-podía dejar al ministro de justicia... morir. Así que le h-hice una oferta... A-Aurelio p-podía llevarte al sur y hacer lo que q-quisiera contigo allá, pero Claude... se q-quedaría aquí a mi lado... trabajando en Las Oficinas. Por eso testifiqué en tu c-contra... Por eso el juez te condenó, sin evidencias contundentes... Y por eso no p-pudiste pedir una apelación. El juicio estaba comprado... Desde el inicio, estabas d-destinado a perder.

—O sea... —El revólver tembló entre los dedos de Jean-Luc y él tragó en seco, enfurecido—. Que sabías que yo era inocente.

—Lo hacía... Pero de v-veras creí que Elise estaba muerta. Y tenía c-claro que tu juicio s-sería la mejor o-oportunidad que tendría de m-manipular a Aurelio y salvar a tu hermano de futuros ataques de su parte... Así que te arresté y c-convencí a Claude de que habías p-perdido la razón... Junto con Antonio m-manipulamos la historia, usando e-evidencia fabricada... y t-te encerramos —Marcus cerró los ojos por un instante, sintiendo sus fuerzas desvanecerse más y más—. Pero debes entender... que no t-tuve elección... Era inculparte de algo q-que no hiciste, o dejar m-morir al ministro de justicia... Y la nación no podía sufrir una pérdida tan grande...n-no en ese entonces...

—Me condenaste para desquitarte conmigo por haber engañado a Claude con Elise. ¡Me condenaste para proteger tus intereses!

—Te condené para proteger los intereses del Estado —el oficial lo corrigió—. Además... le p-prometí a tu madre que siempre c-cuidaría de sus hijos... Como tú eres un b-bastardo, Claude se volvió la prioridad...

Al oír el comentario, Jean le disparó a la pared al lado del policía, furioso. Si no fuera por las lágrimas de disgusto, melancolía y rabia que se deslizaban por su rostro, lo hubiera acertado en lleno.

—Eres peor que Aurelio... —Se le acercó y apuntó la boca de su revólver a la cabeza del veterano, queriendo certificarse de que no volvería a fallar.

—Y tú no eres m-mejor que él, ni yo —El anciano lo miró, mientras se desangraba—. Porque también estás d-dispuesto a matar para c-conseguir lo que quieres... También estás d-dispuesto a hacer lo que tengas que hacer, para alcanzar tus objetivos... Para d-defender a tu "Hermandad"...

—No. Nunca fui tan ruin...

—¿De veras? —Marcus alzó una ceja—. ¿Y qué hay de toda esa gente que m-mataste en la iglesia? ¿De todas las p-personas que exterminaste en el sur? —Lo apaleó, sin mover un solo dedo—. ¿Qué hay de tu hermano?... ¿Huh?... Has atormentado a ese pobre diablo desde que regresaste del sur. Has d-destruido el a-amor que su hijo sentía por él... ¡Lo has culpado de tu e-encierro, siendo que él genuinamente no sabía de nada! ¡Claude suponía que e-eras inocente! ¡Pero no lo sabía!... ¡No c-como yo!... ¿Y qué h-hay de todos ellos? ¿De las v-víctimas que te niegas a reconocer?... ¿Eh?

—Mi hermano es tan culpable como tú —el comandante se excusó con voz débil, luchando contra su arrepentimiento—. Él sabía de todo lo que ocurría en Isla Negra... de los abusos...

Marcus sacudió la cabeza.

—Él no tenía idea.

—¡Pero él archivó la investigación sobre ello! ¡Tengo un documento que lo prueba!

—No... —el policía lo interrumpió—. No fue él quien archivó esa investigación. Theodore Powell lo hizo.

Jean arrugó aún más su rostro.

—Mientes.

—Theodore c-comenzó la investigación en 1896 —Marcus admitió—. Y la archivó en 1901, c-cuando yo le conté sobre el a-acuerdo con Aurelio... Lo hizo para que Claude no se enterara de la t-tregua que yo organicé... Porque si aquel g-gordo miserable de A-Aurelio perdía su cargo c-como policía, me d-delataría ante tu hermano... e intentaría cobrar v-venganza de nosotros. Ese m-maldito podría a-arruinar a la imagen del gobierno, si es que a-abría la boca...

—No... Eso no puede ser cierto.

—¿Por qué mentiría?... Mírame... —El oficial tragó en seco—. Ya no tengo a ganar, ni nada a perder...

—¿Y qué hay de la carta?

—¿Carta?

—La que afirmaba que Las Oficinas sabían sobre el abuso de autoridad en el sur.

—¿Tú qué crees?

Jean ya sabía la respuesta. También había sido aquel maldito bastardo, que a su frente luchaba en vano por vivir, quién la había redactado.

Marcus reconocía su inocencia, siempre lo hizo. Sabía que él no había asesinado a Elise. Y había callado a las sospechas de Claude al respecto con pruebas falsas y prefabricadas sobre el crimen. Podía incluso haberle dado asesoría a Aurelio, antes mismo de que tomara lugar. Tal vez, incluso conocía el hecho de que Elise jamás se había muerto.

El oficial también era consciente de todos los abusos de poder en el sur, de la corrupción de policía, de la tiranía de la Casa de Gobierno, y había ocultado todas estas infracciones de los ojos críticos del ministro de justicia, con la ayuda de Theodore. Había escondido a la investigación sobre las cárceles, e incentivado a los gendarmes sureños a ser el triple de brutos con sus prisioneros.

Marcus, para colmo, tenía muy clara la noción de que el cuerpo encontrado en la bañera del motel en Violet Street no era el de Jean. Quiso seguir investigando el caso hasta hallarlo vivo y respirando, pero Claude se negó a hacerlo.

Ese bastardo... Él era el culpable de todo.

El comandante, con el corazón roto y el espíritu lacerado, se apartó del infeliz, observando la masacre que lo rodeaba con profundo pesar.

Escuchó los sollozos de Eric y los gritos desesperados de David. Sintió el sabor salado de sus propias lágrimas, mezclándose con la acidez de su aprensión. Vio nuevamente el cuerpo caído de su mejor amiga, envuelto en un velo rojizo, besado por los labios fríos de la muerte.

Su garganta se cerró. El mundo a su alrededor se achicó. Y en aquel momento, no necesitó perecer para conocer el infierno; ya estaba en él.

En un instante de locura y de inimaginable dolor, Jean volvió a alzar su mano. Miró a Marcus a los ojos una última vez y soltó un exhalo que había estado reteniendo a veintitrés años.

—Esto es por Lilian.

Y así, sin más preámbulos, jaló el gatillo.  

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