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Acto I: Capítulo 10

Carcosa, 21 de marzo de 1912.

Se decidió, por temor a un nuevo ataque, que Las Oficinas permanecerían cerradas mientras las reparaciones a la cafetería y cocina se realizaban. Los cuerpos de todos los fallecidos ya habían sido recuperados de las ruinas carbonizadas y llevados a la morgue del distrito de Biévres, para que fueran reconocidos por familiares —si posible—. Y mientras el complejo ministerial era reconstruido, desde la comisaría central —que se había vuelto la sede interina del gobierno— se declaró un luto nacional por todas las víctimas de la explosión.

La atmósfera en Carcosa era lúgubre, pero se había calmado desde el día del evento. El noreste de la ciudad había sido ocupado por la parte del ejército que aún le era leal a la república ministerial. El sur, por la parte que anhelaba una república presidencialista. El noroeste se había convertido en una tierra de nadie y el centro, en un suelo neutral dónde ambas fuerzas podían dialogar. O bueno, intercambiar disparos entre los negocios quemados y los escombros de las barricadas. 

Claude se habían enterado de estas divisiones gracias a su secretario —quien lo había buscado, el día en que regresó a su casa—.

—Los otros secretarios fueron sueltos, monsieur* —el hombre comentó, con evidente alivio—. Pero uno de los insurgentes nos dio la orden de que nos quedáramos callados con respecto a lo que vimos en el día de la votación. No podemos decir que Walbridge está detrás de todo esto, o nos matarán a todos. Saben dónde vivimos... ¿Qué hacemos ahora?

—Si lo quieres ser el próximo en morir, concordar.

Claude reconocía que su posición frente a la locura de su hermano era pasiva, de veras lo hacía. Pero alentar a sus antiguos funcionarios a alzarse contra él sería sentenciarlos a una brutal ejecución. Y él ya cargaba con el peso de la desaparición de sus amigos en su espalda, no podía manchar sus manos con su sangre inocente también.

Por mientras, el silencio era la estrategia más segura. También había convencido a Theodore Powell de ello, luego de una larga y dolorosa charla, dónde le explicó todo lo ocurrido entre los dos. Aun así, el ministro de justicia le dejó claro a su colega que concordar verbalmente con las creencias de su hermano no era lo mismo a compartirlas. Por afuera, Claude afirmaba estar del lado de Jean para lo que necesitara, pero por dentro, tomaba nota de todos sus pasos, queriendo hallar una manera de detenerlos y de frenar su plan maquiavélico de dominación y control sobre la república.

Theodore, pese a alertarle sobre el peligro que corría al ser un doble agente, decidió unirse a su equipo de "ignorantes". 

Para todos los efectos él no sabía de nada, y no había oído nada, de la boca de nadie.

Su aparente mansedumbre y pasividad se convirtió en un arma. 

—Ministro Chassier —Johan Kran sacó al político en cuestión del fondo del turbio estanque de sus pensamientos, jalándolo a la superficie con brutalidad. Claude levantó su mirada al oír su voz severa llamarlo, y al instante copió su seriedad. No se dejaría intimidar por aquel sujeto, de ninguna manera—. ¿Puede venir a la sala de reuniones por un instante?

—Claro... —se levantó de su silla, moviéndose entre las centenas de trabajadores que habían sido reubicados a la comisaría con irritación. Él detestaba estar atascado en espacios cerrados, rodeado por gente, cubierto de sudor y sintiéndose mareado por el calor. Pero por ahora, era lo que le tocaba soportar para poder trabajar—. ¿Qué pasó? —le preguntó al inspector al entrar a la habitación donde su escritorio provisional había sido dispuesto, junto a los de los detectives, mientras él se limpiaba la tez con la manga de su camisa.

—Siéntese, por favor. Me temo que tengo malas noticias que entregarle.

¿Más?

—Sí —El rubio respiró hondo, viéndolo acomodarse en la silla—. Marcus Pettra ha desaparecido.

Claude pestañeó un par de veces, genuinamente confundido por lo que oía. 

—¿Qué?

—Lo hemos estado buscando por días, pero no logramos encontrarlo en ningún lado.

—¿No está en su casa? Asumí que...

—No. Lo buscamos, pero no está allá. De hecho, revisamos toda la ciudad, de punta a punta, por infinitas horas, y nada... Por eso mismo debo avisarle que, a partir de ahora, nuestras búsquedas por monsieur Pettra se detendrán.

—¡¿Cómo?! —Claude, aunque no quiso, perdió su templanza—. ¡¿Por qué?!

—El comandante Mallet lo ha ordenado, monsieur.

—Pues yo revoco esa orden.

—No puede hacerlo. La constitución se ha suspendido.

—¿Perdón?

—Otra vez, fueron órdenes del comandante.

—¿Y quién carajos es Mallet para suspender la constitución? —el político indagó, furioso—. ¡La única persona que puede suspender la constitución es el jefe de estado, bajo el artículo 142 de la misma, sobre la Defensa del Estado! ¡Sólo él o el ministro de Defensa! ¡Y por lo que tengo entendido, Theodore no ha declarado nada al respecto, mucho menos Walbridge!

—Pues usted tendrá que ir a conversar con el comandante en persona.

—¡Mataré a ese bastardo, si es que es necesario! —aseveró, fuera de sí—. ¡¿Dónde está?!

—En el despacho del comisario.

Claude no necesitó oír la información dos veces. Salió disparado hacia el escritorio de los uniformados, como una bola de cañón en camino a una formación enemiga. Su intención de permanecer calmo y contenido fue desechada con descuido, así que se enteró de dicho atrevimiento del comandante —y no sin razón, porque los protocolos debían ser seguidos, aunque el gobierno estuviera en trizas—.

Pero, al contrario de lo que él se habría imaginado en un inicio, la osadía y rabia que nacieron de este desafortunado descubrimiento también le resultaron ser accidentalmente útiles, porque lo destacaron como una pieza poderosa en aquel tablero de manipulación política. Una pieza que, pese a su previa modestia y templanza a la hora de actuar, ahora debía ser temida por su fuerza y austeridad.

El trote acelerado del ministro, que no era frenado ni siquiera por su cojera y su dolor crónico, tan solo exacerbó su actitud imponente.

—¡¿Quién cree usted que es para llamar al artículo 142?! —Abrió la puerta del despacho donde el comandante estaba sentado con un golpe, y lo señaló con su bastón.

—Ministro, por favor, cálmese.

Ne me dis pas ça!* —lo cortó con su francés porteño—. ¡Los únicos dos hombres que pueden invocar la utilización de ese artículo son monsieur Walbridge y monsieur Powell! ¡Usted es apenas un miembro cualquiera de la guardia gris! ¡No es parte de este gobierno! —Se le aproximó, furioso—. ¡Y si se dice tan a favor de la república ministerial, debería aceptar su subordinación ante el gabinete ministerial, maldita sea!

Monsieur, el gabinete ministerial está deshecho.

—¡MIENTRAS UN MINISTRO SIGA VIVO, EL GABINETE SIGUE EXISTIENDO! —Claude rugió, atemorizando al comandante—. ¡Y si no quiere perder su cargo cuando toda esta mierda termine, le sugiero que se recuerde de ello!

El comandante Mallet, generalmente valiente e imperturbable, se encogió en contra de su asiento, asustado.

—Sí monsieur.

—Excelente —El político se apartó—. Ahora ponga a tres de sus hombres a mi disposición. Si ninguno de ustedes es capaz de para encontrar a Marcus Pettra por cuenta propia, y son tan incompetentes como los Ladrones los acusan de ser...  —Pasó de mirar al oficial a encarar al comisario—. ¡Pues lo haré yo!

—Pero su excelencia...

—¡¿Acaso no hice claro mi punto?! —Al oírlo, el comandante pestañeó, estiró su espalda y asintió energéticamente, resignándose a seguir sus órdenes—. ¡Mientras no esté, más les vale que encuentren a los demás ministros! ¡O toda la república se vendrá abajo por su falta de profesionalismo y dedicación!... —Claude se volteó y se fue de ahí, sin bajar el tono de su voz—. Ostie que vous m'énerve! Fils de putain!*


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Eric se despertó antes de que el sol nasciera, queriendo llegar a la casa de Jean lo más temprano posible. Frotó su rostro, besó la cabeza de Thiago y se levantó de la cama con un salto.

En su hogar, ellos no poseían un baño sofisticado. Apenas una habitación pequeña con algunas cubetas, un barreño y un lavabo, a la que usaban para asearse, lavar su ropa, y hacer sus necesidades. El humilde recinto era extremadamente helado a aquellas horas del alba. Al entrar, el muchacho cruzó los brazos y ojeó sus alrededores con una mirada perezosa, forzándose a comenzar su día. Lo único que quería era volver al cálido colchón y quedarse dormido junto a su novio otra vez.

Con un suspiro cansado, recogió la cubeta limpia que usaban para transportar agua, abrió la llave, y la llenó. Caminó a la cocina, traspasó el líquido a una olla y comenzó a hervirlo. Mientras esperaba, su perro se levantó y se movió a sus pies para saludarlo. Eric decidió agradecer su cariño dándole un trozo de carne seca y una sacudida afectuosa a su melena. Luego, volvió a traspasar el agua caliente a la cubeta, regresó al lavabo, y se dio un baño. Aprovechó el momento para cerrar los ojos y descansar por un minuto. Estaba tan relajado, sentado dentro del barreño humeante, que no escuchó el abrir de la puerta.

—Buenos días, dormilón —La voz de Thiago lo sobresaltó—. ¿Qué haces despierto tan temprano? Ni siquiera son las seis aún...

—Tengo que ir a la casa de Jean y prefiero hacerlo mientras no haya tanta gente en la calle.

—Hm... —El rubio se le acercó—. Se te viene un día largo por delante, supongo.

—Larguísimo —Eric vio a su novio sentarse detrás suyo, sobre el suelo—. ¿Qué haces?

—Lavo tu cabello —El hombre en cuestión agarró el jabón del fondo del barreño—. ¿Acaso no puedo?

—Te vas a mojar la ropa.

—Es un sacrificio que estoy dispuesto a hacer —le aseguró, espumando sus azabaches mechones.

Thiago pasó los próximos minutos masajeando su cuero cabelludo, dejando al moreno volver a su anterior estado de letargo. La interacción fue romántica, íntima, pero no duró mucho. Aquiles, al ver la puerta abierta, entró corriendo al cuarto y se lanzó sobre el agua, encharcando el suelo y asustando a sus dueños.

—¡Mierda! —Eric se levantó, desnudo, y retiró al pastor alemán de las burbujas, mientras su novio carcajeaba—. ¡No te quedes ahí mirando, ayúdame! —Su demanda solo lo hizo reírse más.

Luchando contra el frío, el consejero de Jean arrastró el perro hacia afuera y cerró la puerta, ignorando sus ladridos indignados.

—¡Piensa rápido! —Thiago le lanzó una toalla, antes de levantarse. Eric la atrapó, sacudiendo la cabeza.

—Te odio.

—No mientas, me amas —Al escucharlo el moreno le sacó la lengua, por no poder negar su acusación. Él continuó:— Voy a buscar unos trapos para limpiar este desastre... Termina de bañarte por mientras.

—Claro, porque esta agua de perro me hará oler excelente...

—Aquiles solo se zambulló por un segundo... No exageres.

—Apenas un segundo es suficiente para mí, mi amor —Eric se secó con apuro—. Mejor me voy a vestir de una vez... Ya pasé demasiado tiempo haciendo nada; tengo que irme.

—Estuviste menos de cinco minutos sentado.

—¡Demasiado tiempo! —insistió—. Me encantó tu masaje y definitivamente apreciaría otro más tarde, pero ahora tengo que correr —Al terminar de hablar lo besó, abrió la puerta, y pasó por su hiperactivo perro con rapidez, huyendo de su entusiasmo.

Como lo prometió, Thiago se hizo cargo de secar la habitación y deshacerse del agua del barreño, mientras Eric se vestía.

Sabiendo que tendría que visitar un barrio de clase, él decidió reutilizar el mismo traje que había usado en su asalto a Las Oficinas, cuando había fingido ser un abogado. En la solapa de su terno hasta añadió el broche del búho —símbolo nacionalista que lo dejaría pasar por los bloqueos policiales sin el menor inconveniente—.

—Te ves bien... —Thiago comentó, cuando se reencontraron en la sala.

—Lo sé —Eric bromeó, guiñándole un ojo—. Siempre me veo bien.

—Y siempre súper humilde, también —El rubio se rio, recogiendo el pan para el desayuno.

—Que sea sincero no me quita la humildad.

—Tampoco la vanidad.

—Perdón, pero ¿quién eres tú para hablar de vanidad? Pasas más horas entrenando y levantando pesas que un boxeador profesional.

—Tengo que mantener un buen físico para mi trabajo.

—La mayoría de los ladrones tiene barriga de cerveza y logra hacer su trabajo muy bien, te lo aviso.

—Hablas como si no disfrutaras la vista —Thiago se apoyó en la mesa.

Eric lo ojeó de pies a cabeza, antes de sonrojarse, sonreír, y levantar un dedo al aire, a modo de protesta.

—Ese no es el punto y lo sabes —Se volteó, mientras su novio se reía.

Pasaron un tiempo solo molestándose, antes de sentarse a comer. Su perro les imploró por comida durante todo el desayuno, hasta que eventualmente le dieron un trozo de pan y él se tiró sobre el sofá, a disfrutar su festín.

—Ahora entiendo por qué lo adoptaste, ustedes son iguales —Eric sacudió la cabeza, bebiendo un poco de café.

—Hey.

—¿Miento? ¡Míralo! ¡Come igual que tú!

Thiago le pegó una palmada juguetona al brazo y el consejero se rio.

Al terminar la taza revisó la hora, hizo una expresión de espanto, se despidió de su novio, de su pastor alemán y salió disparado hacia la puerta.

Su apuro —se percató al llegar a la propiedad de Jean— no fue del todo necesario. Pocas personas estaban despiertas y escasos vehículos rellenaban las calles. La diligencia y el tranvía que usó para trasladarse del sur del distrito de Rolland hasta el norte del distrito de Reordan estaban vacíos y se movieron con rapidez por la desierta ciudad. El viaje no le costó más que media hora.

—¿Eric? —Su amigo, que recién se había despertado, se sorprendió al verlo de pie ahí, al frente de su casa—. ¿Qué haces aquí? Aún son las siete...

El comandante observó su jardín mientras hablaba. La energía del mundo exterior era calma, monótona. El cielo era azul, el aire era fresco. Algunos vehículos cruzaban la calle en la lejanía, pero su paso era silencioso, disimulado. El viento no rugía. Sus vecinos no conversaban. Apenas los pájaros poseían el privilegio de cantar con elocuencia, interrumpiendo la quietud con sus silbidos. Era demasiado temprano.

—¿Puedo pasar? —El moreno se quitó el sombrero de la cabeza.

—Claro, claro... Solo habla bajo por favor. Elise aún está durmiendo arriba.

Eric asintió, entrando a la mansión. Adentro, la serenidad de afuera se replicaba. El silencio era tan profundo que llegaba a ser ruidoso. La caída de un alfiler equivalía al estruendo de un cañonazo.

—¿Podemos ir a tu escritorio? Quiero hablarte sobre la situación de la ciudad y explicarte cómo los sectores están divididos.

—Sí... sígueme —Jean señaló a las escaleras. Subieron a su despacho con lentitud, intentando ser sigilosos—. Perdón por estar vestido así... —Señaló a su piyama y su bata—. No sabía que llegarías ahora.

—Ya te he visto en peores condiciones, tranquilo —El muchacho se rio, sentándose frente a su escritorio. – Yo soy el que me disculpo por haberme apurado en venir aquí, pero... de verdad necesito informarte sobre todo lo que pasó desde el golpe. Es un asunto de extrema urgencia.

—Y agradezco que hayas venido. No sé cuál es el estado de la ciudad, he estado en casa desde ese día, trabajando en la burocracia de la transición republicana. Resulta que organizar un plebiscito es más difícil de lo que pensaba.

—¿Tienes un mapa de Carcosa aquí?

—Sí... —El comandante apuntó a un estante a su derecha—. ¿Puedes buscarlo por mí? Está enrollado al lado de esos cuadernos...

Eric se levantó y revisó el entrepaño hasta encontrarlo.

—Lo tengo.

—Dime entonces, ¿cuál barrio está tomado? ¿El francés o el inglés?

—Eh... Ninguno de los dos —El muchacho hizo una mueca, regresando a su silla—. Dependiendo del sector de cada barrio, los ideales son distintos —Estiró el mapa sobre el escritorio—. Los distritos de Rolland y Reordan son nuestros, pero el distrito de Lark ha sido capturado por el comandante Mallet y los oficiales del ejército que aún defienden a los ministros, así como el distrito central.

—¿Y qué hay de Biévres?

—Es una zona muerta. Ahí solo hay casas de magnates y empleados de Las Oficinas.

—Entonces... —El comandante examinó las calles de la ciudad—. El este de Carcosa es nuestro.

—Sí... podría decirse que sí.

—Eso es mejor que nada —comentó, curvándose hacia adelante para examinar el mapa con mayor precisión—. ¿Sabes si Las Oficinas ya abrieron?

—Por lo que tengo entendido, aún no. Oí rumores que tu hermano y Theodore Powell están gestionando la reconstrucción del edificio desde la comisaría central. Al parecer, toda la administración del gobierno se movió allí.

—¿Y la academia militar?

—Sigue tomada por Tremblay...

Eric pasó la próxima hora compartiendo toda la información que tenía sobre su actualidad con Jean. Le narró todo lo que había visto suceder en el sur de Carcosa, lo que Thiago había visto suceder en el norte, y le propuso algunas estrategias para tomar control sobre la ciudad —basándose en el posicionamiento de sus enemigos—. Jean, por su parte, le explicó a su consejero el actual estado de Merchant y Brookmount, le contó sobre el acuerdo de civilidad que había hecho con Claude, y le mostró los documentos que habían sido aprobados por el gabinete ministerial, antes de su caída.

—Esto te interesará mucho —El jefe de los Ladrones sacó un papel del monto, sonriendo al entregarlo a su consejero.

—¿Qué es?

—Léelo.

Eric lo hizo, dejando que su boca se desplomara más y más con cada nueva línea. Sus ojos se anegaron, pero no lloró. Sus manos temblaron, pero no dejó de leer. Estaba perplejo, pero no podía despegar su mirada del documento.

—Lograste remover las menciones a sodomía de la Ley de Delitos Sexuales.

—Sí.

—Jean... —Soltó un exhalo que había estado conteniendo por años, sin saber—. Esto es... Inimaginable.

—Realidad —lo corrigió, atento a su reacción—. Sé que es un paso pequeño para mejorar las cosas, pero...

—¿Pequeño? —Eric carcajeó, al fin sintiéndose capaz de mirarlo—. ¡Es un paso gigante!... Dios —Se limpió el rostro, húmedo y conmovido—. Sólo no tener más a la policía entrando a nuestros bares, a nuestras fiestas, arrestando y golpeando a todo el mundo... —Sacudió a cabeza—. Eso ya será un alivio tremendo.

—Igual deberás ser cauteloso. Estas enmiendas a la Ley solo son el inicio de un cambio, pero hasta que la percepción de la sociedad cambie...

—Lo sé —él concordó, un poco más serio—. Tendré cuidado, siempre lo he tenido. Después de lo que le pasó a Émile... no logro relajarme en público. Y no creo que eso cambie. Jamás.

Jean hizo una mueca de disgusto, por sentir que su comentario al parecer había sido demasiado negativo para el momento.

—Perdón, Eric. No quise arruinar tu felicidad.

—No lo hiciste... Estás preocupado y te agradezco por ello. Es prueba de que te importas por mí, y por Thiago. Además, tienes razón. Será un proceso demorado. Aunque esto sigue siendo un avance increíble —Le devolvió el documento.

Jean, aún irritado consigo mismo por su brusquedad, pese a la insistencia del joven en que todo estaba bien, organizó el papeleo y lo volvió a guardar. Mientras lo hacía, un sutil resplandor a su frente lo hizo levantar la mirada.

—Bonito guardapelo —comentó, tomando nota de lo rojo que Eric se puso así que el mismo fue mencionado.

—Gracias... Thiago me lo dio.

—Y ustedes dos...

—¿Hm?

—¿Tienen algún plan de casarse, algún día? Sabes que los Dhaoríes lo permiten, y que algunos Ladrones ya se han casado entre sí en Melferas...

Su mejor amigo por poco se vuelve morado, de tan abochornado y tímido.

—Lo sé, pero... por ahora no tenemos planes. Ya hemos hablado sobre ello y sí, algún día tendremos alguna ceremonia, pero...

—Nada decidido.

—No por mientras —Eric admitió—. ¿Y qué hay de ti y de madame* Elise? Si me permites preguntar...

—Queremos hacerlo —Jean sonrió, de pronto tan cohibido como su consejero—. De hecho, mientras estamos en el tema, quisiera pedirte un favor enorme.

—Claro...

—Quiero que seas mi padrino.

—Espera, espera... —El moreno sonrió, entusiasmado—. ¿Ustedes de verdad se van a casar?

—Si todo sale de acuerdo a lo planeado, sí.

—¡Joder! ¡¿Cuándo?!

—La idea es hacerlo a finales de año.

—¡Jean!... ¡Felicitaciones, hombre! —Él carcajeó, inclinándose adelante, tomando su mano y sacudiéndola—. ¡Y claro que acepto ser tu padrino! —Enseguida, bajó el volumen de su voz y añadió:— Si aceptas ser el mío cuando yo me case.

—Sería un honor —el comandante afirmó, ampliando su propia sonrisa.

Los dos hombres siguieron hablando sobre sus sueños y expectativas para el futuro por unos minutos más, entre risas y comentarios alegres. Hasta que de pronto, Eric exclamó:

—¡Ah!... ¡Por poco se me olvida! Le dije a Thiago que encontré a su madre, madame Lilian... O como él la conoce, Ingrid.

—¿Lo hiciste?

—Sí. En el mismo día en el que él me regaló este guardapelo, de hecho.

—¿Y cómo reaccionó?

—Ah, como uno se esperaría que lo hiciera. Lloró, mucho... Se rio. Y créeme, está determinado en conocerla. Yo pensé hacerles una reunión sorpresa hoy en el Colonial, a la hora del almuerzo. Pero como tú eres el patrón y jefe de la dama en cuestión, supongo que debo pedirte permiso para ello primero...

—No necesitas pedirme permiso para nada, no cuando a esto se refiere. Apoyo completamente tu idea y quiero ayudarte con lo que necesites. Pagar la cuenta, el traslado... lo que sea.

—Mientras te encargues de llevar a Lilian al restaurante, yo me encargo de llevar a Thiago. Eso es todo lo que necesito, Jean.

—Hecho —El mayor de los dos amigos se levantó, animado—. Pero te lo advierto, deberíamos dejarle claro a ella cuál es el verdadero propósito de ese almuerzo, desde un inicio. Ya tiene una edad avanzada, y tener fuertes emociones puede ser un poco peligroso...

—Sí, tienes razón —Eric lo siguió a las escaleras—. Hablemos con ella ahora, antes de que me vaya... ¿O seguirá durmiendo?

—Depende... ¿Qué horas son?

—Las... —El moreno sacó su reloj de bolsillo—. Las ocho y quince.

—Sí, ya está despierta —Jean gesticuló a la puerta de la cocina—. Debe estar comenzando a preparar el desayuno.

Entraron al recinto con pasos lentos, hablando en una voz un poco más elevada para no asustar a la ama de casa.

—¿Lilian?

Ella —ya bien vestida y peinada para el día— giró su cabeza, sorprendida de encontrar a otra figura al lado de su mejor amigo.

—Buenos días Jean, y monsieur... ¿Eric?

—En persona —el joven concordó, sonriendo.

—¿Qué hace usted aquí tan temprano? ¿Ya ha desayunado? ¿Necesita que le prepare algo?

—No, no... Muchas gracias, yo ya comí.

—Eric aquí viene a hacerle una propuesta.

El muchacho en cuestión cruzó sus manos detrás de su espalda, y con una actitud nerviosa caminó hacia ella.

—¿Le importaría salir a almorzar con su hijo hoy?

La antigua bailarina casi se desmayó al oír la pregunta. Llevó su mano al pecho, como si intentara impedir su corazón de hacer un salto suicida afuera de sus costillas. Estaba tan asombrada, tan comprometida por sus palabras, que hasta llegó a tambalear hacia atrás, sintiéndose mareada.

—De hecho, no solo salir a almorzar, sino a pasar todo el día con él —Jean la sacó de su trance, acercándose—. ¿Aceptas? Yo lo pago todo. La comida, los paseos, lo que sea que quieras. Lo mereces.

Lilian pestañeó un par de veces, devolviendo su concentración a los huevos que cocinaba. Rápidamente los quitó del fuego, respiró hondo, y devolvió la vista a los presentes.

—¿Hoy? —La duda se escapó entre sus labios.

—Sí —ellos respondieron al unísono.

—Yo... —caminó hacia el taburete más cercano y sentó, para no tener un síncope ahí mismo—. No lo sé...

—Hey —Jean se le acercó, preocupado—. Todo saldrá bien.

—Thiago quiere verte —Eric lo respaldó.

—Y yo estaré en el restaurant junto a Elise, por si algo no sale bien... Aunque lo dudo.

—No... —Su voz se le cortó.

El comandante, notando su temor, miró a su consejero.

—¿Me puedes esperar en la sala?... Quiero conversar con ella a solas. Me reuniré contigo en algunos minutos.

—Sin problemas —Eric los ojeó por un instante, compadeciendo su dolor, y se retiró sin protestar.

Al verlo irse, la señora colapsó. La privacidad la hizo derrumbarse en llantos. Su amigo, murmurando su nombre en voz baja con una preocupación, la abrazó de inmediato.

—Todo saldrá bien... —él dijo, frotando su espalda—. No necesitas estar asustada... ni tenerle miedo a nada.

—Pero... ¿Qué pasa si él me odia?... ¿Qué p-pasa si me detesta? ¡Lo abandoné! ¡Lo dejé atrás!...

—Hiciste lo mejor que podías con las pocas opciones que tenías. No lo dejaste porque no lo querías, lo dejaste porque lo amabas. Y porque deseabas que tuviera una vida mejor que la tuya. Él lo sabe. Y si no, lo entenderá —Se apartó—. Lily... mírame.

—Jean...

—Mírame —insistió, y ella lo hizo—. Lograste sobrevivir a años de abuso, hambre y frío, sin un hogar, sin familia, sin amigos... Lo hiciste. Sola. Y por eso puedo decirlo con total seguridad: eres fuerte, eres inteligente, eres dulce, eres buena. Y puedes sobrevivir a esto también. Considera a este almuerzo solo como una prueba más, a la que vas a pasar, y que al terminar te traerá toda la felicidad que por años has deseado... Valdrá la pena, hacerle frente. Tendrás a tu hijo de vuelta. Y confía en lo que te digo, él te quiere de vuelta. Él quiere conocerte. Caso contrario no te estaría buscando, e investigando tu pasado, con tanta diligencia y desespero.

La rubia cerró los ojos por un instante. Respiró hondo. Sacudió la cabeza.

—Okay —Apretó su agarre en la ropa del ladrón, al hablar—. Sí... sí, puedo hacer esto.

—Exacto —Jean le sonrió—. Puedes hacerlo, y lo harás.

—¿De verdad estarás cerca de mí?

—Solo si quieres. Puedo quedarme aquí en casa...

—No —Ella lo miró, asutada—. Te quiero ahí.

—Entonces lo estaré —Él tomó un paso hacia atrás, ofreciéndole su mano—. Ahora... ¿Vamos a conversar con Eric? Él nos dará los detalles del almuerzo.

—Todavía tengo que terminar el desayuno...

—Puede esperar —la interrumpió, con un tono amable—. Todo puede esperar. Esto es más importante.

—De acuerdo —Lilian entrelazó sus dedos, levantándose—. Entonces... terminemos luego con esto.


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*Monsieur : "Señor" en francés.

*"Neme dis pas ça": "No me digas eso" en francés.

*"¡Ostiaque ustedes me irritan! ¡Hijos de puta!" en francés. 

*"Madame": "Señora" en francés. 

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