Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo VI

Era una tarde de domingo fría y húmeda en Chicago. El cielo gris empezaba a teñirse de negro cuando por culpa de un conductor despistado, se escuchó el estrepitoso sonido del choque entre dos autos. No muy lejos de aquella zona, un camión de carga que se vio obligado a cambiar de curso debido al embotellamiento causado por el accidente, se estacionó al frente de una bodega de materiales de construcción, en donde un hombre de rostro severo, esperaba recostado de una pared.

El conductor del camión al fijarse en aquel hombre corpulento, de aspecto inconfundiblemente italiano, se apeó del vehículo y caminó hacia él con una leve cojera. El viento comenzó a agitarse cuando intercambiaron las primeras palabras y mientras el conductor con un gesto de asentimiento le dio la espalda y se dirigió hacia la parte trasera del camión, seis hombres que esperaban en la entrada de la bodega avanzaron con prisa detrás de él y comenzaron a descargar el contenido del cargamento. Sin saber que a unos treinta metros de distancia, un hombre sentado dentro de una furgoneta los vigilaba.

Éste vigilante tomó la pequeña libreta que se encontraba en el asiento del copiloto y miró su reloj para anotar la hora. Eran las seis menos cinco, y en la calle, el débil sol invernal comenzaba a dejar paso a las sombras del crepúsculo.

El vigilante levantó la mirada y vio que, después de que bajarán la última caja. El hombre al que había reconocido como Bartolo Rizzuti sacaba de su bolsillo un sobre blanco y se lo entregaba al conductor y éste al contar los billetes le demostró su inconformidad.

Rizzuti, quien en ese momento iba vestido con su habitual vestimenta negra. Tenía impregnada en su rostro de hurón la sonrisa de alguien que había ganado una apuesta. Con un ademán de su mano invitó al conductor a pasar al edificio. Acto seguido, cerraron las puertas detrás de ellos y transcurrió un buen rato sin que se viera nadie hasta que un muchacho delgado y de negro cabello, salió de la bodega con paso relajado y como si fuera lo más natural del mundo, se montó en el camión, lo hizo andar y se alejó, dejando detrás un rastro de humo que fue desvaneciéndose a medida que las luces traseras del vehículo se perdían de vista. Luego de aquello, en la calle no se veía movimiento alguno más que el de los periódicos siendo arrastrados por el viento. El vigilante no podía evitar imaginar en lo qué tal vez haya sucedido y con una mueca de desagrado escribió una última nota en la que se podía leer:

"Tres entregas entre los últimos cinco días, tres conductores diferentes hasta ahora, todos entraron, ninguno volvió a salir".

Al terminar de escribir esto, guardó la libreta en el bolsillo de su pantalón y extendió su brazo hacia la guantera para sacar una cajetilla de cigarros. Miró a los alrededores, y la luz delantera de una patrulla al final de la calle llamó su atención. Bajó la ventanilla y observó por el retrovisor, como un oficial regordete le regalaba varias bolsas de comida a un grupo de niños que esperaban en la acera. Esto le pareció raro la primera vez que lo vio hasta que recordó que por aquella zona quedaba un orfanato que a duras penas se mantenía en pie gracias a la generosidad de los vecinos.

Cómo le era ya costumbre, subió la ventanilla al percatarse de que la patrulla había reanudado la marcha. Pasadas las horas, entre el humo del cigarro y sus pensamientos. El vigilante quedó sumido en el recuerdo de una charla que tuvo con su hermano meses atrás y no notó el resplandor de las luces de varios autos acercándose hasta que se estacionaron al frente de la bodega.

Era una caravana de cinco autos, de los cuales, diez hombres con traje se habían bajado seguidos de sus guardaespaldas. Ya era muy entrada la noche y la claridad que proporcionaban los faroles de los postes no favorecía su visión, pero aún así, el vigilante logró reconocer a los dos hombres de etnia asiática.

Los hermanos Raosu, quienes eran conocidos como miembros de la organización Yakuza en Chicago, habían desaparecido misteriosamente en los últimos meses y según se rumoreaba, por una treta de su propia gente, sus cuerpos se encontraban en el fondo del lago Michigan. Tenshi Raosu, el menor y el más temible de los dos hermanos, sacó de su chaqueta un celular y realizó una llamada que hizo que poco tiempo después, alguien abriera la entrada de la bodega.

El vigilante estaba excitado por la extraña reunión que se llevaba a cabo. Él sabía perfectamente que los Raosu se dedicaban al tráfico de personas y que a las chicas jóvenes para pagar su deuda las ponían a prostituirse en las calles. Pero lo que más raro le parecía, era el hecho de que tanto los hermanos Raosu como Bartolo Rizuti estuvieran reunidos si lo que se sabía era que ellos se odiaban a muerte. Con muchas interrogantes dando vueltas en su mente, recostó la espalda del asiento y esperó a que terminara la dichosa reunión. Por suerte para él, la espera no fue larga. Pasados cuarenta minutos, observó salir de la bodega a Rizzuti junto con los Raosu acompañados de los demás hombres.

Los auto parqueados en la acera les esperaban con las puertas abiertas y los tres se subieron en uno de ellos pero antes de que se montará el mayor de los Raosu, al vigilante le pareció ver que sonreía hacia su dirección.

Habiéndose todos ido, la calle quedó desierta y el vigilante con un mal presentimiento, agarró su arma y asegurándose de que la pistola estaba cargada decidió salir de la furgoneta. Se subió la capucha al sentir el beso de la helada brisa y caminó unas seis cuadras al oeste antes de doblar en la esquina de una vieja lavandería. En donde se detuvo al ver, como un vagabundo era corrido de la acera por el dueño del restaurante chino, quién traía en su mano un bate de béisbol. Por mero impulso, el vigilante dio varias zancadas hasta llegar a donde ellos y le sujetó el brazo con fuerza al dueño del restaurante.

—Así no se debe tratar a las personas —dijo el vigilante y por el tono de su voz parecía que estaba tratando de controlarse

El dueño del local, molestó y confuso de momento, volteó y trató de forcejear con el vigilante por el bate pero este no lo soltó hasta que vio por encima de su hombro como el vagabundo huía.

—Nadie me dirá cómo tengo que tratar a esos vagos —replicó enojado—. Ese sucio rastrero se la pasa ensuciando mi acera cuando rebusca entre mi basura, pero ya no más, muchacho, no más, me encargaré personalmente de éste, demonios, ¿Adónde se fue?

—Muy lejos de aquí —respondió el vigilante—, dígame señor, ¿Usted jamás ha pensado que por la razón de que siempre le revuelve la basura es porque está buscando comida?

—Sí, y no me interesa. El hecho de que se esté muriendo de hambre no le da derecho a ensuciar mi acera.

—Y tampoco eso le da derecho a usted de agredir físicamente a alguien —caminó hacia la entrada del restaurante y vio cómo un camarero recogía los restos de comida de las mesas— mejor dele algo de las sobras que le queden de la cocina una vez cada cierto tiempo y verá que dejara de rebuscar en su basura.

—No me hagas reír, muchacho, —se burló el dueño del local y le apuntó con el bate— ¿Yo darle comida a ese indigente? ¿Sabes lo que pasa cuando alimentas a las ratas? Se multiplican y no permitiré eso. Lo único que le pienso dar será una patada en el trasero cuando vuelva por aquí.

—Tal vez usted no me haya entendido aún —le arrancó el bate de las manos—. Si no hace lo que le acabo de decir, mi amiga y yo le daremos una visita y créame, no será agradable.

El vigilante puso la mano en su costado y elevó la chaqueta dejando a la vista la pistola, y añadió:

—Así que por favor, evitemos los inconvenientes. Venga, entre a su negocio que ya es tarde, no queremos que llegue un loco y le empiece a pegar con un bate de béisbol.

Sintiendo el énfasis que hizo el vigilante en la última oración. El dueño del local trago saliva y corrió hacia su negocio tropezando con un escalón cuando cerró la puerta con seguro.

El vigilante río ante lo convincente que fueron sus palabras y lanzó el bate al cesto de basura. Luego siguió caminando unas dos cuadras arriba y vio que en la acera contraria a la suya estaba el vagabundo al que había salvado de ser golpeado o casi, ya que cuando cruzó la calle y se dirigió hacia el mendigo observó que éste tenía un ojo hinchado y que de la nariz le brotaba sangre

El indigente era solo un anciano que estaba cubierto por una fina manta que no lo protegía del frío. En la cabeza llevaba puesto un pasa montañas negro al que le pudo ver un notable agujero que dejaba a la vista, una densa maraña de cabello blanco. Y una bufanda que parecía ser una hecha con los trapos recogidos de algún basurero reposaba sobre su cuello. Tenía ambos ojos cerrados, así que no vio al vigilante agacharse frente de él.

—Oiga viejo, despierte —le tocó el hombro y sintió como el anciano temblaba ante su tacto—, vamos, oiga, eso es.

—¿Qué es lo que quieres muchacho? —preguntó abriendo uno de sus ojos y agarró su bufanda para limpiar la sangre que bajaba de su nariz— Aquí no vive nadie, aquí no hay restaurante, de aquí no me puedes echar.

El vigilante se quedó callado y esperó a que el anciano se calmara, éste al mirarlo mejor lo reconoció de inmediato.

—Tu eres el que me ayudó hace rato —dijo con un eje de agradecimiento pero luego frunció el ceño— ¿Qué quieres de mí?

—De usted nada —se levantó y se quitó la chaqueta— vamos, tómelo, que le hace más falta a usted que a mí.

—¿Po-po-por qué lo haces muchacho?

—No lo sé, no me haga preguntas. Solo cójanlo de una vez antes que me arrepienta.

—Eres un buen muchacho— susurró al tomar la chaqueta— no sé cómo agradecerte.

—Ya saben lo que dicen, hoy por ti...

—Mañana por mí.

Completo el anciano y el vigilante con un asentimiento se despidió y le dio la espalda para caminar una calle más hasta llegar a un callejón. Miró detrás de sí para asegurarse de que nadie lo seguía y se dirigió hacia una de las paredes al final del callejón y colocó su mano sobre uno de los ladrillos y lo desprendió. Luego extrajo del agujero una llave y caminó hacia una puerta que se encontraba entre dos contenedores de basura.

Al abrirla, cruzó el umbral y un olor a tabaco le impregnó la nariz. Cerró la puerta para dirigirse al interruptor y sintió como alguien le ponía la punta de una pistola sobre su nuca.

—¿Así recibes a todos o solo a mí? —preguntó el vigilante y escuchó una carcajada a su espalda—. Sabía que debí haber dejado la academia y convertirme en comediante.

—Te hubieras muerto de hambre, seguro que sí ¿Qué hay de nuevo?

—Hoy hubo otra entrega, al parecer acertaron con lo de... Maldita sea, ¿Podrías quitarme esa mierda de la nuca?

—Ok princesa, no llores —bajó el arma y encendió las luces— ¿Qué haces aquí? Aún no es hora del cambio de turno.

—Es tiempo —dijo con voz ronca y volteó para entregarle la libreta— con la de hoy ya han sido tres entregas en una semana. Mismo modus operandi, y no solo eso, hoy se llevó a cabo una reunión y adivina quiénes estuvieron ahí.

—No lo sé, tu madre en tangas, cuenta ya ¿quién estuvo?

—Nadie más ni nadie menos que los hermanos Raosu, esos malditos tenían un buen tiempo sin dar la cara. Si ellos también están metidos en todo esto, la situación se va a poner cada vez más complicada. Ya no podemos esperar, llama al precinto y pide apoyo, mañana irrumpimos.

—Tranquilo socio, aún no podemos.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó el vigilante mientras caminaba hacia una mesa y se servía una taza de café.

—Primero que nada no te alteres, tengo malas noticias, antes de que llegaras me telefoneó la sargento junto con el capitán, nos ordenaron no hacer la redada.

El vigilante después escuchar aquello, se encolerizo y tiró la taza de café hacia la pared y con gran enfado preguntó:

—¿¡Pero qué carajos están pensando!? —Señaló los monitores del fondo—. Cinco meses Anthony, llevamos cinco malditos meses en este operativo. Sabemos que las armas están ahí, nuestro informante ya lo confirmó, si esperamos tal vez sea demasiado tarde.

—Sus manos y las nuestras están atadas. Está orden vino de arriba.

—Me importa un demonio quién envió la orden, ¿Cuándo nos darán luz verde para actuar? ¿Cuándo esas armas lleguen a las calles y se desate el infierno?

—No estás viendo el panorama completo —respondió Anthony con cautela viendo el enfado de su amigo— esto es mucho más grande de lo que imaginábamos, tenemos información de que se está planeando un golpe, lo que nadie quiere o puede decirnos es dónde ni cuándo será.

—¿Y creen que dejar que se armen hasta los dientes esas ratas funcionará? Pero qué estupidez me estás diciendo. Ya son 5 bodegas de las que tenemos confirmación. Saca cuentas, si dejamos correr los días, prepárate para que cada aspirante a pandillero quiera poner una bala en tu cabeza.

—Demonios, el café te ha vuelto paranoico, todo está sucediendo según lo planeado. Ninguna de esas armas saldrá de esos almacenes.

—¿Cómo estás tan seguro? Por lo que presencié hoy, lo más probable es que la compra se haga mañana.

—No puedes estar más equivocado —caminó hacia la pared y recogió los restos de la taza rota—. La compra se hará dentro de cuatro días, hasta entonces, no moveremos ningún dedo.

—Es fácil para ti decirlo, tú no has tenido que hacer la vista gorda cada vez que esos conductores entraban en esa cuna de lobos.

—No le des vueltas a ese asunto —se sentó en un sillón y se frotó las sienes—, te necesito concentrado, el día de la compra nuestro objetivo es capturar a Rizzuti "con vida" ¿Entendiste? Así que dejaras tus problemas con él para otra ocasión, ¿Hablé claro?

—No tienes que tratarme como un niño, entendí, no hay nadie más interesado que yo en atrapar a ese desgraciado, pero ¿Qué hay de los Raosu?

—Ellos también estarán presentes, si caen o mueren en la redada eso no nos importa, nuestra prioridad es Rizzuti.

—Hay una falla en el plan, aunque logremos capturarlo y acusarlo de tráfico de armas él no hablará, sabes que es un hueso duro roer.

—Me tiene sin cuidado que haga un voto de silencio, él hablará de una forma u otra.

—Eso es decir demasiado, tendremos suerte si no se nos escapa como la vez pasada.

—Esta vez no lo hará, además, no creo que aguante una hora en el interrogatorio. Me conoces —se encogió de hombros— no hay mejor interrogador que yo.

—No diría que el mejor, aún me acuerdo de ese caso en el que tuvimos que ir a New York, ¿Cuál era el nombre de aquel detective? Al que le gusta usar sombrero.

—O'Neill —escupió al suelo con rabia— Jackson O'Neill, Dios, como detesto a ese sujeto.

—Pero debes admitir que sabe lo que hace.

—De mi boca no oirás eso jamás —se alteró— ese infeliz casi nos mata aquella vez, nunca piensa antes de actuar, improvisa demasiado.

—¿Estás hablando tú o tu ego herido? Me acuerdo que no pudiste hacer que hablara aquel sujeto. Estuviste casi cinco horas hasta que te diste por vencido y O'Neill entró, solo duró treinta minutos —río— creo que ahí fue cuando nació tu odio hacia él.

—Juró que a veces quiero golpearte.

—¿Y después dices que yo me altero? —El vigilante volvió a reír y se rascó la cabeza— tienes una chaqueta que me prestes.

Antes de responder Anthony lo miró de arriba a abajo.

—¿Dónde demonios dejaste la tuya?

—La perdí por el camino ¿Qué? No pongas esa cara, hace un frío de muerte allá afuera, me sorprende que no muera de hipotermia.

—Tienes un corazón blando, —le reprocho— te apuesto a que ese vagabundo en dos días ya se habrá olvidado de que le diste tu chaqueta.

—Sabes que no me importa, ellos también son personas.

—Tienes que dejar ir el pasado muchacho.

—No puedo.

—Tu hermano y tú son iguales de cabeza dura, por cierto ¿Que has sabido de él? —preguntó mientras buscaba algo en una caja.

—Después de notificarle lo de Rose, —miró hacia Anthony y vio reproche en sus ojos— perdón, la informante, no he recibido noticias de él. Lo último que supe fue que los de arriba lo enviaron a New York a resolver un caso.

—Ya veo —le lanzó una chaqueta y el vigilante la sostuvo en el aire—. Espero verlo pronto.

—Yo también. Lo necesitamos aquí para que nos de apoyo, además, no estaría mal que los tres nos tomaramos unas cerveza en el bar de jeffrey, a ver si asi se te quita el cascarrabias.

—Dejare de ser un cascarrabias cuando esté en mi casa acostado junto a mi esposa.

—Estoy seguro que ella también está impaciente por despertar en las mañanas y ver tu "hermoso rostro"

—Vete al diablo Ramsey —sonrío Anthony y tiró la vista hacia los monitores e inmediatamente se levantó exaltado— tenemos compañía.


Hola, hola, ¿Cómo están mis queridos lectores? Espero que bien y bueno aquí les dejo este capítulo que confieso me dio un pequeño dolorsito de cabeza escribirlo. Así pues... Quisiera que comentarán qué tal les pareció y si ven algún error háganmelo saber, esto es todo... A, otra cosa si les gusto el cap denle  en la estrellita, eso me animaría muchísimo. Ahora si Chaitooo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro